TWO ON A GUILLOTINE (1965, William Conrad) Dos en la guillotina
No cabe duda que el éxito de títulos como PSYCHO (Psicosis, 1960) –que, aunque parece socorrido señalarlo, siempre consideraré la cima del arte de Alfred Hitchcock-, u otros posteriores de valores más menguados aunque innegable atractivo, como WHAT EVER HAPPENNED TO BABY JANE ¿Qué fue de Baby Jane, 1962. Robert Aldrich) fueron el terreno abonado para prodigar en los primeros años sesenta un tipo de cine de suspense, que de algún modo ya había tenido su caldo de cultivo previo con las simpáticas pero en líneas generales poco memorables aportaciones de William Castle desde finales de los cincuenta. Lo cierto es que fue la Warner Bros la que aprovechó con mayor ahínco esta veta de probado éxito comercial, auspiciando incluso la incorporación como directores de veteranos actores, como fue el caso de Paul Henreid con DEAD RINGER (Su propia víctima, 1964). Otro de estos ejemplos –resulta curiosa la circunstancia de utilizar actores en calidad de directores- lo supuso ese veterano secundario que ya era William Conrad –que vimos en tantos policíacos previos, y que años después lograría la fama interpretando en TV al detective Cannon-. Lo cierto es que su bagaje como realizador cinematográfico no fue muy ámplia, más si la televisiva, siendo TWO ON A GUILLOTINE (Dos en la guillotina, 1965) una de los más características de cuantas obras firmó para la gran pantalla.
Siguiendo la estela del citado BABY JANE, lo cierto es que sin albergar unas excesivas esperanzas, no dejaba de tener la esperanza de contemplar una película de tardía serie B, en la que Conrad mantuviera un suspense más o menos atractivo. Y es algo que, hay que reconocerlo, se intuye en sus primeros minutos, donde asistimos a una aguda planificación de secuencia en teoría de terror –una cruz, un cuervo, una joven atada, un apuñalamiento a espada, unos gritos-, que muy pronto nos acercará a la actuación –en plenos años cuarenta- de una conocida figura del mundo de la magia. Se trata de Duke Duquesne (César Romero), quien pone en práctica uno de sus trucos más celebrados y aplaudidos. El reputado mago tiene como presumible víctima a su esposa –Melinda (Connie Stevens)-, a la que desea presentar un nuevo truco con el que pretende asombrar a su auditorio, comprobándose en la prueba –que se realiza con la muñeca de la hija de ambos- que el artefacto no funciona como debiera. Sobre la impresión de los títulos de crédito, esta situación se revelará a la postre, como el auténtico eje sobre el que girará la conclusión de TWO ON A… que, en última instancia, he de reconocer no deviene más que una mediocridad, con el lastre de partir de un material de base absolutamente insalvable –por más de encontrarse tres guionistas en su elaboración-. Pero vayamos por parte. Tras los créditos, la acción se traslada al propio año 1965, donde la hija de Duresne –encarnada por la propia Connie Stevens, y que en un primer momento confundiremos con su madre-, acudirá al entierro de su padre, del que poco después conoceremos ha estado separado por completo. El sepelio ya revela una extraña y macabra situación, al mostrar el ataúd del mago finado con unos cristales que permiten contemplar su cadáver, extendiéndose entre los no muy numerosos asistentes al funeral, el compromiso anunciado por este de volver a la vida. En realidad Dukesnes se encontraba retirado de la profesión, amargado por la desaparición de su esposa, y con la sola compañía de su ama de llaves y la persona que le llevaba las finanzas. Pero sin embargo, en este macabro reto introducirá a su hija, tras la lectura del testamente en el insólito marco del Hollywood Bowl de Los Angeles. Allí este dejará su mansión –valorada en trescientos mil euros- a su hija Cassie (de nuevo la Stevens), con la condición de que resida durante las noches de una semana en la misma. Hasta allí se acercará la muchacha, acompañada por Val Henderson (Dean Jones), quien se presenta como un comprador inmobiliario, sin descubrir que se trata de un periodista que busca encontrar una historia interesante para remontar su alicaída trayectoria como tal reportero.
En realidad, el atractivo de TWO ON A… se centra en esos primeros minutos, la secuencia pregenérico –típica en este tipo de cine-, destinada a atrapar el interés del espectador. Unamos a ello la magnífica prestación de la fotografía en blanco y negro de Sam Leavitt, la eficacia de la banda sonora de un ya tardío Max Steiner, y esa sensación que en el primer tramo adquiere el espectador de asistir a un espectáculo demodé que precisamente encuentra en dicha circunstancia su máximo atractivo. Por otro lado, Conrad se desenvuelve bien en el uso de la pantalla ancha, no incurriendo en efectismos formales en los que con bastante facilidad podría haber camuflado lo inane de su material de base, conservando por el contrario una cierta sensación de clasicismo –por otra parte inherente a este subgénero-. Sin embargo, muy pronto la burbuja se desinfla. Desde el primer susto que vive la protagonista al entrar en la mansión –propio del William Castle más vulgar-, la película desaprovecha casi por completo las posibilidades que alberga, con una primera mitad centrada en la relación que mantienen Henderson y Cassie, encxarnados por dos actores bastante detestables. Ese proceso de enamoramiento desarrollado en apenas pocos días –que les llevará a un parque de atracciones, en donde atisbaremos un inesperado cameo del propio realizador-, invita a un desapego hacia lo que nos muestran sus imágenes, hasta que en la segunda mitad la entrada en la mansión de la vieja ama de llaves –Dolly (Viginia Gregg)-, vuelve a introducir un aura inquietante en el interior de la misma, al revelarse una serie de situaciones que rodearon los últimos años de la vida de un mago abandonado por todos, y atormentado por la desaparición de su esposa e hija, a la que escribió pero no obtuvo respuesta.
Como era previsible, Henderson será descubierto por otro periodista que se acercará a la mansión, echado de la casa por Cassie, y produciéndose la clásica catarsis con la inesperada aparición de Duquesnes –algunos de cuyos planos aparecen por momentos plagiados del ya citado PSYCHO, y otros del HORROR OF DRACULA (Drácula, 1958) de Terence Fisher. En cualquier caso, y aún descubriendo los motivos reales que motivaron la desaparición de su esposa –que no revelaré por respeto al posible espectador-, TWO ON A… culminará con un climax bastante previsible y poco interesante, en el que el desaparecido mago –que había preparado toda la puesta en escena-, confundirá al padre con la hija, descubriendo que esta realmente nunca lo había rechazado.
En definitiva, una desaprovechada propuesta de suspense, de la cual se puede disfrutar medianamente de su continente y aspecto formal, pero que apenas interesa en la acumulación de tópicos que maneja aunque, eso sí, culmine con el ingenioso detalle del conejo que aparece de vez en cuando por la función, y que desaparecerá de manera inexplicable. Un pequeño “private joke” para un título que sin ofender la inteligencia del espectador, evidencia su condición de olvidable de manera casi inmediata.
Calificación: 1’5
0 comentarios