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CINEMA DE PERRA GORDA

Roy Boulting

FAME IS THE SPUR (1947, Roy Boulting) [Buscando el éxito]

FAME IS THE SPUR (1947, Roy Boulting) [Buscando el éxito]

Como Carol Reed. Como Basil Dearden. Como en tantos otros realizadores del cine británico clásico, en la figura de Roy Boulting -siempre ligado en su cine junto a su hermano John-, puede expresarse una más de esas pequeñas “columnas vertebrales” que, de forma paralela, discurrieron en torno a su industria, describiendo sus trayectorias fílmicas. los vaivenes y modulaciones de la producción de sus distintos periodos abordados. En el caso de Roy Boulting, sus realizaciones se inician en la década de los años treinta, y se prolongan hasta bien entrados los setenta -con decepcionante resultado-. Sin embargo, a poco que uno se introduzca en su producción, lo cierto es que abundan los títulos de interés. Es algo que ratifica la notable FAME IS THE SPUR (1947), como no podía ser de otra manera, carente de estreno comercial en su momento en nuestro país, al proponer su argumento un relato de tipo político, centrándose además este en la figura de un referente laborista. No estaba la posguerra franquista española para permitir veleidades en este sentido. De entrada, el film de Boulting supone una prueba más, por si quedaba alguna duda a todos aquellos que siguen mirando por encima del hombro el supuesto academicismo de formas y temas del cine inglés, que incluso en aquel tiempo, se podían contemplar atrevidas propuestas del cine político. Es que ese mismo año brindaba la excelente y sombría visión de la Inglaterra de posguerra -FRIEDA (1947, Basil Dearden), o el relato antifascista que Thorold Dickinson rodaría en 1952 con SECRET PEOPLE. En esta ocasión, basándose en una novela de Howard Spring, el guionista Nigel Balchin trató de manera libre la biografía de Ramsay Macdonald, el primer laborista que llegó a primer ministro de Inglaterra. A partir de dicha premisa, es evidente que el film de Boulting intenta enriquecer ese sendero narrativo, introduciendo en el discurrir de su personaje protagonista, ecos bastante evidentes de la formulación psicológica, aportada por el Orson Welles de CITIZEN KANE (Ciudadano Kane, 1941), algunos años atrás.

FAME IS THE SPUR, se inicia en la miserable Inglaterra de finales del siglo XIX. Tras un elegante movimiento de grúa, punteado por unas frases premonitorias en torno a la dificultad de conciliar los ideales y la búsqueda del éxito, la cámara de Boulting recorrerá ese entorno deprimido, tan familiar por otro lado en el cine de las islas, siempre pendientes de esa aura documental y miserabilista. Será el contexto en el que se iniciará la mirada sobre Hamer Radsahaw (en sus primeros años encarnado por el niño Anthony Wager), que vive en el seno de una familia dominada por la miseria, y que al llegar a su juventud -ya bajo los rasgos de Michael Redgrave, quien ofrece un admirable y matizado recorrido físico y psicológico de su personaje-, desde su aprendizaje y primer empleo como empleado de una librería, poco a poco irá asimilando sus inquietudes políticas, intentando desde una mirada progresista, aportar su lucha personal para mejorar las condiciones de mundo obrero. Para ello aportará fundamentalmente su facultad para la oratoria, pero al mismo tiempo aparecerá en su camino el fantasma del arribismo. El hecho de utilizar los resortes más cercanos al populismo, para no siempre dirigirse por el camino más noble y sincero, en no pocos momentos de su vida oscurecerán una andadura vital, por otro lado, coronada por el éxito y el reconocimiento.

En buena medida, esas son las coordenadas por las que discurre esta interesante y apenas recordada propuesta, que cuenta con un magnífico diseño de producción y ambientación, así como un preciso montaje, a la hora de ir discurriendo la misma por diferentes periodos, que coinciden con el discurrir del protagonista. En un momento dado, la película llegará incluso a insertar pasajes documentales, a la hora de mostrar algunos de los protagonistas del gobierno de concentración, que siguió a la gran crisis vivida en las islas poco tiempo después de la Gran Depresión norteamericana. Así pues, uno de los atractivos de FAME IS THE SPUR, reside en la dolorosa sinceridad con la que se muestran los manejos de la política de aquel tiempo, sobre todo en un ámbito poco frecuentado, como fue el del partido laborista. La consolidación social del protagonista. Su progresivo ascenso en la política. La oposición larvada que mantendrá con su fiel amigo Arnold Ryerson (esplendido Hugh Burden), autentico depositario de las esencias del laborismo, y crítico de manera creciente en la deriva acomodaticia de Hamer. O incluso en la extraña cercanía mantenida por este último con el matrimonio Liskeard, cuya esposa, lady Lettice (Carla Lehmann), admirará de manera secreta a la creciente estrella política. Sin embargo, con ser interesante todo este recorrido, es evidente que la auténtica entraña, lo que dota a la película de su definitiva personalidad, reside en la relación que Radshaw mantendrá con su esposa -Ann (extraordinaria Rosamund John)-. Ella, en definitiva, será la que conozca perfectamente la grandeza y las debilidades de su marido. La que le ayudará en su carrera, al ver en él la posibilidad de plasmar los ideales en los que ella misma cree, sin duda con más sinceridad que su propio esposo. Y es cuando el personaje de Ann adquiera un mayor protagonismo en la película, cuando el nivel de la misma se eleve de manera ostensible, adquiriendo una gran densidad, incluso por encima del bagaje de reflexión política que esta plantea en el conjunto de sus imágenes.

Ella llegará a enfrentarse al convencionalismo de Hamer, cuando junto a su tía se erija en convencida sufragista, llegando a enfrentarse a la conferencia de su marido, en una secuencia decisiva para el progresivo discurrir del relato. A partir de ese momento, el film de Boulting se tornará más sombrío, más crispado incluso, al mostrar las penalidades sufrida por Ann en su reclusión, de la cual saldrá acentuando una enfermedad que encontraba larvada, gracias a las gestiones mantenidas por lady Lettice. Poco después, cuando el matrimonio Radshaw realice un viaje a la montaña -que ambos saben va a ser el último que  van a compartir-, Ann confesara a su esposo, estando ya como se encuentra, ante la cercanía de la muerte, la sensación que siempre ha visto en él, de ahogar la nobleza que ha escondido siempre dentro de su personalidad, su temor de perder el prestigio y el privilegio que siempre ha alcanzado como político. Será sin duda el momento clave de la película, revestido de una especial delicadeza, a partir del cual la vida de Hamer, ya muerta su esposa, se perderá en la vaciedad, la convención, y el miedo a perder sus privilegios. En un homenaje recibido tras una derrota electoral -el pueblo se ha cansado de su ineficacia como político; bastará mostrar unos sencillos planos de la muchedumbre arrancando sus carteles-, Hamer evocará en su momento los momentos de mala conciencia de su andadura existencial, retornando humillado a su mansión. Allí, en un fugaz instante de lucidez, intentará desenvainar ese sable familiar, que tanto hizo en el pasado por su crecimiento personal. Será en vano. El tiempo ha oxidado su funda, ejerciendo como metáfora de unos ideales ya imposibles de recuperar para un hombre vencido. Un poco como el trineo que se consumía bajo las llamas en la conclusión del ya señalado debut de Orson Welles, pasado y presente aparecían en el rostro de ese hombre hundido e incluso despreciado por la sociedad. Un viejo carcamal que se encuentra a punto de abandonar el mundo, sin hacerlo con la nobleza ni la esperanza de alguien orgulloso de aquello por lo que creyó desde su juventud.

Descriptiva en su primera parte y con creciente densidad y severidad en su segunda mitad, FAME IS THE SPUR es una nueva muestra de la riqueza de un cine que, entre otras muchas posibilidades, y siendo respetuoso con su tradición y cultura propia, sabía ofrecer una mirada crítica, revestida de severidad.

Calificación: 3

TWISTED NERVE (1968, Roy Boulting) Nervios rotos

TWISTED NERVE (1968, Roy Boulting) Nervios rotos

He de confesar que cuando me disponía a contemplar TWISTED NERVE (Nervios rotos, 1968. Roy Boulting), me invadía un extraño sentimiento de ambivalencia. Por un lado creo que muchos aficionados hemos puesto en valor el aporte de los hermanos Boulting –John y Roy-, sobre todo en una filmografía llenas de exponentes de interés, desde sus primeros compases a finales de los años cuarenta, extendidos casi en la barrera de la década de los sesenta. Sin embargo, no es menos cierto que tanto ellos como otros muchos realizadores de sus características, sufrieron un enorme bajón creativo e incluso técnico, ahogándose en los servilismos a determinadas modas visuales, que arruinaron definitivamente sus carreras. Es por ello que tenía no poco temor a encontrarme con un vulgar psicokiller, máxime teniendo el recuerdo tan negativo de dos de los últimos títulos firmados por Roy –la tediosa THERE’S A GIRL IN MY SOUP (Hay una chica en mi sopa, 1970), y la decididamente lamentable SOFT BEDS, HARD BATTLES (Camas blandas, batallas duras, 1974)-.

Por fortuna, sin ser un título especialmente memorable, sí que es cierto que conecta en no poca medida, con una de las corrientes más gloriosas generadas por el cine inglés de dicha década –que brindó títulos tan admirables como el mítico PEEPING TOM (El fotógrafo del pánico, 1960. Michael Powell), o el áun incomprensiblemente todavía no reconocido NIGHT MUST FALL (1964, Karel Reisz)-. Y es curioso constatar, de entrada, la confluencia de unos más que interesantes créditos, que evocan la presencia como coguionista de Leo Marks –autor de la historia original del ya citado PEEPING TOM-, o el aporte como responsable de su banda sonora, del mítico Bernard Herrman. También resulta significativo destacar que el tema central de la película fuera utilizado por Quentin Tarantino en una de sus películas. Sin embargo, pocos han advertido la similitud que presenta con el bellísimo tema central compuesto por Malcolm Arnold, para la magnifica WHISTLE DOWN THE WIND (Cuando el viento silva, 1961), con la que se consagró años atrás Hayley Mills, curiosamente presentada en esta película como actriz ya entrada en una adolescencia tardía. Son perfiles poco comunes, que definen una película que, justo es reconocerlo, soporta bastante bien el paso del tiempo. Y lo hace de una parte por el aporte conjunto antes señalado y, de manera bastante acusada, por la deliberada apuesta por una puesta en escena de tonos clásicos, bastante alejada de los tics visuales que estaban asolando el lenguaje cinematográfico de aquel tiempo.

TWISTED NERVE se desarrolla en la Inglaterra contemporánea, centrándose en la personalidad débil y enfermiza del joven Martin Durnley (Hywel Bennett). Hijo de una acomodada familia, y definido en un aspecto físico tan atractivo como andrógino, su mente atormentada e introvertida recibirá el desapego e incluso el desprecio de su padre –Henry (Frank Finlay)-, mientras que tendrá en su oposición el cariño casi desorbitado de su sumisa madre –Enid (Phillys Calvert)-. Martin no tiene amigos, ni deja de recordar a ese hermano mayor –al que nunca veremos-, que se encuentra internado en un establecimiento psiquiátrico. De la noche a la mañana, centrará su mirada en la joven y desenvuelta Susan Harper (Hayley Mills), que le salvará de una situación apurada en unos almacenes, donde Martin hará notar su fragilidad mental, al intentar sustraer un patito de juguete –llega incluso a dormir con osos de peluche-, que finalmente la muchacha le costeará. Será el inicio de una relación con esta joven bibliotecaria, que encenderá en la mente del retraído adolescente la puesta en marcha de un plan, que simule ante sus padres que viaja a Paris, pero que en realidad le lleva a trasladarse a la residencia que comanda la madre de Susan –Joan (Billie Whitellaw)-, en la que será acogido como inquilino. Será el inicio de una espiral asesina, donde la venganza en torno a los desprecios recibidos por su insensible progenitor, irá acompañada por un estallido emocional, en el entorno de la residencia de los Harper. Mientras tanto, el estamento policial, encabezado por el superintendente Dakin (Timothy West), realizará las pesquisas parea resolver el primero de los crímenes, y en el ámbito de uno de los inquilinos de la residencia, se planteará una explicación racional y psiquiátrica, de los constantes desequilibrios de Martin.

De entrada, si algo limita el alcance del film de Boulting, reside en su voluntaria cortedad de miras. Nada hay de malo en plantear una producción de perfiles sencillos, que busquen un más o menos apreciable relato de suspense con connotaciones psicoanalíticas. Ello, es evidente, que aparece logrado, fundamentalmente por la deliberada opción de Boulting, de focalizar el relato en función de las circunstancias que llevará aparejada la relación establecida entre Martin y Susan. Ayudado por la gama cromática que ofrece la fotografía en color de Harry Waxman –muy a tono con el look visual predominante en el cine inglés de aquel tiempo-, en realidad asistimos a un relato en el que predomina lo descriptivo, muy por encima de unos giros en su guión, por lo demás, más o menos predecibles. Así pues, quizá Boulting y su equipo de colaboradores, se dejen en el camino una serie de elementos temáticos que aparecen muy tímidamente esbozados –el conflicto generacional existente entre padre e hijo. La inmigración que queda representada en ese doctor de origen hindú, huésped en la residencia. La decadencia del Swinging London que describe el despido final de Gerry (Barry Foster), tras años formando parte de la industria cinematográfica. O, en suma, esa incomunicación sufrida por su protagonista masculino, que se plasmará en esa fiesta a la que asisten los amigos de Susan, encabezados por Philip (Christian Roberts). Serán todos ellos, meros apuntes sin desarrollar, en una película modesta pero estimulante en sus mejores instantes, en la que no cuesta demasiado ver ciertos ecos desarollados en exponentes posteriores del thriller británico, indudablemente dotados de una mayor importancia en el devenir de dicho género –y hablo del FRENZY (Frenesí, 1972) de Hitchcock, o el TEN RILLINGTON PLACE (El estrangulador de Rillington Place, 1971) de Flesicher. Así pues, y dentro de su modestia, lo cierto es que TWISTED NERVE deviene apreciable en la sobriedad con la que describe los crímenes ejecutados –eran ya tiempos en los que el guiallo italiano aprovechaba la menor ocasión para el derroche de hemoglobina-. Boulting narra con encomiable precisión, una historia que se eleva de nivel cuando sus imágenes adquieren un alcance claustrofóbico, en el interior de la residencia de los Harper. Lo hará igualmente en la extraña ambivalencia que desprende el personaje de Martin, en donde casi de un plano a otro se entremezcla la inocencia y la maldad, ser fruto de unas circunstancias ajenas a él mismo. O ese comportamiento calculador, que por momentos no deja de parecernos un arribista, pero en vez de serlo a nivel social o material –procede de una familia acaudalada-, en realidad ese comportamiento va en busca de afecto, aunque para lograrlo utilice las armas más perturbadoras.

Y es en los detalles, donde nos encontramos con una película que, sin duda, podía haber elevado sus objetivos pero que, si más no, al menos aparece como un producto cuanto menos encomiable. Ese plano en el que Martin se balancea en una mecedora, comprobando como ha destrozado el retrato de su padre. En esa contemplación de revistas de hombres musculosos, que denotan su deseo por evadirse de esa aura aniñada y casi femenina, que probablemente ha acentuado su madre, en parte por esas deficiencias psíquicas que se expondrán de manera poco convincente, o en parte por un complejo de Edipo que solo queda insinuado en el relato. Y es cierto que buena parte de las cualidades de TWESTED NERVE, se focalizan en torno a ese personaje masculino, que aparece casi como en una siniestra y psicopática variante del TEOREMA (Idem) -estrenada el mismo año de 1968- de Pasolini, y al que el joven Bennett, pese a sus claras limitaciones como intérprete, sí que logra impregnar de un aura perturbadora precisamente por su aspecto físico. En torno a él, la madre de Susan, que inicialmente lo recibirá con recelo, pronto irá cayendo en el sendero que el muchacho va configurando, sintiéndose atraído hacia él, hasta llegar a una de las mejores secuencias de la película, en el trastero exterior donde se guarda la leña, donde esta no podrá evitar un acercamiento de índole sexual, con tristes consecuencias.

Es cierto que esa cierta densidad y el alcance de pulsión sexual soterrada que envuelve la película queda mitigada en cierta forma, cuando se introduzca una formularia investigación policial. Sin embargo, ello no evita los ocasionales atractivos de una propuesta, que incluso funciona en su moderado uso del zoom, y que tiene quizá en su plano más inquietante, aquel en el que la cámara queda ubicada en la pantalla baja dentro del hall de entrada de la residencia, desde donde contemplaremos sin la presencia de personaje alguno, la puerta de entrada abierta, contemplando al fondo ese cuarto de la leña, donde muy poco antes se ha desatado la tragedia.

Calificación: 2’5

SINGLE – HANDED (1953, Roy Boulting)

SINGLE – HANDED (1953, Roy Boulting)

SINGLE – HANDED (1953, Roy Boulting) –titulada SAILOR OF THE KING en su estreno en Inglaterra- es una muestra más de esa riqueza oculta que con más asiduidad de la comúnmente considerada, podía proporcionar la cinematografía británica de la década de los cincuenta. Una circunstancia además que convendría relativizar en este caso, puesto que nos encontramos con una producción de solventes técnicos e intérpretes mayoritariamente ingleses, pero su diseño de producción corresponde a la 20th Century Fox de la época. Curiosidad que supone el primer elemento positivo de la película; esta sabe asumir una simbiosis entre su ascendencia inglesa, mientras que de forma paralela mantiene casi intacta su inequívoca personalidad como tal exponente del estudio de Darryl F. Zanuck.

 

Curiosamente esa dualidad se produce también en la singular estructura de la película, arriesgada y que al mismo tiempo habla de la necesidad del riesgo, tomando como base la novela de C. S. Forester, y que se plantea con los modos del más sensible melodrama. Con una realización contenida y absolutamente precisa de la mano de Roy Boulting –al que convendría indagar más cercanamente en el conjunto de su obra, puesto que en ella se dan cita títulos de notable calado que probablemente servirían para considerarle al menos como un profesional digno de respeto-, los primeros minutos de SINGLE-HANDED nos mostrarán el fortuito encuentro e inmediato flechazo que mantendrán en un viaje en tren el tte. Richard Saville (un Michael Rennie magnífico) y Lucinda Bentley (soberbia, como siempre, Wendy Hiller). Pese a las reticencias de la muchacha, la conversación que ambos compartirán en el viaje y la circunstancia de un transbordo que llegarán a perder, serán el eje de un punto de inflexión en sus vidas –ambos demostrarán ser muy parcos y tímidos en las relaciones-, expuestos en la película con unos modos sutiles y delicados, logrando profundizar en las sensaciones y emociones de una pareja y prolongando dicho encuentro durante cinco días –un periodo que la elipsis definirá con rápida y al mismo tiempo pregnante celeridad-. Ambos han decidido en este periodo comprometerse en matrimonio, pero en el último momento Lucinda destacará la escasa capacidad de riesgo existente en Richard, que le forzaría a largos espacios de tiempo sin su compañía –él es un hombre de la marina- cuando realmente apenas había tenido margen de conocerlo. Pese a sus sentimientos hacia él, ambos se despedirán para siempre, cerrando un fragmento casi ejemplar que interrumpe abruptamente la película, dejando al espectador prácticamente noqueado en sus expectativas.

 

Se trata de una decisión dramática y narrativa arriesgada pero sin embargo finalmente se revelará efectiva, trasladándonos veinte años después a la proyección vocacional en la marina de Saville, quien en plena II Guerra Mundial comanda un barco de escolta en aguas internacionales, apoyando otros navíos de mayor importancia. En un momento de su labor detectarán la cercanía del mayor barco que tiene desplegado el mando nazi, y se revelará en él de nuevo esa dicotomía de cartesianismo o de apelar al instinto. Inicialmente optará –como siempre ha sido habitual en él- por la primera de las vertientes. Esta decisión permitirá que se quede en la retaguardia y el enfrentamiento con el armero alemán corra a cargo de otro barco británico, con catastróficas consecuencias para este –solo se salvarán dos de sus tripulantes-.

 

Una vez más, la propuesta dramática variará de emplazamiento sin abandonar nunca el entorno de Saville, centrándose en la aventura que decidirá realizar el cadete canadiense Andrew Brown (Jeffrey Hunter, en su debut como protagonista cinematográfico). Atrapado por los alemanes y destinado en su barco junto a un carbonero del navío inglés al que se amputará una pierna, la capacidad de observación del muchacho le permitirá idear un plan para lograr que sus captores vayan perdiendo tiempo en su ruta –tienen que detenerse en unos acantilados de la costa de las Galápagos-, para con ello facilitar que el barco inglés logre darles captura y destrucción. Pero su arrojo alcanzará unos límites insospechados cuando reduzca a un vigilante alemán, recoja su armamento y munición y con una pequeña lancha logre adentrarse en los agrestes montantes rocosos, para desde allí iniciar una nueva ofensiva. Será algo que ponga en práctica de manera inesperada y dolorosa, matando con sus disparos a varios de los tripulantes del navío alemán, y provocando entre los mandos –sobre todo del capitán Warship (Peter Van Eyck)- un nuevo contratiempo. Será una contingencia que estos intentarán contrarrestar formulando un grupo de captura entre sus soldados, quienes se internarán en los acantilados al objeto de acabar con la insólita amenaza que ha planteado Brown. Este por su parte se encuentra exhausto, plagado de quemaduras y heridas y al borde de la desnutrición. Sin embarco, cuando su muerte era ya casi un hecho, el sonido de las sirenas hará regresar a todos los componentes de este comando de captura, ya que el barco se ha reparado y pueden abandonar dicho emplazamiento. Brown sigue con vida pero destrozado y, lo que es peor, queda abandonado en un lugar prácticamente sin vida, habiendo fracasado en su valiente intento. La realidad será finalmente bien diferente, los hombres del barco de Saville han logrado acercarse hasta los alemanes hasta lograr batirlo. Desde una cierta lejanía, el rostro destrozado del soldado canadiense esbozará una cierta expresión de satisfacción; el riesgo de su acción ha merecido la pena.

 

A tenor de lo reseñado, cualquiera podría señalar que nos encontramos ante un título exaltador de las virtudes castrenses de la marina británica, y en cierto modo puede que así sea. Sin embargo, una mirada atenta a los giros, las acciones y al perfil y descripción psicológica de sus principales personajes, veremos que ese alcance apologético en realidad encierra un apólogo moral, una abstracción cinematográfica que tendrá su mayor eje de inflexión en el largo fragmento en el que el personaje encarnado con enorme fuerza y sensibilidad por el joven Hunter, se dispondrá a atacar a los marinos alemanes disparándoles desde las rocas en las que está pertrechado. Hasta en esa acción de asesinato múltiple –mostradas además en toda su crudeza-, la cámara de Boulting –bien ayudada por la labor como operador de fotografía de Gilbert Taylor y, muy especialmente, por la precisión de un montaje magnifico que sabe introducirse en todos los recovecos de la historia-, en modo alguno será presentado Brown como un héroe. Se muestra atormentado y abrumado por la acción que ha cometido, en un episodio en el que la agreste fotogenia de los endurecidos montes proporciona al episodio una textura únicas, planteándose este como una vuelta más en torno a la lucha por la supervivencia –es curioso señalar a este respecto, que pocos años después, Boulting retomaba este elemento concreto al realizar en 1956 RUN FOR THE SUN (Huída hacia el sol, 1956), curiosa variante del personaje del Conde Zaroff-. Una vez culminada la doble aventura que plasma la película, tanto Brown como Saville lograrán sus objetivos y serán condecorados por la Reina. Será un momento sencillo en el que el veterano marino verá en el entusiasmo del joven canadiense aquello que el pudo alcanzar y finalmente no logró. El mero hecho de haberlo visto en el muchacho, de alguna manera servirá para sentirse con las fuerzas necesarias para siquiera intentar un giro en su existencia.

 

Será el apólogo moral que unirá los diversos episodios en los que se desenvuelve esta estupenda producción, perfecta en la elección de su cast, dominada por una sobria y eficacísima iluminación en blanco y negro, en las que los diálogos quedarán en un lugar secundario dentro de un relato basado en una cámara que sabe profundizar en los rostros de sus personajes, y penetrar en su psicología, pensamientos y decisiones internas de cada uno de ellos –el hermoso instante en el que Brown se despide del carbonero sin pierna, que sabe que morirá si la operación triunfa, pero que pese a su muerte prefiere que se lleve a cabo, y por ello anima a su compañero de prisión en el barco alemán-. SINGLE-HANDED es una película que sabe mostrarse aparentemente distante de cualquier elemento tremendista o efectista, o incluso excesivamente melodramático. Nada de ello sucede en el film de Boulting, seco, sobrio –la manera con la que Brown plantea una matanza de alemanes desde las rocas en las que se encuentra pertrechado-, conciso y con las intenciones muy claras, erigiéndose sin lugar a duda en una de las producciones de alcance bélico más interesantes rodadas en Inglaterra durante la década de los cincuenta

 

Calificación: 3

CARLTON-BROWNE OF THE F. O. (1959, Roy Boulting & Jeffrey Bell) Despiste ministerial

CARLTON-BROWNE OF THE F. O. (1959, Roy Boulting & Jeffrey Bell) Despiste ministerial

Sin elevar jamás sus elementos de interés por encima de un tono medio agradable y ocasionalmente divertido, no es menos cierto que un título de las características de CARLTON-BROWNE OF THE F. O. (Despiste ministerial, 1959. Roy Boulting & Jeffrey Bell) revela el nivel medio definido por la comedia británica, en un contexto donde la producción de aquel país se encontraba de lleno imbricada en la influencia del Free Cinema, reactualizando esa vieja inclinación al realismo que siempre supuso uno de los elementos vectores de su cine. Todo ello, dentro de un marco donde el eje de atracción se centraba en esa manifestación inglesa de las corrientes renovadoras que invadieron las inquietudes fílmicas de los diferentes países europeos. Fue un contexto, que duda cabe, netamente positivo, pero al mismo tiempo contribuyó a que en aquel entonces quedara oscurecida la valoración de propuestas inscritas dentro del tradicional cine de géneros –en ese sentido, el desprecio general con que fue acogida la aportación de Terence Fisher, uno de los cineastas mayores de Gran Bretaña, fue escandalosa-. Por todo ello, el hecho de que títulos de aceptable nivel medio como el que nos ocupa fueran rápidamente olvidados es en cierta medida comprensible, aunque bueno será que con el paso de los años puedan destacarse como ejemplos de cine sencillo, destinados al disfrute de un público al que se trataba con respeto, y asegurado con probadas recetas de eficacia lamentablemente añoradas e inexistentes en la producción de nuestros días. Es a partir de ahí donde se pueden buscar los elementos por los que discurre CARLTON-BROWNE..., limitados en su vertiente negativa por una cierta tendencia bufonesca y la incapacidad para profundizar en el alcance crítico que su propuesta deja entrever en todo momento –en este sentido, se echa de menos la implicación de un realizador de la talla de Alexander Mackendrick-, y que curiosamente sí lograría manifestar una posterior comedia de los Boulting –HEAVENS ABOVE! (1963), a mi juicio una de las perlas del género en el cine inglés de los sesenta-. Pero entre las virtudes del film de Boulting & Bell se encuentra la divertida parodia de numerosos estereotipos relativos a las convenciones y rasgos burocráticos de la política inglesa.

 

Para ello plantean la súbita reaparición en la vida política británica de la ignota isla de Gaillardia, ubicada en el Caribe y que ejerce como colonia británica desde inicios del siglo XX. De la noche a la mañana, un insospechado interés unirá a los políticos ingleses con otros soviéticos en una sorprendente pugna entre representantes de ambos gobiernos, que decidirán enviar representantes para lograr alcanzar la anuencia de las autoridades del pequeño país. Por su parte, un atentado permitirá llevar al trono del mismo al joven Louis (Ian Bannen), educado en una universidad inglesa y gran conquistador de mujeres. En medio de este contexto, el gobierno británico enviará como principal negociador a un torpe e inepto funcionario -Cadogan de Vere Carlton-Browne (Terry-Thomas)-, encargado hasta entonces del inactivo departamento de servicios externos. Un burócrata de familia de abolengo que solo piensa en partidos de cricket y reuniones en su club, que de la noche a la mañana se encargará de asumir una misión en teoría absurda, pero que finalmente tendrá la difícil virtud de complicarla con sus estúpidas decisiones. Todo un compendio de sinsentidos, demostración de la vacuidad de las normas diplomáticas y de política exterior, que de alguna manera ironizaron con ese periodo colonial que Gran Bretaña estaba finiquitando en aquellos años, pero que de manera más cercana al ámbito cinematográfico, nos podrían acercar con referentes que van desde PASSPORT TO PIMLICO (Pasaporte para Pímlico, 1949. Henry Cornelius) hasta la casi coetánea THE MOUSE THAT ROARED (Un golpe de gracias, 1959. Jack Arnold). Propuestas amables, ocasionalmente inspiradas, en líneas generales dominadas por un patrón cinematográfico más o menos similar, dominado por las agudezas de un guión y un espectacular reparto, que en el título que nos ocupa reúne a figuras de alcance cómico como Peter Sellers –en un rol de inspiración chapliniana, encarnando a un corrupto primer ministro- o ese Terry-Thomas al que cabría hacer justicia lo antes posible, como uno de los grandes actores cómicos del cine inglés en las décadas de los cincuenta y sesenta –lamentablemente, a pesar de la admiración que le profesaron realizadores como Frank Tashlin o Richard Quine, Thomas no alcanzó en su madurez ningún rol cinematográfico que hubiera servido para reivindicar su figura-. Junto a ellos, destacaremos la presencia de un joven Ian Banner o John Le Mesurier encarnando sorprendentemente a un gran duque de tintes absolutistas.

 

Dentro de estas características, beneficiado por un ajustado montaje y los tintes festivos de la partitura de John Addison –muy pronto ligado a los mejores Films de Tony Richardson-, lo cierto es que CARLTON-BROWNE... alcanza sus mejores momentos cuando sus tintes paródicos ponen en solfa las ridículas convenciones que las relaciones internacionales. En ese sentido, los motivos de regocijo no son pocos; desde ese interminable himno de Gaillardia que los británicos tienen que soportar a su llegada, hasta la aplicación de esa inesperada división de la colonia que produce la sugerencia británica en las Naciones Unidas ¡Que llega a implantarse en esa franja blanca que se inserta hasta en un tren!, pasando por el desplome de un palco de autoridades en medio de un desfile militar... Lo cierto es que esa capacidad de ironía llega a invadir las secuencias del film de Boulting & Dell, hasta llegar a su momento más álgido con el rosario de situaciones ridículas que se perciben a raíz de la coincidencia en Londres del Rey Louis y el Gran Duque Alexis, con la implicación de los empleados del servicio británico, asumiendo de nuevo hipotéticas fronteras y haciéndose cargo de errores de protocolo, como las flores que inicialmente están destinadas al monarca, pero que en realidad son destinadas al aristócrata –gobernante de la parte sur del recién dividido país, que tiene en su seno interesantes reservas de cobalto-.

 

Ni que decir tiene que la película no logra articular la suficiente contundencia y coherencia en su metraje. No solo por que el trazo grueso y farsesco aparezca en más momentos de los deseados –la propia secuencia del desfile militar es prueba de ello-, y la presencia del inevitable romance entre el rey protagonista y la joven sobrina del gran duque surja como elemento de guión destinado a resolver el conflicto. Se echa de menos una mayor dosis de mala uva y agudeza narrativa, en un resultado que pese a todo logra provocar en bastantes momentos la carcajada, erigiéndose como un represéntate más –ni especialmente distinguido, ni especialmente cuestionable-, de unos modos de cine popular bastante extendidos en la industria de aquellos años en Gran Bretaña. Denostados de manera radical en su momento, es evidente que en ellos, además de la constante reactualización de unas recetas de probada eficacia, en las que se alternaban materiales de derribo, con un alcance de profesionalidad de considerables quilates.

 

Calificación: 2’5