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CINEMA DE PERRA GORDA

ANNA KARENINA (1948, Julien Duvivier) Ana Karenina

ANNA KARENINA (1948, Julien Duvivier) Ana Karenina

Auspiciada con un cuidado diseño de producción por el británico Alexander Korda, contando asimismo con un magnífico reparto también de origen inglés, y tomando como referente la obra de Leon Tolstoy, ANNA KARENINA (Ana Karenina, 1948) contó sin embargo con la realización del francés Julien Duvivier –que ya rodara al amparo de Korda la más atractiva LYDIA (1941)-, quien en esos años también practicó incursiones en el cine norteamericano. Artesano dotado para las atmósferas románticas, fue elegido en esta ocasión para dar vida a este vehículo, destinado especialmente al lucimiento de Vivien Leigh, en aquellos tiempos la máxima estrella del estudio. A partir de esas premisas, nos encontramos ante un competente más no especialmente memorable drama, en el que se describirá la andadura de la acomodada Anna (Leigh), esposa de un prestigioso hombre de estado –Karenin (Ralph Richardson)-, quien sin embargo no tiene entre sus premisas la atención debida a su esposa. La película se centra en una cuidada reconstrucción de la Rusia zarista, ámbito en el que se desarrollará la acción, fundamentalmente entre los viajes de San Petersburgo a Moscú, por parte de la protagonista, una mujer provista de una acusada personalidad, ansiosa en su interior de vivir en carne propia esa sensualidad que pide a gritos su interior, y que su esposo es incapaz de ofrecerle. Sin embargo, en ese viaje inicial en tren hasta la capital rusa, se producirá de entrada el encuentro con la condesa Vronski (Helen Haye), quien involuntariamente le proporcionará el primer indicio de lo que posteriormente será el encuentro con su hijo, el conde Vronski (Kieron Moore). Será al mostrarle una fotografía de este, donde atisbará su atractivo. Poco después, el hálito romántico del `primer encuentro en vivo se producirá al contemplar a este desde el interior de la ventanilla del tren una vez llega a Moscú. El encuadre mostrará la apostura de su rostro realzado por el vaho de la nieve, proporcionando al instante un aura ensoñadora para la protagonista. Poco a poco se establecerá una inmediata conexión entre Anna y Vronski. Algo que esta en principio rechazará, temerosa de violentar las convenciones de la época, pese a los constantes y sinceros galanteos del prestigioso militar. Sin embargo, el estallido pasional se establecerá entre ambos, provocando poco a poco los comentarios de la alta sociedad de San Petersburgo, y llegando estos hasta oídos del esposo de Anna. Este, en el fondo se sentirá humillado, viendo como se pone en peligro su condición de hombre de estado, y poniendo de manera paulatina todo tipo de trabas. Cuando en una conversación con su esposa, esta reconozca la relación que mantiene con Vrosnki, este esté dispuesto de concederle el divorcio, pero no la custodia de su hijo.

A partir de ese momento, el relato irá desprendiéndose por una vertiente trágica. Anna estará a punto de caer presa de la locura, Vronski contemplará la situación de su amada y, tras conversar con su esposo, se retirará de la vida militar, y a punto estará de poner fin a su vida en un intento de suicidio. Sin embargo, y cuando todo parecía que iba a desembocar en la tragedia, se desarrollará un gesto valiente por parte de Karenina, fugándose de su vivienda y abandonando su mundo, para irse a vivir con su amado en una casa que tendrán dispuesta en Venecia. No será sin embargo más que un interludio de paz, en el que pronto se manifestará la incomodidad de Vronski al vivir sintiéndose un ser sin futuro –la presencia de unas tropas rusas en la ciudad italiana nos dará una pista al respecto-. Por ello, ambos regresarán a la ciudad rusa, donde comprobarán el rechazo que sobre todo ella vivirá en sus propias carnes, como mujer que implícitamente ha puesto en jaque la rígida moral zarista. La madre de Vronski impelirá a su hijo a que la abandone, mientras que Anna solo podrá ver a su pequeño visitando a escondidas su antiguo domicilio conyugal, en donde será descubierta por su esposo, que le negará el divorcio, aunque ello lleve aparejada la pérdida de la custodia de este. En un panorama tan hostil, los resentimientos y celos por parte de Anna irán creciendo ante las peticiones de Vrosnki de consumar el divorcio –sin saber que ya ha obtenido la negativa por parte de su esposo-, o los devaneos de este con una aristócrata con la que desea casarlo su madre. Dentro de un contexto de creciente hostilidad hacia nuestra protagonista, su determinación se verá minada con creciente fuerza, hasta que la tragedia se cierna casi como su única salida.

Sin erigirse como una muestra especialmente distinguida del género –como lo podría ser en aquella época LETHER FROM A UNKNOWN WOMAN (Carta de una desconocida, 1948. Max Ophüls)-, ANNA KARENINA destaca en el cuidado de su ambientación, en la señalada competencia de su cast y, en la intensidad que adquieren algunas de sus secuencias. Por destacar episodios concretos, no se puede olvidar el desarrollado en las carreras de caballos, en donde Vrosnki sufrirá un accidente en off, contemplando el espectador el juego de miradas a través de los prismáticos por parte de la protagonista, la complicidad de sus amigas, y los recelos de su esposo. Destaquemos igualmente el fragmento en el que esta es presa de un ataque de ansiedad, sufriendo un primer conato de esa locura que le empujará finalmente a poner fin a su vida, en donde la reacción de su esposo y amante serán cruciales, provocando ese intento de suicidio resuelto de manera tan dramática y elíptica como elegante. Sin embargo, se echa de menos más arrojo en este relato, una mayor capacidad de crítica del entorno social que describe, cuyos apuntes aparecen diluidos de manera demasiado simplista y convencional. Solo en algunos instantes –esa ocasional aparición casi fantasmagórica de un anciano con largas barbas en determinados pasajes del film, preludiando instantes de especial dramatismo-, se percibe esa sensación de auténtica tragedia que subyace en la obra de Tolstoy, y que quizá en esta ocasión –no sería la única dentro de sus adaptaciones cinematográficas-, quedó diluida en los bordes de un melodrama tan competente en su efectividad como tal, como carente de la hondura que pedía a gritos su entramado dramático.

Calificación: 2’5

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