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CINEMA DE PERRA GORDA

Michael Mann

PUBLIC ENEMIES (2009, Michael Mann) Enemigos públicos

PUBLIC ENEMIES (2009, Michael Mann) Enemigos públicos

Cuando hace una década se estrenó PUBLIC ENEMIES (Enemigos públicos, 2009. Michael Mann), la película fue acogida con una enorme diversidad de valoraciones. No faltaron quienes se sintieron fascinados en torno al supuesto virtuosismo de su realizador, a la hora de recrear los últimos tiempos de la andadura como delincuente de John Dillinger, en el contexto de la Gran Depresión norteamericana. Sin embargo, del mismo modo aparecieron voces que cuestionaban el grado de acierto de la que hoy día sigue siendo penúltima película de su artífice. Y he de confesar que, a la hora de tomar partido por una de las dos posturas, no dudo en incluirme en la segunda de dichas vertientes. Ello no quiere decir que no se encuentre en su -excesivamente dilatado- recorrido argumental, episodios, facetas y momentos de gran cine. Sin embargo, en más ocasiones de las deseables, tengo la sensación que la formulación visual por la que se apuesta, contradice e incluso revientas las costuras de esa verdad interna que por momentos solo aparece intuida o latente.

De tal forma, no puedo por menos que situar este revisionismo cinematográfico de la figura de Dillinger, por debajo de dos propuestas mucho más alejadas en el tiempo. Es conocida sin duda la filmada por John Milius en 1973 -DILLINGER (Idem)-, caracterizada por su rigor y precisión en la ambientación de época. Sin embargo, tan lograda o más que esta, aunque imbricada en un contexto de serie B, y tomando como base un guion de Philip Yordan, aparece un previo DILLINGER (1945), propuesto por ese desigual y fascinante realizador que fue Max Nosseck, con un apropiado Lawrence Tierney asumiendo el rol protagonista. En esta ocasión, es un ajustado Johnny Deep el encargado de encarnar con no poco sentido de la épica, a este transgresor de la Ley, que se erigió casi como un símbolo de rebeldía, entre las clases más humildes y diezmadas en un entorno de tremenda crisis.

El film de Mann se inicia describiendo una de las dos fugas del protagonista de las prisiones en las que es encarcelado. Serán, de entrada, secuencias caracterizadas por un extraño sentido de la fisicidad, pero al mismo tiempo -y de forma paradójica- dominadas por un nulo sentido de la verosimilitud. Nos encontramos con el primer talón de Aquiles, de una película, que busca vehicular su razón de ser, articulando unas formas narrativas, dentro de los parámetros que hoy se definen como “modernos” -predominio de cámara en movimiento, fotografía oscura, líneas narrativas deliberadamente confusas, una apuesta por elementos digitales deliberadamente presentes, cierta fascinación a la hora de describir combates con armas de fuego, en el que se adultera incluso el sonido de las ráfagas y la balística, querencia por el ralentí…-. Será, indudablemente, el aporte que aplicará de manera muy decidida su director, a la hora de recrear la biografía del atracador, escrita por Bryan Burrough. Pero a mi modo de ver, son elementos que impiden que la propuesta destile esa autenticidad que, por el contrario, sí aparece en sus mejores instantes.

Y es algo que podemos percibir, en determinados instantes de la modulación que se manifiesta en ese aún joven agente Melvin Purvis (Christian Bale), intuyéndose en él ese debate interior, entre el defensor de la Ley que actúa con total convicción, cuando cae en las redes de los objetivos políticos del FBI, o cuando comprueba que la represión policial no duda en exteriorizar sus peores elementos ante una mujer a la que se interroga. Y se percibirá de mayor manera al poder comprobar la sutil y secreta fascinación de J. Edgar Hoover (magnifico Billy Crudup) por el emergente fascismo italiano, aplicando no pocas de sus autoritarias lecciones, en el seno de una democracia herida, como fue en aquel momento la norteamericana. O lo tendrá, indudablemente, el desarrollo de la relación amorosa, establecida entre Dillinger y Billie Frechette (notable Marion Cotillard) -magníficos los instantes en los que estos se encuentran y con rapidez consolidan su relación-, aunque algunos de sus encuentros y desencuentros en el tiempo, se encuentren de nuevo desprovistos de una necesaria credibilidad -algo imperdonable, en una producción tan cuidada y de tan extensa duración-. Es por ello, que dentro de su irregularidad, de sus altibajos, de sus carencias en la verosimilitud, de su apego a unas fórmulas visuales que chirrían por completo con una entraña dramática revestida de nobleza, uno ha de asumir PUBLIC ENEMIES como lo que a mi juicio es; un intento tan encomiable como fallido. Una propuesta que intenta alcanzar una imposible simbiosis entre clasicismo y unas determinadas formas visuales, que ya aparecen viejas. Que pretende combinar la gran producción con el intimismo. Y que aspira a incardinar un muy verosímil diseño de producción y ambientación, con una mirada sociológica carente en las producciones antes señaladas. Pues bien, todo ello no permite confluir en ese logro que se escapa casi desde el primer plano. Nos quedan los elementos antes señalados. Nos quedan unos afilados y casi siempre pertinentes diálogos. Nos queda una banda sonora adecuada. Nos cuadra esa atractiva analogía de las secuencias de MANHATTAN MELODRAMA (El enemigo público número 1, 1934. W. S. Van Dyke), en el que Dillinger creer ver en la relación cinematográfica de Clark Gable y Myrna Loy, una equivalencia entre la suya y Billie. Y nos queda una bellísima conclusión que, más allá de pasar por alto la enfática aniquilación del atracador, nos permitirá ese eco de una relación frustrada, que transmitirá, inesperadamente, el duro Charles Whintead (extraordinario Stephen Lang), uno de los artífices de la ejecución en las calles del propio protagonista. Una pincelada de insólito y bizarro romanticismo, en una película, que articula su desequilibrio, en esa pugna casi constante entre el redescubrimiento del clasicismo, y el sometimiento a nuevas técnicas visuales, impecables en su perfección, pero difusas en la pertinencia de su aplicación.

Calificación: 2’5

THE INSIDER (1999, Michael Mann) El dilema

THE INSIDER (1999, Michael Mann) El dilema

El referente de Michael Mann representa quizá uno de los máximos exponentes de cineastas encumbrados en un momento dado de su carrera, pero al que el paso del tiempo ha relegado a un relativo ostracismo. Entiéndaseme bien. No quiero decir que Mann no pueda ofrecer en el futuro título de interés. Sin embargo, su predilección hacia el medio televisivo, y el hecho de desde 2009 no haya vuelto a realizar una película –PUBLIC ENEMIES (Enemigos públicos)- ni se le conozcan proyectos en ese sentido –se encuentra más centrado en tareas de producción-, y aunque fuera esta película bien recibida y comercialmente resultara mínimamente rentable, lo cierto es que parece que su égida ha pasado. Y es cuando viene a la mente la acogida que asumió en su momento THE INSIDER (El dilema, 1999) –bajo mi punto de vista su mejor título, solo ligeramente por debajo de la posterior COLLATERAL (2004)-, erigiéndose ambas a mi modo de ver como los vértices de una filmografía menos valiosa de lo generalmente reseñado. El servilismo del director hacia no pocos efectismos y concesiones visuales, que en títulos como THE LAST OF THE MOHICANS (El último Mohicano, 1992) o MIAMI VICE (Corrupción en Miami, 2005), arruinan la mayor parte de sus supuestas virtudes, hemos de reconocer se encuentran presentes también en esta película –en el citado COLLATERAL esta circunstancia se encuentra más mitigada-. Sin embargo, ello puede limitar el hecho de encontrarnos ante un resultado que podría haber llegado a resultar admirable, pero que sin llegar a serlo más que en determinados instantes, no deja de resultar un thriller que ha logrado sobrevivir con éxito la barrera del paso de más de una década.

Aunando ecos del referente norteamericano emanado en la década de los setenta –que, tampoco conviene glorificarse, proporcionó títulos brillantes –THE PARALLAX VIEW (El último testigo, 1974)- y otros incomprensiblemente hipervalorados, como ALL THE PRESIDENT’S MEN (Todos los hombres del presidente, 1976), por citar dos obras firmadas por el mismo realizador, Alan J. Pakula-, lo cierto es que esa influencia se puede extender hacia exponentes como THE FIRM (La tapadera, 1993. Sydney Pollack). Es decir, que ya de entrada nuestro director prolonga una corriente muy arraigada –casi como si fuera un subgénero- dentro de dicho ámbito; el de denuncia de carácter liberal. Para ello, utilizará la concatenación de dos personajes de opuesta filiación, sometiendo al espectador a un confusionismo inicial, puesto que inicialmente se nos presentará al productor y periodista de la CBS Lowell Bergman (magnífico Al Pacino), muñidor en un segundo término de las rigurosas e influyentes entrevistas que el veterano Mike Wallace (Christopher Plumier), protagoniza en el programa denominado “60 minutos”. En concreto, sus primeros instantes nos describen las gestiones de Bergman para lograr la entrevista sin condiciones con un lider de los mullaydines. Será poco después, cuando de un modo bastante más mesurado a nivel narrativo –el episodio previo se caracterizará por esa presencia de esas debilidades visuales que en determinados instantes lastrarán las posibilidades del relato-, conoceremos el drama sufrido por el vicepresidente de una compañía tabaquera –Jeffrey Wigand (un eminente Russell Crowe, probablemente en el mejor papel de su brillante carrera)-, químico de profesión, que ha sido despedido inesperadamente debido a debilidades con el alcohol y, sobre todo, un carácter temperamental quizá incapaz de hacer oídos sordos al fraude contra la salud que acometía la compañía a la que servía. Todo ello supondrá tener que renunciar al cómodo tren de vida que sobrellevaba con su esposa y su hija, al margen de la humillación vivida en carne propia.

A partir de este punto de partida, la recepción de Bergman de un lote de documentación de procedencia anónima que avala este fraude contra la salud pública, unirá a nuestros dos protagonistas, con el poderoso inconveniente del contrato de confidencialidad que Wigand mantiene con la compañía que lo ha despedido. Será, por así decirlo, la unión de dos rebeldes con causa. Uno, liberado de tener que servir unos intereses que en el fondo le repugnaban –aunque cierto es que en la película queda un margen no explicado sobre lo que hubiera sucedido de no haber sido despedido-, y otro, un periodista que valorará ante todo la dignidad de su trabajo a la hora de respetar la confidencialidad de las fuentes obtenidas, sin que ello deje de lado la búsqueda de programas e invitados que garanticen la máxima rentabilidad comercial a sus productor. Ese será quizá el límite que no alcanza a superar la mirada que se podría proporcionar a THE INSIDER, basado en hechos reales –modificados levemente en la pantalla-, a partir del artículo periodístico de Marie Breener “The Man Who Knew Too Much”, convertido en guión cinematográfico de manos del propio Mann junto a Eric Roth. Sin embargo, hay que juzgar a cualquier producto lo que nos ofrece y no lo que podría llegar a brindarnos. Y trasladando dicho enunciado a la película, he de reconocer que pese a esa limitación en su capacidad de análisis y esas ciertas debilidades narrativas que en ocasiones diluyen la contundencia de sus imágenes, nos encontramos con un relato que ya de entrada mantiene la atención del espectador durante sus dos horas y media del metraje, sin que se perciba bache narrativo alguno. A partir de dicha premisa, Mann logra introducir en el espectador en las cloacas de los dos mundos en conflicto –el de los ejecutivos de una multinacional y una cadena televisiva-, comprobando con cierto alcance nihilista el hecho de que en realidad, aunque varíen sus métodos, los objetivos son los mismos; el dinero.

En torno a ello se irá estrechando el acoso en torno al cada vez más atribulado y solitario químico –al que llegará a dejar su mujer, teniendo que abandonar forzosamente su lujosa casa, yéndose finalmente a vivir en la habitación de un hotel, curiosamente enfrente de la planta donde el servicio jurídico de la compañía para la que trabajó, donde se encuentran con las luces encendidas de noche, probablemente ideando su objetivo legal en contra suyo. Por su parte, la CBS se verá presionada por parte de la compañía, al objeto de impedir emitir la entrevista que se le ha formulado al despedido, lo que podría incluyo conllevar una demanda en contra de la cadena por incumplimiento del contrato, que llegaría a suponer la absorción de la misma por parte de la multinacional que sobrelleva.

Será un drama personal vivido por el despedido, que será expresado con contundencia por el realizador, ayudado por la ya señalada admirable composición de Crowe, y en la que paulatinamente irá quedándose solo y degradado socialmente, hasta que en última instancia la dignidad se apodere del defenestrado Bergman, quien mediante argucias periodísticas que podrían recordarnos lejanamente al Humphrey Bogart de DEADLINE – U.S.A. (1952, Richard Brooks), finalmente lograrán burlar los impedimentos legales que de un lado impedían a Wigand testificar, y de otro a la CBS emitir la totalidad de la entrevista. En cualquier caso, lo que hace por momentos apasionante la película, es el logro de un ritmo por un lado percutante y en otros, contenido. No es fácil alternar dicha circunstancia, pese a que determinadas debilidades narrativas –ralentis, inclusión de canciones sublimadoras, abuso de planos cortos o desenfoques-, en ocasiones enturbien más de lo necesario esos otros momentos, en los que el film de Mann realmente muestra sus cartas de nobleza. Serían no pocos los que podría señalar, pero si la manera progresiva con la que se describe el acoso y amenaza sufrido por Jeffrey, que tendrá su aspecto más aterrador en la secuencia en la que, jugando en solitario en un campo de golf donde se vislumbran un incontable número de pelotas, no muy lejos de él hace lo propio un extraño individuo trajeado y de mirada inquietante. Instantes como este abundan en el generoso pero siempre atractivo metraje de THE INSIDER. Sin embargo, me voy a detener en dos breves secuencias en las que, a mi modo de ver, se encuentra la esencia de la película. Una de ellas es la conversación que mantienen Bergman y Wallace, en la que este se confiesa, manifestando que en su acatamiento de los productores a la hora de no emitir la entrevista, se encuentra ante todo un miedo a su cercanía de la muerte, y la imagen que de su andadura profesional quedaría para la posteridad. La otra, es un simple plano en el que se encuadra el rostro de Jeffrey, mientras al fondo difuminado se contempla un aparato televisivo en el que, por fin, se ha anunciado la procedencia de la noticia de esa entrevista que en su momento le fue censurada. La contención y al mismo tiempo satisfacción interna de Crowe, adquiere en ese momento una fuerza casi conmovedora.

Calificación: 3

MIAMI VICE (2006, Michael Mann) Corrupción en Miami

MIAMI VICE (2006, Michael Mann) Corrupción en Miami

¡Que decepción más grande! No puede decirse que me considere un fiel seguidor de Michael Mann, de quien he contemplado títulos atractivos y otros más o menos olvidables. Pero lo cierto es que el regusto que me había producido la cercana y estupenda COLLATERAL (2004), me hacía albergar esperanzas de cara a disfrutar un nuevo título destacable dentro del thriller de los últimos años. Lamentablemente no ha sido así, y aunque cierto es que MIAMI VICE (Corrupción en Miami, 2006) ha logrado un apoyo variable y en ocasiones contundente, personalmente me ha resultado una película insuficiente, vacía, dilatada en el metraje al tener que hinchar una historia que en realidad es el argumento de un episodio de serie televisiva –y dicho con el mayor de los respetos ante el elevado nivel de buena parte de las series realizadas en los últimos años-, y en el que ocasionales apuntes formales del realizador, se hunden de forma ostentosa ante una propuesta que carece de personajes, de progresión y, en definitiva, de vida.

Sinceramente, creo que el principal lastre de MIAMI VICE (película), proviene de la nada oculta admiración que Mann demuestra hacia la serie televisiva que le sirve de referente. En cierto modo es algo justificable, puesto que él mismo fue uno de los artífices de la que fue una de las emisiones de la década de los ochenta, que mayor impacto provocaron en la televisión mundial. Pero como quiera que no siempre el éxito va acompañado de la necesaria calidad, estoy entre quienes considera aquella cita en la pequeña pantalla como una serie hortera y llena de tópicos, demostrativa de los peores tics visuales de aquel periodo nefasto para el cine y también la televisión, y que si se recuerda es puramente por el pretendido aire “renovador” de la indumentaria de sus protagonistas, tan influyente entonces como hoy día demostrativo del mal gusto que suelen acompañar las efímeras modas –veremos a este respecto como resistirán el paso del tiempo las tendencias de nuestros días-.

De aquel referente, pienso que proviene la vaciedad que demuestran las imágenes de la película de Michael Mann. Adaptando su radio de acción a nuestros días, sus episodios son un rosario de tópicos de guión, look y estereotipos, demostrando que no hay nada peor para cualquier película que la inexistencia previa de una base mínimamente consistente que pueda sostener el entramado dramático de su desarrollo. Y el de esta función –obra del propio realizador-, es realmente lamentable, y propio del peor episodio de aquella lejana serie –que bien podía haber quedado olvidada sin necesitar un revival cinematográfico-, y al cual la desmesurada duración –para lo poco que cuenta-, no hace más que acentuar la sensación de asistir a un lujoso, convencional y mortecino producto de acción en el que, eso sí, las secuencias en la que la misma tiene su punto de referencia, tienen una marcada impronta visual ¡Faltaría más!

Es lo mínimo que cabe exigir a un producto de estas características, pero al mismo tiempo es tan poco lo que ofrece en su conjunto, que el sentimiento de decepción abunda. Parece que con MIAMI VICE nos encontremos con una versión acentuada de los peores indicios que mostraba COLLATERAL –por ejemplo, ese capo del narcotráfico que encarna con tanto esquematismo nuestro paisano Luís Tosar, que hereda de un personaje de corte bastante similar que interpretaba nuestro ilustre Javier Bardem en el título precedente-, y que, por el contrario, adquiere pocas de las virtudes que presentaba el mismo –tímidamente presente en ese lado fatalista que en algunos instantes adquiere la película y que predomina en la relación que mantiene Sonny Crockett (un Colin Farell que lleva bien el prototipo de macarra tan familiar en su personalidad) con la ejecutiva del entramado de la droga Isabella (estupenda Li Gong)-. Muy poco más da de sí la función; alguna secuencia nocturna con las tonalidades visuales azuladas características al cine del realizador, o leves momentos en los que el ritmo se levanta. El balance, en definitiva, es bastante poco estimulante.

Y es que la lujosa rememoranza cinematográfica de aquella tan influyente como olvidable serie, a mi juicio carece de personajes. No existe ninguna química en la relación de la pareja de detectives –a lo que contribuye no poco la pobre labor de Jaime Foxx-, no hay progresión, todo son lugares comunes, estereotipos –no hay más que ver la manera con la que se caracteriza a los personajes negativos, definidos en aspectos y gestos dignos del más lamentable de los subproductos policiacios-. MIAMI VICE queda definida en definitiva, y bajo mi punto de vista, una pompa de jabón de apariencia nocturna y fatalista, que en el fondo esfuma ese rasgo desde sus primeros fotogramas, envuelto en un oropel aparentemente moderno, abusando incluso de teleobjetivos “percutantes”, y disfrazando el conjunto dentro de un sofisticado entramado visual que progresivamente deviene en auténtica nadería. Lo reitero; una enorme decepción.

Calificación: 1’5

 

COLLATERAL (2004, Michael Mann) Collateral

COLLATERAL (2004, Michael Mann) Collateral

Si tuviera que citar ejemplos en los que un lenguaje cinematográfico actual –no me gustaría describir como moderno-, permiten la introducción de sus elementos visuales en el conjunto de una película finalmente clásica, creo que el título que nos ocupa –COLLATERAL (2004, Michael Mann)- podría ser un firme candidato para ello. Se trata de una interesantísima aportación al cine policiaco, con notables ecos del polar francés y una alta carga existencial, incluso metafísica, en el que la importancia del destino es esencial, y en donde incluso se relativiza –con una nada solapada ironía- sobre cuales son las mayores consecuencias que giran en torno a la violencia.

Es probable que nada de ello sea nuevo en el mundo del cine. Quizá incluso conceptos de esta índole se hayan plasmado con mayor hondura dramática o conceptual. Pero ello en modo alguno invalida lo logrado en esta película, que el aficionado contempla con un cierto recelo inicial ante sus primeros fotogramas –quizá demasiado deudores de esa estética lejanamente publicitaria y cercana al videoclip que podemos encontrar en un título tan mediocre como la reciente PHONE BOTH (Última llamada, 2002. Joel Schumacher). Por fortuna, estas reticencias quedan en una simple alarma y sentimos como con apenas unos pocos planos se nos describe el comportamiento y la psicología de uno de los protagonistas, Max (Jaime Foxx). Se trata de un taxista diestro en su oficio, al que ha dedicado los últimos doce años de su existencia, que se encuentra en el fondo lleno de frustraciones al tener albergados una serie de objetivos que realmente sabe que nunca llevará a cabo. Este acoge una joven cliente de aparentes altaneros modos, con la que apuesta incluso un determinado recorrido en taxi para ver que ahorra tiempo en el mismo. Será precisamente este encuentro –ella es una fiscal de considerable personalidad; Annie (Jada Pinkett Smith)- el que determinará una atracción soterrada –la clienta finalmente le deja su número de teléfono-. Pero el destino hará su primera afinidad con Max y Annie. Tras un plano en el que esta se entrecruza con Vincent (Tom Cruise), este será el próximo cliente del taxi de Max. Pronto se establecerá una casi íntima relación entre cliente y conductor, basada en buena medida en la carismática personalidad del apuesto y seguro cliente. Este le propondrá estar a su servicio durante toda una noche, a cambio de una sustanciosa paga en dólares. El taxista opone que va en contra de las normas, pero finalmente accede a la petición. Será por supuesto el principio de un descenso a los infiernos que durará una noche en, pero quizá al propio tiempo un reencuentro con aquellos anhelos que ha ido forjando en su vida y hasta el momento no ha llegado a cumplir –él sabe que el devenir de su vida le impedirá alcanzarlos-. La mefistofélica personalidad de Vincent muy pronto se adentra en Max, reflejando en él esa aura de éxito, seguridad y disfrute de la vida que de forma inmediata hará mella en el taxista, estableciéndose una complicidad entre ambos personajes.

Pero lo que no sabe Max es que su carismático nuevo cliente es un asesino profesional que ha sido contratado esa misma noche para ejecutar cinco testigos de una acusación sobre tráfico de drogas. Vincent está en esos momentos cumpliendo con su cometido con toda la profesionalidad, el laconismo y la experiencia de que hace gala, y para ello el taxista es el elegido como portador del mensaje de muerte en la noche y en la gran ciudad. Nos encontramos en un Los Angeles casi fantasmal, inhumano, frío y totalmente despojado de humanidad. Desde el TAXI DRIVER (1976) de Martin Scorsese no encontrábamos en la pantalla una visión tan infernal en su aparente cotidianeidad nocturna, de una urbe, refugio en sus noches de enfermos, delincuentes y pervertidos.

En este entorno, que en todo momento potencian Dion Beebe y Paul Cameron con una sensacional fotografía en unos momentos lívida, en otros espectral, pero siempre al servicio de las intenciones de Michael Mann, se desarrolla este siempre interesante COLLATERAL, en el que al atractivo de su propuesta argumental se une esa capacidad de reflexión a la que antes aludía. El peso del destino, la frustración, la falsedad en la dinámica del éxito o la mediocridad, la bajeza en suma de una sociedad aparentemente moderna pero en el fondo más deshumanizada que nunca. Toda una valiosa serie de disgresiones que se centran en la excelente confrontación de personajes que encarnan con verdadera inspiración Jaime Foxx y un Tom Cruise en la que es una de las mejores interpretaciones de su carrera. Es conocida mi aversión por la megastar, pero estimo que junto con su trabajo en MAGNOLIA (1999, Paul Thomas Anderson), Cruise da vida a uno de los dos únicos grandes trabajos de su carrera, con la composición de un personaje al que ayuda su laconismo gestual y una acertadísima caracterización que en su lejanía me recuerda la acordada por el inmortal Vincent Price en THE FALL OF THE HOUSE OF USHER (El Hundimiento de la Casa Usher, 1960. Roger Corman). Con un cabello blanquecino que potencia la fuerza del personaje, acentuando un sutil sentido del humor en su relación con Max y dosificando los elementos de violencia que rodean a su personaje, el Vincent que encarna Cruise queda como uno de los más valiosos retratos que ha legado el cine policíaco en los últimos años.

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Y a tono con esas cualidades, COLLATERAL está llena de grandes momentos cinematográficos. Desde la secuencia que se establece con el viejo propietario del local de jazz –que con una frase de Vincent varía la amabilidad del momento y le proporciona un aura terrorífica-, la visita de Max y Vincent al hospital a visitar a la vieja madre del primero, la persecución final del asesino a Ann en las oficinas de la fiscalía –rodada de forma asombrosa en plano general y con luz blanca; una forma insólita y muy noble de provocar el suspense-, o la propia secuencia final de persecución por parte de Vincent y la forma de morir de este –que nos remite a títulos tan emblemáticos como LE SAMURAI (El silencio de un hombre, 1967. Jean-Pierre Melville)-, son algunos de los ejemplos más brillantes de una película pródiga en ellos.

En cualquier caso, hay determinados elementos que me impiden apreciar una redondez de su resultado. Desde la inútil presencia del personaje que encarna con su habitual blandura Mark Ruffalo –cada día este intérprete me parece más soso y repetitivo-, el recurso a secuencias tan recurrentes como aquella en la que el taxista acude al contacto con el mafioso que ha contratado a Vincent para eliminar a los testigos –lo que da paso a una socorrida e inútil performance por parte de nuestra “gloria” nacional; Javier Bardem-, o la propia secuencia que se desarrolla en una discoteca para eliminar uno de los últimos testigos que restan del encargo. Son lunares en un conjunto sólido y que, bajo mi punto de vista, de haberse pulido en mayor medida, hubieran dado como resultado un auténtico clásico. Creo que el balance final quizá no sea totalmente logrado, pero indudablemente es muy valioso.

Calificación: 3