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CINEMA DE PERRA GORDA

EDISON, THE MAN (1940, Clarence Brown) Edison, el hombre

EDISON, THE MAN (1940, Clarence Brown) Edison, el hombre

Para valorar el caudal de virtudes que emana de EDISON, THE MAN (Edison, el hombre, 1940), solo hay que pensar lo que este biopic dedicado a la figura del inventor Thomas Alva Edison, podría dar de sí, de haber sido trasladado a la pantalla por un realizador proclive a los convencionalismos. Por el contrario, esta producción de la Metro Goldwyn Mayer –estudio que de entrada podría hacer pensar lo peor al respecto, personalmente no sirve sino para confirmar que Clarence Brown puede situarse en uno de los cinco ángulos que formarían los, para mi, grandes humanistas del cine norteamericano. Decir que los otros cuatro fueron John Ford, Frank Borzage, Leo McCarey y Henry King, quizá de entrada puede resultar excesivo a la hora de valorizar la aportación de un cineasta por lo general ninguenado. Sin embargo, y más allá de poder matizar esta aseveración, la película que comentamos es una perfecta –y valiosa- nuestra de esa mirada, siempre revestida de optimismo y confianza en las virtudes de la condición humana, centrada ante todo en la singladura del pasado de la vida norteamericana.

Dentro de dichas coordenadas, EDISON, THE MAN no supone una excepción. La película se inicia en el New York de 1929, ciudad en la que nuestro protagonista, encarnado por un espléndido Spencer Tracy, va a recibir un homenaje extendido a las fuerzas vivas de la ciudad. Edison ya es un anciano de ochenta y dos años de edad, aunque conserve sus costumbres; antes de retrasarse al evento, no dejará de consumir ese vaso de leche y un pedazo de tarta que posteriormente comprobaremos ha sido una de sus ritos alimentarios, revelándonos las verdaderas intenciones del film. Su discurrir nos  ofrecerá un relato en voz baja de la andadura creadora de esta figura en el campo de la invención, siempre puesta la misma bajo el tamiz de la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos y, al mismo tiempo, ofrecer otra nueva muestra de ese esfuerzo arquetípico del pueblo norteamericano. En definitiva, pese a tratarse de un relato que se aborda a partir de la segunda mitad del siglo XIX, es evidente que Brown derivó el mismo hacia la vertiente Americana en la que tan a gusto se sintió a lo largo de su carrera como realizador. La película, tras la presentación del homenajeado, y  antes de que este vaya a tomar la palabra, de manera ingeniosa se trasladará en flash-back a seis décadas atrás en el pasado, mediante ese puro que el viejo Edison encenderá, y que fundirá con la imagen de este, mucho más joven, encendiendo otro, gracias a un operario de farolas del New York en el tiempo en que el joven protagonista ha llegado a la ciudad, tras haber ejercido como telegrafista, para establecerse como inventor. En realidad no tiene en mente ningún objetivo concreto. Por el contrario, lo que desea es desarrollar esas inquietudes de las que está seguro va a obtener resultados positivos, convencido como está de sus capacidades.

Hasta aquí, poco podría señalarnos que el film de Brown destaque sobre cualquier otro biopic que evoquemos. Sin embargo, al igual que sucediera con exponentes tan dispares y, en el fondo, similares como WILSON (1944) en la obra de Henry King, o DR. EHRLICH’S MAGIC BULLET (1940) en la de William Dieterle, EDISON, THE MAN pronto va emergiendo como un relato que discurrirá en voz callada, evitando generalmente un tratamiento altisonante de su discurrir, que siempre se insertará en el terreno de lo intimista. Es más, incluso en los momentos más dramáticos, la película nunca dejará de mostrar un semblante optimista y esperanzador, narrándonos el devenir y profesional personal del protagonista. En este último término, siempre quedará en un segundo término la relación mantenida con la que se convertirá en su esposa –Mary Stilwell (Rita Johnson)-, aunque ello ni nos evite comprobar la sinceridad que emana de la relación que mantendrá con ella, ni la importancia que su apoyo revestirá en el devenir de su andadura como inventor, incluso en sus momentos más complejos y difíciles. Por el contrario, y con un admirable uso de la elipsis, su casi apasionante metraje incidirá en la descripción de esa lucha que mantendrá a la hora de llevar a la práctica esa capacidad creadora en beneficio de la comunidad. Pero, al contrario de lo que podría realizar un Frank Carpa, Clarence Brown casi nunca alza el tono de su relato. Incluso en sus momentos más difíciles –con la lucha por mantener su laboratorio en Menlo Park-, no dejaremos de contemplar la relajación –en ocasiones casi cómica- de nuestro protagonista, que no dudará en retirarse a un pequeño cuchitril escondido en un rincón del mismo, buscando con ello esa necesaria paz interior que le permita perseverar en sus intuiciones investigadoras. A través de diversos episodios, y ayudado por un espléndido cast –en el que no dudo en destacar a Charles Coburn y, sobre todo, a un Félix Bressart en estado de gracia-, en realidad la película nos cuenta la historia de una lucha, el devenir de una convicción, sobreponiéndose a las convenciones de la época en que se desarrolló la andadura vital de nuestro inventor. Este contraste tendrá quizá su elemento vector en la personalidad del general Powell (Coburn) y el avieso Taggart (Gene Lockart). Aunque ambos sean socios de la misma compañía, su visón será completamente opuesta por lo que, tras el fallecimiento del primero –resuelta en la pantalla con un último y emotivo encuentro por parte de Edison con este en el que será su inesperado lecho de muerte, certificándose la misma una vez más con el recurso de la elipsis-.

Sin embargo, lo más apasionante de EDISON, THE MAN, reside en la hondura y el mismo tiempo el oscilante vitalismo con que se describen las progresiones, frustraciones, logros, incidencias y, ante todo, la relación humana, establecida por el protagonista con su grupo de operarios. Unos seres con los que confiará en el momento en el que logre una importante cantidad de dinero con la patente de un telégrafo, y que devolverán dicha confianza en un momento crítico de las experimentaciones, cuando Edison se encuentre sin poder pagarles, no teniendo otra opción que despedirlos. De forma inesperada, al día siguiente este comprobará estupefacto que sus trabajadores siguen en sus puestos, sin que cobren por ello, adoptando una actitud revestida de dignidad a la hora de proseguir sus investigaciones. Esa misma dignidad que irá acompañada a la hora de no plegarse a los designios de Taggart, quien una vez el inventor logre su anhelado invento; la obtención de la bombilla –descrito de forma admirable mediante un episodio donde las elipsis y un ritmo en el que lo sincopado y los instantes relajados alcanzan una efectividad asombrosa-, no ceje en sus intentos por evitar que el mismo pueda implantarse en determinadas zonas de New York, como primer paso para sustituir el uso del gas por el de la electricidad. Para ello, se concederán seis meses a nuestro protagonista, teniendo una vez más que luchar contra el tiempo y las adversidades –incluso horas antes de la apertura de dicha iluminación, se cebará sobre los operarios un inesperado accidente de las turbinas-. Sin embargo, el fruto del esfuerzo se comprobará por una ciudadanía que asistirá entusiasmada a la llegada de la iluminación en las calles. Sin embargo, ese momento cumbre será plasmado de forma sencilla y emotiva, con un plano general de Edison y su mujer asomados a la ventana, sobre la que se contemplará el encendido –un instante casi conmovedor en la emotividad y al mismo tiempo serenidad con el que es mostrado-.

Personalmente, creo que a EDISON, THE MAN le sobran esos minutos finales, en donde se enumeran las invenciones posteriores que prolongaron la andadura de auténtico benefactor de la humanidad, o incluso la intervención que dirigirá a las personas que le homenajean, una vez el flash-back retoma la acción a 1929. Sin embargo, uno no puede sustraerse a aspectos tan conmovedores, y al mismo tiempo, revestido de esa serenidad característica al estilo de Brown, representada en el joven Jimmy (Gene Reynolds), un muchacho que ha decidido incorporarse al equipo de Edison, al que tiene prácticamente mitificado. La delicadeza con la que es tratado el personaje del pequeño aprendiz, la manera con la que se insertan los primeros planos que describen las emociones, frustraciones y alegrías de un muchacho que ha decidido seguir los pasos de una persona que para él se convertirá en un auténtico referente vital. En aspectos como este no solo se encuentra la mejor de un título magnífico como el que comentamos sino, en definitiva, la esencia de ese gran cineasta que fue Clarence Brown.

Calificación: 3’5

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