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CINEMA DE PERRA GORDA

BOOM TOWN (1940, Jack Conway) Fruto dorado

BOOM TOWN (1940, Jack Conway) Fruto dorado

De entre todos los realizadores que se encontraban bajo el amparo de la Metro Goldwyn Mayer de manera muy especial durante los años treinta, es probable que ninguno de ellos haya logrado productos tan agradecidos como Jack Conway. Alejado de cualquier tendencia kitsch –que sí ha hecho envejecer las aportaciones de nombres como W. S. Van Dyke o Robert Z. Leonard-, fue el firmante de títulos caracterizados por su amenidad, siempre al servicio de las estrellas más importantes del estudio –Gable, Myrna Loy, Jean Harlow…-, escorados en sus imágenes entre la comedia de aventuras o el melodrama, por lo general insertos en marcos que facilitaban la plasmación de exóticos escenarios –LIBELED LADY (Una mujer difamada, 1936), TOO HOT TO CANDLE (Sucedió en China, 1938)…-. Fue sin embargo cuando a Conway se le encomendó la realización de una concienzuda adaptación del universo de Charles Dickens, cuando logró el que quizá suponga su título más perdurable –A TALE OF TWO CITIES (Historia de dos ciudades, 1935)-. Años después de llevar a la pantalla esta producción de David O’Selznick –que cuenta con la célebre secuencia del asalto a la Bastilla, firmada al alimón por Val Lewton y Jacques Tourneur-, nuestro director asumiría un exponente más de su conocido y eficaz ámbito de las comedias de aventuras con BOOM TOWN (Fruto dorado, 1940), en este caso ambientada en el mundo de las prospecciones petrolíferas norteamericanas de inicios del siglo XX. Es el marco genérico en el que se producirá el encuentro entre John McMasters (Clark Gable) y Jonathan Sand (Spencer Tracy). Una amistad descrita en sus primeras, manifestaciones en función de la competitividad a la hora de realizar una prospección petrolífera, pero en la que muy pronto se observará una sinceridad que les llevará a mantenerla vigente, pese a la presencia con el paso del tiempo de notables incidencias que los separaran e incluso enfrentarán de forma casi constante.

Muy pronto los dos amigos conocerán la facilidad del enriquecimiento por el hallazgo del petróleo, pero entre ellos se interpondrá la llegada de Betty (Claudette Colbert), que durante mucho tiempo ha desarrollado una relación epistolar con Sand. La misma se vendrá abajo cuando esta conozca a McMasters, con el cual se casa, logrando sin embargo la sincera aprobación del gran amigo de este y conviviendo los tres dentro de una trayectoria profesional que, de forma en ocasiones abrupta, conocerá los vaivenes de la riqueza y la ruina. No serán todos ellos, verdaderos motivos para el enfrentamiento entre ambos, pero sí supondrá la personalidad mujeriega de McMasters la que llevará a su separación profesional y de amistad con Jonathan. Ello permitirá que la pugna se introduzca entre ambos, delimitada la misma por un sentimiento de orgullo bastante primitivo. El paso del tiempo llevará a John hasta New York, dentro de un ámbito financiero que logrará manejar con destreza, consolidándole como un auténtico magnate. Hasta allí llegará también su compañero y rival –tras huir de una azarosa aventura en país centroamericano-, que observará de nuevo la innata tendencia mujeriega de su eterno amigo, en esta ocasión representada en su oculta relación con Karen (Hedy Lamarr), mujer de especial utilidad en determinadas facetas complementarias a la labor empresarial del personaje encarnado por Gable. Dentro de una andadura tan inclinada a los vaivenes, el imperio de McMasters se llegará a tambalear supuestamente por actividades poco lícitas de competencia, quedando este a expensas de un proceso judicial. Una vista en la que de nuevo este comprobará la amistad que sigue manteniendo con Sand, y que en el último momento –tras perder todo su imperio-, les llevará a unirse en una nueva andadura profesional, ligada por lógica al entorno petrolífero.

Como se puede deducir por su enunciado, BOOM TOWN centra su previsible eficacia en la confrontación de dos actores tan codificados dentro del estudio en aquellos años, como son Gable y Tracy. De su interpretación se podrán retener todos los rasgos característicos e incluso tics arquetípicos tan conocidos de ambos intérpretes –los guiños del primero o la sempiterna mirada paternalista del segundo-. Es a partir de su interacción cuando podemos establecer ciertos ecos –en los elementos de comedia del film- entre esta pareja, y otras que muy pronto se consolidarían en el panorama de la comedia cinematográfica norteamericana. El ejemplo brindado por las protagonizadas por Bing Crosby y Bob Hope resulta a mi juicio pertinente, en la medida que esta película basa buena parte de su eficacia a unos ingeniosos diálogos –la huella de James Edward Grant es evidente-, que de forma curiosa se revelan de especial eficacia cuando se insertan en los finales de cada secuencia.

Este curioso rasgo, puede que finalmente devenga en uno de los elementos que más limitaciones otorga al conjunto. Digo esto ya que, aunque el ritmo de BOOM TOWN resulta en todo momento eficaz, lo cierto es que su propuesta puede decirse que carece de guión. En realidad, una vez presentado su marco de desarrollo, la evolución del mismo se plantea como una auténtica partida de ping – pong, en donde las andanzas, encuentros y desencuentros de los dos protagonistas se suceden, en muchas ocasiones sin sentido de la progresión cinematográfica, hilvanando cada una de dichas andanzas por numerosos collage de montaje que llegan a resultar cansinos en su acumulación y excesiva recurrencia. Esta circunstancia no impide que a nivel de comedia la película funcione, mantenga situaciones divertidas, e incluso incorpore personajes secundarios impagables –el oportunista empresario que encarna con su habitual solvencia Frank Morgan; Harmony (Chis Wills), el eterno ayudante para todo, incorporado más adelante al entorno doméstico del matrimonio McMaster-. No puede decirse lo mismo a partir de la incorporación de una vertiente melodramática caracterizada por cierto moralismo, que alcanzará su cenit en el retorno de Gable junto a su esposa, tras diluir la relación que mantenía con Karen –lo cual por cierto propicia un momento de sinceridad por parte de esta, resuelto de forma admirable por la actriz-. Sin embargo, y dentro de un producto tan ligero y entretenido como previsible, en algún momento Conway logra introducir detalles de puesta en escena muy atractivos; cuando Betty ha abandonado a John la cámara encuadra el suelo de su vivienda, filmando el desplazamiento en panorámica hasta la puerta del perro de la familia. Manteniendo el plano, aparecen las piernas de esta retornando al hogar y acercándose de nuevo a su esposo. Una original forma de mostrar cinematográficamente el regreso de la esposa.

Calificación. 2

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