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CINEMA DE PERRA GORDA

Wolfgang Petersen

TROY (2004, Wolfgang Petersen) Troya

TROY (2004, Wolfgang Petersen) Troya

Es evidente que el en su momento sorprendente éxito comercial de la, a mi juicio, mediocre GLADIATOR (2000. Ridley Scott), favoreció la moda del denominado género “épico”, por medio de algunas superproducciones que buscan su efectividad en el recurso a determinados pasajes u obras literarias del pasado unido a la confluencia de miles de extras y vistosos decorados y exteriores. Lo cierto es que nunca se ha tratado de uno de mis géneros preferidos –sus obras casi generalmente ahogaban el devenir de sus personajes en una carpintería escénica que la mayor parte de las ocasiones sonaban a “cliché”-. Pese a ello reitero el hecho de que en los últimos años una serie de proyectos incidan en esa vertiente, entre las cuales incluso se han desarrollados batacazos comerciales como ALEXANDER (2004, Oliver Stone), que espero visionar algún día con verdadero terror.

Dentro de esta tendencia TROYA (Troy, 2004. Wolfgang Petersen) conoció su estreno mundial en el Festival de Cannes, a partir del cual se desarrolló una trayectoria comercial considerable aunque no arrolladora y una acogida entre la crítica tampoco entusiasta pero al menos más favorable que lo habitual en este tipo de títulos. En cualquier caso y por encima de un análisis más profundo, creo que cabría definir la película como una muestra de digno cine comercial –un equivalente de lo que no hace muchos años pudo suponer TITANIC (1997, James Cameron), aunque sin el explosivo éxito que obtuvo la mencionada cinta-. Puestos en esa tesitura, creo que no resulta demasiado coherente cuestionar el film que nos ocupa en base a la fidelidad literaria al poema de Homero –creo que es pedir demasiado a las intenciones de sus responsables-. En modo alguno podemos detectar en este caso elemento alguno de tragedia griega. Más bien hay que tomar la película como un “peplum” ágil y actualizado en el que quizá con no demasiada sutileza se trata la cuestión del ansia de la inmortalidad a través de la gloria terrenal encarnado en las dudas y las vacilaciones del arrogante guerrero en apariencia invencible que es Aquiles (Brad Pitt).

Creo que es precisamente en la labor que Pitt realiza de este personaje en donde se observan bastantes limitaciones, ya que este modelo de lujo –siempre lo he considerado así- en muchos momentos se muestra absolutamente incapaz –hay que ver lo ridículos de los mohines que en algunas ocasiones realiza, invitando a la carcajada- de dotar en entidad psicológica a su personaje, y por el contrario está más preocupado por lucir sus exagerados músculos logrados con anabolizantes y por el ondear de un peinado totalmente artificioso –hay quien en su momento argumentó con ironía que Pitt parecía estar en un anuncio de champú-.

Pero en el extenso metraje que presente TROYA –que ciertamente resultan amenos en todo momento-, hay que detectar entre sus cualidades su estructura por episodios, la cuidada elección de exteriores o la alternancia entre lo intimista y la espectacularidad de las batallas –que considero se distancian considerablemente de esa apología del plano corto que definía cada fotograma de GLADIATOR-. En su defecto mencionaremos el innecesario recurso a determinados planos digitales empeñados en subrayar la “grandeza” de los escenarios, y que al menos en mi caso me daban la impresión de encontrarme ante un sofisticado videojuego. Cierto es que las batallas destacan por su ajustada planificación –especialmente la que resisten los troyanos frente a los griegos-. Pero por encima de estos elementos en teoría mas valorados, hay algunos fragmentos que destacan bajo mi punto de vista y son precisamente los definidos por su carácter intimistas, con los que en su conjunto la película adquiere una cierta temperatura. Más allá de las enormes deficiencias de Brad Pitt y la clamorosa del nefasto Orlando Bloom al encarnar a un Paris que nunca tiene fuerza como personaje cinematográfico, lo cierto es que incluso presencias tan breves como las de Julie Christie adquieren cierta entidad. Eso sin olvidar a los magníficos Brian Cox (Agamenón) y Eric Bana (Hector), que se erigen quizá por su labor –especialmente en el segundo caso- en personajes con verdadero brillo y que contribuyen notablemente a dotar de fuerza al relato.

Bajo mi punto de vista TROYA flaquea notablemente en sus minutos finales, puesto que la escenificación de la famosa leyenda del no tiene credibilidad alguna y las secuencias del asalto a la ciudad adquieren una textura del peor cartón-piedra del género, que casi hacen olvidar momentos tan brillantes que le han precedido como la lucha entre Aquiles y Héctor y la visita que el rey troyano –que interpreta un Peter O’Toole bastante acabado- realiza a la morada de Aquiles-. Son instantes estos –siempre determinados en los momentos intimistas de la película- en los que esta logra un notable interés que le permite distanciarse de productos de décadas pasadas como aquel pesadísimo HELENA DE TROYA (Helen of Troy, 1956. Robert Wise) y que en su confluencia con secuencias de masas más o menos acertadas, redondean una finalmente aceptable superproducción en la que, reitero, no hay que buscar miradas definitivas, pero sí un producto comercial plasmado con bastante profesionalidad y una cierta proporción de talento cinematográfico.

Calificación: 2