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CINEMA DE PERRA GORDA

John Boulting

SEVEN DAYS TO NOON (1950, John & Roy Boulting) Ultimátum

SEVEN DAYS TO NOON (1950, John & Roy Boulting) Ultimátum

En la cotidianeidad de la vida londinense de posguerra, un sobre se introduce en el buzón de 10 de Downing Street. Este será el percutante inicio de la magnífica SEVEN DAYS TO NOON (Ultimátum, 1950). Supondrá una de las ocasiones, en las que el valioso tándem formado por los hermanos John y Roy Boulting -ambos directores, guionistas y productores- firmaron al unísono una de sus películas -por lo general, Roy se prodigó más en las tareas de realización-. Todo ello sucederá, en el periodo previo al que ambos hermanos, se definieron por una sucesión de agudas sátiras, características de la comedia británica, bien entrada la década de los cincuenta. Por el contrario, nos encontramos ante una producción severa y ambiciosa, magnífica mixtura de los confines que iban a definir la ciencia-ficción cinematográfica en Inglaterra, acertando en una insólita simbiosis, de diversas corrientes o géneros, inherentes el cine de las islas.

Ya su propia secuencia de genéricos, en cierto modo, tanto por la planificación de la vida diaria londinense, la disposición de sus títulos de crédito, e incluso el original fondo sonoro, propuesto por John Addison, estoy convencido que fueron tenidos muy en cuenta por Alfred Hitchcock, cuando decidió configurar -junto a la colaboración de Saul Bass y Bernard Herrmann- la afilada presentación de su magistral NORTH BY NORTHWEST (Con la muerte en los talones, 1959). Será el preámbulo, al inicio del drama que centrará el relato, del que tendrá las primeras noticias el superintendente Folland (un extraordinario Andre Morell), tomando con relativo escepticismo, la carta enviada al primer ministro inglés; si en una semana no anuncia la renuncia a la fabricación de armas atómicas, el firmante de la misma -el profesor Willingdon (espléndido Barry Jones), activará una bomba que destruirá el parlamento inglés y, con ello, la onda expansiva se extenderá a buena parte de Londres. Las primeras pesquisas, casi formularias, le irán centrando al entorno de la vida cotidiana del científico, comprobando con horror, que este ha huido de su entorno universitario y familiar, lo que proporcionará más credibilidad al siniestro aviso.

A partir de ese momento, SEVEN DAYS TO NOON se irá articulando dentro de la sucesión de jornadas que llevarán a la fecha límite de la amenaza, en una perfecta gradación de un crescendo cinematográfico, utilizando para ello diferentes elementos, consustanciales a las mejores corrientes del cine inglés. Una de ellas, su corriente realista que, por un lado, nos permitirá un magnífico documental de ese Londres que con rapidez, se ha recuperado del trauma de la II Guerra Mundial. Las imágenes del film de los Boulting, respiran autenticidad, pero en sus aterradoras imágenes casi de conclusión, con esa ciudad prácticamente desierta, no dejan de preludiar, posteriores y prestigiadas experiencias, puestas a punto en USA -de ON THE BEACH (La hora final, 1959. Stanley Kramer) a THE WORLD, THE FLESH AND THE DEVIL (1959, Ranald MacDougall)-, hasta en el propio cine británico, a cargo de Peter Watkins. Ello, por no citar, las referencias cinematográficas, que nos podrían brindar, de las fantasmagóricas imágenes urbanas, que nos ha ofrecido el muy reciente COVID-19. Por otro lado, la película acierta en su precisa descripción de caracteres, en plena prolongación de esa querencia de aquella cinematografía por el drama psicológico -a fin de cuentas, la piedra angular de su cine-. Todos y cada uno de sus personajes, incluso los más episódicos y chocantes, albergan ese fondo de credibilidad dramática a sus espaldas. Como esa casera chismosa, siempre con el cigarro en la boca, que alquilará una habitación al científico llegado a Londres para llevar a cabo su plan, que sospechará y se atemorizará, de los pasos que escucha de su nuevo inquilino, bien entrada la noche, viviendo una secuencia, directamente ligada al gótico cinematográfico británico. O esa actriz ya desahuciada, que acogerá a Willingdon en su casa y que, de manera inesperada, tendrá que vivir junto a él, sin poder escapar, la angustia de la cercanía de la detonación.

Hay un elemento que, a mi modo de ver, se inserta en la película, y que en algún momento considero no articula siempre con acierto el contrapunto en el relato, y es la presencia de elementos irónicos y humorísticos en determinados momentos -prueba del cual sería la conclusión final de la película, tras un climax de extraordinaria fuerza-. En cualquier caso, será una pequeña objeción, para una película que funciona a la perfección, con la implacable precisión de su mecanismo de relojería. Que tiene el acierto de plasmar a ese científico desquiciado con la suficiente humanidad -lo que no excluye que, en ciertos momentos, se le describa con cierta aura amenazadora-, al tiempo que  desarrollará con enorme  sentido del detalle -y sin subrayados- el cerco que las autoridades van ejerciendo en su búsqueda -esos grandes cartelones con su imagen, cada vez más omnipresentes, la creciente cercanía de los miembros del ejército, la casualidad de que su hija y su novio, lo contemplen casualmente-.

Lo cierto es que la diversidad de estilemas narrativos que plantea SEVEN DAYS TO NOON, se incardinan con tanta precisión, como naturalidad. Todo obedece a un encomiable sentido de la lógica, en el que la adopción de unas u otras características, están engarzadas con guante de hierro, permitiendo que una intriga en el fondo de tan sencilla efectividad, se vea enriquecida por esos quiebros y variaciones tonales, que en un momento dado adquieren un insólito verismo, en otros se centran dentro del ámbito del suspense, en el contexto de la política-ficción -las secuencias que revelan las decisiones del primer ministro y su gabinete-, en otros alberguen una extraña sensación de cercanía dramática o, por decirlo de otro modo, de traslación de los marcos habituales en el cine inglés, a la hora de plasmar esas historias cotidianas, con personajes sencillos, pero al mismo tiempo llenos de matices en sus enunciados.

Poco a poco, día tras día, la amenaza que plantea el film de los Boulting, se hará más angustiosa, desplegándose por un lado las investigaciones, para intentar detener al bondadoso, pero totalmente lunático científico -la primera de las secuencias de este, en el interior de una parroquia aún en estado ruinoso -tras los bombardeos de la guerra-, adquiere un aura casi fantasmal-. Es lógico, que esa tensión se acentúe cuando la fecha se acerca, y podamos contemplar como el ejército al mando del gobierno, articule una operación de desalojo, tan extenuante como impecablemente realizada, estando presente en todo momento la sempiterna flema británica -veremos cómo se salvaguardan la corona inglesa, estatuas, obras de arte...-. Y todo ello, ayudado por la excelente y verista fotografía en blanco y negro de Gilbert Taylor, y un fondo sonoro que, fundamentalmente, prosigue dicho sendero. Todo ello, hasta llegar a esas secuencias ya descritas, en el entorno de un Londres desierto, en el que solo deambularán las fuerzas de seguridad, contemplando el espectador como poco a poco, casi por descarte, se van a acercando al cada vez más asediado científico -en una serie de secuencias, que me recordaron no poco el asedio vivido por Peter Lorre en M – EINE STADT SUCHT EINEN MÖRDER (M, el vampiro de Düsseldorf, 1931. Fritz Lang). De manera paulatina, este se verá localizado, de nuevo, en el interior de esa iglesia en ruinas, describiéndose en el recinto sagrado una dolorosa catarsis, en cuanto a las últimas acciones de ese científico que, pese al daño que está a punto de provocar, no deja de suscitarnos conmiseración, y absolutamente aterrador, en la culminación de su suspense, merced a un asombroso montaje de primeros planos y detalles, en los que como espectador, llegamos a sentir en carne propia, la cercanía del horror de nuestra propia aniquilación.

En definitiva, además de sus intrínsecos valores cinematográficos, SEVEN DAYS TO NOON aparece más allá de ser una obra magnífica, como un valioso precedente, de una corriente, que tuvo una posterior prolongación, de manera muy especial en el cine norteamericano. Realizadores como John Frankenheimer o Sidney Lumet, estoy seguro que, en su momento, dieron buena cuenta de ella, y no les faltaba razón.

Calificación: 3’5

THE FAMILY WAY (1966, John & Roy Boulting) Luna de miel en familia

THE FAMILY WAY (1966, John & Roy Boulting) Luna de miel en familia

Todavía no se ha producido el momento –intuyo que ni siquiera dentro del ámbito de la propia Inglaterra-, en que se someta a un estudio severo, el aporte de uno de los grandes tándems que vivió el cine de las islas, entre mediada la década de los cuarenta, hasta finales de los sesenta, en unos últimos pasos poco frecuentes y desprovistos de interés. Sin embargo, creo que la posibilidad de acceder a buena parte de sus títulos más atractivos, han de posibilitar una mirada ya suficientemente fundada, a la hora de analizar a estos frecuentadores de cine de género, por lo general inclinados a dar vida propuestas caracterizadas por su singularidad, que quizá albergaran su punto más alto de interés, en la admirable THE MAGIC BOX (1951, John Boulting), inesperado y emocionado homenaje a la figura de uno de los creadores del cinematográfico en Gran Bretaña.

Pues bien, entre una filmografía –conjunta o por separado, a la hora de firmar sus películas-, en la que predominan sátiras de notable alcance, los últimos años de su producción quizá se diluyó, dentro de esa cierta incapacidad para integrarse en nuevas vertientes cinematográficas, hasta el punto de caer a un punto tan bajo, como la mediocre comedia SOLFT BEDS, HARD BATTLES (Camas blandas, batallas duras, 1974. Roy Boulting). Entremedias de ambas coordenadas, THE FAMILY WAY (Luna de miel en familia, 1966. John & Roy Boulting), podríamos señalar que se encuentra en un cierto término medio. No alcanza el nivel de sus mejores realizaciones, pero no deja de resultar una película dotada de cierto interés, que acierta relativamente al imbricar los modos habituales del tandem de cineastas –en los que no quedará ausente su singular mirada irónica-, dentro de un radio de acción, que asume por un lado esa mirada en torno al mundo obrero británico, y por otro, la evolución que se brinda en aquel tiempo en su sociedad. Pero al mismo tiempo, en sus imágenes se brinda el intento de los Boulting por insertarse en un ámbito cinematográfico, dominado desde hacía varios años, por los cineastas y figuras emanadas por el Free Cinema y allegados. Sin embargo, nos introducimos en un contexto más o menos discutible, en la medida que considero que los Angry Young Men, en realidad fueron los canalizadores de una corriente crítica y realista, vigente en el cine británico desde décadas atrás.

En realidad, THE FAMILY WAY aborda, dentro de una mirada inicialmente distanciada, y progresivamente sensible, el universo de una pareja de jóvenes, formada por Arthur Fitton (Hywell Bennett) y Jenny Pipper (Hayley Mills). Ambos son hijos de su tiempo, procedentes de sendas familias obreras, a los que encontramos a punto de contraer matrimonio. La película ahonda en ese elemento descriptivo, dentro de la Inglaterra del Swinging London, y lo hace con una notable certeza, que se muestra en la fisicidad de sus enclaves urbanos, o en la descripción de su tipología humana. El espectador siente muy cercanas las viejas paredes de la vivienda de los Fitton –Ezra (John Mills) y Lucy (Marjorie Rhodes)-, padres del muchacho, cuando estos finalmente no puedan conformar su luna de miel –son estafados por el responsable de la agencia en donde han efectuado sus pagos-. Por tanto, y ante la imposibilidad de lograr una vivienda adecuada, tendrán que residir en la modesta vivienda de la familia de Arthur. Ello no será más que el epicentro de una incómoda situación, en la que el joven matrimonio no podrá desarrollar la libertad de su enlace, sometidos a presiones de unos y de otros. A dificultades sociales –tanto esa imposibilidad de acceder a una vivienda, o las propias dificultades laborales de ambos-, se unirán dos inusuales elementos de presión. El primero, la contumacia ofrecida por Ezra, el padre de Arthur, a la hora de entrometerse en el funcionamiento del matrimonio. El otro, más importante, y auténtico nudo gordiano del drama que expresa la película, la ocasional impotencia sufrida por el joven esposo. La tensa situación vivida por la joven pareja, de manera incomprensible –e insospechada-, irá extendiéndose en el conjunto de la vecindad. La circunstancia irá tornándose asfixiante para el recién entrelazado matrimonio, y entre los padres del muchacho reaparecerá una extraña relación triangular que mantuvieron los Fitton, representado por un íntimo amigo de Ezra, que compartió los primeros pasos de su andadura matrimonial con Lucy.

Basada en una obra teatral de Bill Naughton –ALFIE (Idem, 1966. Lewis Gilbert)-, THE FAMILY WAY asume, desde sus primeros compases, esa circunstancia de producto puente, brindado por unos cineastas definidos en unos parámetros dominados por el conservadurismo y la comercialidad británica, inmersos en el seno de una propuesta que podría coincidir con los parámetros de los kitchen sink drama. Así pues, ambas circunstancias confluirán en un conjunto que amanece con ciertas dosis de superficialidad y tono de comedia. También con una pintura descriptiva que, a la postre, se revelará como el mayor rasgo de interés de su conjunto. Por fortuna, los Boulting tendrán la suficiente agudeza, para no recaer en formalismos visuales muy de moda aquel tiempo y, en su defecto, acentuarán esa mirada en esa inclinación descriptiva de tipos y costumbres, que logrará transmitir una cierta sensación de veracidad. Para ello, sus artífices utilizarán una entregada iluminación en color del veterano Harry Waxman, que casi llegar a manchar la pantalla, de la humedad de los rincones e interiores recreados. Resultará igualmente valioso el aporte de su banda sonora por parte de Paul McCartney que, de maneras inesperada, y abandonando cualquier veleidad musical, se revela un eficaz conocedor de la entraña musical cinematográfica.

En cualquier caso, en el film de los Boulting destaca el acierto a la hora de perfilar esos roles secundarios e incluso episódicos, y en sus principales personajes destaca una magnífica dirección de actores, que no solo permitirá la eficiencia de la pareja protagonista –en especial, ese extraño joven actor que fue Hywell Bennett-, sino que se extenderá a los padres del muchacho, brindando a John Mills –que cada vez tengo más claro fue el actor más representativo del cine inglés de todos los tiempos-, un trabajo magnífico y, sobre todo a la apenas conocida intérprete teatral Marjorie Rhodes, que interpreta el rol de la madre de Arthur con tal intensidad, que llega a adueñarse del conjunto de la película. Un argumento que poco a poco se irá adentrando en las entrañas del drama, sin olvidar en ningún momento leves aportes de comedia –la manera con la que se extiende la impotencia del muchacho-, en medio de un entorno vecinal dominado por la frustración –la inquina que desprenden los amigos y compañeros de trabajo de Arthur, centrados en esa sala de proyección-, o el puritanismo –las vecinas chismosas-. En definitiva, no se trata de nada que no hayamos visto en decenas de títulos británicos de mayor calado. En cualquier caso, ello no nos impide valorar en la medida que merece, el esmero con que los Boulting trazan el desarrollo de un drama en apariencia inofensivo, que tendrá un especial desarrollo en las secuencias interiores descritas en la modesta vivienda de los Fitton, y que de manera paulatina se irán insertando en las costuras del drama, hasta confluir en una conclusión inesperada –la intuición de que Arthur en realidad fuera hijo del gran amigo de su Ezra-, descrita dramáticamente por medio de un plano general coral, sobre el que se insertará un fundido en negro; las cartas se han puesto sobre la mesa. No faltará en la película un inesperado homenaje al Free, presente en las fugaces imágenes que se nos brinda en una de las proyecciones de la sala de cine; la coetánea y magnífica MORGAN IN A SUITABLE CASE FOR TREATMENT (Morgan, un caso clínico, 1965. Karel Reisz).

Calificación: 2’5

THE MAGIC BOX (1951, John Boulting)

THE MAGIC BOX (1951, John Boulting)

THE MAGIC BOX (1951, John Boulting) contiene bajo mi punto de vista uno los mejores fragmentos de la historia del cine británico. Desarrollando su enunciado dramático como una especie de singular biopic sobre la andadura de uno de los precursores de la traslación de la fotografía al cine; el inglés William-Friese Green (en una admirable y matizada performance de Robert Donat). El episodio que señalo, se centra en el momento en el que el inventor, tras numerosas frustraciones personales, logra acercarse al momento deseado. Ese instante en que todo creador sabe que tiene el fruto de su esfuerzo en sus manos, y quizá por ello, no se atreve a ratificarlo. La pantalla –una simple sábana blanca- se ilumina, y aparecen sobre ella unas líneas inconexas. Friese no puede ni mirar y cierra los ojos mientras el espectador comprueba por los cambios en las sombras que se están proyectando imágenes. El plano pasa al exterior de una calle de ambientación casi dickensiana –se trata de un almacén ubicado en una zona casi degradada-, en una noche donde se encuentran dos guardias que se van a relevar, mientras al fondo se ve la luz encendida de la ventana donde el protagonista ha desarrollado sus investigaciones. Este sale de la portería, provocando una alarma del agente que allí se encuentra –encarnado por un sorprendente Lawrence Olivier-. Aunque este cree que el inventor habla de un delito, lo que pretende el protagonista es que compruebe –y con él, el espectador-, el éxito del invento. Así pues, logra convencer al agente a que suba a su desvencijado laboratorio, mostrándole el milagro de esa película que muestra la filmación del paseo de su primo por un jardín que hemos contemplado previamente. El policía se queda asombrado, y con expresión complacida –extraordinario Olivier-, le señala “debe sentirse Vd. muy feliz”.

El extraordinario fragmento, sirve casi, casi como instante cumbre en esta insólita y al mismo tiempo magnífica tragicomedia que se define en THE MAGIC BOX, quizá la cima del talento del cine de los hermanos Boulting –unos cineastas que hasta hace no demasiado tiempo eran despachados con superioridad, como buena parte de los competentes cineastas de aquel país-, más conocidos por sus mordaces sátiras de diversos estamentos del país. En esta ocasión, la excusa del recorrido vital de la figura del pionero inglés –y partiendo del hecho de ser una producción destinada a representar al país de origen en el Festival de Britain de 1951-, contó por un lado con unos créditos magníficos –guión de Eric Ambler, fotografía del gran Jack Cardiff, especialmente acertada en esta ocasión, como más adelante comprobaremos-, y por otra la insólita presencia de un fastuoso reparto –en roles episódicos-, de buena parte de los intérpretes más célebres del país –al citado Olivier, podríamos añadir a Michael Redgrave, Margaret Rutherford, Michael Horden, Eric Portman, Richard Attenborough…- Elementos todos ellos que queda claro inciden en el hecho de encontrarnos ante una película producida con especial esmero, y que además destaca por estar dotada de una extraña estructura, insólita incluso vista en nuestros días, y demostrativa de la audacia que la cinematografía británica atesorara en no pocas ocasiones, incluso en un periodo como en el que se realizó esta película, que hasta hace pocos años era tachada como académica. Por otro lado, el film de John Boulting supone una de las muy escasas ocasiones en las que desde las islas se acometió una producción que se basara en el subgénero del “cine dentro del cine”. Sin embargo, lo que más puede destacar a la hora de contemplar esta admirable producción, es ratificar una vez más la interconexión que se estableció en el cine inglés a lo largo del tiempo.

El relato se inicia con un inserto que señala el año de nacimiento y muerte del protagonista, dejando impreso este último, y con ello advirtiéndonos que estamos asistiendo a los últimos momentos de su vida. Contemplamos el discurrir tranquilo de un hombre avejentado y acabado pero de amables modales, que acude al hostal en donde trabaja su segunda esposa –Edith (Margaret Johnston)-. El breve encuentro con esta resulta conmovedor, al tiempo que revela el estado de desahucio que vive un hombre bondadoso y perseverante, pero quizá incomprendido en el mundo en que vive. La cámara de Boulting sabe captar a la perfección esa rutina de la vida inglesa al rememorar en un breve flashbacks el pasado que unió a los dos esposos que se encuentran separados. Dominadas sus imágenes por unos tonos verdosos que nos entroncan en cierto modo con ese primitivo cromatismo que llegó al Séptimo Arte, el recuerdo de Edith se centrará en su encuentro con William, relatando de manera muy sencilla ese segundo matrimonio en su vida, para el que llegará a señalar con dolorosa lucidez, que quizá la misma ya estaba conclusa. Ese fragmento nos revelará los últimos ascensos y caídas del inventor, sumido ya en una fase de decadencia, mientras aquellos inventos que forjaron su prestigio, no servirán para mantener su inquietud de investigador de la traslación de la imagen.

La triste despedida de su esposa –que albergará algo de mortuorio presentimiento-, trasladará al precursor hasta una reunión de personas vinculadas al mundo de la naciente industria del cine inglés, en el seno de la cual nuestro hombre evocará elementos de su pasado, adentrándonos en un segundo y más prolongado flashback, en que se nos describirán sus años de juventud, iniciándose en un estudio fotográfico  -y propiciando en este episodio elementos ligados a la comedia-, del que se independizará, conociendo y casándose con su primera esposa Helena (Maria Schell). Será dentro de dicho ámbito, donde THE MAGIC BOX se adentrará de manera más detenida en el proceso de investigación del protagonista, alternando ello con la debilidad y enfermedad de Helena. Es en ese amplio fragmento, que se extenderá casi hasta el final del film, donde Boulting y su valioso equipo de colaboradores echarán el tarro de las esencias, a la hora de implicarse de manera admirable en este melodrama, que viene a confirmar una vez más, la extraordinaria intercomunicación que a lo largo de su devenir se estableció dentro del cine británico. Contemplando e incluso conmoviéndose con las tribulaciones de un hombre honesto consigo mismo y bondadoso con las gentes que le rodean, uno aprecia ciertos ecos en la recreación historicista que aparece como una traslación tardía y en color de los melodramas de la Gainsborough, o preludia en algunos momentos –las tribulaciones del inventor en el laboratorio- episodios precursores que Terence Fisher aplicaría en sus aportaciones en Hammer Films. En este sentido, hay unos planos magníficos que describen las aplicaciones de filtros en líquidos, proyectados en recipientes ubicados delante del rostro del protagonista, que por momentos aparece casi como una involuntaria premonición al posterior al magnífico THE MAN WHO COULD CHEAT DEATH (1959)  de Fisher. Pero esa sensación de asistir a un drama que al margen del atractivo de su enunciado, sirve de puente a la hora de establecer diversas corrientes en el cine británico, indudablemente nos liga al cine de Michael Powell y Emeric Pressburger –la extraña ligazón que se establece con la muy opuesta PEEPING TOM (El fotógrafo del pánico, 1960. Michael Powell en solitario)-, se une con la extraordinaria aportación del ya señalado Jack Cardiff, que ya en años anteriores había participado en apuestas cromáticas de The Archers, aunque no fue hasta la llegada de los cincuenta cuando esta unión entre operador de fotografía y cineastas llegó a unas cuotas de compenetración y experimentación de excepcional efectividad.

Caracterizada por esa extraña estructura en dos flashbacks de dispar duración y características, como si en ellos se formulara la imposibilidad de una segunda oportunidad en la vida del protagonista, precisa hasta extremos indecibles en las tribulaciones vividas por el inventor a la hora de dar con el resultado del objetivo central de su andadura vital, sensible y al mismo tiempo anticonvencional al describir los dos amores de su vida –la película evitará mostrar la muerte de su primera esposa-, THE MAGIC BOX supone una más de las muestras de la grandeza del cine británico. Una cinta que contó con el apoyo de numerosos profesionales de la industria, que no duda en concluir de manera harto dolorosa –la muerte de William-Friese Green tras pronunciar un casi implorante discurso ante los representantes de ese cine naciente inglés, y sin que estos reconozcan tras su síncope de quien se trata al revisar sus enseres- erigiéndose en última instancia, como un singular y sincero acto de amor por parte de todos cuantos participaron en ella. Una gran obra, merecedora de salir del olvido con autentica urgencia..

Calificación: 4

I'M ALL RIGHT JACK (1959, John Boulting)

I'M ALL RIGHT JACK (1959, John Boulting)

Para todos aquellos aficionados que se encuentren fuera del territorio británico, la imagen común que se mantiene de la existencia de un humor inglés, se centra de manera casi exclusiva en la referencia de las muestras de los Ealing Studios. Sin dejar de reconocer su influencia y la valía de gran parte de sus exponentes, lo cierto es que el humor fílmico de las islas se extiende más allá de dichos exponentes –no demasiado numerosos por otra parte- ni tampoco de la interminable y poco evocadora serie Carry On o Doctor in… –protagonizada por Dirk Bogarde-. En cualquier caso, lo cierto es que la facilidad con la que se define la génesis del humor británico, se centra en la aplicación de una base argumental de entrada rocambolesca, a partir de la cual se desarrollará todo un revulsivo de amplio alcance… pero siempre descrito sin perder en ningún momento la imperturbabilidad. Dicho enunciado se puede aplicar, punto por punto a I’M ALL RIGHT JACK (1959), una de las aportaciones de los curiosos hermanos Boulting –John y Roy-, que alternaban las tareas de realización y producción, e incluso el auspicio de diferentes muestras de género –en especial el policíaco junto a la comedia-. En esta ocasión, nos encontramos ante un título –como tantos otros de dicho tándem-, jamás estrenado comercialmente en nuestro país, aunque en Inglaterra aparezca como un pequeño clásico del género, hasta el punto de que en aquel año Peter Sellers recibiera el premio al mejor actor de la Academia Británica por su sorprendente encarnación del líder sindical Fred Kite.

Recuerdo hace bastantes años haber leído algunos comentarios que cuestionaban el supuesto sesgo reaccionario de la película, centrada en las argucias ideadas por unos empresarios sin escrúpulos, a la hora de insertar a un auténtico imbécil en el seno de una factoría de misiles, con el propósito certero de que con su ineptitud logre provocar una huelga de amplio alcance que les permitirá aflorar pingües beneficios haciendo negocios cuanto menos cuestionables. El sujeto en cuestión es el atolondrado Stanley Windrush (Ian Carmichael), quien una vez concluidos sus estudios y con el apoyo de su tía intentarás introducirse en el ámbito de los ejecutivos de la industria creciente en la Inglaterra de entrada la década de los cincuenta. Sus intentos demostrarán su nula cualificación para adentrarse en un mundo, en el que además demuestra una escasísima capacidad de trabajo. Sin embargo, será su tío Bertram Tracepourcel (un excelente Dennis Price), quien lo incorporará de manera aviesa en una firma de misiles, teniendo la certeza de que con su ineptitud logrará alcanzar ese punto de cataclismo empresarial, que servirá a sus intereses económicos. Y lo cierto es que sus intenciones se verán cumplidas. Desde el primer momento, y aunque Windrush se ha introducido en la misma como obrero, ocultando sus relación familiar con el dueño de la industria, pronto comenzará a hacerse notar con una serie incesante de torpezas, que pondrán en tela de juicio el modus operandi de la firma. Unos métodos que van desde la rígida estructura de sindicatos que comanda Kite, hasta la mezquindad que demuestra su jefe de personal, el hipócrita Hitchcock –el siempre memorable Terry-Thomas-. En medio de dicho contexto, poco a poco se irá recreando el ambiente para estallar una huelga de mucho mayor alcance de las que habitualmente celebran estos sindicatos llenos de liberados que no trabajan y se dedican a jugar a las cartas, pero cuyos derechos no pueden ser revocados.

Sin embargo, más allá de la visión que se ofrece de obreros dominados por la picardía, y empresarios que juegan en realidad con estos proyectando ganancias a un amplio alcance, lo cierto es que el desarrollo de I’M ALL RIGHT JACK se caracteriza por la misantropía que desprende la galería coral de personajes que pueblan su ficción. En realidad, la película parece erigirse como un curioso puente entre la disolvente THE MAN IN THE WHITE SUIT (El hombre del traje blanco, 1951. Alexander Mackendrick), proponiéndose como un precedente satírico de la inmediatamente posterior y eminentemente dramática THE ANGRY SILENCE (Amargo silencio, 1960. Guy Green), el mismo año en que Karel Reisz pusiera una pica en Flandes a la hora de mostrar el nuevo héroe obrero rebelde en su magistral SATURDAY NIGHT AND SUNDAY MORNING (Sábado noche, domingo mañana, 1960) Como se puede comprobar, dentro del ámbito de la sátira, e incluso insertando en ella algunos apuntes de brochazo grueso, Boutling logra establecer un marco coral en el que no se sabe que personaje resulta más mezquino. Si los mandamases que han llevado al pobre Windrush a los pies de los caballos, el propio protagonista, un arribista estúpido que quiere llegar a ejecutivo sin proponerse dedicarse por entero al trabajo, el líder sindical que solo vive a base de consignas, el jefe de personal, que solo sabe estar con el que tiene delante, o ese conjunto de obreros que solo defienden unos privilegios basados en la holgazanería.

Estamos hablando de una comedia satírica, y lo cierto es que el film de Boulting ofrece numerosos motivos de regocijo. Desde esa voz en off inicial que nos presenta de forma inesperada al distinguido anciano encarnado nuevamente por Sellers, símbolo de una visión antigua de Inglaterra, que morirá una vez se produzca la paz tras la II Guerra Mundial, la mirada ante la publicidad que irá prodigándose en las calles londinenses, la visita a una industria de confituras –impagable el plano en que una de las empleadas estornuda delante de una bandeja con dichos productos-, aspectos estos dos últimos –la invasión publicitaria y el poder creciente de las máquinas- que nos recordarán poderosamente el universo del norteamericano Frank Tashlin todavía no consolidado en USA. Una vez en la factoría, Windrush muy pronto irá percibiendo la picaresca que se establece entre el conjunto de los trabajadores, siempre dispuestos al paro, y entre los que incluso algunos se encontrarán escondidos ¡detrás de unas enormes cajas de madera, que este descubrirá al separarlas con su máquina, jugando a las cartas de manera anónima! ya que son aquellos que la empresa quería despedir, pero el sindicato ha decidido mantener como controladores. Todo un conjunto de actitudes dominadas por la vileza, que de manera inesperada provocarán un paro general industrial en todo el país, ante las que las declaraciones de los representantes sindicales y gubernamentales en realidad no aportarán nada, y nuestro alelado protagonista no solo irá adquiriendo conciencia, sino que se erigirá como un auténtico héroe nacional, al ser el único que acudirá diariamente al trabajo, provocando una situación incómoda tanto a empresarios como a sindicalistas.

I’M ALL RIGHT JACK supone, sobre todo, la posibilidad de proseguir en el terreno de trasladar aquella comedia amable que caracterizó el cine de la Ealing –aportaciones de Mackendrick aparte-, e insertarlo dentro de un contexto más relista, en el que no faltará la celebración de un debate televisivo que acabará como una batalla campal, desparramando Windrush el dinero que Cox (Richard Attenborough) había dispuesto para que simulara una enfermedad y se retirarara de la polémica. El lanzamiento de dichos billetes en pleno estudio, provocará situaciones francamente divertidas –esa gorda que cuenta una gran cantidad de libras cosechadas, de las que no se desprenderá de ninguna manera-.

El film de Boulting finaliza con tanto sentido irónico como de frustración. Todos aquellos personajes que durante la película lo han utilizado, lo convertirán en una víctima propiciatoria, siendo confinado a un tratamiento psiquiátrico, con lo cual aquellos que hicieron de él una víctima propiciatoria mostrarán su tranquilidad. Lo cierto es que dotado con magnífico sentido del ritmo, una ambientación obrera que casi se puede palpar, el conjunto de un cast magnífico –como es habitual en el cine británico-, y sabiendo estar de la mano de las nuevas corrientes que en aquellos años se adueñaban del cine inglés, I’M ALL RIGH JACK es una comedia perdurable, divertida y efectiva, marcada en la plasmación de la lucha de clases, al tiempo que demoledora en su expresión consustancial de la hipocresía inglesa. Cuatro años después, los hermanos Boulting incidiría en esta vertiente codirigiendo HEAVENS ABOVE! (1963), de similares logros y cualidades.

Calificación: 3