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CINEMA DE PERRA GORDA

Nick Grinde

THE MAN WITH NINE LIVES (1940, Nick Grinde)

THE MAN WITH NINE LIVES (1940, Nick Grinde)

A la hora de hacer un repaso siquiera somero, del aporte del fantastique norteamericano de finales de los años treinta e inicios de los cuarenta, durante décadas se han omitido el aporte pequeño, pero estimulante de otras productoras, que en este caso me gustaría ceñir a la Columbia. Un estudio en aquel tiempo un peldaño por detrás de las grandes majors de Hollywood, que en 1938 firmó con la estrella del género Boris Karloff, un contrato de cinco títulos, encaminada a insertar la productora en los parámetros del cine de terror. He de decir que, una vez contemplados todos sus exponentes, si bien ninguno de ellos sobrepasa las expectativas de un resultado más o menos estimable, en su conjunto aparecen como una mirada al mismo tiempo interesante y formularia, en torno al universo de los mad doctors y, sobre todo, aparecen en su conjunto, como propuestas más estimulantes en su modestia, que la decadente y nada respetuosa producción que la Universal venía aportando de manera paralela.

Nick Grinde fue el responsable de la mayor parte de los títulos de Karloff con la productora -hagamos excepción de la presencia entre ellos de los primeros pasos de Edward Dmytryk o el destajista Lew Landers-, y THE MAN WITH NINE LIVES (1940) aparece como la segunda de dichas incursiones, y la segunda al mismo tiempo firmada por Grinde. Y como en el resto de títulos -que albergan entre sí no pocas similitudes-, asumen a su favor una adecuada atmósfera y concisión, en su condición de complementos de programa doble, y al mismo tiempo adolecen de ciertos esquematismos que, no obstante, no impiden su moderado disfrute. La acción del relato se inicia con la demostración del joven doctor Tim Mason (Roger Pryor), quien ha generado una inusitada expectación, al anunciarse su método de cura para el cáncer. En realidad, lo que este ha puesto en practica es un método de estabilización de la enfermedad, basado en la crionización. Algo que demostrará de manera un tanto pedestre -utilizando junto a una paciente una cantidad ingente de cubitos de hielo-, y ante la presencia de numerosos observadores y colegas. Como quiera que sus métodos se detienen, por indicaciones de sus superiores médicos, este confesará a su prometida, la enfermera Judith Blair (Jo Ann Sayers), el origen de sus experimentos, basados en las aportaciones publicadas por el doctor Leon Kravaal, y plasmadas en un libro que le ha supuesto motivo de consulta. Este se encuentra desaparecido en los últimos diez años, desde su estancia en la localidad de Silver Lake, en la frontera canadiense. Judith le animará en el seguimiento de la pista del científico, intuyendo el interés de su novio, y hasta allí se desplazarán, descubriendo que este tenía establecido su laboratorio en una abandonada isla que nadie ha querido visitar con posterioridad, y de la que desaparecieron una serie de personas, sin dejar pista alguna, ni encontrarse sus cuerpos. Decididos a llegar hasta el fin en sus indagaciones, la pareja viajará en una pequeña barca hasta la misma, llegando hasta la abandonada vivienda de Kravaal, y descubriendo por casualidad su guarida subterránea. Será el inicio de una peripecia, que les permitirá descubrir el cuerpo congelado del científico (encarnado por Karloff) y, lo que será más increíble, devolverlo a la vida, al igual que todos aquellos que en su momento dudaron de la sinceridad de sus investigaciones. Así pues, en el ilocalizable subterráneo, se reactivará la búsqueda de los objetivos del médico, una década después de que los mismos fueran interrumpidos de manera abrupta.

Si algo me resulta atractivo en estas propuestas de la Columbia, además de su capacidad para crear atmósferas, reside fundamentalmente en el deliberado propósito por humanizar a los mad doctors, algo que evidentemente recaía en las capacidades del propio Karloff y, justo es reconocerlo, en las intenciones de los responsables de la película. Así pues, THE MAN WITH NINE LIVES se inicia de manera un tanto formularia, elevando su interés cuando la pareja de jóvenes se traslada hasta la localidad fronteriza. El aura de misterio irá acrecentándose según adviertan, de manos del responsable del alquiler de barcas, el aura malsana que quedó en la población con la desaparición del científico y las personas que le visitaron, una década atrás. Poco a poco, utilizando una iconografía muy propia del género, ese elemento irá adquiriendo una atmósfera pregnante, con la llegada de los intrigados visitantes a la abandonada vivienda de Kravaal, y su inesperado descubrimiento de la guarida subterránea donde este efectuaba sus investigaciones -uno de los hallazgos de la película-. El recorrido por la oscuridad del túnel, o la propia sensación de inasumible peligro en la oscuridad, se encuentra muy bien tratado en la cámara de Grinde, dentro de una tensión in crescendo, que prolongará la visión de un cadáver y, sobre todo, el descubrimiento de esa enorme cámara de hielo que, a modo de inesperado y pequeño glacial, proporcionará a la película de su definitiva personalidad visual. La vuelta a la vida de los cuerpos congelados y abandonados, brindará al relato un nuevo giro, resucitando entre ellos las tensiones que vivían antes de su interrupción vital, que la película nos mostrará mediante un oportuno flashback. Justo es reconocer que ese enfrentamiento que volverá a reverdecerse, no plantea un especial interés. Más lo tendrá, sin embargo, el interés del viejo científico por recuperar esa fórmula por la que ha luchado durante tosa su vida, que supondría una ofrenda al devenir de la Humanidad, y que finalmente verá quemada, por parte del joven e irreflexivo descendiente de su viejo cliente, al que su acción costará la muerte accidental.

A partir de ese momento, THE MAN WITH NINE LIVES oscilará entre la relación de simpatía y enfrentamiento alternada entre el viejo científico y sus dos jóvenes colegas, y las progresivas víctimas que se producirán entre los presos resucitados, que irán cayendo al probar las fórmulas experimentadas por Kravaal. También, el creciente temor de los segundos, la elevada sensación opresiva vivida por los presos del científico, y una cierta sensación malsana que desprenden aquellas angostas instalaciones. Antes lo señalaba, una vez más, Boris Karloff acierta al insertar en su brillante performance una notable humanización, alejando su personaje de cualquier tentación hacia el esquematismo, y alternando un aura mesiánica, junto a la nobleza en su tozudez por culminar su vida con un aporte al progreso. Que duda cabe, que no ayuda demasiado la conclusión de la película, con una inesperada presencia de agentes de la Ley. En cualquier caso, y dentro de su asumida modestia, THE MAN WITH NINE LIVES proporciona la suficiente tensión e interés en su metraje, como para merecer al menos una remembranza, en estos tiempos tan interesantes del fantastique estadounidense.

Calificación: 2’5

SHOPWORN (1932, Nick Grinde)

SHOPWORN (1932, Nick Grinde)

SHOPWORN (1932), dirigida por ese apreciable artesano de la primitiva Columbia que fue Nick Grinde –en esta ocasión firma como Nicholas Grinde-, aparece como un ajustado melodrama precode, destinado al lucimiento del incipiente estrellato de la jovencísima Barbara Stanwyck. Y justo es reconocer que en torno a su fresca y combativa performance, se plantean los mejores instantes de esta película de menos de setenta minutos de duración. Pero, si más no, y pese a una falta de arrojo que se percibe ante todo en un final complaciente, que no apura sus aristas más duras, lo cierto es que nos encontramos ante una visión bastante acre en torno al clasismo inherente en la sociedad americana, en los primeros años de la Gran Depresión.

La película se iniciará con la trágica pérdida por parte de la joven Kitty (Stanwyck), de su ya anciano padre, a consecuencia de una explosión en una colina. Ello supondrá la pérdida de su único asidero vital, teniendo que trasladarse hasta una ciudad, en donde trabajará como camarera en una humilde casa de comidas, y provocando la atracción de los más jóvenes. Allí conocerá entre los clientes al joven y arrogante Debe (Regis Toomey), un estudiante de medicina de acomodada posición, con quien Kitty inicialmente chocará, pero del que se enamorará casi de inmediato. Muy pronto, en esa relación se interpondrá la posesiva madre de este, encubriendo en realidad bajo su deseo de afianzar a su hijo en el privilegiado ámbito social que disfrutan, una actitud rayana en lo enfermizo, en torno al muchacho. Fruto de dicha obsesión, consensuará con su fiel servidor -el juez Forbes (Oscar Apfel)-, el boicot mediante subterfugios del deseo sincero de boda de los dos jóvenes. Incluso llegarán a separarlos, confinando a Kitty a una condena a noventa días en un reformatorio mediante falsas acusaciones, mientras que David viajará con su madre a Francia. Esta ha fingido un empeoramiento en su corazón, logrando con ello la definitiva separación del muchacho con Kitty. Una vez esta sale del reformatorio, sus perspectivas laborales serán negrísimas, ni siquiera en la poco recomendable casa de comidas en la que trabajaba. Sin embargo, el destino le permitirá ejercer de corista, triunfando y llegando a crear una compañía propia, contando como dama de compañía con su fiel amiga Dots (Zasu Pitts). Con el paso del tiempo, y antes de una actuación la visitará David, que ha terminado sus estudios de medicina y comenzado a ejercer como tal. Kitty lo invitará a una fiesta en su lujosa vivienda, reprochándole durante un encuentro en una de sus habitaciones, todo aquello que tuvo que sufrir por culpa de su madre. Será una forma de venganza haciaz alguien que, en el fondo, siempre la ha estado esperando, y que posibilitará un nuevo encuentro entre ambos en el salón de un hotel. Ha sido un tiempo en el que David se ha mostrado hosco y desengañado del alcance posesivo de su madre, desmarcándose de su influjo en una comida en la que se critica la presencia de la conocida estrella de variedades, cuya llegada a la ciudad ha llegado a provocar titulares de prensa. El muchacho decidirá romper ese círculo vicioso y acercarse a ella, rememorando esa ligazón amorosa que, aunque ambos no se atrevan a reconocer, sigue estando latente entre los dos, pasados seis años. Por ello decidirán de nuevo unir sus vidas, enfrentándose el ya crecido David al egoísmo de su madre. Esta decidirá en un último empeño separar a Kitty de David, y a punto estará de alcanzarlo, aunque finalmente aflorará en la egoísta anciana un rasgo de humanidad, al comprobar la capacidad de sacrificio de esa mujer que ha enamorado a su hijo, y a la que siempre ha condenado sin dar la menor tregua en su confianza.

Describir todo este ámbito de azarosas circunstancias, en poco más de una hora de duración, es una de las propiedades que esgrimían este conjunto de dramas, que destacaban tanto por su neutralidad a la hora de describir la fatalidad vivida por sus principales personajes, como el hábil recurso de la elipsis, que permitiría eludir aquellos momentos en donde dicho dramatismo se sometía a enormes crescendos. Es algo que podemos percibir con presteza en SHOPWORN, donde la utilización de los objetos –esa doble ración de hamburguesa- servirá para describir el cariño que Kitty siente por David, antes aún de que conozcamos al joven. O como por medio de la elipsis –el recurso del sombrero que se deja el muchacho tras discutir con la camarera-, nos trasladará ya a los la pareja de enamorados. Hoy por tanto en la película, una clara voluntad de Grinde -al que recuerdo por un par de nada desdeñables títulos de terror protagonizados por Boris Karloff-, por definir cinematográficamente una película que se articula en constantes detalles de realización, y que va adquiriendo su fuerza dramática, a partir del ingreso de Kitty en el reformatorio, sin que ello nos adentre en un relato con tintes moralistas. Por el contrario, la película centrará su alcance en el retrato de una mujer honesta e independiente, víctima de su sincero amor y, de manera subsiguiente, unos condicionamientos de clase. Para ello, es indudable que la entrega brindada por Barbara Stanwyck es un elemento de especial relevancia a la hora de alcanzar los resultados buscados.

Pero también lo serán episodios planificados con una especial intuición cinematográfica, como ese travelling que discurre por los cubiertos de la mesa de la fiesta a la que asisten David y su madre, que no dudan en hacer comentarios y cotilleos, describiendo de manera imaginativa una atmósfera de opresión y puritanismo, de la que querrá emerger el joven, sobre todo cuando descubra que muy cerca de él, se encuentra sentada la que sigue siendo la mujer de su vida, atacada por el resto de comensales, y para la que ha permanecido soltero secretamente –ella también por otra parte-. Esa capacidad para alterar el sentido de drama último que se dirime en la oposición de la protagonista y la madre de David, modulando desde la firmeza de la muchacha, el sentido amenazante de la madre, o el derrumbamiento de esta que conmoverá a Kitty, y la comprensión final de la anciana. Todos estos sentimientos, articulan unos pasajes finales, en los que el recurso a la convención, limitan el alcance transgresor de la película, pero no por ello dejará traducir la efectividad en esa necesaria bienvenida a la estabilidad emocional. Será algo propuesto de una vez por todas por una mujer egoísta del cariño de su hijo, en este modesto pero atractivo melodrama, que nos permite disfrutar de la frescura interpretativa de una actriz, dispuesta ya entonces, a ser llamada una de las grandes.

Calificación: 2’5

BEFORE I HANG (1940, Nick Grinde) El mago de la muerte

BEFORE I HANG (1940, Nick Grinde) El mago de la muerte

Era bastante común que Boris Karloff encarnara con prestancia en este periodo de su carrera, en el que estuvo abocado a numerosas producciones de serie B, asumiendo diversos mad doctors que en líneas generales han sido poco apreciados a la hora de analizar el conjunto de su filmografía, aunque quizá fueran más numerosos que sus encarnaciones del monstruo de Frankenstein que le proporcionara pasaporte a la eternidad cinematográfica. En esta ocasión, BEFORE I HANG (El mago de la muerte, 1940), al amparo de la Columbia –que auspiciaba modestas y nada desdeñables aportaciones el cine de terror-, y bajo la dirección del anónimo Nick Grinde, quien ya dirigiera a Karloff en la inmediatamente precedente THE MAN WITH NINE LIVES (1939), el gran actor británico –nacionalidad esta que poco se suele citar-, interpreta al Dr. John Garth, al que ya en la primera secuencia encontraremos sometido a un tribunal por el supuesto asesinato de un anciano paciente, al que había inyectado un suero de su invención, provocándole la muerte accidental. Pese al conmovedor alegato de defensa esgrimido por el propio acusado, el juez dictaminará su condena a morir en la horca en el plazo de un mes. En este escaso margen de tiempo, Garth logrará la anuencia del viejo galeno de la prisión en la que se encuentra encarcelado –el Dr. Howard, encarnado por uno de los recurrentes antagonistas de Karloff; Edward Van Sloan-, para que con el permiso del alcaide de la misma, puedan ambos seguir con las investigaciones que permitieran que su fórmula para el rejuvenecimiento culmine con un resultado positivo. Cuando apenas quedan minutos para que Garth sea llevado al cumplimiento de la pena capital, este rogará a Howard que le inyecte el suero ya perfeccionado, como única posibilidad de desafiar a la muerte. Realizado el experimento in extremis, en el último instante el veterano y casi ajusticiado doctor será indultado de su condena a muerte, transmutándola por la cadena perpetua. Ello le permitirá poco a poco adquirir un rejuvenecimiento físico que irá aparejado a una duplicidad en su fuero interno, al haber recibido el suero con la sangre de un ahorcado por asesinato. Esa vertiente criminal se irá manifestando en su personalidad, teniendo su primera víctima en su compañero; el Dr. Howard. El crimen estará envuelto en una situación equívoca –será atribuido a un ayudante convicto al que también asesinará Garth- viviendo este un schock que le provocará una amnesia, siendo indultado por las autoridades. A partir de ese momento y ya en libertad, el veterano doctor irá mostrando en su aspecto un insospechado rejuvenecimiento, intentando convencer a su envejecido círculo de amistades de las ventajas de la aplicación de su suero en ambos, aspecto que todos ellos rechazarán, aunque poco a poco se sientan tentados ante la posibilidad de esa “eterna juventud”. Al mismo tiempo, se irá manifestando de manera más frecuente esa doble personalidad criminal oculta en su interior, que exteriorizará al asesinar a las personas que se encuentran en su círculo de amistades y se han ofrececido al experimento.

Es cierto que BEFORE I HANG no supone ninguna propuesta renovadora en el género, ni siquiera dentro del círculo de producciones que Karloff protagonizaba en aquellos tiempos tan febriles en número de títulos. Sin embargo, dentro de su modestia, justo es reconocer en ella virtudes apreciables. Desde su propia asumida modestia, aunada con una escasa duración de poco más de una hora, permite que el espectador casi no tenga margen a la tregua, y aún sabiendo los que va a contemplar, se deje llevar por sencillo relato de terror que sabe combinar sus elementos con pericia. El principal reside en la excelente composición de un Boris Karloff a quien está destinada la totalidad del relato, sabiendo matizar a la perfección y de manera contenida e interiorizada, la dualidad que se establecerá en su personalidad a partir de la aplicación de ese suero cuando se disponía a ser ejecutado. Junto al rejuvenecimiento físico, se percibirá en él la huella de la vertiente criminal que le ha proporcionado la sangre de un criminal que llevaba aparejado el suero. Unido a dicha brillante performance se aunará una ajustada planificación, en la aplicación de un pertinente fondo sonoro, y un logrado juego de sombras, así como la prestancia que le ofrecerá el cuidado look de la Columbia, aún encontrándonos ante una producción modesta.

Pero en el conjunto del film, y junto a ese conjunto eficazmente trabado, en el que destacan los instantes en los que se ejecutan los crímenes, destaca en mi opinión el fragmento que sucede al encuentro con sus viejos amigos, y el posterior encuentro que tendrá con el veteranísimo pianista Victor Sondini –estupendo Pedro de Córdoba-, al que humillará en su mengua de facultades ante el teclado, ofreciéndose este en solitario a recibir en carne propia su experimento. La atmósfera casi malsana que presiden esos instantes, la matizada modificación que se produce en la psicología de Garth, el tempo adquirido en la secuencia, el temor creciente presente en el inicialmente confiado Sondini, prefiguran un fragmento magnífico, digno de figurar entre lo mejor legado por el género en aquellos años de crisis para el mismo. Con ello dará la medida de una producción modesta y limitada en sus punto de partida, aunque llevada a un apreciable buen puerto, asumiendo sus limitaciones, y proponiendo una apuesta sólida a través de una serie de factores consustanciales para el mismo.

Calificación: 2’5

THE MAN THEY COULD NOT HANG (1939, Nick Grinde) La horca fatal

THE MAN THEY COULD NOT HANG (1939, Nick Grinde) La horca fatal

Hay ocasiones –y más aún dentro del terreno del cine de terror-, donde se encuentra tanto margen para la decepción como la relativa sorpresa. Al adentrarnos en la producción de finales de los años treinta e inicios de los cuarenta, se encuentran numerosos títulos carentes de interés –no pocos de los producidos por la Universal que emergían a través de la aprovechamiento hasta la extenuación de las mitologías del terror-, mientras que en estudios e incluso condiciones de producción más limitadas, existen muestras que aunque lindantes con la serie Z, aparecen provistas del suficiente interés, revelando que el talento o la relativa inspiración podía surgir en el contexto más inesperado. Esta ha sido, bajo mi punto de vista, la relativa sorpresa que me ha proporcionado THE MAN THEY COULD NOT HANG (La horca fatal, 1939. Nick Grinde), una de las diversas producciones que Boris Karloff protagonizó al amparo de la divisiones menores de la Columbia Pictures. Bajo un metraje que apenas supera la hora de duración, su base argumental combina diversos y contrapuestos elementos, que van desde la prominente figura del mad doctor, las posibilidades que puede ofrecer propiciar las condiciones de adelanto de la ciencia, las vistas judiciales, la venganza, las relaciones paterno filiales, el arrepentimiento… Quizá sean demasiadas las subtramas presentes a partir de la historia que protagoniza el veterano y prestigioso dr. Saavard (una notable y sobria composición de Karloff). Un científico decidido a consolidar un sistema que haría revolucionar la medicina quirúrgica, reemplazando órganos dañados y, con ello, logrando de facto una prolongación indefinida de la vida. Ayudado por el dr. Lang y el joven”Scoop” Foley (Robert Wilcox), Saavard encontrará en este último un voluntario para ejercer un experimento que ya ha funcionado con éxito con animales, pero se encuentra preciso de su ratificación definitiva por el ser humano. Pese a las advertencias en contra que le formula Betty Crawford (Ann Doran), enfermera y novia de Foley, este decidirá asumir la aventura… que finalmente resultará frustrada precisamente por la llamada de socorro de las muchacha ante la policía, deteniendo al científico sin permitirle esa hora de tiempo que haría retornar a la vida al joven. Encarcelado y condenado a la horca, mediante la anuencia del dr. Lang (Byron Foulger) –quien solicitará su cuerpo, que ha cedido el condenado, para la ciencia-, alcanzará hacerle retornar a la vida, y ejecutando este una venganza contra todos aquellos que, de una forma u otra, contribuyeron no solo a su condena, sino sobretodo a su desprestigio como científico. Cuando en apenas unos meses ya ha asesinado a varios de los jurados que lo condenaron, Saavard citará bajo un falso subterfugio al resto de personas que a su juicio forjaron su condena a su mansión, en donde ejecutará el resto de su venganza. Sin embargo, la astucia de un joven periodista –que casualmente ha vivido todo el proceso del científico-, y la inesperada presencia en la vivienda de la hija de Saavard, supondrán dos inesperados elementos que impedirán que el inicio de sus siniestros propósitos lleguen a culminarse tal y como este desea.

Resulta evidente señalar que THE MAN THEY COULD NOT HANG posee no pocas debilidades, centradas ante todo en un guión –obra de Karl Brown, a partir de una historia de George Wallace Sayre y Leslie T. White- en el que se detectan irregularidades de grueso calado, hasta cierto punto comprensibles en una producción de tan escueta duración. Desde lo fácil que hubiera resultado para el relato que el joven sujeto que se somete voluntariamente a la experimentación redactara un documento ratificando su voluntad –aunque el mismo pudiera extraviarse o destruirse por cualquier circunstancia-, hasta el hecho de que la hija del científico se introduzca en la vivienda de este sin justificación posible, o pasando por la manera con la que el dr. Lang descarga –presumiblemente- solo, el cuerpo sin vida de nuestro protagonista, son todos ellos, aspectos sobre los que conviene pasar de largo –aunque se detecten-, si es que se desea de alguna manera disfrutar de los aspectos que el film de Grinde proporciona al espectador. Elementos que se detectan casi desde sus primeros fotogramas, al comprobar una agilidad narrativa que disipa esa pesadez característica de las producciones ubicadas en dichos parámetros. Con probabilidad utilizando una escenografía procedente de otras producciones, el director describe con presteza el proceso que ha concluido en la experimentación que dará inicio a la tragedia. La rapidez expositiva de la serie B, tiene en THE MAN THEY COULD NOT HANG un importante aliado, en el que hay que destacar además la humanización que se desprende del personaje protagonista, o incluso la presencia de elementos narrativos que demuestran la capacitación de su desconocido pero nada desdeñable realizador. Ese plano en el que vaticina la condición de víctimas por parte de Saavard y Lang, encuadrándolos a través de los espacios que deja la maquinaria que ambos han creado, otros instantes que en alguna ocasión se plantean con una audaz inclinación, o encuadrando alguna secuencia desde la parte trasera de los peldaños de una escalera, la agilidad con la que se escenifica la vista en la que el primero será condenado –que incluso muestra brevemente la deliberación del jurado, anticipando los modos del drama 12 ANGRY MEN (Doce hombres sin piedad, 1957. Sydney Lumet)-, los ecos del mito de Frankenstein que adquieren las intenciones del científico, lo lúgubre de los planos que muestran la salida del féretro de este en plena lluvia, o el largo primer plano conjunto de los dos científicos, cuando Saavard recobre la vida tras las pruebas puestas en práctica por Lang –quizá el instante más intenso del film-, cierran una primera mitad llena de frescura y destreza cinematográfica, impropia en producciones de este tipo. Ello dará pie a una segunda parte en la que en principio parecerá descender el grado de interés de la función –el encierro que conforma la venganza del científico-. Sin embargo, pese a unos minutos vacilantes, el interés de la película retornará al contemplarse el maquiavélico plan urdido por este, en el que encontramos resonancias que por momentos nos lo hacen parecer un precedente del muy posterior Vincent Price de THE ABOMINABLE DR. PHIBES (El abominable Dr. Phibes, 1971. Robert Fuest). La precisión de su plan –tiene dispuesta la hora y manera exacta de la muerte de todos los comensales a los que ha encerrado en el salón de su casa-, el sadismo de algunos de sus crímenes –uno de ellos se expresará mediante una aguja envenenada inserta en el auricular de un teléfono- o incluso detalles como tener todas las puertas y ventanas del exterior cubiertas con planchas de acero –un detalle tan poco verosímil sobre el papel como desasosegador en su plasmación visual-, conformarán un episodio final solo empañado por el papel jugado por la hija, quien sin embargo ejercerá como elemento detonante para que se compruebe la eficacia del método que este creara y fuera rechazado en su momento. A pesar de ello, Saavard entenderá que ya no tiene sitio en este mundo, culminando de manera tan rotunda esta pequeña y hasta cierto punto simple producción, en la que las limitaciones y las virtudes de la serie B, logran conformar un conjunto cuando menos apreciable.

Calificación: 2’5