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CINEMA DE PERRA GORDA

Robert Day

THE GREEN MAN (1956, Robert Day)

THE GREEN MAN (1956, Robert Day)

Siempre se ha considerado como un elemento típicamente british el coqueteo con la comedia negra. Algo que a nivel cinematográfico podría ser de alguna manera cuestionado -ahí tenemos los ejemplos de ARSENIC AND OLD LACE (Arsénico por compasión, 1943. Frank Capra), THE COMEDY OF TERRORS (La comedia de los terrores, 1963, Jacques Tourneur) o la eternamente infravalorada THE LOVED ONE (Los seres queridos, 1965), dirigida sin embargo por el inglés Tony Richardson. En cualquier caso, resulta evidente que dicha corriente tuvo un especial predicamento en la cinematografía de las islas, en la que cabe destacar la impronta aportada por el atractivo tándem formado por Sidney Gilliat y Frank Launder. Es bastante probable que el máximo exponente de esta corriente aparezca, sin embargo, con una película al margen de esta pareja, como lo supuso la extraordinaria THE LADYKILLERS (El quinteto de la muerte, 1955) de Alexander Mackendrick, o incluso la previa KING HEARTS AND CORONETS (Ocho sentencias de muerte, 1949. Robert Hamer). Es más, quizá debido al éxito y la repercusión del primero de los títulos citados, que sigue siendo un clásico de dicha cinematografía, ello fuera el referente que sirviera para llevar a la pantalla la obra de teatro de Gilliat y Launder Meet a Body, por parte de sus propios autores.

Personalmente, no me cabe duda que THE GREEN MAN (1956, Robert Day) surge a partir de la previa existencia del referente de Mackendrick, sirviendo al mismo tiempo como debut del hasta entonces habitual operador de cámara Robert Day. Con ello iniciaría una discreta andadura como realizador, que pocos años después le llevaría de manera al ámbito televisivo de manera totalmente alimenticia, y que en este caso incluso al parecer contaría con la ayuda en las tareas de director, por parte del ya veterano Basil Dearden -que solía caracterizarse por esa vertiente didáctica en torno a la puesta de largo de nuevos realizadores-.

THE GREEN MAN se inicia con una curiosa presentación del no menos singular protagonista. Se trata de Harry Hawkins (un divertido, aunque en ocasiones algo sobreactuado Alastair Sim) Se trata de un hombre de extravagante personalidad, caracterizado por un especial apego en su instinto, al objeto de asumir los encargos destinados a asesinar una serie de pomposos personajes a lo largo de los años. La película se abre al mostrar una serie de rápidos clips que describirán los crímenes cometidos por el protagonista, siempre utilizando explosivos que insertará en los lugares más inverosímiles, y que se han venido produciendo de manera progresiva, en medio de los cuales se vivió la incidencia de la II Guerra Mundial. Han pasado los años. La normalidad se ha adueñado de la sociedad inglesa. Pero, sin embargo, y aunque en su vida diaria ejerza como relojero, de nuevo aflorará en él un nuevo y macabro encargo, destinado a la figura de otro nuevo y pomposo personaje, el prestigiado político Sir Gregory Upshott (Raymond Huntley, en su eterno rol de inglés remilgado). Para poder estar al tanto de su agenda, Hawkins no dudará en utilizar a Marigold (Avril Angers), la solterona secretaria de Upshott, con la que llegará a fingir una relación amorosa al objeto de extraer el control de los movimientos de su jefe.

A partir de ahí, conociendo que su futura víctima va a ausentarse de forma anónima durante un fin de semana, y acompañado de una de sus más jóvenes y tímidas empleadas, nuestro protagonista irá articulando un plan para acudir al hostal en donde se alojará este, y llevar a cabo el asesinato que lleva en mente, a través de un explosivo oculto dentro de un aparato de radio. Sin embargo, cuando todo se encuentra planificado hasta el último detalle, y contando además con la ayuda de un siniestro ayudante -que albergará una nada oculto parecido con Peter Lorre-, con lo que no contará Hawkins es que a partir del calco de una nota que ha dejado junto a la mesa de Marigold, esta sospechará de oscuras intenciones por parte de quien consideraba su prometido. A partir de ese momento, esta se trasladará al entorno de su vivienda, y con ello se iniciará una relación de equívocos deliberados forzados por el protagonista, en el que su hasta entonces amante en apariencia será asesinada, y en la vivienda contigua se producirán una serie de encontronazos entre su nueva inquilina -Ann Vincent (Jill Adams)-, un pesado vendedor de aspiradores -William Blake (George Cole)- y el atildado prometido de la primera -Reginald (Colin Gordon)., conocido locutor radiofónico.

Pese a la voluntad transgresora de este amplio tramo de la película, preciso es señalar que este no adquiere la fuerza, la garra o la desmesura que cabría esperar, quizá debido a la escasa densidad aplicada por un Robert Day neófito en estas lides. Todo deviene en una sucesión no siempre afortunada de contratiempos de carácter vodevilesco que carecen de ese gramo de locura que podría emerger de sus posibilidades -esa muerta que finalmente está viva- aunque cierto es que no dejan de surgir instantes divertidos -fundamentalmente, las secuencias equívocas relativas a los impactos que el arrogante Reginald encuentra ante su novia, siempre en situaciones en apariencia comprometidas-.

Sin embargo, hay que reconocer que THE GREEN MAN se eleva y no poco en su eficacia y brillantez en su tercio final, hasta el punto de añorar que el resto del metraje previo haya carecido de esa irresistible fuerza cómica. Lo supondrá todo el largo episodio desarrollado en esa posada costera -la que da título a la película- ubicada en el sur de Inglaterra. En contraposición a la medianía caracterizada hasta el momento, se inserta en este extenso pasaje un por momentos delirante sentido del timming cómico, acentuando de manera destacada la fuerza de su estructura vodevilesca. Ello se producirá por la presencia de nuevos y ocurrentes personajes que contribuirán a enriquecer el relato, en la medida además que la acción vaya alternándose entre ellos mismos. Aparecerá en esa pareja cuyo vértice masculino será encarnado por el irresistible Terry-Thomas. En la propia y delirante nula empatía emanada en la improbable pareja formada por Huntley y su jovencísima amante. En las propias tribulaciones vividas por los estrafalarios propietarios del establecimiento. Y, de manera muy especial, en esas tres maduras y caricaturescas componentes de una orquestina, que tendrá que lidiar un cada vez más agobiado Hawkins si desea llevar a cabo su estudiado atentado. Serán estas episódicas artistas quizá, las que proporcionen a la película los momentos más regocijantes de su metraje, concluyendo el relato de manera inesperada, al lograr insuflar de una extraña y saludable humanidad a esa extraña pareja de jóvenes formada por Ann y William, para quienes esta azarosa vivencia, en el fondo les haya servido para dar una nueva oportunidad a la grisura de sus vidas.

Calificación: 2’5

CORRIDORS OF BLOOD (1958, Robert Day)

CORRIDORS OF BLOOD (1958, Robert Day)

En no pocas ocasiones, un determinado prejuicio permite que títulos con un determinado grado de interés, queden de lado quizá por estar avalados con directores de posterior y probada mediocridad. El ejemplo de CORRIDORS OF BLOOD (1958) podría resultar paradigmático, en la medida que su valoración ha sido siempre muy menguada, quizá por venir avalada por la firma del británico Robert Day, artífice de una filmografía poco estimulante, que poco a poco le abocó a una destajista y olvidable producción televisiva. Es más, pesa bastante en Day, haber firmado la tediosa SHE (La diosa de fuego, 1965), al servicio de la escultural Ursula Andress, en el inicio de la decadencia de Hammer Films. No obstante, sin ser una gran película, pese a la clara circunstancia de asistir a un relato destinado al lucimiento de un ya veteranísimo Boris Karloff, nos encontramos con una película en absoluto desprovista de interés. Situada en el Londres de 1840, en realidad su base argumental se centra en los denodados esfuerzos realizador por el prestigioso dr. Bolton (Karloff), por alcanzar esa necesaria receta que permita el logro de una anestesia, destinada a aliviar el sufrimiento de cuantos en aquellos tiempos sufrían operaciones quirúrgicas. El comienzo de CORRIDORS OF BLOOD es atractivo, tras introducirnos en una mirada sombría, en torno a los bajos fondos de la ciudad y también a los métodos de la medicina de la época. Con un acusado sentido de lo angustioso, y utilizando el off para evitar contemplar secuencias escabrosas –al tiempo que permitiendo con ello que la tensión se eleve-, asistiremos a una de las operaciones de Bolton, ayudado por su hijo Jonathan (Francis Matthews, a punto de intervenir en la fisheriana THE REVENGE OF FRANKENSTEIN (1958))-. Una intervención contemplada por colegas y estudiantes a través del tradicional  foro, y en el que el protagonista se lamentará de la inevitable agonía que ha de producir a los pacientes, algo que sus colegas estiman como algo casi inevitable. En el logro de dicho objetivo, al reputado galeno se introducirá en una serie de investigaciones, que le llevarán incluso a una fracasada prueba –el magnifico y breve episodio de la demostración con un paciente, que se despertará cuando este se encuentra a punto de operarle un forúnculo en el brazo- y, sobre todo, a una relación dependiente con los productos opiáceos que han de servir de base a sus intenciones científicas. Sin embargo, peor aún que ello aparecerá la extraña dependencia que manifestará a los moradores y partícipes de una siniestra taberna ubicada en el barrio de Seven Dials, proclives al crimen y comercio con cuerpos humanos. Un recinto comandado por el intimidador Black Ben (Francis De Wolff), y en el que destacará el aura criminal de Resurrection Joe (uno de los mejores roles de un Christopher Lee, a punto también de ofrecer el papel de su vida en HORROR OF DRACULA (Drácula, 1958. Terence Fisher)).

A partir del seguimiento de esta hasta cierto punto previsible premisa argumental, CORRIDORS OF BLOOD asume un cierto ropaje cercano al cine de terror, pero en realidad propone una mirada poco acostumbrada al entorno de la medicina de la Inglaterra del periodo victoriano. Un contexto, además, poco frecuentado en el cine –son escasas las aportaciones brindadas a dicho ámbito-. Si que es cierto que la misma se inserta –y la presencia de Karloff incide en ello- en una especie de continuidad a partir de la lejana en el tiempo THE BODY SNATCHER (1945, Robert Wise). La película de Robert Day adquiere en realidad su definitiva personalidad, en su capacidad para trasladar al espectador la atmósfera miserable y clasista del Londres del momento, en una descripción que por momentos parece haber salido de la mismísima pluma de Dickens. El contraste entre la hipocresía reinante en el entorno académico de la medicina, con las conspiraciones existentes entre sus profesionales, y la ruindad que preside el contexto de la taberna, en donde sus frecuentadores aparecen casi como auténticas bestias, y en las que no falta el último paciente de Bolton, un hombre al que amputo la parte inferior de la pierna, y al que una precipitada alta médica ha convertido en un auténtico mutante, aún con el semblante demudado por el trauma de la operación. Pese a lo previsible del relato, CORRIDORS OF BLOOD aparece como una película en la que importa mucho más el elemento descriptivo que la auténtica importancia de lo narrado. Al igual que acontecía en la posterior –esta sí, casi mitificada JACK THE RIPPER (1959), quizá por que sus realizadores Robert S. Baker y Monty Berman son en los últimos años, objeto de culto-, asistimos a una desesperanzada y embrutecida mirada sobre ese Londres de mitad del siglo XIX, en el que no se sabe si deviene más repulsivo; la cercanía con el crimen presente en los hombres y mujeres que frecuentan el tugurio, o la hipocresía emanada en el contexto colegiado de la medicina, en el que se encuentra Bolton, que no dudará en coaccionar todos sus intentos para lograr ese objetivo con el que, finalmente, perdurará su nombre. La presencia de un muy cansado Boris Karloff, le permite crean un medico cansado y hastiado, dominado por un encomiable sentido humanista –al margen de sus prácticas médicas, dedica parte de su tiempo a combatir las consecuencias de la terrible miseria existente-. Es por ello que CORRIDORS OF BLOOD jamás ha de verse –aunque se vendiera como un producto de dichas características- como una película de terror y sí, por el contrario, como el drama que vivirá un hombre de formación, en su lucha por combatir las lacras de la sociedad que le rodea. Cierto es que no apura a fondo en dichas posibilidades, pero ello no le limita en el alcance de su enunciado, en la vigorosa impronta que le proporciona tanto la magnifica fotografía en blanco y negro de Geoffrey Faithfull, o la propia dirección artística de Anthony Masters –que tiene incluso el acierto de insertar algunos forillos para describir los planos generales de Seven Dials, que proporcionan un aspecto entre pictórico y fantasmal a dichos instantes-, configuran una propuesta centrada en su servilismo como vehículo para Karloff, pero que dentro de su limitado alcance, no aparece en absoluto desprovista de interés.

La fuerza que le brinda la presencia del ya citado Lee, la presencia de veteranos secundarios como Finlay Currie, la sensación de aspereza que salpican sus imágenes, o el propio y truculento climax desarrollado en la taberna, serán algunos de los elementos más brillantes, de una película en la que el nombre de Bolton aparecerá rehabilitado a partir de la figura de su hijo, en una de esas poco frecuentes incursiones dentro del mundo de la medicina, sin que esta sirviera para la elaboración de un biopic sobre alguna figura realmente preexistente.

Calificación: 2’5

GRIP OF THE STRANGLER (1958, Robert Day)

GRIP OF THE STRANGLER (1958, Robert Day)

El cine de terror británico estaba por complete revolucionado en 1958. El éxito comercial logrado el año anterior por Hammer Films con THE CURSE OF FRANKENSTEIN (La maldición de Frankenstein, 1957. Terence Fisher), posibilitó que los parámetros del cine popular vieran una auténtica mina en la reformulación de un filón, que contaba a su favor con una determinada solera en sus propias pantallas. A raíz del éxito logrado en las producciones de Hammer, otros estudios de mucha menor entidad se sumaron a esta “resurrección” del género, que se extendería no solo a Estados Unidos, sino a países como Italia. Dentro de dicho contexto, es bastante lógico que en aquella coyuntura proliferaran títulos, que en algunas ocasiones captaban para su reclamo comercial la presencia de conocidos referentes del género ya veteranos y en horas bajas. GRIP OF THE STRANGLER (1958, Robert Day) es uno de dichos exponentes, dentro de una producción de la Amalgamated, que aparece en su formulación como una extraña mixtura entre el Dr. Jekyll & Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson, y –en menor medida- títulos míticos en la trayectoria del propio Karloff, como pudiera ejemplificar el lejano BEDLAM (1946, Mark Robson). Todo ello incorporando una serie de elementos arquetípicos de dicha iconografía, confluyendo en un producto en el que aspectos interesantes se dan de la mano con otros chirriantes, echándose de menos la presencia tras la cámara de otro realizador más entregado que el siempre gris Robert Day.

Nos encontramos en la Inglaterra victoriana de la segunda mitad del siglo XIX. En los exteriores de una prisión llena de lugareños se va a proceder a la ejecución de Edward Styles, acusado de ser el denominado “estrangulador de Hymarket” tras asesinar a cinco jóvenes. La ejecución se cumple discurriendo hasta veinte años, en donde la acción del film se retoma en la figura del veterano escritor James Rankin (Boris Karloff). Este devuelve a la actualidad el aún recordado caso criminal manteniendo la convicción de que Styles fue inocente, e intentando con ello demostrar una teoría que avalara una acción de la justicia revestida de mayor humanismo. La tarea le integrará en una espiral que de manera paulatina irá adquiriendo tintes peligrosos y sombríos, ya que la misma dejará al descubierto un lado oculto de la personalidad del civilizado y amable Rankin, amén de resucitar de alguna manera la estela asesina de aquel lejano estrangulador.

GRIP OF THE STRANGLER se inicia de manera atractiva. La secuencia pregenérico ofrece una descripción del preludio de la ejecución de Styles. Pese a una cierta carencia de figuración, y gracias sobre todo a una voluntad de veracidad, así como la fuerza que imprime a la película el estupendo blanco y negro fotográfico ofrecido por Lionel Banes –uno de los grandes activos del film-, el espectador se interesa en los prolegómenos mostrados, que tendrán una adecuada plasmación en la forma en la que se muestra el destino del cadáver –es cubierto en el ataúd con cal viva- y enterrado en tierra, dejando que pase el tiempo con la presencia de hierbas y maleza sobre la misma, y describiendo de esa manera el paso de las dos décadas con las que de hecho se inicia el epicentro argumental. A partir de ese comienzo, el film de Day se establece como un relato nunca apasionante pero tampoco rechazable del todo, en donde se establecen diversos senderos jamás aprovechados, que con un mayor trabajo argumental y también de puesta en escena, hubieran permitido un resultado de mucha mayor consideración. Pero las películas hay que valorarlas en lo que estas ofrecen, y Robert Day –en esta ocasión en los primeros pasos de su carrera- nunca fue un realizador dotado ni de especial inventiva, ni tampoco de una capacidad para ofrecer una puesta en escena marcada por la intensidad de sus secuencias. Todo ello es algo que se manifiesta en todo momento en esta discreta película, que se configura como una serie B en la que ese rasgo si apunta ciertas limitaciones de producción, en la que el elemento que más interés podría ofrece a su trazado es desechado; la huella que en todo ser humano deja su pasado, el determinismo que puede ofrecer el lado oculto de cualquier personalidad. Es algo que representa ese veterano escritor, cuya obsesión por implicarse en un hecho del pasado no supondrá más que un inesperado reencuentro con su propio yo. Por desgracia, ese planteamiento no se encuentra en absoluto tratada en profundidad, en una película que funciona por la atmósfera que desprende su ambientación en blanco y negro, algunas secuencias que entroncan con la iconografía del cine de terror –las visitas al cementerio y la tumba de Stykes; el breve episodio encuadrado en el manicomio- y una planificación si mas no, al menos eficaz, que unido a una duración que no alcanza los ochenta minutos, permite que la película alcance esa cierta eficacia, que supongo era el objetivo prioritario de cuantos auspiciaron el proyecto.

Lo curioso de GRIP OF THE… reside en esa combinación del espíritu de Jekyll & Hyde expresado por el personaje de Karloff. La estrella ya se encontraba con una avanzada edad y fue el último título que rodó para el cine, estableciendo un paréntesis que se prolongó durante varios años, hasta que de manos de la American International interviniera en conocidos films dirigidos por Roger Corman. No puede decirse que dicha analogía ofrezca un resultado muy satisfactorio. Por el contrario, y aún contando con el esfuerzo que el veterano intérprete ofrece en su trabajo -al parecer padecía de artritis-, lo cierto es que cuando asume la personalidad de ese oculto asesino que albergaba su mente, su caracterización resulta hasta cierto punto risible. Pese a los esfuerzos del director de fotografía por insuflar de un alcance sombrío sus apariciones –algo que en ocasiones se logra-, lo cierto es que por momento parece que sus monstruosas transformaciones sirvieran de inspiración al Opale de la adaptación renoiriana de la obra de Stevenson –LE TESTAMENT DU DOCTEUR CORDELIER (El testamento del Dr. Cordelier, 1959)-. Unamos a ello la simpleza con la que se trazan personajes y situaciones, lo que impide que sus imágenes adquieran esa complejidad que casi piden a gritos, y debamos conformarnos con el seguimiento de un sencillo relato al que no hay que pedir demasiadas sutilezas. Si se logra dejar de lado lo que se desea y no se encuentra, el espectador se adentrará en una película que goza de un ritmo adecuado, en el que se puede contemplar al veterano Anthony Dawson –el asesino de DIAL M FOR MURDER (Crimen perfecto, 1954. Alfred Hitchcock), ejerciendo como comisario de policía, y en la que se incluyen algunas curiosas elecciones de puesta en escena. Una de ellas es esa analogía de la llama del quinqué de la celda en la que se encuentra internado Rankin –una situación carente de credibilidad-, con el cuchillo que a este le permite modificar su personalidad apacible por la bestia que lleva dentro. Otra será la superposición de los rostros de sus víctimas que se mostrarán sobreimpresionadas cuando está a punto de estrangular a su hija. Se trata, en todo caso, de apuestas visuales que no logran despertar la discreción de una película que, justo es reconocerlo, supone un eslabón tan discreto como degustable, dentro de un periodo de gloria para el cine fantástico inglés. Desde luego, no debemos incluir GRIP OF THE STRANGLER entre los más memorables.

Calificación: 2