MUTINY ON THE BOUNTY (1935, Frank Lloyd) Rebelión a bordo
Si tuviéramos que realizar un listado de los films del cine de aventuras mas reconocidos o galardonados en la historia del cine clásico, sería obligado introducir en ellas MUTINY ON THE BOUNTY (Rebelión a bordo, 1935. Frank Lloyd). El mero hecho de ser una de los primeros exponentes del género que logró el Oscar a la mejor película, o el suponer una referencia a otras dos versiones más –realizadas en 1962 y 1984-, son motivos de facto, para tener una cierta consideración ante esta película, que desde el primer momento aparece como una producción “de prestigio” en el seno de la Metro Goldwyn Mayer, adaptando la novela escrita por Charles Nordhoff y James Norman Hall, e incorporando en la gran pantalla el conocido enfrentamiento registrado en alta mar entre el Capitán Bligh (Charles Laughton) y el oficial Fletcher Christian (Clark Gable). Para ello, contará con un equipo de producción en que, además del propio Lloyd, destaca la presencia de personalidades tan valiosas como Albert Lewin, Arthur Edeson –fotografía-, Cedric Gibbons o Jules Furthman, entre otras. Son indicios que nos encontramos ante una apuesta considerable por parte del estudio hegemónico del Hollywood de aquellos tiempos, como lo ejemplificaron en aquellos años otros exponentes igualmente delimitados dentro del subgénero de aventuras marinas, como pudieron ejemplificar CAPTAINS CORAGEOUS (Capitanes intrépidos, 1937. Víctor Fleming). Lo que sucede con el film de Lloyd, sin por ello dejar de reconocer que nos encontramos con un título apreciable, es que en buena parte de su metraje se encuentran ausentes las sugerencias que emanan de su argumento. Es decir, que en la odisea que describe la rebelión entre dos modos de entender la vocación marina, contraponiendo esa singladura por buena parte del mundo a mediados del siglo XVIII, aparece como excesivamente envarada. Cierto es que el dibujo de los principales personajes se ofrece con solidez –aunque ello resulte en exceso supeditado al lucimiento de su pareja protagonista-, teniendo una especial prestancia el cuidado ofrecido al marco coral o de intérpretes secundarios. En es dicha vertiente donde el film de Lloyd adquiere una auténtica credibilidad, por más que en otros elementos de su propuesta el paso de los años no haya pasado en balde. Y es que uno echa de menos a la hora de integrarse en el relato, la frescura que por aquellos mismos años proporcionaban las justamente célebres apuestas de la Warner, de las que queda como referente canónico CAPTAIN BLOOD (El capitán Blood, Michael Curtiz), curiosamente rodada el mismo 1935. Lo que en el film de Curtiz era una casi perfecta combinación de las posibilidades del cine de estudio y la frescura que proporcionaba el aliento aventurero extraído de la novela de Sabatini, en esta ocasión se transforma en un argumento claustrofóbico, que acierta cuando esta vertiente incide de una manera más contundente, pero que se diluye cuando el enfrentamiento de sus dos principales personajes no logra sobrepasar la barrera del vehículo de lucimiento de sus dos estrellas. Es curioso consignarlo, aún cuando aún no he tenido ocasión –o ganas- de contemplar la versión que en 1961 filmara Lewis Milestone –contando con Marlon Brando y Trevor Howard como protagonistas-, pero habiendo contemplado la versión posterior realizada por Roger Donaldson al servicio de Mel Gibson y Anthony Hopkins, parece que esta historia no ha tenido demasiada suerte en sus diversas traslaciones a la pantalla, devorando su duelo protagonista cualquier otra faceta o elemento de complejidad que pudiera enriquecer un argumento que se plantea con un sentimiento casi unívoco.
Es así como dentro de un metraje excesivamente generoso, pronto se añoran la presencia de matices de mayor interés, que hubieran podido elevar el interés de una película que en no pocas ocasiones –y estimo que con bastante justificación- ha sido calificada como la perfecta integración del cine de aventuras al contexto de la qualité cinematográfica aportada por la Metro Goldwyn Mayer. Hechas estas oportunas objeciones, no sería justo dejar de señalar que en el último tercio de su metraje, MUTINY ON THE BOUNTY gana en intensidad, alcanzando un fragmento en el que se abandona cualquier aspecto de tesis, apostándose de manera más clara y directa por un contexto de axfisiante fisicidad, a partir de la rebelión consumada de Christian, dejando a Bligh y a sus fieles al destino del alta mar, en medio de una pequeña canoa, mientras este regresa a Tahití con la Bounty, intentando buscar un periodo de prosperidad en la vida de todos sus tripulantes. El acierto vendrá dado de una parte al trasladar con fuerza la fisicidad de las dificultades del depuesto capitán, mostrando al mismo tiempo un aspecto humano de su personalidad al poner en evidencia su capacitación para el manejo del mando sobre el mar. Será quizá la oportunidad buscada para lograr percibir aspectos positivos de una personalidad extraña y cuestionable, quien sin embargo logrará hacer valer su sabiduría en un momento crítico para salvar una tripulación destinada a la extinción. Será al mismo tiempo la oportunidad de exponer ante el espectador una visión contrapuesta de la figura de Christian, a quien se mostrará dubitativo y quizá en cierto modo, incapaz de mostrar esas necesarias dotes de mando que, si bien fueron de utilidad para contener los desmanes de su superior, probablemente no sean suficientes para relevarle en el desempeño de dichas responsabilidades.
Si más no, y pese a un prestigio desmesurado en el que tiene bastante que ver esa condición de película “Oscarizada”, MUTINY ON... es un título que jamás podría ser incluida en cualquier antología de las más brillantes aventuras marinas brindadas por el séptimo arte, e incluso tampoco es reveladora de las virtudes de ese nunca suficientemente analizado Frank Lloyd –las hipotéticas cualidades de su cine siguen siendo un misterio para no pocas generaciones de aficionados-, pero ello no nos impide disfrutar de un considerable fragmento de buen cine, coincidiendo con el último tramo de esta, reconozcámoslo, demasiado larga película.
Calificación: 2’5