ANZIO (1968, Edward Dmytryk) La batalla de Anzio
Creo que bastantes aficionados coincidirán conmigo en que quizá sea el género bélico uno de los que menos títulos de gloria ha proporcionado al cine. No por ello sería injusto no admitir que la perspectiva del paso del tiempo ha revalorizado ciertas muestras del mismo en su momento relegadas y que en su conjunción ofrecen un corpus nada desdeñable.
Al mismo tiempo hemos de reconocer que una vez entrada la década de los 60 se sucedieron buen número de producciones bélicas que prácticamente se basaban en las mil y una batallas que tuvieron lugar en la II Guerra Mundial. Algunas de ellas son interesantes pero por lo general se caracterizaron por su rutina y marcarse deudoras de estereotipos, repartos estelares, espectacularidad y sopor, bastante sopor. He aquí sin embargo que en pleno 1968, con unas fórmulas ya realmente desgastadas, ante la trayectoria profesional de Edward Dmytryk que prácticamente estaba dando sus últimos pasos –tras la brillante ALVAREZ KELLY (1966)-, y cuando todo hacía prever una impersonal coproducción de Dino de Laurentis, creo que ANZIO –titulada inútilmente LA BATALLA DE ANZIO en España- supone no solo una prolongación del interés que Dmytryck proporcionó a sus films en este género –y hay elementos que la unen a las previas EL MOTÍN DEL CAINE (The Caine Mutiny, 1954) y, sobre todo, la estupenda EL BAILE DE LOS MALDITOS (The Young Lions, 1958)-, sino quizá una de las mejores películas bélicas de la segunda mitad de los sesenta.
Y es que ANZIO sorprende ya desde sus títulos de crédito con el fondo una canción propia de una comedia sixtie, mientras el personaje que encarna Robert Mitchum accede por las estancias de un antiguo palacete (atención al detalle del cuadro de batalla que se muestra) mientras un grupo de soldados aliados jalean a Wally Richardson (Mark Damon, el Philip Wintrop de THE FALL OF THE HOUSE OF USHER) que intenta ganar una apuesta balanceándose a una lámpara mientras sus compañeros no dejan de lanzarle objetos formando una masa deplorable. Esa es la impresión que con su sola mirada demuestra Dick Ennis, corresponsal de guerra de Internacional Press. La espléndida encarnación que Robert Mitchum realiza de este personaje fundamental a lo largo de la película, es uno de los grandes aliados de Dmytryk. Su mirada y actitud escéptica ante el hecho de la guerra le lleva a estar presente en numerosas batallas sin descanso, para poder responder a la eterna pregunta “¿Por qué se matan unos a otros?”.
Un dilema casi de índole existencial que planea por el conjunto de una película merecedora de una revalorización, que de antemano goza de un planteamiento muy interesante. No aborda la espectacularidad de la conquista de Roma por parte del ejército aliado, sino más bien narra el fracaso de un desembarco equivocado en su dirección, su consecuencia en una emboscada recibida y la lucha de un grupo de siete personas por sobrevivir. En ese carácter intimista ya había incidido previamente el veterano director en obras como las antes citadas, retomando de nuevo este discurso con lo que realmente es necesario en un buen film: la sabiduría de su puesta en escena. En ese aspecto concreto hay que señalar que pese a encontrarnos en un periodo muy peligroso para la narrativa cinematográfica, Dmytryk ofrece una espléndida utilización dramática del formato panorámico; aplica una impecable progresión dramática; las relaciones que se establecen entre el grupo de supervivientes es siempre muy interesante –por más que se destile algún pequeño tópico como el repentino encuentro del soldado Movie con una despampanante joven italiana-.
La eficaz e inspirada puesta en escena de ANZIO se complementa con un impecable montaje y una espléndida fotografía de Giuseppe Rotunno. Sin embargo, en todo momento la película desprende un aire fatalista en consonancia con el punto de vista ofrecido por Ennis, el personaje en el que el director destina el punto de vista de su tesis. Pese a su negativa a portar armas el experto y respetado corresponsal está al tanto de cualquier acontecimiento y contribuye a ayudar al comando que finalmente será atacado, siendo él uno de sus escasos supervivientes.
Es a partir de esa emboscada cuando la película alcanza sus más altas cotas de nivel. Se revela la tremenda equivocación del general Lesley (Arthur Kennedy), temeroso de haber lanzado un ataque a Roma –que se encontraba casi ausente de presencia nazi- y que por su previsión para evitar perder vidas humanas finalmente logrará no solo el efecto contrario sino su propia deshonra como militar. De ese modo y tal y como señala Ennis, ese desembarco de Anzio que se proclamaba como el paseo de un tigre se convierte en una ballena encallada.
Cuando el grupo de supervivientes huye del poderoso aparato bélico nazi tienen que soportar un campo de minas, más adelante descubren un campo de fuerzas alemanas –espectral su visión nocturna-. En ella una avanzadilla personal del corresponsal cada vez más implicado le lleva a perderse en un laberinto de alambradas, del que ya al amanecer logra ser guiado por un perro de pelo llamativamente blanco -¿alegoría pacifista?-. Pertenece a un soldado alemán y ello da pie a que cuando el animal de forma casual está a punto de hacer descubrir a su dueño donde se esconde Ennis, se presente Richardson para rescatarlo y matando al nazi antes de ser reducido por otros soldados que se presentan. Será cuando este es registrado el momento en que una foto de su hija cae al arroyuelo que discurre a sus pies. Richardson intenta desesperadamente recuperarla en una pelea hasta que es fusilado. La imagen se detiene en el discurrir de la imagen de la niña por las aguas terrosas y entre las botas del nazi previamente asesinado –una analogía digna de las mejores producciones antibélicas y llena de lirismo-.
Los restantes supervivientes llegarán a una casona en la que aún viven la dueña y sus dos hijas, siendo recibidos con temor inicial y pronta cordialidad, hasta que llega un destacamento nazi con el que luchan los aliados huyendo finalmente de allí, sufriendo poco después otra emboscada en la que finalmente casi todos ellos son acribillados. Será este el momento crucial en el que Dick Ennis tendrá que hacer frente a aquello que jamás ha querido; empuñar un arma y matar en defensa propia y memoria de sus amigos muertos a un nazi. Lo hace y tira con asco el arma. Sin embargo, ya ha encontrado las respuesta a su pregunta.
Apenas tres de los soldados sobreviven e informarán a sus superiores de la situación. En una desesperanzada y breve conversación –pese a la confianza existente entre el general y el corresponsal-, el ya destituido Lesley –magnífica la labor del gran Arthur Kennedy cuando da lectura a su documento con las manos levemente temblorosas- le avanza de forma lúcida y dolorosa –no va a poder saborear la gloria del triunfo- como discurrirá finalmente la conquista final de los aliados, preguntando a Ennis si encontró la respuesta a su pregunta. Este le responderá lacónicamente y con el escepticismo de siempre: “los hombres se matan unos a otros por que les gusta... se le toma gusto a matar... la guerra no resuelve nada...”. Puede que a muchos estas conclusiones les resulten banales e inconcretas pero el desarrollo de la película, la articulación de sus resortes, el empeño puesto por Dmytryk orquestando los elementos de la puesta en escena –habría que añadir una brillante dirección de actores-, a mi juicio deberían hacer valer el notable interés de una propuesta a la que quizá le sobra el epílogo final (breves planos de batallas y la conquista de Roma, incluyendo el reencuentro entre Movie y su “conquista” amorosa local). Sin embargo, el director aún nos reserva una mirada distanciada ante la llegada del aclaamado general Carlson (Robert Ryan) apostado en un Jeep, mirando hacia la parte superior de un arco de triunfo en el que se detalla en piedra una de tantas batallas que se han sucedido a lo largo en el tiempo... simplemente para que unos se maten a otros por que les gusta y aunque no solucionen nada.
Calificación: 3
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