BRAINSTORM (1965, William Conrad) Desafío al destino
Habiendo contemplado no hace mucho tiempo su previa aunque casi inmediata TWO ON A GUILLOTINE (Dos en la guillotina) –William Conrad firmó tres películas en 1965-, visionar BRAINSTORM (Desafío al destino, 1965) ofrece de entrada dos conclusiones bastante claras. La primera de ellas, admitir que resulta un producto bastante más sólido que el anteriormente citado –lo cual en sí tampoco es que resultara un mérito especial, dada la mediocridad de su conjunto-, y la otra constatar que Conrad dispuso en aquel tiempo sus producciones –me resta por ver MY BLOOD RUNS COLD (Cita trágica) , que fue el último título protagonizado por el inefable Troy Donahue para la Warner-, como un imitador más o menos sencillo, más o menos eficiente, de modas y estilos en boga en aquellos años. Nada hay de malo en ello si el resultado deviene, como es el caso, cuanto menos estimable, pero si hubiera que resumir en muy pocas palabras la película que nos ocupa, podríamos señalar que se ofrece como una modesta mixtura entre el cine de Phil Karlson –que unos años antes había utilizado a Jeffrey Hunter como protagonista de uno de sus thrillers- y Samuel Fuller, entremezclado con ese subgénero de paranoias insertas en aquel contexto sociopolítico de la vida norteamericana, puesto en práctica con considerable acierto por cineastas como John Frankenheimer, Sidney Lumet, y también presente en títulos tan simpáticos y olvidados como MIRAGE (Espejismo, 1965. Edward Dmytryk).
En esta ocasión, la secuencia pregenérico nos muestra el devenir del joven Jim Brayan (un notable Jeffrey Hunter, nominado “Jeff” en los títulos de crédito, y al cual su lamentable decadencia y trágica muerte privó de una segura atractiva madurez como intérprete-, cuando se dispone de noche a acudir a su centro de trabajo. Es uno de los investigadores de una agencia destinada a programas espaciales, que en medio de la vía de un tren encuentra un coche parado, dentro del cual se encuentra una joven durmiendo o –quien sabe- sin conocimiento. La cercanía de un tren ofrecerá un elemento de suspense a una situación de creciente angustia, al no responder la muchacha –Lorrie Benson (Anne Francis)- a los llamamientos de Jim, quien finalmente logrará romper un cristal y sacar el vehículo de la vía cuando el accidente parecía inevitable. Los títulos de crédito se sucederán –el anagrama de Warner se superpondrá al rostro de Hunter-, hasta describirnos el universo laboral del considerado protagonista, que no sabía que ha salvado la vida de la esposa del director del departamento en el que trabaja –Cort Benson (el siempre ambivalente Dana Andrews)-. Este se reunirá con el salvador de su esposa brindándole una ayuda económica que Jim rechazará… aunque lo que no podrá impedir es que sin pretenderlo se vaya iniciando una relación entre este y la propia Lorrie. Desde el primer momento, BRAINSTORM ofrece al espectador la brillantez de la limpia, elegante y al mismo tiempo inquietante fotografía en blanco y negro de Sam Leavitt, una impecable utilización del CinemaScope y, justo es reconocerlo, el devenir de un planteamiento argumental que quizá no sea un prodigio de originalidad, pero que se sigue con interés. El uso de determinados elementos visuales –algunos de ellos heredados de la nouvelle vague, brindarán episodios tan visualmente ligeros y atrayentes, como el montaje que muestra en apenas un par de minutos el acercamiento producido entre la pareja protagonista. Hay en este sentido un considerable grado de intuición por parte de Conrad, a la hora de combinar los elementos digamos clásicos del relato, con la inserción de aspectos y detalles procedentes de dichas corrientes visuales, hasta el punto que su resultado resulta menos datado de lo que cabría esperar.
A partir de la inserción de la relación amorosa entre Jim y Lorrie –en la que cualquier espectador avezado intuirá que la segunda esconde un lado oscuro que siempre permanecerá en un segundo término-, remanifestará la ira de Cort al saber que ambos se encuentran ligados –aunque él haya sufrido ya varias aventuras amorosas, de una esposa insatisfecha dado el carácter cruel y egocéntrico de dicho magnate-. Ello propiciará el inicio de una serie de artimañas urdidas de forma sibilina por este para intentar hacer ver que Jim se ha convertido en un ser con delirios mentales. Para ello se basará una lejana experiencia psiquiátrica cuando era muy joven, lo que permitirá que prolongue un sendero, destinado ante todo a hacer naufragar el acercamiento de este con su esposa. El guión de John Kneubuhl y Henru Slesar, a partir de una historia de este último, y el desarrollo de la película inciden no en el hecho de que el magnate ame a su esposa, sino en considerar esta aventura como una ruptura del imperio que le rodea –las imágenes de la mansión que habita son reveladoras al respecto-. Puestos en una tesitura de casi imposible resolución, a Jim le surgirá la idea de asesinar a Cort en público, fingiendo luego seguir el sendero que el propio magnate ha ido fijando, al inducir dudas crecientes de que se encuentra enfermo de la mente. Concienzudamente, este irá aprehendiendo todos los tics y efectos que pudieran deducirse en un análisis posterior a la hora de juzgar su crimen. Un asesinato que se producirá en una excelente secuencia –que nos recuerda de forma poderosa los referentes antes señalados de Frankenheimer y Lumet-, iniciándose el análisis de su personalidad por parte de diversos especialistas, entre las que se encontrará la prestigiosa especialista Elizabeth Larstadt (encarnado por la personalísima Viveca Lindfors). Esta intuirá la impostura del comportamiento de Jim, pero quedará seducida por su encanto –algo que este advertirá y utilizará en uno de los instantes más valiosos del relato-. A partir de su testimonio y del resto de analistas, Grayson será considerado inocente del crimen por enajenación mental y enviado a una clínica, en donde tendrá que convivir con una situación penosa y enfermos mentales reales, entre los que parecerá que uno de ellos también simula encontrarse en una situación similar –Mr. Clyde (Stroher Martin)-. Aunque Jim rechace constantemente las insinuaciones de este, el paso del tiempo hará mella en su progresiva inestabilidad emocional, que alcanzará su cenit con la visita de Lorrie, quien con afectada frialdad admitirá que no puede revelar su participación pasiva en el plan urdido en su momento –y que a ella le sirvió para librarlo de un esposo tirano-, al tiempo que reconocerá que el mismo paso del tiempo le ha llevado a mantener una nueva relación –algo que Jim contemplará tras la ventana en una secuencia poco creíble, cuando esta se reúna con su actual amante antes de subir en el coche de ambos-.
La situación se tornará ya insostenible para nuestro protagonista, al que tanto el entorno en el que ha desarrollado sus últimos meses, y las circunstancias que ha ido descubriendo, irán envolviendo en una terrible espiral de inestabilidad, que no logrará calmar en un último encuentro con la doctora Larstadt. En realidad, y cuando estaba a punto de resultar descubierto en la falsedad de su plan, se impondrá el delirium tremens asumido día tras día, concluyendo la película con una grúa ascendente, reveladora de la auténtica trampa en la que él mismo se sumió en un momento dado, cegado por el ¿falso? amor de una mujer, que quizá en el fondo lo utilizó para lograr con ello desprenderse de un esposo megalómano y carente de humanidad. Como antes señalaba, BRAINSTORM no supone un dechado de originalidad, pero la habilidad con la que Conrad articula los elementos técnicos y el reparto señalados –al que habría que unir la sorprendente, por dramática, partitura de George Duning-, contribuyen en conformar un producto revelador de lo que suponía una serie B tardía. Un producto de género, tratado con eficacia, proponiendo además un atractivo uso del montaje y la elipsis, y que personalmente muestra como en ocasiones, incluso partiendo de elementos miméticos, se podrían alcanzar resultados estimulantes.
Calificación: 2’5