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CINEMA DE PERRA GORDA

Delmer Daves

THE LAST WAGON (1956, Delmer Daves) La ley del talión

THE LAST WAGON (1956, Delmer Daves) La ley del talión

Un amplísimo y bello plano general en silencio nos describe en primer término al protagonista de la película: Comanche Todd (un magnífico Richard Widwark, en uno de los mejores trabajos de su carrera). Se encuentra encañonando a los sheriffs que le persiguen, logrando eliminar a uno de ellos, y huyendo por el paisaje hasta que es capturado y hecho preso por el otro. De esta forma se inicia THE LAST WAGON (La ley del talión, 1956), uno de los y magníficos westerns que consolidaron el prestigio de Delmer Daves, como uno de los grandes exponentes del género en la década de los cincuenta.

Una vez más, Daves consigue una película que se integra dentro de una serie de temas consustanciales a su cine; el contraste del primitivismo con la civilización, el peso de la naturaleza y la pureza. En esta ocasión, Comanche es un representante de dicha tribu, que en el pasado convivió con los blancos, y que ha matado a los hombres que asesinaron en el pasado a su mujer y su hijo. Por ello es hecho preso y se le encadena en un carro de una caravana, algunos de cuyos componentes sienten compasión por él, al ver el trato que sufre de mano del sheriff que lo custodia. Poco después y en una escaramuza, el preso matará a este, lo que le llevará a ser completamente inmovilizado por las cadenas ya a cargo de algunos de los componentes de esta caravana. El argumento dará un violento giro cuando estos componentes sean asaltados por los apaches, con la sola excepción de seis jóvenes que se habían ausentado para darse un baño nocturno en el río. Del asalto ha logrado sobrevivir casi milagrosamente el preso, al caer por un barranco el carro al que estaba sujeto. De allí es rescatado con la especial ayuda de Jenny (Felicia Farr) y su pequeño hermano, que desde el primer momento y contra el sentir mayoritario han simpatizado con nuestro protagonista. No será esta, sin embargo,  la misma apreciación que por él tendrán los otros supervivientes, ya que entre ellos al menos dos se caracterizarán por su nada encubierto racismo, confluyendo en un rechazo abierto hasta este. No obstante, y pese a resultarles propias de una bestia sus decisiones –como el no enterrar a los muertos del asalto apache-, deberán hacer caso de él para intentar salir con vida de una delicada situación en la que se encuentran. Todos ellos están completamente rodeados de apaches, que en cualquier momento advertirían su presencia y los atacarían con facilidad si no hicieran caso de la experiencia del hasta entonces preso.

A partir de ese acuerdo de intereses se impondrá la dirección de ese traslado físico –es especialmente remarcable el magnífico uso de los paisajes, con unos encuadres que saben resaltar en todo momento la psicología de los personajes y sus situaciones-  y moral para parte de los jóvenes que guía Todd, racionando su agua e ingeniándose para lograr suficiente caza para comer. Pero en ese viaje, la incidencia de la picadura de una serpiente de cascabel, será el motivo de inflexión para que el personaje femenino más abiertamente racista, cuestiones sus propias convicciones al comprobar que el indio que les guía la ha cuidado en su enfermedad, e incluso le ha ofrecido su ración. Pero será Jenny quién con mayor intensidad se acerque a Comanche, ya que demuestra por él una sincera atracción, ofreciéndole este por su parte una forma de vida muy distinta de la que ella busca, basada en una absoluta cercanía con la naturaleza.

Poco después llega hasta el grupo de supervivientes un destacamento formado por ocho oficiales confederados, que serán informados sobre la presencia y cercanía de los apaches que les rodean. Ante la difícil situación que se avecina, el indio protagonizará una iniciativa que permitirá la huída y salvación del grupo. Para ello hará estallar el material inflamable que almacenaban los pocos carros con que contaban, y gracias a la misma todos ellos llegarán al acuartelamiento. Allí Todd será juzgado por los asesinatos que había cometido, escuchando las razones que le llevaron a ello, teniendo una gran importancia decisoria en la vista el testimonio positivo de todos cuantos los han acompañado en esta difícil andadura. Un recorrido en el que han tenido que hacer frente a sus prejuicios, descubriendo que se trata de un buen hombre, aunque partícipe de otras costumbres, diferentes a las habituales en los habitantes blancos del Oeste americano.

Lo cierto es que todo ese recorrido moral y físico por paisajes espléndidamente elegidos y utilizados, suponen fundamentalmente una llegada a la madurez de ese grupo de jóvenes en los que se han destacado tintes racistas, las cuales tras esta aventura vivida serán al menos puestas en tela de juicio. No se puede decir que THE LAST WAGON se sitúe –a mi juicio- entre los mejores exponentes de la aportación al western firmadas por Daves en este periodo tan fructífero en su trayectoria –personalmente señalaría entre ellas JUBAL (1956) y 3’10 TO YUMA (El tren de las 3’10, 1957) como sus títulos más memorables-, pero mirada en sí misma, lo cierto es que esta resulta relevante.

Sin embargo, hay una serie de pequeños elementos que impiden considerar el conjunto como un film redondo. Por un lado el maniqueísmo que se demuestra en la hermana blanca hija del militar y su furibundo racismo hacia su hermana mestiza. Por otra parte resulta sorprendente que esos jóvenes que se han ido a bañarse al río, no hayan tenido ninguna señal –disparos, gritos, fuegos...- del ataque a su caravana. Finalmente, me parece un tanto grandilocuente –y poco creíble-, la forma en la que Comanche, sus acompañantes y los pocos soldados que se han unido al grupo, logran escapar de los apaches –provocando una enorme sucesión de explosiones- que, sinceramente, nadie pensaba se encontraban en la caravana reconstruida –se trata de una argucia de guión un tanto traída por los pelos-. Son ligerezas todas ellas que limitan el resultado, pero que en modo alguno enturbian el reconocimiento de la valía de THE LAST WAGON, una muy interesante y en bastante momentos intensa aportación de uno de los realizadores más destacados en la historia del cine del Oeste.

Calificación: 3

JUBAL (1956, Delmer Daves) Jubal

JUBAL (1956, Delmer Daves) Jubal

Muchas veces, la mirada es la mejor aliada para el disfrute de una gran película. Realmente siempre debiera ser el elemento base a la hora de valorar cualquier film, pero también es cierto que en no muchas ocasiones ni siquiera puede ponerse en práctica este enunciado. Viene esta digresión a la mente a la hora de comentar un western en el que precisamente esa misma mirada sería su mejor valedor. Creo que cualquier buen aficionado al cine tendría que asumir que en la figura de Delmer Daves se da cita un realizador de primera fila al que -y al menos en esto hay un cierto consenso, aunque tamizado en un profundo olvido- nadie le puede negar haber firmado una de las aportaciones más personales, valiosas y contundentes al género norteamericano por excelencia –el cine del Oeste-.

Uno de estos exponentes –y entre los títulos suyos que he contemplado quizá solo lo podría superar  3:10 TO YUMA (El tren de las 3’10, 1957)- es la magnífica JUBAL (1956, Delmer Daves), que ya desde sus primeros compases proporciona a cualquier espectador los suficientes elementos de interés como para prender su atención. Una atención que va creciendo con tintes nobles, honestidad, y briosos lazos cinematográficos, desde el momento en que contemplamos la caída por una pendiente del jinete Jubal Troop (estupendo Glenn Ford), siendo recogido por parte de Shep Horgan (Ernest Borgnine). Jubal es un jinete que siempre se ha caracterizado por su mala suerte, una infancia desgraciada –que solo se atreverá a recordar en un momento de especial intensidad-, y su tendencia a huir de situaciones negativas, habiendo tenido incluso que trabajar como pastor de ovejas –la profesión más denigrante para cualquier hombre del Oeste, y que delatará ante sus nuevos compañeros en su olor corporal-. Por su parte Shep es un rudo pero noble propietario de un rancho que acoge a Troop y pronto comprueba su capacidad de trabajo y lealtad, ya que lo ha admitido a sus órdenes. Esa lealtad le llevará a nombrarlo como capataz, aunque ello no sirva más que para acentuar las reticencias que desde el primer momento le ha ofrecido uno de los más veteranos hombres de Shep. Se trata de Pinky (Rod Steiger), hombre de pocos escrúpulos y que siempre ha demostrado su desprecio hacia Jubal. Unas vibraciones negativas que se acentuarán al ver como el recién llegado ocupe una responsabilidad que este siempre había ambicionado.

Pero con ser agorero el panorama para nuestro protagonista, aún se planteará de forma más compleja ante el atractivo que este ejerce ante la sensual esposa de Shep –Mae (Valerie French)-. Esta no deja se despreciar a su marido y al mismo tiempo provocar a Troop, aunque este en todo momento rechace sus insinuaciones, fundamentalmente basadas en la lealtad que siente hacia la persona que le ha demostrado confianza, amistad y apoyo –algo que sabemos ha sido inhabitual en su vida-.

Son muchas más las implicaciones que ofrece el excelente guión de JUBAL –obra de Russell S. Hughes y el propio Daves, basados en una novela de Paul Wellman-, pero fundamentalmente estos se expresan en uno más de esos clásicos enfrentamientos propios del western de su realizador, en los que se entremezcla el peso de un pasado, de unas culturas y unos comportamientos, centrados fundamentalmente en el conflicto planteado por una explícita sexualidad y la presencia de un sentimiento religioso que en esta ocasión está representado por ese grupo de viajeros creyentes que encabeza el veterano Shem Hoktor (Basil Huysdael). Será este un colectivo al que en un momento determinado Jubal ayudará y de los que poco tiempo después recibirá la justa compensación a sus esfuerzos, cuando una vez más haga acto de presencia en su vida esa fatalidad que hasta entonces le ha ido acompañando, y que quizá precisamente a raíz de la inflexión que supone ese propio encuentro con dicho colectivo, finalmente quede como parte de su pasado vital. En ellos encontrará la ayuda incondicional pero al mismo tiempo la presencia de un amor, representado en la figura de Naomi (Felicia Farr, futura esposa de Jack Lemmon), hija del ya mencionado Shem.

JUBAL tiene a su favor numerosos factores que lo acreditan como uno de los grandes westerns del último periodo dorado del género en el cine norteamericano. Desde el primer instante se percibe en sus imágenes una extraordinaria presencia visual que se hace evidente en un espléndido uso del cinemascope, la vitalidad cromática de todas sus imágenes, la ausencia de subrayados, la precisión y trazos psicológica de todos los personajes de la película, que permiten que de forma constante el interés de la historia vaya in crescendo y con cuya progresión en todo momento nos veamos interesados por lo que se nos relata, por los vaivenes de los seres que pueblan la historia, enmarcados además en una mirada serena y en un espacio físico que adquiere en esta película –como realmente en todos las muestras de este género firmadas por Daves-, una enorme fuerza y protagonismo. Y como un simple ejemplo para ratificarlo podríamos citar las bellísimas secuencias en las que Jubal confiesa en plano medio y teniendo como fondo destacado la presencia de un lago, las terribles circunstancias que le sucedieron con siete años de edad, viendo como moría su padre al tratar de salvarlo de perecer ahogado, mientras su madre le miraba sin mediar interés alguno y finalmente confesándole que deseaba que muriera –fue un hijo no deseado-. Mas allá del carácter terrible de la confesión hecha a Naomi, y de la fuerza de Glenn Ford imprime a su personaje, la efectividad de la secuencia estriba precisamente en su plasmación con un fondo visual que rememora con exactitud el terrible hecho, integrándolo dentro del conjunto de la película.

Podríamos citar muchos ejemplos a ese respecto, con momentos caracterizados por un aire casi místico –el instante en el que la caravana de viajeros religiosos se ponen de parte de Jubal tras haberlos defendido este previamente-, o el acentuado telurismo del conjunto de sus secuencias –como la ya señalada que sucede junto al lago-. Pero quizá cabría destacar la intensidad que adquieren las secuencias finales –auténticamente magistrales-, como colofón de la película. En concreto tras la muerte de Mae y el descubrimiento de la culpabilidad de Pinky, este cae rodeado por los vaqueros que le acompañaban y una leve grúa ascendente nos muestra un gancho que presumiblemente servirá para terminar con su vida. Sin diálogo alguno, Jubal finalmente se marchará con esa mujer llamada Naomi y que para él representa la inocencia y oportunidad de una nueva vida. Así finaliza una de las más grandes aportaciones cinematográficas de un realizador aún por descubrir, y que en bastante de los elementos temáticos que conlleva, le serviría para ejercer como precedente de otra de sus brillantes aportaciones al género. Me estoy refiriendo a THE HANGING TREE (El arbol del ahorcado, 1959), con la que comparte bastantes similitudes.

Calificación: 4

PRIDE OF THE MARINES (1945, Delmer Daves) [El orgullo de los marines]

PRIDE OF THE MARINES (1945, Delmer Daves) [El orgullo de los marines]

Dentro del amplio ciclo de films propagandísticos que se filmaron en Hollywood en los últimos compases de la II Guerra Mundial, creo que hay que situar a PRIDE OF THE MARINES (1945, Delmer Daves) como una de las propuestas más honestas y al mismo tiempo más complejas, ya que no es algo común encontrarse un título de las variedades tonales e intensidad como la que nos plantea esta producción de la Warner, caracterizada además por una deliberada huída de no pocos lugares comunes en este subgénero, bien estructurada dramáticamente, magníficamente interpretada y, lo que es más importante, filmada con una considerable inventiva por Delmer Daves, en la que fue una de sus primeras películas.

Partiendo de la base de una novela firmada por Roger Butterfield –en la que se presume un nada oculto biopic ejemplarizante-, y con un estupendo guión a cargo del posterior blackisted Albert Maltz, PRIDE OF THE MARINES nos narra la historia de Al Schmidt. Un joven corriente y vitalista, bromista e irónico que vive en Philadelphia y casi de forma casual se relaciona con Ruth (Eleanor Parker), decidiendo enrolarse entre los marines norteamericanos tras el bombardeo de Pearl Harbor. Tras resistir el asedio de los nipones sufre el impacto de una granada, lo que le llevará a sufrir una ceguera que, mas allá de las graves lesiones físicas le llevarán a sufrir una depresión que le llevará a aislarse de su entorno -especialmente de su novia-, ya que se encuentra en recuperación en San Diego. El paso del tiempo no mejorará su estado de ánimo. Ni siquiera el hecho de otorgársele una condecoración por su valor en combate le ayudará a ello, pretendiendo que ni Ruth –con la que aparentemente ha roto y ha ocultado su ceguera pero quién está al corriente de su situación merced a la ayuda que le presta desde la distancia la paciente enfermera Virginia- acuda a recibirlo a la estación del tren. Sin embargo, pese a todo su fiel enamorada logrará llevar –con una argucia- a Al a su antiguo hogar, donde logrará que este se enfrente ante su situación y logre abrirse vías de futuro junto a ella y sus siempre fieles amigos.

No se puede ocultar que leyendo esta sencilla descripción del argumento, puede parecer que PRIDE OF THE MARINES es un producto de lo más convencional. En cualquier caso en el cine lo que importa en última instancia es el tratamiento que reciba cualquier historia narrada, y en este caso sorprende por la modernidad con que queda expuesta. Su primera media hora se desarrolla en un inicio en el que el propio protagonista inicia su historia con su voz en off, describiendo el marco en que se va a desarrollar la historia –la ciudad de Philadelphia-. En este largo fragmento se ofrece un retrato bastante cotidiano y creíble de la vida en las clases medias urbanas norteamericanas, con una acertada descripción de caracteres y algunos buenos momentos de comedia en los inicialmente tensos contactos mantenidos entre Al y Ruth –las divertidas secuencias en la pista de bolos y posteriormente en la parada del autobús-. Según se ha ido consolidando la relación de ambos, se produce la noticia del bombardeo de Pearl Harbor y por medio de una elipsis –elemento este que nos evitará los momentos más convencionales y melodramáticos de la película- nos traslada ya a un Al inscrito en los Marines y a punto de partir. Ya en este fragmento la presencia de movimientos de grúa de retroceso nos hablarán bastante de los progresos en los sentimientos de los dos protagonistas –un rasgo en el que Daves siempre demostró una gran pericia; el que se describe cuando ambos están en cacería-.

Al se despide de su ya prometida y le pide que no acuda a despedirle a la estación del tren. Sin embargo, y tras vislumbrar un gran plano general en el que el futuro soldado se encuentra solo en la inmensidad de la misma –en los minutos finales del film se reiterará otro de similares características a su regreso-, esta ha decidido finalmente ir a despedirlo tal y como en el fondo él esperaba. Ello provocará una emotiva despedida que incluye la entrega de un anillo por parte de Al a Ruth –una vez más, se nos evita el tópico del momento de la repercusión de ambos, ya que ella descubre el contenido cuando él ya ha partido en el tren-.

La película avanza a la voz en off de Ruth –mientras la imagen nos ofrece planos de archivo de las fuerzas USA en Japón-, que muy pronto varían a imagen de la ficción y retoma en una narración –igualmente en off- más áspera por parte de Schmidt. Será el siguiente bloque la descripción –tensa y dura- de un asedio al que son sometidos nuestro protagonista y dos de sus compañeros por parte de soldados nipones. Estos resisten el mismo y aniquilan a un gran número de enemigos, pero una granada desplegada por uno de los soldados hará que Al sufra una ceguera –tras el dramático instante en que contemplamos su efecto encuadrándolo de espaldas-. A partir de ahí la película ofrece un notable giro ya que hasta su conclusión –aún nos queda una hora de metraje-, se narre el intento infructuoso de recuperación del protagonista, su depresión al considerarse un ser sin futuro, las luchas de la enfermera que pacientemente le ayuda o las cartas que le escribe una Ruth que no cesa en su interés por él pese a conocer la noticia de la ceguera. PRIDE OF THE MARINES no deja de ofrecer en este largo fragmento una serie de disgresiones sobre las consecuencias de la guerra entre aquellos soldados que acudieron a combatir en la misma y han tenido un retorno traumático a la sociedad civil.

Es evidente que quizá en algún momento el tono patriotero se manifiesta, pero no es menos cierto que tanto por la dureza con que en ocasiones se muestra el guión, la sinceridad y la inventiva con que está resuelta cinematográficamente y la eficacia de su reparto -en el que es obvio decirlo, el magnífico trabajo que realiza John Garfield demuestra no solo su fuerza en la pantalla sino al mismo tiempo la modernidad de su estilo interpretativo-, contribuyen a que el interés de la película no solo no decaiga, sino que siempre encuentre asideros en el espectador, siendo en todo momento consciente del interés y la honestidad con que ha sido ejecutado. Y si bien podemos ver elementos que posteriormente han sido imitados hasta la saciedad en el género –las pesadillas de Al viradas con el fotograma en negativo- no es menos cierto que alcanza algunos momentos de gran fuerza, como en el instante en el que descubre que –sin él pretenderlo- ha regresado a su casa, al descubrir los peldaños de su escalera.

Realmente notable este PRIDE OF THE MARINES, que demuestra el talento como realizador de un Delmer Daves que se encontraba ante uno de sus primeros títulos, y que años después destacaría por su más que considerable aportación al western.

Calificación: 3

NEVER LET ME GO (1953, Delmer Daves) No me abandones

NEVER LET ME GO (1953, Delmer Daves) No me abandones

Extraño producto de la Metro, NO ME ABANDONES (Never Let Me Go, 1953) destaca evidentemente por la destreza en la realización por parte de Delmer Daves –aunque no se trate de un producto en el que este estupendo realizador pueda dar muestras amplias de su personalidad-. Fundamentalmente cabría definirla como una mezcla epigonal de aquellas producciones también protagonizadas por Clark Gable en los años 30 y dirigidas por artesanos como Jack Conway.

En este caso la película que nos ocupa ofrece una extraña mezcla de film romántico, alegato anticomunista, comedia, relato de aventuras y película policíaca o con estética de cine negro. En una mezcolanza de tal calibre resulta interesante y hasta cierto punto sorprendente los cambios de registros que ofrece su metraje, que quizá no aprieta el acelerador en ninguna de estas vertientes pero en todas ellas deja algunos buenos momentos, mientras que en la vertiente anticomunista sus puyas hoy día destaquen por su ingenuidad –y, por que no decirlo, acertada crítica al estalinismo-.

NO ME ABANDONES cuenta la historia de Philip Sutherland (un Clark Gable que ofrece su facilidad para la comedia), periodista norteamericano destacado en Rusia en los tiempos de la liberación tras la conclusión de la II Guerra Mundial. Durante este periodo se ha enamorado de Marya (Gene Tierney), una bailarina de ballet que de forma callada corresponde a sus sentimientos. Ambos deciden casarse pese a las dificultades en la concesión de pasaporte por parte de unas autoridades rusas que muy pronto hacen notar los vicios del régimen de Stalin. La pareja de recién casados conocerá a Denny (Richard Haydn) –oficial británico destacado en Rusia- y su esposa soviética, que se encuentran en la misma situación que ellos. Denny será deportado dejando a su esposa en su país y sin poder conocer a su hijo al dejar a esta embarazada. Por su parte Philip es sometido bajo engaño a la misma condición, deportándolo a Estados Unidos y dejando a Marya en Rusia. Poco a poco las intenciones del periodista se centrarán en el deseo de recuperarla, aunque ello signifique la odisea de viajar desde Inglaterra hasta la propia Rusia en una barcaza para rescatarla. Una aventura en la que participará Joe (Bernard Miles), experto en el manejo de los veleros y se incorporará el británico al conocer que su pequeño hijo ha fallecido.

Argumento arquetípico con el que Daves se muestra aplicado, haciendo gala de su experto manejo de la grúa en ocasiones y tratando con placidez las diversos cambios de tono que si bien impiden que el espectador se adentre en el conflicto del film, si al menos permiten que este se vea con la suficiente placidez. Desde sus planos iniciales –que recurren a fragmentos de archivo de imágenes de desfiles rusos- la película destaca por su ironía, elemento en el que destaca la voz en “off” de Gable ofreciendo el contrapunto distanciado a lo que vemos, un recurso que será utilizado por cierto en determinadas ocasiones –algunas innecesarias- y al que en un momento determinado se agrega la de Joe –en una extraña variación del punto de vista-. También en la vertiente de comedia hay que resaltar ese impagable momento en el que los oficiales rusos censuran una emisión radiofónica con veladas alusiones al “genio” de Stalin.

Como antes señalaba la parcela anticomunista desplegada es inocua y superficial, aunque permita en su contrapunto la potenciación del elemento dramático fundamentalmente en lo referente a las deportaciones de Philip y Denny o el propio instante en el que el segundo anuncia su incorporación a la odisea del reportero al saber que su pequeño hijo –al que no ha llegado a conocer- ha muerto. Al mismo tiempo hay que destacar que en determinados instantes –fundamentalmente las secuencias desarrolladas en la vivienda que tiene el periodista en Rusia- estas están iluminadas y dramatizadas con estética de relato negro –vertiente en la que Daves ofreció pocos años atrás una de sus mejores películas con SENDA TENEBROSA (Dark Passage, 1947).

Al mismo tiempo y como no podía ser menos en un film de Daves, por más que este se encuentre muy limitado por el look de las producciones de la MGM, la faceta romántica tiene su presencia fundamentalmente en las secuencias en las que un añorante Philip pasea por puertos y parajes marítimos en Inglaterra rodeado de gaviotas, y en diversos momentos en los que Marya escenifica diversos pasajes del ballet “el lago de los cisnes”, que siempre tienen una relación con la evolución de su personaje.

La ejecución del viaje en un pequeño barco hacia Rusia para rescatar a las dos soviéticas posibilita un divertido encuentro con unos marinos rusos y una apuesta bebiendo vodka y una vez llegados a la localidad en la que está actuando Marya, Philip se viste como oficial ruso de sanidad y es confundido como tal en la mejor situación de la película; la vestimenta le hace socorrer a un general de dicho ejército que agradecido le invita a su palco. La esposa al verlo allí se desmaya y esa misma circunstancia –ser un falso doctor- le posibilita acercarse a ella e iniciar su rescate.

Como antes señalaba, NO ME ABANDONES es un film que se ve con cierto agrado dentro de su singularidad, sus notorias irregularidades y las enormes limitaciones que impone el estudio que la posibilitó, pero reflejando destellos del talento de su realizador, Delmer Daves, en aquellos momentos aún sin iniciar su estupendo ciclo de westerns.

Calificación: 2