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CINEMA DE PERRA GORDA

THE BLACK CASTLE (1952, Nathan Juran)

THE BLACK CASTLE (1952, Nathan Juran)

THE BLACK CASTLE (1952), supuso el debut como realizador de Nathan Juran, hasta entonces caracterizado por su polivalencia al figurar en los equipos técnicos de no pocas producciones –es un caso similar al de Byron Haskin-, obteniendo incluso un Oscar por su responsabilidad como director artístico en HOW GREEN WAS MY WALLEY (¡Que verde era mi valle!, 1941. John Ford), y desarrollando con posterioridad –sobre todo en lo que abarca esta década- una dilatada producción en el ámbito del cine de géneros y estudios. Aunque practicó con solvencia varios de ellos –western, cine de aventuras-, si de algo es conocida la obra de Juran reside en su aportación para la ciencia-ficción, firmando varios títulos con el inapreciable aliado que supuso Ray Harryhausen, aunque sea bajo su amparo, y dentro del cine de aventuras exóticas, donde consiguiera su mayor título de gloria –THE 7th VOYAGE OF SINBAD (Simbad y la princesa, 1958)-. En esta ocasión, su puesta de largo como director se introduce a través de las coordenadas del relato gótico, ofreciendo una apuesta dentro del ámbito de la serie B para la Universal International, que tiene su mayor bagaje de cualidades en el logro de una atmósfera bizarra y malsana, en la que encontramos ecos tanto de Edgar Allan Poe –The Premature Burial- como Richard Connell –The Most Dangerous Game-, aunque su discurrir, por desgracia, no apriete el acelerador en ninguno de dichos referentes.

La película se inicia asistiendo el espectador a los preparativos del entierro de sir Ronald Burton (Richard Greene) y la condesa Elga von Bruno (Rita Corday). De repente, una angustiosa voz en off escuchada mientras encuadra en primer plano el rostro del primero cuando este es mostrado al levantar la tapa de ataud, nos indica que se encuentra en esta cataléptico. Será el inicio del extenso flash-back que dominará la casi totalidad del metraje de un relato centrado en la narración de la audaz aventura de Burton –camuflado para la ocasión con el nombre Richard Beckett-, quien en pleno periodo del reinado del emperador Carlos XVI decide seguir el rastro de dos compañeros a los que perdió su pista cuando acudieron a una cacería auspiciada por el barón Karl von Bruno (estupenda e insólita composición de Stephen McNally). Para ello viajará hasta su castillo, acudiendo al señuelo de una cacería que este ha programado, y advirtiendo pronto la sordidez que se esconde bajo las paredes de su lujoso, noble y siniestro palacio.

Digna predecesora de tantos y tantos relatos de carácter gótico auspiciados en el cine de los cincuenta y primeros sesenta –no solo por Hammer Films y la American International de la mano de Roger Corman-, lo cierto es que THE BLACK CASTLE se inicia de un modo arrebatador. Más allá de contemplar en su elegante travelling lateral de apertura la procedencia de una fuente artificial de viento que se esconde en el off visual, la cámara del realizador logrará describir un entorno propio de película de terror –el exterior de la zona fúnebre del palacio del protagonista-, que tendrá su continuidad cuando sus sirvientes se dispongan a sellar los ataúdes de la pareja formada por Burton y la condesa. Será en ese preciso instante, cuando la imagen descubra su rostro inexpresivo en su exterior en primer plano, mientras el impactante grito del inmóvil aristócrata clama sin respuesta antes los operarios, constatando ante el espectador el hecho de que tanto él como la joven se encuentran con vida. Será el magnífico inicio de una ficción que, justo es reconocerlo, jamás alcanzará la fuerza de estos primeros minutos –un elemento que pesará en su contra-. Ello no nos impedirá asistir a un aceptable divertimento de programa doble, en el que nada en sí resulta especialmente destacable, pero al tiempo tampoco demasiado cuestionable, y en donde si algo aparece como digno de ser resaltado de manera moderada, es una inequívoca atmósfera gótica y malsana, en la que la aportación del operador Irving Glassberg resulta poco menos que decisiva. Se trata de un planteamiento de época, tantas y tantas veces llevado a la pantalla –con mejor pero también con peor resultado que en esta ocasión-, en la que no faltan héroes ni villanos, la chica de turno, secundarios siniestros –como ese criado encarnado por Lon Chaney jr., al que parece que por contrato había que presentar en sus películas siempre desde la penumbra-, aliados de extraña condición –el doctor encarnado por Boris Karloff, que de forma inesperada se convertirá en aliado de nuestro protagonistas-, pinceladas siniestras y bizarras –ese foso atestado de cocodrilos, al que se accede por unos pasadizos en los que se intrincan unos extraños mecanismos; la apurada situación que vive Burton en la cacería, de manos del leopardo con el que se somete a lucha directa en un foso-, una ajustada dirección artística, y un ritmo más o menos aceptable. Sin embargo, cuando uno ha contemplado previamente THE STRANGE DOOR –rodada el año anterior para el mismo estudio de manos de Joseph Pevney, tomando como base una historia de Robert Louis Stevenson, y de quien se recupera a Karloff y a Michael Pate en el reparto-, se puede comprender la relativa decepción que se adquiere al contemplar una película que poco a poco va descubriendo su grisura, y ni siquiera en sus pasajes finales alcanza un climax de especial relieve. Sea por la indefinición que alberga su enunciado –en su inicio tiene todas las trazas de ofrecerse como un film de terror-, sea por la escasa garra demostrada a la hora del trazado de sus personajes –una de sus carencias más notables-, o en último término por el déjà vu que adquiere el seguimiento de su recorrido argumental, lo cierto es que, con ser un relato aceptable, se olvida con la misma facilidad que se ha contemplado. Por una vez, el disfrute de un inicio casi apasionante y unas premisas prometedoras –esas ya detectadas referencias literarias-, no confluyeron en un conjunto atractivo en exceso. Lástima

Calificación: 2

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