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CINEMA DE PERRA GORDA

THE WICKED DARLING (1919, Tod Browning) La rosa del arroyo

THE WICKED DARLING (1919, Tod Browning) La rosa del arroyo

Contemplar un título tan remoto en el tiempo como THE WICKED DARLING (La rosa del arroyo, 1919. Tod Browning), adquiere una doble cualidad. La primera aglutina el hecho de suponer una producción que durante muchos años se consideró perdida, hasta que se encontró una copia de la misma –con un notable grado de deterioro e incluso la ausencia de ciertas imágenes, que son representadas con fotos fijas- en la filmoteca holandesa. Por otro lado, huelga señalarlo, nos permite reconocer en ella la sencillez y también la eficacia que ya entonces mostraba el cine de Tod Browning, ofreciendo una enorme coherencia en la obra de quien siempre se ha tenido como uno de los grandes nombres del cine de terror. Una calificación cuando menos reductora, cuando más procedente sería definirlo como uno de los precursores en el dominio de los resortes del melodrama, a través de cuyos códigos pudo brindar una visión de la existencia sombría e incluso desgarrada, postrada en los confines de la desesperación. Será un contexto en el que también se insertará con una rotundidad más acusada- la obra de David Wark Griffith o la más menguada en producción pero igualmente influyente de Erich Von Stroheim. En muy pocos años, las primitivas muestras en las que heroínas y personajes maniqueos dominaban una producciones sencillas, destinadas a captar las emociones de un público ávido de vivir la magia de la pantalla, evolucionaron hasta muestras más complejas, destinadas sin pretenderlo al enriquecimiento de los resortes de un lenguaje cinematográfico, que aún no había manifestado su más alto grado de complejidad.

Dentro de dicho consejo, Browning muestra en THE WICKED… un modelo que iría reiterando con diversas variantes en años sucesivos, incorporando en ellos de manera progresiva matices que balancearían sus posteriores obras dentro del terreno de lo bizarro, faceta en la que logró erigirse como un consumado especialista. Haciendo el esfuerzo de obviar esa posterior y prolija producción –de la que quizá no haya podido acceder a todos los títulos que debiera-, lo cierto es que el título que comentamos mantiene, pese a la lógica simplicidad que puede conferirle una producción casi serial –la copia que se conserva no llega a alcanzar la hora de duración- filmada hace nueve décadas, un nada despreciable grado de interés. La misma se inicia con la metáfora de contemplar esa rosa que se deja caer en la orilla de la acera de un suburbio, a partir de la cual en apenas poco planos, Browning nos describirá dos mundos que muy pronto aparecerán entrelazados. Por un lado el representado por la joven Mary Stevens (Priscilla Dean, protagonista de un buen número de títulos de este periodo de la obra de Browning), componente de un pequeño gang de delincuentes que comanda su novio, Stoop Connors (Lon Chaney, en la primera colaboración con un director al que permanecería ligado en buena parte de sus roles más memorables) y en el que se encuentra también el dueño de un local de prestamos y compra de objetos –Fadem (Spottiswoode Aitken)-. Los tres se dedican a robos y actividades delictivas. Es su auténtico modo de vida, coordinando sus actividades dese una taberna en la que parecen haber establecido su cuartel general. Por otro lado, la acción nos mostrará el rechazo que ha recibido Kent Mortimer (Wellington A. Player) por parte de su hasta entonces prometida –Adele Hoyt (Gertrude Astor)-, al confesarle que se ha quedado arruinado. Esta le devolverá su anillo de compromiso y justificará su rechazo invocando el nombre de sus padres –que poco después solo mostrarán su preocupación al comprobar que no le ha devuelto también un collar de perlas que este le regaló en el pasado-. Cuando Adele abandone junto a sus padres el lujoso recinto donde ha permanecido, sus perlas caerán en la salida del mismo siendo estas recogidas de inmediato por Mary, huyendo de inmediato e introduciéndose en la lujosa vivienda de Kent –dentro de un giro argumental ciertamente poco convincente-. Allí se esconderá hasta que se encuentre con este, revelándole Kent en su primer trato con ella, que todo lo que contempla va a perderlo al día siguiente. Para la muchacha, hasta entonces ligada en todo momento a actividades delictivas, el encuentro y la sinceridad que le brinda el derrotado Mortimer, propiciarán el abandono del mundo que hasta entonces le rodeaba –incluso abandonando a Connors-, decidiendo trabajar como camarera en un modesto restaurante. Allí se reencontrará de manera inesperada con este, comprobando que vive de forma casi miserable, hospedado en la habitación de una vivienda en la que debe varias de sus mensualidades. Será el inicio de una sensible relación entre ambos, aunque ella jamás se atreva a reconocerle que robó aquel collar de perlas y también el anillo de compromiso que sustrajo en su visita furtiva a la que fue su mansión –y que venderá para pagar las mensualidades atrasadas, propiciando que sus hostiles caseros le brinden un trato más agradable-. Sucederá todo ello tras el enfrentamiento que protagonizará un celoso Connors al descubrir el nuevo destino de su compañera sentimental y, sobre todo, la relación que mantiene con Kent, a quien incluso herirá de un disparo en un brazo. Dicho episodio y la conciencia de Mary de que nunca podrá asumir el amor de Mortimer cuando este descubriera que fue la autora del robo de las joyas, lo separarán de él, retornando a ese mundo de delincuencia en el que estuvo inmersa en el pasado, aunque ya nada pueda ser igual para ella.

Envuelta en ese contexto de melodrama simple y al propio tiempo desaforado en sus momentos más intensos, THE WICKED DARLING supone una muestra primitiva de la caracterización que dicho género promovía en el seno de una cinematografía como la norteamericana, aún pendiente de una mayor complejidad, aunque demostrativa de eficacia dentro de los límites que su enunciado podía ofrecer. Dejando de lado esas ingenuidades inherentes a un medio y unas bases dramáticas aún carentes de la hondura que poco tiempo después emergería en el cine USA, lo cierto es que Browning se muestra diestro a la hora de describir ambientes sombríos y siniestros. Sabe desde el primer momento mostrar diferentes maneras de entender la ruindad humana, por más que aparezca con tintes más expresionistas en aquellos que rodean las clases más primitivas y ligadas con la delincuencia. Pero no es menos cierto que esa querencia tendrá una mayor efectividad, cuando esta se manifiesta en la representación de colectivos sociales –el cinismo que muestran Adele y sus padres; la intolerancia que describen los dueños de la vivienda donde se encuentra hospedado Kent ante los impagos de este-, alcanzando en dichos momentos un carácter revulsivo y casi transgresor. En su aspecto puramente visual, el film de Browning destacará en la expresividad con la que se utiliza el primer plano, de forma especial cuando estos se destinan a los rostros tan marcados como los de Connors, Fadem, o el muy primitivo y animal que describe al dueño de la taberna en donde estos preparan todos sus delitos, pero que junto a su brutalidad –los retratos que cuelgan en su taberna y su propia personalidad, nos permiten intuir que fue boxeador-, une una conciencia de lo que estima justo, que a fin de cuentas se revelará decisivo a la hora de evitar un final trágico en la emboscada que los dos delincuentes propician en Mortimer. Unamos a ello la capacidad con la que el realizador logra trasladar a la pantalla momentos bañados de melancolía –el plano fijo en el muelle del puerto junto al mar, donde Mary se encuentra dispuesta a suicidarse, el compartido en el que la joven recuerda la definición que Kent le había formulado sobre la pureza existente en su comportamiento-, detalles como la variación observada en el vestuario de nuestra protagonista, ratificando esa “purificación” que se trasladará a su personalidad, o la sordidez que muestra la secuencia que culminará con el intento de apuñalamiento del arruinado pero noble amante de Mary. Serán todos ellos, elementos que en su conjunto conformarán la relativa vigencia de un film modesto e incluso revestido de simplicidad, pero que a partir de dicha perspectiva, no solo mantiene su vigencia, sino que nos permite ratificar el prematuro atractivo del cine de Browning.

Calificación: 2’5

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