THE CHILDREN OF HUANG SHI (2008, Roger Spottiswoode) Los niños de Huang Shi
Es bastante probable que lo más fácil para no resultar políticamente incorrecto, sería despachar THE CHILDREN OF HUANG SHI (Los niños de Huang Shi, 2008. Roger Spottiswoode), apenas con unas líneas disciplentes que pasaran de largo con rapidez su propia existencia. Hay que títulos que nacen con gracia y otros condenados ya de entrada, y mucho me temo que este se encuentre con claridad inmerso en dicha vertiente. Con un coste de unos cuarenta millones de dólares, su fracaso en taquilla fue estrepitoso, al tiempo que la acogida crítica fue más bien tibia. Es decir, que lo más facil sería sumarse a las aguas del riachuelo que provocó su exhibición en la gran pantalla, y correr un tupido velo. Sin embargo, nada más lejos de mi intención, y con ello no quiero señalar que nos encontremos ante un producto redondo ¿Abundan muchos insertos en dichas coordenadas en el cine de nuestros días?, pero si ante una película caracterizada por su sensibilidad y la clara apuesta en la utilización de un lenguaje clásico, que nos permite además reencontrarnos con un cineasta canadiense hoy día olvidado, pero en sus mejores tiempos merecedor de un cierto reconocimiento. Se trata de Roger Spottiswoode –el autor de la en su momento casi mítica y hoy olvidada UNDER FIRE (Bajo el fuego, 1983)-.
La acción se inicia en la China de 1937. Un periodo convulso dominado por la invasión de parte del ejército japonés. Será el inesperado escenario en el que se introducirá el joven periodista británico George Hogg (Jonathan Rhys Meyers), deseoso de proporcionar el giro definitivo a una vida que se presupone tan acomodada como desprovista de aliciente –será este, quizá, uno de los elementos menos explorados del relato-. Gracias a la suplantación de su personalidad con la de un componente de la Cruz Roja que viaja hasta dicha zona oriental, muy pronto advertirá en carne propia y, especialmente en la de sus compañeros, la atroz situación bélica en la que se encuentra el territorio que ha decidido tomar como fondo de su vocación periodística. Refugiado en una casa en ruinas, muy pronto será testigo incidental de una tremenda matanza por parte del ejército japonés, que estará a punto de costarle su propia vida al ser descubierto. En última instancia, será Chen Hansheng (Yun-Fat Chow) –llamado familiarmente Jack y con dominio del inglés-, quien logre salvarle la vida, al estar al frente de un comando chino destinado a combatir la invasión japonesa mediante sabotajes de diversa índole. Ello no impedirá que en un encuentro con un comando nipón, sean asesinados los dos compañeros de Hogg en una situación de extremo dramatismo. A partir de ese momento, y asumiendo la circunstancia de que haya se esconderse en algún lugar que se encuentre lejos de los objetivos japoneses, se refugirá en un abandonado orfanato que ocupan sesenta niños chinos, en donde faltarán todo tipo de cuidados, y en el que destacará la presencia de un joven díscolo y renuente a la presencia del inglés –Shi-Kai (Guang Li)-, traumatizado por el asesinato de los componentes de su familia en presencia propia.
Podríamos señalar que en ese nuevo contexto, quizá parezca que la vida del periodista realmente encuentre un sentido. Inicialmente perdido en un recinto donde no parece tener el más mínimo tipo de acomodo, tendrá el primer contacto con la valiente enfermera Lee Pearson (Radha Mitchell), abriéndose en él la posibilidad de ser útil a una comunidad desvalida y carente casi hasta de comida –el plano en el que se observa apenas un puñado de arroz con gusanos como única despensa es revelador-. Con inesperada presteza, el hasta entonces periodista dejará de lado su vocación, para con celeridad ir poniendo en relativas condiciones el avejentado hospicio. Arreglará el generador que permitirá el uso de la luz, gestionará la compra de semillas para sembrar y alcanzar cosecha, lo que le permitirá conocer a una elegante y respetada mujer –Mrs. Wang (Michelle York)-, quien de manera sutil quedará prendada por Hogg. Este incluso se dedicará a dar clases de inglés a los ocupantes del orfanato, quienes poco a poco verán en él a un auténtico héroe, con la excepción del siempre remiso Shi-Kai, enfadado con el mundo, e incluso proclive a sabotear las mejoras del recinto.
Si hay un rasgo que a mi modo de ver define y en buena medida ennoblece esta, para mi, atractiva producción, es la de su propia humildad. Hay en ella una decisiva inclinación por el relato en voz baja, con una mirada callada y revestida de humanidad, que sabe orillar por un lado el sentimentalismo y por otro el tremendismo. La descripción de sus personajes se insertan dentro de la más noble ortodoxia del melodrama de siempre –por momentos, y con todas las objeciones que se le puedan formular, la película me recordó la magnífica THE CIDER HOUSE RULES (Las normas de la casa de la sidra, 1999. Lasse Hallström)-, dentro de una narrativa clásica y fluida, en la que se alterna la densidad que preside la relación entre algunos personajes. Especial relevancia adquiere a mi juicio la secreta pasión que la ya madura pero aún deseable Wang deslizará hacia George, hasta el punto de someterse al deseo sexual de un militar para con ello lograr la libertad de este cuando sea encarcelado por la autoridades japonesas –todo ello, descrito en un sugerente y encomiable instante cinematográfico-. La despedida de Hogg de esta, supondrá igualmente otro momento revestido de emotividad y gratitud, en la que los sentimientos contrapuestos trascenderán al espectador de manera honda y sincera. Una vez los japoneses invadan el recinto, los niños, ayudados por Hogg, Jack y Lee, decidirán por decisión del primero avanzar trescientas millas –atendiendo con ello al libro que Mrs. Wang le ofreció a este-, para huir hasta la frontera en donde puedan situarse a salvo. Será un traslado duro que supondrá, en el momento más crítico, el cruce con un comando japonés, el instante en el que Shi-Kai prácticamente se inmole para salvar al resto de expedicionarios. Ya antes de abandonar el orfanato, otro de los alumnos aparecerá ahorcado, incapaz de asumir la nueva situación.
Sin embargo, la leonina aventura parecerá llegar a su fin, y un accidente del destino será el que finalmente se cebe en la salud de Hogg. Cuando han llegado a ese otro rencinto –un antíguo monasterio religioso budista-, las fiebres comenzarán a hacer mella debido a una infección del tétanos. El fin de su existencia se acerca, pero Hogg –que ha vivido con cercanía varios instantes en los que su vida ha estado a punto de ser quebrada, asumirá con valentía e incluso con alegría la intuición de una muerte cercana. Esa valentía, esa sensación de haber asumido en la aventura que inició pocos meses antes el sentido último de su existencia, será mostrada de manera magistral con un sentido de la elipsis que aunará la emotividad del homenaje de todos aquellos que le rodearon y sobrevivieron gracias a su heroica hazaña, siendo enterrado envuelto en un sudario, y ubicado su nombre en una simple roca, con el ondear de una cometa, tal y como mandaba el rito de aquel pueblo.
No puedo finalmente dejar de destacar la magnífica labor del conjunto de intérpretes, desde el nunca suficientemente valorado Rhys Meyers –cuyo rol protagónico está revestido de carisma y humildad a partes iguales-, hasta pasar por el junto de jóvenes intérpretes orientales, que dotan al conjunto de una extraña autenticidad. Ello sin olvidar la magnificencia y sugerencia que para mi demuestra Michelle York en aquellas escasas secuencias en las que desarrolla su rol de Mrs. Wang. La película, aunada por la emotividad que acompañan sus compases finales, tendrá como epílogo el testimonio de muchos de los entonces niños que, ya ancianos, irán discurriendo durante los títulos de crédito, evocando al que para ellos fue un auténtico héroe. No se si el relato que narra con serenidad ese recuperable realizador que es Roger Spottiswoode, responde en todo o en parte a la verdad, pero lo cierto es que con THE CHILDREN OF HUANG SHI disfruté de las mejores virtudes del melodrama clásico, y tan solo podría oponer a su desarrollo, el escaso tratamiento que se ofrece de los primeros pasos como periodista de Hogg, las circunstancias que le llevaron a realizar ese viaje tan peligroso que dio sentido a su existencia y culminación a su vida.
Calificación: 3
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