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CINEMA DE PERRA GORDA

DONOVAN’S BRAIN (1953, Felix E. Feist)

DONOVAN’S BRAIN (1953, Felix E. Feist)

La eterna dualidad del ser humano, su afán por intentar penetrar en la ciencia del conocimiento absoluto, el moralismo de creerse dioses… son elementos sobre los que se ha forjado buena parte de la ciencia-ficción literaria y, por ende, cinematográfica. Fruto de ello han sido exponentes fílmicos como FRANKENSTEIN (El doctor Frankenstein, 1931. James Whale), DR. JECKYLL AND MR. HYDE (El hombre y el monstruo, 1931. Rouben Mamoulian) y tantos y tantos ejemplos –unos más prestigiados y/o valiosos que otros- que, con diferentes variantes, han venido incidiendo en esa mezcolanza entre moralismo y experimentación. Es evidente que dichas coordenadas se extendieron a los nuevos modos del cine fantástico y, en definitiva, hasta nuestros días, marcando uno de los ejes por los que ha girado la evolución de la ciencia-ficción, pese a que su aspecto exterior haya modificado y mejorado en su espectacularidad, lo que no necesariamente –más bien al contrario- ha de estar relacionado con una mayor riqueza de la propuesta planteada.

También en la década de los cincuenta, y cuando en el cine norteamericano se produjo una auténtica eclosión dentro de la producción y especialización con la ciencia-ficción –alentada a nivel sociológico por la histeria anticomunista vivida en aquellos años en USA-, se produjeron exponentes integrados en esta tendencia, que abordaban mediante historias inicialmente divergentes, pero en el fondo bastante más semejantes de lo que pudiera parecer a primera vista, esa frontera moralista que se invoca al pretender traspasarse la invisible frontera del lado oscuro del ser humano.

Esa es, en líneas generales, el ámbito en que se desarrolla el relato de Curt Siodmak –hermano del cineasta Robert Siodmak-, DONOVAN’S BRAIN, que fue llevado a la pantalla en 1953 de la mano del poco conocido Felix E. Feist. Su resultado, pese a resultar delimitado dentro de lo márgenes de una producción de serie B, es francamente estimulante, pudiendo decirse sin temor a equivocarnos que, dentro de sus limitaciones, se la puede insertar dentro del conjunto –menos valioso de lo que inicialmente pudiera parecer-, de propuestas más o menos interesantes que, sin encontrarse entre las cimas del género aportadas en los años cincuenta, revisten en su conjunto una notable dignidad. Una dignidad que en este caso hay que atribuir al hecho de reducir el ámbito de la película a un marco ligado al cine policiaco y su vertiente noir, al intimismo de su historia, a la desnudez formal que muestra su desarrollo a través de muy pocos escenarios –esta se centra especialmente en el interior del pequeño laboratorio del protagonista –el Dr. Patrick Cory (Lew Ayres)- y al interesante desarrollo de guión y la escasa dependencia de efectos especiales y trucajes.

Dentro de este contexto, se desarrolla el avatar sufrido por el dr. Cory. Se trata de un hombre amable y bondadoso, empeñado en avanzar en la investigación dentro del cerebro. Para ello ha estado experimentado con chimpancés, contando con la cariñosa objeción de su esposa –Janice (encarnado por Nancy Davis, futura esposa de Ronald Reagan)-. De repente, un hecho fortuito le permitirá procurar un avance insospechado en sus investigaciones. Se ha producido un accidente de aviación en las cercanías de su vivienda, y ello le llevará a la recuperación de un malherido, que fallecerá poco después en su laboratorio. Se trata del multimillonario Donovan, del cual Cory estará tentado se conservar su cerebro, al comprobar que aún desprende ondas de vida. Pese a las objeciones que le manifiesta su esposa y su fiel ayudante –el dr. Frank Schratt (Gene Evans), aficionado a la bebida-, realizará la operación y conservará dicho cerebro humano en una urna, comprobando poco a poco como la masa cerebral responde paulatinamente a los estímulos planteados, se regenera e incluso crece en tamaño. Pero las ansias investigadoras de nuestro protagonista le llevarán a intentar contacto telepático con el cerebro de Donovan, traspasando una peligrosa frontera y recibiendo el influjo de la dominante, autoritaria y calculadora personalidad del desaparecido millonario. Tal será su capacidad de influencia, que logrará que Cory modifique su personalidad y adquiera las características psicológicas del corrupto financiero, que incluso se extenderán a sus rasgos exteriores y tics físicos –imitará la cojera que caracterizaba a este-, imbricándose en una maraña de actividades delictivas dirigidas a partir de la telepatía marcada por Donovan. La situación conducirá a un marco genérico digno de cualquier film policíaco de ámbito verista –DONOVAN’S BRAIN podría emerger perfectamente entre la vertiente B de los estudios Fox-, hasta alcanzar una espiral no por previsible menos interesante, en la que el influyente cerebro se inmiscuirá demasiado en el entorno plácido del doctor.

No me cabe duda, que ese tono alcanzado cercano a la vertiente noir, tuvo su ascendencia merced al triunfo logrado por Robert Wise en la cercana THE DAY THE EARTH STOOD STILL (Ultimátum a la tierra, 1951). Me parece sin duda una opción inteligente, y que en esta ocasión se abre con el inicio de la acción de la película desde sus propios títulos de crédito. Creo que los mayores méritos del film de Feist se circunscriben al tono intimista y por momentos desasosegador mostrado en su ajustado metraje, en la brillante aportación de la fotografía de Joseph Biroc, y en la matizada labor interpretativa de Lew Ayres, que sabe combinar sin estridencias ni histrionismos, la dualidad que va impregnando su personaje de forma paulatina. Dichos elementos, la adecuada dosificación de sus elementos de suspense, ese ya mencionado tono intimista y su ajustado trabajo de cámara, son rasgos que llevan a valorar el conjunto de DONOVAN’S BRAIN como una aportación interesante, aunque jamás sobrepase la barrera del producto atractivo. No se pida en sus imágenes más que un producto pequeño, eficaz y aplicado, y situarlo en el nivel que por aquel entonces permitían exponentes tan atractivos como imperfectos, demostrados en títulos como THE MAN FROM PLANET X (1951, Edgar G. Ulmer), I MARRIED A MONSTER FROM OUTER SPACE (1958, Gene Fowler), TARANTULA (1955, Jack Arnold) o IT CAME FROM OUTER SPACE (1953, Jack Arnold). Títulos todos ellos indudablemente apreciables, aunque lastrados por defectos que les impedirían alcanzar una mayor consideración dentro de la aportación del género. En esta ocasión, no cabe duda que en ocasiones la plasmación física del cerebro aparece poco lograda –especialmente cuando su volumen crece-, que algunos elementos de su argumento están tratados de forma superficial, y la conclusión final del conflicto igualmente está tratada de forma poco convincente. Se desaprovechan asimismo apuntes interesantes sobre el papel, como la relación extraconyugal que podrían mantener la esposa de Cary y su fiel ayudante. Pero son cosas quizá demasiado exigibles a una pequeña propuesta que cumple con su función de entretener dentro de un contexto de cierta seriedad cinematográfica. Y eso es algo que se logra en este caso, con la adaptación cinematográfica de un relato por otro lado, llevado al cine en varias ocasiones con posterioridad.

Calificación: 2’5

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