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CINEMA DE PERRA GORDA

Mike Nichols

POSTCARDS FROM THE EDGE (1990, Mike Nichols) Postales desde el filo

POSTCARDS FROM THE EDGE (1990, Mike Nichols) Postales desde el filo

Aunque en alguna ocasión se haya dado en su obra algún título provisto de interés, siempre consideraré a Mike Nichols como uno de los más falsos prestigios generados por el cine norteamericano desde la segunda mitad de la década de los sesenta con la mediocre  THE GRADUATE (El graduado, 1967). Un realizador solo pendiente del mayor lucimiento de sus estrellas –a las que proporcionó jugosos roles que en no pocas ocasiones se coronaron con Oscars de interpretación-, e incluso de abordar temas en apariencia complejos, aunque en su tratamiento pronto se entrevieran las grietas de la superficialidad de buena parte de los mismos, que prometían mucho más de lo que finalmente daban. Es por ello, que recuerdo que en el momento de su estreno POSTCARDS FROM TGE EDGE (Postales desde el filo, 1990) fue recibida con casi abierta hostilidad por la crítica española, pese incluso a algunos reconocimientos recibidos en Estados Unidos.

Basada en una novela autobiográfica escrita por la actriz Carrie Fisher –la Leia de STAR WARS (La guerra de las galaxias, 1977. George Lucas)-, nos relata el amargo paso de esta por el mundo de las drogas, ofreciendo al mismo tiempo un repaso de la industria cinematográfica de finales de los setenta e inicios de los ochenta. Esta pudo ser una de las bazas más jugosos del film de Nichols, y su secuencia de apertura –ubicada antes de los títulos de crédito-, va encaminada en dicha vertiente. En la misma asistimos a una presunta situación real de cierta gravedad para el personaje encarnado por Meryl Streep, todo ello mostrado en un extenso plano secuencia que la actriz no podrá superar –en realidad se trata de la secuencia de un rodaje-. El director de la película –Lowell Colchek (estupendo Gene Hackman)-  plantea un descanso, descubriendo que Susanne (la Streep) ha entrado en su caravana a consumir cocaína servida por otra muchacha, y exteriorizando su ira contra ella.

La situación se agrava de manera abrupta la mañana siguiente, cuando en la cama del ranchero Jack Faulkner (Dennis Quaid) tras una noche de supuesto sexo, la descubre sometida a una sobredosis de barbitúricos y a punto de morir. La trasladará con urgencia hasta un prestigioso hospital, aunque huya sin dejar su identidad. Allí la actriz será atendida y pronto iniciará su proceso de rehabilitación, aunque al mismo tiempo ha de sobrellevar el rodaje de un poco estimulante film policíaco, y donde los productores han puesto como condición que la actriz se encuentre respaldada por un componente de su familia tras salir de la clínica. Ello propiciará el reencuentro con su madre, la posesiva y reconocida estrella Doris Mann (Shirley MacLaine), con la que en el pasado tuvo numerosos roces, estando ella misma dominada por su dependencia con el alcohol ¡Ahí es nada, brindar una base dramática que de entrada nos pudiera ofrecer esa otra mirada, por completo desencantada, que se esconde tras la trastienda de Hollywood! Desde el descubrimiento de curiosos métodos de rodaje, la impiedad de productores ante la convaleciente Suzanne, la pillería de la inesperada huída de su representante con el dinero del contrato, los comentarios que esta escucha ante su supuesta carencia de concentración e incluso inadecuación física –la divertida secuencia en la que escucha, agazapada tras una percha cargada de vestidos, la conversación que sobre ella mantienen dos miembros del equipo, que literalmente la despedazan-, o incluso la desvergüenza del ligue que se establece de nuevo entre ella y Faulkner, al que muy pronto descubrirá es un auténtico asalta camas dotado de una mordaz personalidad –a la que el divertido exceso de Dennis Quaid proporcionará su justa medida-.

De entrada, se puede apreciar un intento por desmitificar ese Holywood totalmente descompuesto. Sin embargo, aquel que haya seguido con el más mínimo interés la menguada obra del cineasta, entenderá que su resultado no se iba a esconder en sutilezas. En realidad, POSTCARDS FROM THE EDGE no es más ni menos que un vehículo para el lucimiento de dos estrellas consagradas. Una mayor, Shirley MacLaine, que no dudará en mostrarse como la anciana que se encuentra a punto de asumir ese estado vital, en la secuencia que se sucede en el hospital tras el accidente, y otra una Streep a la que se proporciona otro de aquellos momentos, definitorios de los molestos ejercicios interpretativos que muy pronto la entronizarían –en ocasiones con merecimiento-, antes de llegar su auténtica madurez artística. En realidad, casi, casi el único motivo de regocijo que nos brinda esa película llena de auténtica autocomplacencia ante ese mundo que en teoría se aprestan a cuestionar, lo ofrecen las secuencias confesionales entre las dos actrices –la ya señalada en la que la hija maquilla a la madre antes de que esta salga a recibir a la prensa tras el accidente sufrido bajo los efectos del alcohol-, o la mutua admiración que ambas se profesarán, cuando en una fiesta programada por Doris al retorno a su casa de su hija, ambas cantarán un tema musical procedente de sus dispares personalidades, y en la que lógicamente tendrá una colosal acogida el que interprete –con jóvenes movimientos- la MacLaine. Son episodios si se quiere previsibles e innecesarios, y consagrado en torno a la mitología de las dos actrices. Pero es innegable reseñar que funcionan, brindándonos unos instantes de verdad ante la magia del espectáculo, dentro del conjunto de convenciones que establece, casi plano por plano, esta en última instancia previsible, farragosa y decepcionante POSTCARDS FROM THE EDGE.

Calificación: 1’5

CHARLIE’S WILSON WAR (2007, Mike Nichols) La guerra de Charlie Wilson

CHARLIE’S WILSON WAR (2007, Mike Nichols) La guerra de Charlie Wilson

Prototipo de realizador admirado hasta el delirio en su país, y por lo general apenas apreciado dentro de la crítica europea, sin duda la obra de Mike Nichols ofrece demasiados altibajos y aspectos cuestionables. Sobrellevando algunos incomprensibles bluffs –sobre todo la mediocrísima THE GRADUATE (El graduado, 1967)-, lo cierto es que Nichols ha desarrollado una carrera en la que, de forma paradójica, quizá sus mejores títulos se ofrezcan en los últimos quince años de su obra. No se me entienda mal. No creo que su filmografía ofrezca ningún logro absoluto –aunque sí algunos títulos apreciables e incluso interesantes-. Lo que intento señalar es que es a partir de entrada la década de los noventa, cuando su nunca dilatada producción ofrece productos más o menos solventes, una vez su plasmación visual dejó de lado una serie de efectismos y servilismos de época, centrándose en su clara condición de artesano al servicio de grandes estrellas, y procurando incorporar en sus películas más recientes de forma más adecuada, ese aspecto discursivo que tan en primer término aparecía en sus títulos iniciales. Fruto de esa relativa adecuación a un estatus más perdurable, encontramos referencias como PRIMARY COLORS (1998) –quizá el título más valioso de su filmografía- o la atractiva –más no memorable- CLOSER (2004). Junto a ello, no conviene olvidar que poco antes se encuentra la mediocre THE BIRDCAGE (Una jaula de grillos, 1996), para entender a fin de cuentas la absoluta falta de personalidad de un realizador que siempre tuvo la suerte de cara, aunque en realidad su “prestigio” se sostuviera sobre unos mimbres en extremo débiles.

En realidad, CHARLIE’S WILSON WAR (La guerra de Charlie Wilson, 2007) ofrece el mayor caudal de virtudes a las sugerencias emanadas en su base argumental, tomando como base una historia real que fue trasladada como libro por parte de George Crile, siendo adaptada como guión por parte del hoy muy prestigioso Aaron Sorkin. No cabe duda que en el marco de una Norteamérica aún traumatizada por los acontecimientos que propiciaron el 11S, la invasión de Irak, o el declive del nefasto periodo Bush, resultaba atractivo introducir una historia que se remonta a un par de décadas atrás, pero cuyos recovecos podían ser trasladados a la perfección como perfecta metáfora para la sociedad de nuestros días. Unamos a ello la consecución de un reparto atractivo –en la que el propio Tom Hanks ejerce las tareas de coproductor-, y con ello intuiremos buena parte del presunto interés de esta interesante aportación y digresión, de la que se puede extraer una metáfora en su lectura como advenimiento de un nuevo modo de hacer política. La esencia que transmite -sin mucha hondura, todo hay que decirlo-, al menos brinda un producto marcado por una superficialidad sublimada a partir de la competencia con la que se ejecutan los materiales esgrimidos, ejerciendo como una especie de premonición del final de la era Bush, y el advenimiento en su momento deseado del relevo por parte de los demócratas –en aquellos tiempos aún iniciándose la posibilidad de que Barack Obama se erigiera como líder para dicho partido-.

CHARLIE’S WILSON… se inicia en un acto –organizado por las fuerzas de información ocultas de la administración norteamericana-, en el que por vez primera se otorga su mayor galardón a una personalidad civil, siendo el premiado el congresista de Texas Charlie Wilson (Tom Hanks). En medio de los aplausos y la emotividad presente en el acto, la acción se retrotrae en flash-back hasta los inicios de la década de los ochenta, que nuestro protagonista vivirá con tanta astucia como sentido del hedonismo. Wilson es un maestro consumado a la hora de conocer los resortes del congreso norteamericano, sin que ello vaya en menoscabo a su sempiterna capacidad para ejercer como impecable bon vivant. Sin embargo, en un momento dado, será convencido por parte de una gran amiga suya –Joanne Harring (Julia Roberts)-, una acaudalada dama ligada al integrismo cristiano y la extrema derecha, encargándole una misión diplomática que tendría su eje con la entrevista al presidente de Pakistán, Zia Ul Hag (Om Puri), pidiéndole una nueva política de colaboración con los Estados Unidos, y con ello contrarrestando la escalada soviética sobre Afganistán. Para Wilson el contacto con el líder pakistaní será incluso un duro golpe a su autoestima, pero al menos será el paso intermedio para poder comprobar el horror vivido por la población civil afgana, reunida en interminables campos de refugiados, en los que los niños son atacados a través de crueles artefactos que ellos toman como juguetes, dejándolos muertos o amputados en sus extremidades. Será un punto de inflexión –subrayado por la cámara de Nichols, mediante ese paseo general de enormes proporciones que casi se diluye en la inmensidad al mostrar esa gigantesca aldea poblada de tiendas de campaña-, que permitirá que ya nunca nada sea igual en nuestro protagonista. Para lograr esos objetivos de introducir armamento competente, sin que su llegada comprometa la posición estadounidense, este aumentará de forma astronómica su dotación en fondos de defensa –para lo cual tendrá que convencer incluso a congresistas tan conservadores como Dopc Long (Ned Beatty)-, con el grave inconveniente que esta aportación ha de quedar totalmente oculta como procedente de la administración USA. Una situación de verdadera complejidad en la que Wilson contará con la ayuda inapreciable de un hombre de la CIA, curtido en mil refriegas, y en aquellos momentos casi desahuciado de su profesión. Se trata de Gust Avrakotos (Philiph Seymour Hoffman). Junto a él, con la capacidad de persuasión de Joanna, e incluso con la acción estratégica ofrecida por un contacto –Zvi (memorable Ken Stott)-, lo que iba a suponer una auténtica utopía, en pocos años aparecerá como una realidad tangible: lograr el primer triunfo de un país extranjero –Afganistán- contra la poderosa Unión Soviética.

No cabe duda que la historia real narrada, deviene un producto provisto del suficiente interés en sí mismo. Pero no es menos cierto que al primer tercio del metraje le cuesta arrancar, quizá debido al hecho de que la presentación de sus principales personajes se expresa con una cierta morosidad, hasta que aparezca en escena una espléndida Julia Roberts –en uno de sus mejores trabajos para la gran pantalla-, insuflando a la película  esa necesaria energía que, justo es reconocerlo, emergerá durante el resto de su presencia en la pantalla –serán impagables las palabras con las que presentará al presidente pakistaní en una reunión de acaudalados ciudadanos norteamericanos, prestos a realizar sustanciosos donativos-. Sin embargo, no será hasta ese momento clave, en el que el ya veterano congresista –un hombre especializado en pedir favores, ya que su vida se ha centrado en concederlos en los momentos más oportunos-, contemple el pavoroso campo de refugiados afgano, cuando la película adquiera una mayor conciencia narrativa. Sin embargo, justo es reconocer que el proceso de lucha de Wilson por lograr nuevas fuentes de financiación, se manifiesta en la pantalla de manera bastante simple, con un tanto chusco recorrido cronológico, que nos permitirá seguir en pocos minutos el proceso de varios años, culminado en la derrota de las fuerzas soviéticas frente a los muyahidines afganos. No obstante, sí que se inserta un apunte crítico de notable vigencia, como lo ofrece la negativa posterior del congreso norteamericano a la hora de financiar con apenas un millón de dólares una escuela que sirviera para ofrecer lo más necesario –la educación-, a una juventud traumatizada por tantos años de lucha casi fratricida. De alguna manera, Charlie Wilson comentaría, ya derrotado ante esta última petición -ínfima si se compara con los cientos y cientos de millones dispuestos durante los años precedentes-, el hecho de que jamás sabemos irnos con la cara bien alta.

Para aquellos que busquen en CHARLIE’S WILSON WAR un producto de especial significación a la hora de analizar un periodo convulso de la vida norteamericana, al tiempo que una de sus páginas secretas de política exterior, estoy convencido que en el film de Nichols no encontrarán esa hondura que –por momentos- la película pide casi a gritos. Por el contrario, si un espectador profano pretende intuir, bajo la imagen por momentos festiva, en otros confesional, y en otros planteada quizá de forma superficial, esa otra visión de la política norteamericana que podría surgir a partir de la labor activa de uno de sus congresistas, su resultado es cuanto menos estimable. Interpretada de forma magnífica por el conjunto de su reparto, asistida por una ambientación por completo creíble, acogida a una duración bastante ajustada –en esta ocasión eché de menos un metraje de superior duración-, lo cierto es que el espectador se queda con ganas de más en esta curiosa propuesta, aunque no deje de valorar la relativa honestidad con la que queda revestido esta, con todo, apreciable exponente de cine político, realista en la historia contada, aunque revestido con los tintes de una fábula de nuestros días.

Calificación: 2’5

CLOSER (2004, Mike Nichols) Closer

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Aunque el discurrir de los años en el cine nos permita ver –en décadas pasadas- movimientos que renovaron la percepción del cine, y en los últimos tiempos todo esto se sustituya por una serie de artimañazas técnicas plasmadas en digitalizaciones y otras zarandajas, lo cierto es que la forma de calificar un proyecto de una cierta entidad industrial, sigue siendo la misma que en el Hollywood de tiempos precedentes.

Es en esta definición donde hay que citar el eterno recuerdo de películas de qualité, que durante muchos años han ido marcando las que se lanzaban como títulos “de relieve” de cada año. Directores como Fred Zinnemann fueron expertos en brindar obras que tratan temas “importantes”, caracterizados por una cierta ampulosidad y el recurso a grandes estrellas para interpretar sus principales personajes. Con posterioridad a Zinnemann, ciertamente Mike Nichols pudo considerarse como un genuino representante de películas de “qualité” caracterizadas por temáticas aparentemente “fuertes”, conflictos de pareja y de sexo que en líneas generales no eran habituales en el cine norteamericano de entonces.

Con ciertos vaivenes dentro de una trayectoria que ha permitido al menos cuestionar las frágiles cualidades de sus películas, Nichols logró en los últimos tiempos un título tan valioso como PRIMARY COLORS (1998) –quizá la mejor película de su filmografía-. Sin embargo, retornar a los devaneos de la última edición de los Oscars significaba -a todos los efectos-, que su significación como realizador de films de qualité se mantenía vigente. Y he ahí, sin duda, donde cabe la existencia de esta película, que se quiere vender como el gran título adulto sobre las relaciones humanas de esta temporada, al objeto de lograr con ello un buen número de galardones y reconocimientos y, por supuesto en base al espectacular reparto, atraer a la pantalla a un buen número de burgueses –de tendencias tan conservadoras como progresistas-, que en 100 minutos pueden de alguna manera exorcizar y sublimar sus problemas de pareja habituales, al escuchar tras la pantalla comentarios que hablan de follar a Julia Roberts o chuparle la polla a Jude Law. Incluso me imagino en esos momentos las risitas nerviosas de muchos espectadores de convicciones morales bien retrógradas pero en el fondo excitados ante esas expresiones lanzadas en boca de tamañas celebridades.

Más allá de todas estas observaciones dignas de comentarios en una lujosa peluquería, es evidente que Mike Nichols ha sido considerablemente astuto al abordar una historia que es directa heredera de algunos de los títulos más valorados de su filmografía –THE GRADUATE (El graduado, 1967), CARNAL KNOWLEDGE (Conocimiento carnal, 1971), WHO’S AFRAID OF VIRGINIA WOLF? (Quien teme a Virginia Wolf, 1966). Directa en la verdadera superficialidad que esconden unas películas en el fondo tramposas de planteamiento y que hoy se contemplan con bastante complacencia, como productos deudores de una época y absolutamente periclitadas en sus hipotéticas incidencias dramáticas.

Pues bien, buena parte de todo ello se da cita en este CLOSER (2004), con la que Nichols ha retornado al terreno que mejor sabía orquestar. Y en esta ocasión nos plantea la interrelación que se produce entre cuatro personajes a lo largo de varios años de distancia. Dan (Jude Law) es un escritor frustrado encargado de necrológicas de un periódico, que casualmente se encuentra con Alice (Natalie Portman). Por otro lado tenemos a una fotógrafa –Anna (Julia Roberts)- que de forma repentina se encontrará con Larry (Clive Owen). Estos dos últimos consolidarán su relación pese a las bruscas maneras del primero, mientras que Dan y Anna hacen lo propio en la suya. En cualquier caso, durante toda la película se hablará mucho de sexo, se plantearán bruscos intercambios de pareja y la tensión y el remordimiento estará presente ante todos ellos, hasta llegar a una conclusión a mi juicio bastante conservadora en la que finalmente quien propició el encuentro de Larry con Anna –mediante un chat y simulando él ser una mujer calenturienta-, abandonará toda esperanza de relación.

Aquí cabría decir aquello de “mucho ruido y pocas nueces”, pero en cualquier caso queda la habilidad con la que se ha trasladado el origen teatral de la película, envolviendo el producto con lujosos y modernos escenarios de clase alta, un tono siempre civilizado, luces de neón, un entendimiento adulto de la súbita perdida o recuperación de la correspondiente relación, y el detalle del retorno final de Alice a Nueva York, dejando descubierto que el nombre que utilizó en Inglaterra no era el suyo propio. Con ello ha logrado engañar a los dos hombres con los que se ha cruzado su vida.

Indudablemente, CLOSER funciona por lo bien estructurado con que está el conjunto de escenas que proceden originalmente de la obras teatral de Patrick Marber y por la brillante labor del cuarteto protagonista –quizá el personaje de Jude Law quede un tanto desdibujado-. De entre ellos no puedo dejar de destacar la fuerza en la mirada, la personalidad en apariencia bruta, la sensibilidad escondida y la sinceridad en sus comentarios –en bastantes momentos groseros-, demostrado por Clive Owen en uno de estos trabajos que le están convirtiendo en uno de los mejores actores del cine mundial.

Al margen de esas virtudes concretas, el simpático pero finalmente fútil planteamiento dramático de la película, pienso que no justifica ni una desmesurada alabanza por parte de la crítica ni, en su oposición, ser destrozada por otros comentaristas argumentando la falsedad de su planteamiento. Creo que la película de Nichols deviene finalmente en un producto tan discreto como relativamente eficaz, pero en este caso permite evocar los rasgos similares que comparte con la estupenda THE SHAPE OF THINGS (Por amor al arte, 2003) con la que Neil LaBute planteaba una demoledora crítica a los elementos superficiales de nuestra sociedad. Y lo hacía mediante cuatro únicos personajes y utilizando de forma valiente una teatralización especialmente recreada para servir de soporte a un cruel relato de manipulación, envuelto en el mundo de las universidades californianas. Se trata sin duda de dos películas que tienen bastantes semejanzas, pero lo cierto es que mientras con Nichols tenemos un producto seguro y previsible, en LaBute confluye en un misantrópico relato que además deliberadamente no huía del origen escénico en su puesta en escena, sino que lo favorecía de forma abierta y original.

Calificación: 2