THE LAST FLIGHT (1931, William Dieterle)
El momento en que se rueda THE LAST FLIGHT (1931, William Dieterle), el cine americano se encuentra familiarizado con el rodaje de dramas bélicos centrados en la terrible primera guerra mundial. A partir del éxito de WINGS (Alas, 1928. William A. Wellman), y el bastante cercano de ALL THE QUIET OF THE WESTERN FRONT (Sin novedad en el frente, 1930. Lewis Milestone), se sucedieron un considerable número de producciones incidiendo todas ellas, como si de un solapado ciclo se tratara, en las atrocidades que en grado supremo, supuso un conflicto bélico que hasta entonces había supuesto un límite de crueldad, esgrimiéndolo como una frontera que ni siquiera daba margen a pensar que en el mismo siglo y no demasiados años después, se producirían conflictos que superarían unos límites entonces impensables.
En dicho ámbito, cierto es señalar que THE LAST FLIGHT no se sitúa entre los exponentes más conocidos. De hecho, creo recordar que hasta hace un par de décadas atrás, la película no fue recuperada en alguna retrospectiva, revelando el alcance trágico de esta parábola en torno al irremediable destino que atenazará a un pequeño grupo de combatientes de la recién concluida contienda, a los que la vida otorgará una especie de “segunda oportunidad “ –un poco al modo del Mitchell Leisen de DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934), basada en la obra de Alberto Casella-. Sin embargo, desde el primer momento el espectador percibirá no es más que una falsa tregua hasta la llegada de la autodestrucción para casi todos ellos, emergiendo solo de dicho fatum aquel que en principio estaba más cercano al mismo, redimido sobre todo por su aceptación del amor como sentimiento sanador.
La película se inicia de manera rotunda, percutante, mostrándonos una sucesión de planos que describen la contundencia de una ataque aéreo, en el que caerá derrotado el prestigioso piloto Cary Loockwood (Richard Barthelmess) –de destacar es el detalle del saludo caballeroso de los pilotos contrincantes-. Cary apenas puede controlar el mando de un volante rodeado de llamas, teniendo a su lado a Shep Lambert (David Manners), a quien salvará de una muerte segura sacándolo de la cabina cuando logra aterrizar con el avión destrozado a tierra. Ambos serán internados en un hospital, resultando el primero con las manos quemadas y el segundo con un tic nervioso en un ojo que no dejará de atormentarle. En ese lapsus de tiempo se producirá el fin de la contienda, pero para ellos significará el inicio del infierno de una inadaptación personal que, en definitiva, supondrá el eje de esta producción de la Vitaphone / Warner Bros, que en sus menos de ochenta minutos de duración, y tomando como base la novela Single Lady, de John Monk Saunders –igualmente coguionista-, nos propone una mirada revestida de pesimismo, que ya quedará marcada en los comentarios que premonitoriamente ofrecerá el director del hospital cuando dé el alta a los dos íntimos amigos. Es cierto que THE LAST FLIGHT podría haber discurrido por otro terreno válido, el de la readaptación de heridos de mayor alcance –y hay una secuencia paradigmática al respecto cuando estos abandonan el recinto y al mismo entran otros pacientes en mucho peor estado-.Por el contrario, el film de Dieterle prefiere erigirse en una crónica trágica pero al mismo tiempo describa en voz callada, en torno a un pequeño grupo de apenas cuatro combatientes, compañeros y amigos en la terrible lucha que acaba de finalizar, que se han quedado por completo desplazados de su auténtica razón de ser en el momento en el que han de retornar a la sociedad civil. Alguno de ellos será norteamericano y preferirá no volver a su entorno habitual para no provocar lástima. Serán especialmente Cary y Shep los que con sus patologías se muestren más afectados, teniendo el segundo de ellos que recurrir constantemente a la bebida para que ese molesto tic en su ojo remita. Los cuatro compañeros viajarán hasta Paris, donde conocerán a la joven Nikki (Helen Chandler), quien supondrá desde el principio un auténtico revulsivo, dado su carácter jovial y su innegable atractivo físico. Agobiada en ocasiones por el acoso a que es sometida por parte de un hombre de mayor edad, que no gozará de estima por parte de los cuatro compañeros, en torno a la muchacha estos excombatientes exorcizarán y esconderán su auténtico calvario existencial, viviendo con ellas fiestas y situaciones divertidas, heredadas un poco del Hemingway de The Sun Also Rises. De todos modos, muy pronto Cary mostrará su drama interior, al ir progresivamente alejándose de Nikki cuando vaya conociéndole en su personalidad y síntomas –ver su incapacidad para sostener una copa sin utilizar las dos manos-. Entre ambos se establecerá una relación –visitarán incluso el cementerio parisino donde visitarán la tumba de Abelardo y Eloísa-, de la que el intentará huir, enfrentándose a su deseo de no provocar la compasión de nadie, y sin entender que la muchacha desde el primer momento ha encontrado en él a una persona muy especial, a la que no solo gustaría ayudar.
En el fondo, el argumento de THE LAST FLIGHT se resume en una sucesión de encuentros y vivencias superfluas por parte de los antiguos camaradas, en la frustrada huída en tren de Cary o en la pelea mantenida por parte de este con el acosador de Nikki. Nos encontramos con una base argumental lo suficientemente escueta para que el relato se erija en un auténtico apólogo moral, en una imposible salida de la tragedia por parte de ese grupo que se salvó en un momento determinado de la muerte, pero al que la sombra de la misma, de sus recuerdos, y de su incapacidad para plantearse una nueva vida, les condena prácticamente a un nuevo reencuentro con el final, habiendo vivido por tanto en estas fiestas una breve tregua en la conclusión de sus existencias. Una vez viajen hasta Lisboa, se iniciarán los tintes de tragedia al lanzarse como espontáneo uno de los camaradas, quien será cogido trágicamente por un tiro –quedando tan solo en la elipsis la constatación de su muerte-. Ese encuentro que hasta entonces han orillado, tendrá como catarsis el admirable episodio final iniciado en una feria, donde en una caseta de tiro de producirá un enfrentamiento hasta entonces no llevado a dicho extremo, en el que el atildado acosador de Nikki se enfrente a Cary –que no porta ninguna de las armas de la caseta de tiro-. Cuando el primero se encuentra a punto de ser asesinado por este, unos inesperados disparos de Francis (el posterior realizador Elliot Nugent), arrojará su balas contra este, huyendo e introduciéndose en la penumbra de una especie de túnel –en un maravilloso instante premonitorio de la celebrada conclusión de I AM FUGITIVE FROM A CHAIN GANG (Soy un fugitivo, 1932. Mervyn LeRoy), como si vislumbráramos su internamiento en la nada más absoluta. Huirán en un coche de caballos Cary, Nikki y Shep, comprobando los dos primeros con horror que este ha sido herido de gravedad, y viviendo el espectador otro inolvidable momento fílmico al mostrar en primer plano la muerte de este, en el fondo liberado de la tortura que hasta entonces había estado sufriendo, pese a que la disimulara en todo momento. Actor por lo general poco valorado, quizá sea este el instante más intenso que jamás legara David Manners a la pantalla, concluyendo el film con esa oportunidad concedida finalmente a esos dos seres que antes que se han negado hasta entonces a serlo –ella aún conserva la piedra en forma de corazón que había recogido al pie de la tumba de los amantes franceses-, introduciéndose en tren hacia un túnel, en una clara metáfora sexual tan recurrente posteriormente en la pantalla en títulos tan opuestos a este, como podría ser el hitchcockiano NORTH BY NORWEST (Con la muerte en los talones, 1959). Caracterizara a nivel narrativo por su clara apuesta por el travelling de retroceso, englobando en ellos por lo general las acciones de su limitada galería de personajes, THE LAST FLIGHT quizá no me parezca ese logro absoluto que algunos señalan, pero sí una valiosa y hasta cierto punto original contribución a una temática fílmica de la que quizá otros referentes de similar o incluso inferior valía, gozaron de mayor prestigio. Nunca estará de más, por tanto, recuperar la valía de una obra que la merece y, encima, ha sido hasta hace bien poco orillada.
Calificación: 3
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