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CINEMA DE PERRA GORDA

TWELVE (2010, Joel Schumacher) Twelve

TWELVE (2010, Joel Schumacher) Twelve

Aplicado exponente de la fanfarria hollywoodiense, caracterizado por el alcance homerótico de su cine, su falsa trascendencia y su incapacidad para plasmar propuestas narrativas dotadas de verdadero interés, creo que el paso del tiempo está dejando ya en el limbo del olvido la filmografía del ya veterano Joel Schumacher. Ya es bastante, que quien en plena década de los ochenta se implicara en numerosas películas destinadas a públicos juveniles, que planteara las versiones de Batman más filogays y zarzueleras posibles, y quien incluso se planteara propuestas de aparente calado como los endebles –cuando no irritantes- 8 MM (Asesinato en 8 milímetros, 1998), TIGERLAND (2000), PHONE BOTH (Última llamada, 2002), hoy día parece que ya no cuenta en una industria que ha encontrado relevos destajistas con mayor juventud. Es quizá por ello que, de entrada, TWELVE (2010) viene envuelta por un cierto aroma de melancolía. La presencia de una solemne voz en off –a cargo de Kiefer Sutherland, como sucedía en la citada PHONE BOTH- se apresta a relatar el pretendido aura existencial que envuelve la figura del atractivo White Mike (Chace Crawford), un joven de buena familia, despegado de la misma, y que ha decidido ganarse la vida ejerciendo como traficante de droga sin consumirla. Nuestro protagonista se paseará durante la película con un aspecto descuidadamente fashion, barba de dos días, ejerciendo de muchacho existencialmente atormentado. En definitiva, suponiendo el elemento puente de una película que, por mucho que se quiera vender de otra manera, no supone más que otra de las tantas “pompas de jabón” que Schmacher ha ido forjando a lo largo de su filmografía.

En realidad, TWELVE se pretende una especie de zoom en torno a una juventud perteneciente a familias acomodadas, que desde bien temprano se dejan llevar por el terreno del hedonismo, el disfrute del sexo, la caída por el trampolín de las drogas, y no dudan en tomar sus existencias vitales muy por encima de lo que pueda suponer cualquier tipo de responsabilidades. Schumacher intenta ponerse solemne –ayudado para ello por el guión de Jordan Melamed, basado en la novela de Nick McDonell-, pero la película muy pronto deja entrever su absoluta carencia de entidad. En realidad el director se deja seducir por los cuerpos y la estética de sus jóvenes protagonistas –especialmente ese televisivo Crawford, al que intenta infructuosamente convertir en actor cinematográfico-, plasmando una serie de veleidades visuales de dudosa efectividad, en medio de una sucesión de peripecias en las que tendrá lugar un asesinato, y la catarsis que se desarrollará en la fiesta que ejercerá como epicentro del relato. Cierto es que TWELVE tiene la virtud de estar limitada por una duración bastante ajustada, que aunque sea como reflejo de otros títulos sobre la materia, algo queda de aroma nihilista en su metraje. Sin embargo, cualquiera que haya seguido de cerca la filmografía de Gus Van Sant, títulos como en el su momento injustamente infravalorado LESS THAN ZERO (Golpe al sueño americano, 1987. Marek Kanievska), o incluso en el más cercano y menguado en interés THE RULES OF ATRACCTION (Las reglas del juego, 2002. Roger Avary) –ambas basadas en sendas novelas de Bret Easton Ellis-,  no puede encontrar en esta película sólidos elementos de interés. Ni siquiera a la hora de definir ese pathos interior que sobrelleva su protagonista, huérfano de madre y por completo aislado de su padre -que se encuentra a gran distancia de él-, y que llegada la hora de sufrir en su interior el asesinato de su primo por parte de un traficante de droga, no será más que un elemento trágico que se unirá a su incapacidad para demostrar el sentimiento amoroso que sobrelleva en su interior hacia Molly (Emma Roberts).

Sin resultar un título especialmente irritante –otras propuestas previas de Schumacher sí alcanzaban dicho calificativo- y advirtiéndose dentro del inocuo marasmo visual que envuelve su resultado, sí que es cierto que el veterano realizador, por mucho que cuestionemos su efectividad, deja entrever en sus imágenes una cierta mirada desencantada, que por momentos se manifiesta en la cadencia de sus imágenes, o en esas situaciones en las que White Mike se encuentra en soledad, dispuesto a poner fin a su vida. En definitiva, que llegada una cercana culminación en su filmografía, Schumacher intenta mostrarse trascendente, manejando materiales que ya se nos antojan gastados para aquellos aficionados a este tipo de temáticas, y dejando entrever por un lado lo endeble de su cine, por otro un cierto rayo de sensibilidad y, por encima de todo, la evidencia de que su papel en la industria ya se encuentra por completo al margen; la película apenas se estrenó en escasas salas norteamericanas, logrando una recaudaciones irrisorias. Ni más ni menos que la constatación de que quien en tiempos pretéritos gozó del beneplácito de Hollywood, se ha convertido –quien lo diría- en un casi entrañable juguete roto del paseo de la fama.

Calificación: 1’5

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