DRUMS ACROSS THE RIVER (1954, Nathan Juran)
Dominada por la luminosidad y el cromatismo aportado por el operador de fotografía Harold Lipstein, y la precisión del montaje del excelente Virgil Vogel –al que se deben algunas nada desdeñables aportaciones a la ciencia-ficción-, DRUMS ACROSS THE RIVER (1954) aporta del mismo modo el buen pulso del humilde y en bastantes ocasiones estimulante cineasta que fue Nathan Juran, en esta ocasión inserto en su vinculación a la Universal International, dando vida uno de tantos exponentes del western destinados al lucimiento de una de las estrellas menores que el género promocionó en aquellos años; el tan limitado como entrañable Audie Murphy. Una vez más, delimitando su personaje dentro de las coordenadas de un joven valiente y dominado por un instinto noble, cierto es que en esta ocasión se insertarán en la definición de sus pasajes iniciales, una serie de matices bastante atinados, a la hora de describir el racismo inicial que caracteriza a un muchacho –Gary Brannon-, dominado por un instinto racista en contra de los indios, basado en el trágico hecho de que uno de ellos acabara con la vida de su madre. Su viudo, el veterano Sam Brannon (Walter Brennan) se mostrará más comprensivo con un situación que marcó su vida, entendiendo que la actitud de una persona no ha de generalizar la valoración del conjunto de una raza.
Nos encontramos en la población de Crown City (Colorado), cuyos habitantes comprueban con desesperación que las minas que hasta entonces han forjado su porvenir se encuentran agotadas, y la única esperanza que albergan se centra en invadir las que se encuentran en la otra orilla de un río que sirve como frontera para la vida de los indios. Con la bisoñez que caracteriza su juventud y la traumática muerte de su madre, Gary no dudará en aliarse en la siniestra banda que comanda Frank Walker (Lylle Bettger), destinado por un lado en romper ese pacto de paz que Sam insiste en respetar, y por otro propiciar el asalto a una diligencia que porta un importante cargamento de oro, en el que utilizarán a los Brannon como auténticos escuderos, dado que se trata de dos personas que gozan del respeto del conjunto de la ciudadanía.
Una vez más, nos encontramos ante un producto caracterizado por un ritmo que no decae en ningún momento, en el que Juran planifica con pertinencia el devenir del argumento planteado, que se establece fundamentalmente en los dos senderos divergentes. De un lado una mirada revestida de humanidad hacia la raza india –aunque en ella no se omitan sus aspectos crueles como tal pueblo, y de otra ese asalto, planificadas ambas acciones por la mente maquiavélica y, justo es señalarlo, descrita con cierto esquematismo, por la pandilla que comandará Walker, en la que encontraremos la presencia de una veterana figura del western serial como Bob Steele, ya provisto de una mediana edad, encarnando uno de esos roles arquetípicos de villano sin especiales matices. A partir de esas premisas –tan comunes en numerosos westerns de programa doble realizados en aquellos primeros años cincuenta, lo cierto es que el conjunto de DRUMS ACROSS THE RIVER resulta apreciable, quizá sobre todo en la mirada que se establece entre padre e hijo. En la veterania de un hombre que ha sufrido en carne propia la muerte cruel de su esposa de manos de los indios, pero no por ello ha visto en ellos a unos enemigos –de hecho siempre han sido buenas sus relaciones con el jefe de la tribu-, intentando aplicar ese sentimiento a un hijo de nobles ideales, pero que entre ellos se introduce la fisura del odio hacia quienes mataron a su madre.
Poco a poco, sin embargo, Gary se sentirá utilizado por el grupo de Walker, pudiendo comprobar que en la actitud de ellos no se atisba el más mínimo rasgo de ética y respeto a un pueblo. Será ya quizá demasiado tarde, interviniendo su padre para evitar un claro enfrentamiento en el fondo deseado por este para favorecer la invasión de los territorios indios y, con ello, explotar las minas que allí se encuentran. Fracasado ese intento, este se embarcará en el asalto de un cargamento de oro, para lo que obligará a Gary –que ya ha descubierto el juego sucio de este-, secuestrando a su padre. No obstante, su astucia es la que poco a poco le irá procurando rodear las situaciones límite que se le irán planteando, que tendrán su punto de mayor tensión cuando sea detenido acusado del robo señalado, y se disponga a punto de ser ahorcado bajo la lluvia.
No se puede negar que en el film de Nathan Juran se encuentran no pocas convenciones, de entre las que no dejaremos de destacar el simplismo con el que es resuelto en sus últimos instantes el conflicto indio en su enfrentamiento con los ciudadanos de Crown City, o la ingenua manera con la Gary es salvado de la horca –por más que la secuencia de sus instantes previos bajo la lluvia adquiera cierta atmósfera-. Sin embargo, sería injusto dejar de reconocer la fuerza que adquieren secuencias como las del encuentro del joven protagonista con el moribundo jefe de la tribu –que le confesará algo que ni siquiera había dicho a su admirado padre; que su primogénito fue el causante de la muerte de su madre-, el episodio del funeral de este en medio de unos parajes de singular belleza montañosa, en donde se logrará extraer la fuerza de los atavíos indios y la serenidad y aura mágica de sus ceremonias. Será por otro lado un marco que Gary utilizará astutamente en los pasajes finales, a la hora de lograr combatir a la banda de Walker, al engañarles diciéndoles el lugar donde esconde el oro robado –que ha dejado a buen recaudo en el fondo del río protagonista del film.
Sin embargo, dentro del conjunto de esta nada desdeñable producción de menos de ochenta minutos, no me gustaría destacar una vez más la frecuencia con la que se insertaban en las películas protagonizadas por Murphy, de pasajes, personajes y situaciones que acentuaban el alcance masoquista de sus roles en sus incursiones del western. Como en la mayor parte de dichos títulos, no faltarán peleas, situaciones límites en las que será sometido a humillación y, en este caso, de manera muy especial, con la presencia de un inesperado sicario de Walker. Se trata de Morgan (un inquietante Hugh O’Brian), totalmente ataviado de negro, luciendo una ajustada chaqueta y altas botas de cuero y esgrimiendo en todo momento un semblante altanero y desafiante ante un Gary al que someterá a todo tipo de insinuaciones y humillaciones psicológicas, insertando en ellas uno de los rasgos menos comentados y más ocultos del universo del cine del Oeste; la presencia de una serie de comportamientos sexuales y psicológicos ocultos en su apariencia exterior, que precisamente por estar insertos en el género, pudieron ser trasladados a la pantalla con relativa facilidad. En este caso es evidente que Morgan esgrimirá ante el muchacho una relación de amo – esclavo que, unido a su indumentaria y semblante provocativo, mostrará una evidente carga homoerótica, de la que finalmente nuestro joven protagonista logrará revelarse.
Revestida de aspectos ingenuos aunque degustables con facilidad, e incluso con fragmentos provistos de cierta belleza, al tiempo que insertando aspectos dramáticos de cierto calado, DRUMS ACROSS THE RIVER es una de esas pequeñas cintas que, sin poder situar entre las cimas del género, poseen suficientes méritos para ser al menos evocadas con cierta consideración.
Calificación: 2’5
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