PARIS WHEN IT SIZLES (1964, Richard Quine) Encuentro en París
En una época de máxima cotización para Richard Quine, la actriz Audrey Hepburn y el propio guionista George Axelrod –sus prestaciones para BREAKFAST AT TIFFANY’S (Desayuno con Diamantes, 1961. Blake Edwards) y la mezcla de suspense y comedia negra aplicada THE MANCHURIAN CANDIDATE (El Mensajero del Miedo, 1962. John Frankenheimer) quedaban recientes-, el realizador americano se aunó junto al celebrado argumentista y escritor, produciendo de forma conjunta para la Paramount PARIS WHEN IT SIZLES (Encuentro en París, 1964. Richard Quine). Una propuesta sin duda irónica, que buscaba el desmonte de una serie de tics que se iban adueñando del género en este periodo tan fecundo para sus exponentes, y que en buena medida ya figuraban como material de base en sus guiones. Es justo señalar a este respecto la disolvente capacidad de autocrítica de Axelrod, que escondido entre tintes festivos nos presenta una visión bastante audaz de los altibajos creativos, los trucos y los lugares comunes que se plantean a la hora de sentar las bases de una película. Se trata pese a su atractivo planteamiento, de uno de los títulos que desde su estreno ha gozado -salvo honorables excepciones-, de una mayor incomprensión entre los aficionados a la comedia, y de forma muy especial de la crítica especializada.
Me encuentro sin embargo entre ese sector minoritario que considera esta producción una de las propuestas más personales y, al propio tiempo, desmitificadoras, de lo que supuso en su momento la comedia sofisticada americana, al tiempo que quizá uno de los puntos más altos alcanzados dentro de la filmografía de Richard Quine –junto a THE NOTORIUS LANDLADY (La misteriosa dama de negro, 1962) y la posterior SEX AND THE SINGLE GIRL (La pícara soltera, 1964)-. Retomando un antiguo, poco conocido , y estimulante film francés de Julien Duvivier LA FÊTE À HENRIETTE (1952), el tandem formado por Quine y Axelrod –este último asumiendo en solitario las tareas de guión, pero indudablemente en clara sintonía con un realizador acostumbrado a estas tareas-, asumieron la puesta en marcha de un ambicioso homenaje / desmitificación de los vaivenes creativos de los guionistas, los modos de producción hollywoodienses, la recurrencia a los propios géneros cinematográficos y, sobre todo, de un modo de hacer comedia de los que ambos podían contarse entre sus artífices más destacados en aquellos momentos.
La película se inicia con un pregenérico descrito a partir de una lujosa panorámica aérea, que nos sitúa en un paradisíaco enclave de la Costa Azul. Con una imagen definida en poderosos colores pastel, Alexander Meyerheim (Noel Coward), rodeado de ociosos amigos y despampanantes starlets recibe el telegrama de Richard Benson (William Holden), comunicándole la próxima conclusión de su guión para el film titulado The Girl who Stole the Eiffel Tower. De pronto, una de las jóvenes que rodean al productor recuerda el nombre de Benson y relata despechada las múltiples andanzas y correrías vividas por el “prestigioso” guionista, detalles estos que han hecho populares muchos de los más afamados escritores cinematográficos (borracheras, correrías taurinas, juergas nocturnas...). Meyerheim ratifica su confianza en el autor, mientras la panorámica nuevamente se eleva y de forma elegante se funde con la imagen de la Torre Eiffel. A partir de ahí, y con la imagen de Gabrielle Simpson (Audrey Hepburn) recorriendo varios de los más fotogénicos y familiares lugares de París hasta llegar al domicilio del guionista, se van sucediendo los títulos de crédito en forma de letras de taquigrafía –elegantemente punteados por el feeling que desprende la melodía de Nelson Riddle-, que finalizan con la llegada de la nueva secretaria de Benson. Muy pocas comedias tienen la irresistible fuerza de los primeros minutos de PARIS WHEN IT SIZZLES – una vez más, Quine demostró su maestría al plasmar inicios muy atrayentes-, en los que al tiempo de ironizar con la propia realización cinematográfica, no deja de rendirse ante la fascinación que la capital europea había ejercido hasta entonces –y la seguiría provocando durante varios años más- en el cine norteamericano.
Tras su presentación, el juego de la película se encierra en esa doble vertiente: por un lado mostrar con notable ironía los trucos para encubrir la escasez de inspiración y tribulaciones que ha de sufrir un escritor cinematográfico a la hora de cumplir con su encargo, mientras que de forma paralela esos propios personajes van cumpliendo el pirandelliano proceso de vivencia de la propia película que están forjando en sus mentes en apenas dos días. Esa dualidad creación / experiencia de un film proporciona uno de los mayores atractivos a esta propuesta, quizá demasiado compleja para poder ser disfrutada de forma simple por el espectador de la época. Pero junto a estos rasgos y unido a la inevitable historia de amor que se plantea entre el guinista y su secretaria según va afianzándose la historia que ellos mismos plantean y protagonizan, el film de Quine nunca deja de ser un divertidísimo deleite para el aficionado, que en todo momento disfrutará de una reflexión que en muy pocas ocasiones se ha ofrecido en el cine de Hollywood con tan ingeniosos planteamientos.
Desde la visualización de unos títulos de crédito que no dejan de ironizar numerosos tópicos de las comedias de la época –canción de Frank Sinatra incluídos-, la prestación paródica de actores como Tony Curtis –impecable como desmitificador de los galanes franceses al estilo de Alain Delon-, la inteligente y fugaz parodia de característicos géneros cinematográficos –bélico, terror, western, policiaco-, o el propio desmonte de unos modos de hacer comedia sofisticada de pleno apogeo en aquellos años -que tenían generalmente su epicentro argumental en las capitales francesa o británica-, el discurrir de PARIS WHEN IT SIZZLES proporciona constantes motivos de regocijo. Se llega a sentir que sus artífices se divirtieron considerablemente-aunque no pocas crónicas revelan los problemas que proporcionó la querencia de William Holden con el alcohol- a la hora de dar vida su resultado –algo que por otra parte en sí mismo no tendría que a ninguna opinión favorable-, mientras que las imágenes ofrecen una mirada sutil ante un tipo de cine al que ellos mismos habían contribuido a practicar y potenciar desde algunos años antes.
Al contemplar la película de Quine - Axelrod, se tiene la sensación de estar pisando los platós que rodaron dos títulos muy cercanos en el tiempo. Por una parte es evidente el eco de CHARADE (Charada, 1963. Stanley Donen) –a la sombra de cuyo éxito fue estrenado este film, con una acogida bastante negativa a todos los niveles-. En otros momentos sin embargo –la fiesta de disfraces final-, parece que nos traslademos al rodaje y ambiente festivo y ligero de THE PINK PANTHER (La Pantera Rosa, 1963. Blake Edwards). Richard Quine, Stanley Donen, Blake Edwards, tres grandes nombres unidos en un solo título, que está a punto de alcanzar una de las cimas del género en aquellos fecundos años, pero al que en su segunda mitad le perjudica un cierto exceso de autocomplacencia teórica por parte del personaje del guionista. Parece que Axelrod quiera en esos momentos reivindicar su profesión, intentando otorgar una cierta trascendencia a lo que, en conjunto, es una monumental burla de la comedia americana y que, como tal, debería ser reconsiderada y apreciada por los aficionados a un modo de hacer cine hoy casi perdido. Pese a este inconveniente –que tiene una cierta incidencia en algunos pasajes, en los que parece que la acción se estanca ¿era deliberada esa intención?-, con PARIS WHEN IT SIZZLES asistimos a un desmonte que destila sus ironías hasta el propio instante final, que revisita el de FUNNY FACE (Una cara con ángel, 1957. Stanley Donen), y en el que no se escapa ni la intencionada burla a los –entonces en plena pujanza en la televisión- doblajes con voces sudamericanas. En su conjunto, una de más valiosas y menos apreciadas muestras de “cine dentro del cine” orquestadas en el cine USA durante la década de los sesenta, vertiente en la que Jerry Lewis dirigiría de forma casi simultánea su excelente y personalísima THE PATSY (Jerry Calamidad, 1964). Ambas recibirían una acogida muy menguada y cuyo negativo influjo se ha mantenido con extraña comodidad hasta nuestros días.
Calificación: 4
2 comentarios
Isis -
Un saludo.
Teo Calderón -