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CINEMA DE PERRA GORDA

Richard Quine

THE NOTORIOUS LANDLADY (1962, Richard Quine) La misteriosa dama de negro

THE NOTORIOUS LANDLADY (1962, Richard Quine) La misteriosa dama de negro

¿Lograremos ver algún día todos aquellos pocos aficionados que desde hace tiempo quedamos hechizados por su cine, ver plasmada una -siquiera sea pequeña- reivindicación de la figura del norteamericano Richard Quine? Cada vez tiendo a pensar que se trata de un objetivo casi quimérico, pero al mismo tiempo se transforma en ilusión cada ocasión en la que me encuentro y disfruto con algunas de sus películas -en las que predominan una inspiración y unos modos visuales muy reconocibles-. Cierto; Quine mostró una trayectoria irregular y, en sus últimos exponentes, realmente decepcionante. Pero conviene recordar que en una filmografía de una treintena de títulos, hay una quincena de notable nivel, e incluso en ella algunos títulos absolutamente excelentes. No es mal balance precisamente, para un realizador que en sus obras demostró su compenetración con la última edad de oro de la comedia norteamericana, demostrando ser uno de los últimos grandes románticos del cine norteamericano.

 

Sorprendentemente, el cine de Quine recibió en nuestro país el entusiasmo de la corriente "film idealista", entroncándolo como uno de los continuadores y renovadores de las mejores virtudes del cine USA. Ciertamente su obra se encontraba en el mejor momento, junto al conjunto de cineastas que formaban ese clan compuesto por Stanley Donen, Blake Edwards, Vincente Minnelli, Billy Wilder, Jerry Lewis o Frank Tashlin. Todos ellos no mantenían los mismos modos, pero es evidente que donde terminaba la labor de uno empezaba la del otro, mostrando un continuum cinematográfico recibido con entusiasmo en el momento de su estreno, aunque con el paso de los años fuera cayendo en el olvido y el menosprecio -con la excepción de las comedias firmadas por Wilder-. Se trata de una corriente que, afortunadamente, el paso de los años se está corrigiendo parcialmente, aunque lo cierto es que jamás podremos ver consolidada esa necesaria reivindicación de los modos de la comedia USA entre la segunda mitad de los cincuenta y la primera de los sesenta.

 

En cualquier caso, el placer que me ha proporcionado el visionado -por tercera vez en el plazo de casi tres décadas- de THE NOTORIOUS LANDLADY (La misteriosa dama de negro, 1962), muy cerca además de la revisión de la previa PUSHOVER (La casa 322, 1955), me permite ratificarme en la admiración hacia la figura de Quine, en la que sus mejores propiedades como realizador, se manifiestan en esa capacidad para la delicadeza, la ensoñación, y para plasmar en sus imágenes las dificultades que genera cualquier relación amorosa. Esa propiedad para alcanzar un feeling absolutamente delicioso, que en esta ocasión se plantea en el contexto de una comedia de tratamiento policiaco. Se trata sin duda de un marco especialmente frecuentado en aquellos modos de comedia -ese mismo año Frank Tashlin apostó por esa misma vertiente genérica en la estupenda IT’$ ONLY MONEY (¿Qué me importa el dinero?, 1962), y muy pocos meses después Blake Edwards adoptaría los mismos modos en su igualmente magnífica THE PINK PANTHER (La pantera rosa, 1964).

 

Unido a ello, cabe destacar uno de los elementos más frecuentados dentro de la comedia de aquellos años, como es la  mirada ofrecida al plantear muchos de sus argumentos en escenarios europeos. En este sentido Paris siempre se llevó la palma, pero tras ella fue Londres la ciudad más reiterada en este contexto. Es precisamente la capital británica -además retratada a través de uno de sus barrios arquetípicos-, el marco en el que se desarrollará la misma, siendo de destacar ya en primer lugar, la percepción de asistir a una magnífica y, sobre todo, muy creíble ambientación british. Los escarceos que la película destina al cine de misterio parecen emanar de cualquier cinta inglesa de la materia adquieren una extraña sensación de autenticidad, siempre partiendo de la base de asumir los clichés cinematográficos existentes en la materia. Es precisamente en dicha vertiente donde cabe destacar algunas de las mejores virtudes del cine de Quine. Es decir, una mirada quizá externa en torno a los géneros tradicionales -este sería el epicentro del posterior título de su obra, el excelente e infravalorado PARIS - WHEN   IT SIZZLES (Encuentro en París, 1964)-. En ellos incorporó un cariño y una delicadeza, que tienen sus mejores momentos en esos tiempos muertos en el que sus personajes conversan, se expresan con los movimientos de sus cuerpos en el encuadre y, con ello, logran trasladar al espectador esa sensación de verdad cinematográfica que, sinceramente lo digo, ha logrado traspasar el discurrir del paso del tiempo, y a mi modo de ver ha alcanzado la vitola del clásico.

 

Pese a que siga encontrando opiniones que cuestionan la valía del título que nos ocupa, lo cierto es que me parece un auténtico placer, uno de los ejemplos más valiosos, divertidos y sensibles de un modo de hacer comedia, que a mi modo de ver sigue manteniendo su absoluta vigencia. Es algo que se manifiesta desde los primeros instantes, en los que el realizador pone en práctica su incomparable sensibilidad en la movilidad de la cámara, mostrando una vez más su maestría a la hora de plasmar inicios que lograran atrapar al espectador -creo que Quine ha sido el realizador que mejor valoró la importancia de los instantes de apertura de sus películas, para intentar captar desde el primer momento el interés del espectador-. Ya en esos instantes tendrá un doble aliado en la estupenda fotografía en blanco y negro de Arthur E. Arling y el magnifico contrapunto musical brindado por George Duning -uno de los mayores apoyos de Quine al brindarle una patina suplementaria de sensualidad con su música -el equivalente de Mancini con Edwards o Donen-. Desde ese preludio, en la combinación que en sus primeros instantes se ofrece de ese marco evocador y al mismo tiempo lleno de vecinos chismosos, el director pone en práctica un estupendo guión -firmado por Blake Edwards y el también experto Larry Gelbart-, que supone un asidero más que sólido para esa magnífica combinación de comedia romántica y relato policiaco tamizado de toques humorísticos de primera ley. No es la primera ocasión en la que se habla -el agudo comentarista Tomás Fernández Valentí lo destaca en la revista Dirigido Por... en 2003- del equilibrio entre ambos factores que logra plantearse en el conjunto de una película que prácticamente carece de baches de ritmo -quizá la resolución de la intriga contenga una cierta tendencia al artificio-, en la impresión que más puedo destacar es ese placer intenso que proporcionan los recovecos que se establecen especialmente entre la relación entre Carly Hardwicke (Kim Novak) y el agente de la embajada norteamericana Bill Gridley (Jack Lemmon). Una exteriorización que con su mera expresión mostrada en esta película, debería bastar para situar a Quine en el cetro de los grandes románticos del moderno cine norteamericano.

 

Desde el primer momento, utilizando la imagen cinematográfica que el espectador tiene ya marcados sobre sus protagonistas -esos planos destacando la espalda de la Novak-, el realizador demostró encontrarse en un estado de especial inspiración, mostrándose sinceramente romántico en la relación de sus protagonistas, y al mismo tiempo imbricando en ella los elementos de intriga y, sobre todo introduciendo el irresistible personaje del embajador Ambruster -un memorable Fred Astaire-, que de alguna manera emparenta esta película con la inmediatamente precedente ONO, TWO, THREE (Uno, dos, tres, 1961. Billy Wilder), secundando esa tendencia antes señalada en la que unos y otros realizadores retomaban ideas ya vistas previamente en títulos de sus compañeros, y logrando con ello una sensación de asistir a un conjunto de muestras, más unidas de lo que a primera vista podría parecer. A partir de ahí, son diversos los senderos que en THE NOTORIOUS LANDLADY nos llevan a un placentero disfrute como espectador, y a la sensación de asistir a un título que debería sobrellevar a estas alturas la condición de clásico.

 

Dentro de dicha circunstancia, es cuando se puede destacar la excelente aprovechamiento del interior de la casa en la que reside Carly, momentos tan impecablemente planteados y resueltos y con tanta magia cinematográfica, como la persecución nocturna de Gridley a un previsiblemente siniestro personaje. Resulta modélica la evolución en la impresión del punto de vista de este, con una mirada cercana a la iconografía del cine de terror, hasta comprobar con emoción que se trata de un sacerdote –interpretado por el gran Henry Daniell-. Es en momentos como ese, donde uno puede disfrutar y emocionarse con las inflexiones, el cariño hacia sus personajes y el virtuosismo de un realizador que –en esta película lo demuestra plenamente-, sabe manejar los resortes del lenguaje cinematográfico con un estado de inspiración ciertamente poco frecuente. Es algo que se manifiesta en las secuencias desarrolladas en el interior de la vivienda de Carly, dotadas de un magnífico juego escenográfico, en el equilibrio con que se van insertando los componentes humorísticos, en la presencia de Fred Astaire en aquellas secuencias en las que se encuentra en segundo plano, en el uso de la elipsis, que nos evita de manera elegante tener que contemplar la evolución de la trama, o incluso poder apreciar citas cinematográficas tan evidentes como admirablemente insertadas –algo que haría enrojecer de vergüenza al aclamadísimo Pedro Almodóvar-, que van desde el plano con el sumidero que evoca a PSYCHO (Psicosis, 1960. Alfred Hitchcock), o incluso el preludio de la ya citada THE PINK PANTHER que nos muestra la breve secuencia en la que Jack Lemmon se ubica encima de una piel de oso ubicada a modo de alfombra, pasando por la excelente evocación del slapstick mudo que propician sus secuencias finales, coreografiadas como un inesperado ballet cómico, y rematadas con una panorámica final que desprecia la conclusión del peligro final del relato, hasta confirmar el hecho de que nos encontramos ante una monumental farsa cinematográfica. Un relato, una búsqueda de dos horas de placer en la que, entre líneas, se habla de la dificultad que existe entre los seres humanos para poder apostar por su sentimientos, que a mi modo de ver ha adquirido algo más de cuatro décadas después de su estreno, la debida madurez para ser considerada una de las grandes comedias policíacas de la primera mitad de los años setenta. Como sucedería posteriormente con CHARADE (Charada, 1963. Stanley Donen) y THE PINK PANTHER, la fórmula adquirió en este uno de los grandes films de Quine un grado de inspiración pocas veces superado. Su siguiente película ahondaría en esa mirada en su visión cáustica y distanciada del cine de género y las convenciones de Hollywood vigentes hasta aquellos tiempos de transformación, unido a su visión tan evanescente y por momentos intensa de las relaciones humanas. Pese a que solo lo apreciemos cuatro locos, lo cierto es que el paso del tiempo parece haber dado la razón al olvidado, elegante y cínico Richard Quine.

 

Calificación: 4

FULL OF LIFE (1957, Richard Quine) [Llenos de vida]

FULL OF LIFE (1957, Richard Quine) [Llenos de vida]

Cuando los gustos cinematográficos han variado tanto, quizá resultaría hasta casi antediluviano evocar cómo hace unas cuatro décadas nombrar a Richard Quine era recurrir a uno de los realizadores que mayores pasiones concitaban entre los aficionados en el género de la comedia y el melodrama. Años después y tras la estela de un buen número de buenos e incluso excelentes títulos, a finales de los 60 su nombre se oscureció sorprendentemente, consumándose una de las más tristes e injustificadas decadencias profesionales de la historia del cine moderno que finalizó cuando en 1988 Quine se suicidó “por falta de trabajo”.

Aún años después su nombre divide a los aficionados que quedan “de antes”, entre quienes lo consideran un gran realizador y aquellos que lo califican como producto de una moda. Sin dejar de reconocer que algo hay de ello en el segundo término, no dejo de ocultar mi admiración por la figura de Quine, a quién creo aún no se ha reconsiderado como puntal de la renovación de la comedia americana y con la estela de un buen número de títulos destacables.

FULL OF LIFE (1957, jamás estrenada en España aunque emitida en TV con el título de LLENOS DE VIDA) es uno de sus títulos menos conocidos y entre los que lo conocen es poco apreciado. Incluso su propio realizador comentaba en una lejana entrevista que pretendía formular una parábola sobre la tolerancia religiosa pero la intención le resultó fallida. Confieso que su resultado –fundamentalmente la parte sermoneadora que se incorpora en su tercio final- podría situar esta película como objeto de las iras de los detractores de Quine. Como quiera que hoy día es una batalla que a nadie interesa, he de decir que pese a ese relativamente molesto lastre –que justo es reconocer tiene un cierto peso-, el resultado me parece brillante y representativo de la personalidad del realizador.

Cierto es que la película retoma algunas referencias del cine del gran Leo McCarey –desde el admirable MAKE WAY FOR TOMORROW (1937) hasta su díptico sobre Bing Crosby- y que Quine ni tenía la maestría de McCarey, lo que no le impedía ser un realizador de primera fila. Es por ello que FULL OF LIFE deja entrever muchas de las virtudes que hicieron de él uno de los renovadores de la comedia americana. Desde la importancia y musicalidad concedida a los inicios de sus películas –pocos como Quine sabían enganchar al espectador en sus primeros compases; en este caso es una simple aparición de Emily (Judy Holliday) preparándose ansiosa un sándwich-, la excelente compenetración que manifestó en la mayor parte de ellas con el compositor George Duning –otro gran menospreciado en la banda sonora-, la constante oscilación entre comedia y melodrama que hacen insertar detalles divertidos e irónicos en secuencias sentimentales –el ejemplo más patente son los momentos en los que la madre del protagonista se desvanece en su casa- o viceversa. Y fundamentalmente ello deriva en una extraña melancolía en su tono que se subraya en el gran adjetivo definitorio del cine de Quine; la elegancia en su puesta en escena.

La película de Quine nos narra la simple historia del matrimonio formado por Emily y Nick Rocco (Richard Conte). Se trata de un matrimonio americano medio y él es escritor, dedicándose ella a las labores del hogar. Emily está embarazada y la rodean las típicas y divertidas excentricidades propias de dicha condición (ello permite a la Holliday una deliciosa performance que creo se sitúa entre las mejores de su carrera). Un día ella se hunde dentro de un agujero que se ha producido en la cocina de su vivienda (impagable momento que nos es mostrado en un ingenioso off). El elevado coste de la reparación motiva que tengan que recurrir al padre del esposo. Se trata de Victorio (el entrañable eterno histrión italiano Salvatore Baccalloni), viejo cantero que vive junto a su esposa en una casa de campo. El joven matrimonio viaja hasta allí y logran convencer a este para que se responsabilice de la reparación, llevándolo hasta su domicilio. Este se siente a sus anchas y demora la reparación mientras intenta que los jóvenes recuperen un sentimiento religioso y contraigan matrimonio católico.

A partir de esa premisa es evidente que la película propone un relativo enfrentamiento generacional y de alguna manera se alía con la “reaccionaria simpatía” de los valores familiares representados por el madre –y en segundo término la sufrida madre-. Ni que decir tiene que ese lastre pesa un poco en la película –en la que incluso tenemos la molesta visita de un joven sacerdote al domicilio de los Rocco para “convencerles amablemente” de las ventajas del inmovilismo de la Iglesia-. Afortunadamente, durante el metraje está tan bien llevado el tono intimista y sobriamente encauzado entre melodrama y comedia de la película, que ese lunar molesta menos de lo que podría.

Y es que en FULL OF LIFE hay muchísimos motivos de regocijo. Desde ese adelanto del “musical sin danza” que ejemplifican todas sus secuencias y al que tanto recurrirían algunas de las mejores comedias de los años siguientes, la sinceridad que ofrecen las interpretaciones de los actores, el uso de los tiempos muertos o confesionales, la disposición de los intérpretes en los encuadres, ese “hablar en voz baja” de sentimientos y emociones indudablemente nos adelanta buena parte del estilo visual y narrativo que Quine configuró en su trayectoria posterior –en el que el uso de las grúas y panorámicas quedarían como uno de los más definitorios-. Al mismo tiempo hay numerosos momentos divertidos como las ocurrencias en los viajes de ida y, sobre todo, la vuelta en tren, los ingeniosos gags que ironizan con la sorpresa de las monjas ante los recién casados con la esposa a punto de dar a luz, o ese ramo de flores de recién casada que entrega Emily ante dos expectantes enfermeras. Al mismo tiempo se produce ese cuidado de Quine en la presencia de personajes secundarios femeninos –la sirvienta de los Rocco-.

Grata sorpresa este FULL OF LIFE, que me devuelve el interés por contemplar películas que aún desconocía de un director especialmente estimado por mí, un Richard Quine que aún duerme en la espera de una necesaria reivindicación.

Calificación: 3