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CINEMA DE PERRA GORDA

DEAR HEART (1964, Delbert Mann) [Querido corazón]

DEAR HEART (1964, Delbert Mann) [Querido corazón]

El caso de Delbert Mann es uno de los más singulares del cine americano en la segunda mitad del siglo XX. Fue un inesperado y cuestionable triunfador a partir del éxito de MARTY (1955), que le reportó el Oscar al mejor director aquel año. Muy pronto aquel inmerecido plácet le desbordó en su consideración dentro de la denominada “Generación de la Televisión”, de la cual fue uno de sus exponentes menos valiosos a nivel estrictamente cinematográfico. Cronista de la mediocridad urbana, merced sobre todo a los guiones que le proporcionaba Paddy Chayefsky, lo cierto es que muy pronto su égida se oscureció, introduciéndose en una década de los sesenta, donde sobrellevó una andadura desigual, alternando comedias de cierta eficacia, melodramas de relativa efectividad, con otras propuestas más fantasmagóricas –como la desaprovechada MISTER BUDDWING (La mujer sin rostro, 1966). Y lo cierto y verdad, es que con Delbert Mann no había ni para tanto ni para tan poco. Como si fuera un curioso precedente del actual Steven Soderbergh –pero sin su pretenciosidad-, en su andadura se da cita un artesano medio, dotado de ciertas cualidades narrativas, y capaz de brindar títulos interesantes, solo en la medida de las posibilidades de su material de base. Es decir, que Mann era incapaz de arruinar una película por sí mismo, pero al mismo tiempo necesitaba un buen guión para que aflorar esa sensibilidad que, en sus mejores momentos, brotaba de su cine.

Pues bien, esa capacidad para introducirse en la sinceridad de sus personajes, es algo que aparece y se ofrece como el rasgo más valioso de un realizador humilde y artesanal, y que en DEAR HEART (1964) prolonga esa sensibilidad a la hora de trazar relaciones de personajes corrientes y vulgares, trasladando al espectador esa letra pequeña, esa cotidianeidad, esos sinsabores en los que se albergan a partes iguales dosis de felicidad e infelicidad de la vida cotidiana. Es algo que Mann había expresado en sus adaptaciones de Chayefski –en especial, la magnífica MIDDLE OF THE NIGHT (En la mitad de la noche, 1959)-, y cuyos ecos podemos detectar con facilidad en el encuentro que se producirá entre el mundano Harry Mork (Glenn Ford) y la delicada Evie Jackson (Geraldine Page) –estupendo el detalle de su decoración en la habitación de hotel-. Harry es ejecutivo de una firma de tarjetas de felicitación, caracterizado por su facilidad para las efímeras conquistas femeninas. Sin embargo, acude a Nueva York a un asunto de negocios, pero también para encontrarse con la que ha decidido sea su prometida –Phylis (Angela Lansbury)-. Por su parte, Evie es una solterona, empleada en una oficina de correos, que viaja a la gran ciudad para una convención, aunque en el fondo lo hace para desahogar su soledad. Utiliza toda clase de estériles estrategias para simular ser cortejada por caballeros. Incluso hará una llamada al hotel en que va a hospedarse, simulando un aviso que le entregarán cuando llegue al recinto, en una constante puesta en escena que tiene bastante de patetismo personal.

De forma inesperada, por medio del encuentro en un atiborrado restaurante, los destinos de Harry y Evie se entrelazarán. La circunstancia de tener que almorzar juntos para disponer una de las mesas en el recinto –lo que dará pie a una divertido instante al intentar buscar espacio-, supondrá para una mujer ya de cierta edad, la oportunidad de acercarse a un hombre atractivo, de corteses modales, y que para ella aparecerá como otro motivo para la ilusión. Una vez más, Delbert Mann despliega su considerable facultad para la dirección de actores, dentro de un ámbito intimista. Esa capacidad para transmitir un grado de verdad y sinceridad en las relaciones humanas, ha sido siempre una faceta en la que Mann proporcionó momentos de gran emotividad, en títulos como algunos de los citados, BACHELOR PARTY (La noche de los maridos, 1957), o SEPARATE TABLES (Mesas separadas, 1958). Esa delicadeza en la inflexión de los intérpretes, el pudor en el devenir de sus principales personajes, es algo que aparece de manera notable en la pareja protagonista de DEAR EARTH. A través de la sencilla historia propuesta por Tad Moisel, el realizador sabe insertarse con pericia en el marco de una convención, en la descripción de las soledades compartidas de la pareja, en las argucias de Harry para poder trabar relación con atractivas muchachas, y el perfil casi otoñal de una mujer educada y recatada, que quizá por ello no ha conseguido encontrar ese compañero sentimental que tanto anhela.

La película se extiende en largas conversaciones entre ambos, en situaciones –la visita al piso que él tiene preparado para vivir con Phylis-, que en un momento dado Evie pensará que podría ser el germen de la definitiva relación entre ambos. En la incomodidad de la copa que ambos tomarán en la fria terraza de un café –lo que brindará otra divertida situación-. Hay en los mejores momentos de la película, una sensación de amargura contenida. De cierta decepción existencial, que en algunos instantes podrían emparentar la película con el magistral THE APARTMENT (El apartamento, 1960) de Billy Wilder. La melancolía que desprende el blanco y negro de Russell Harlan, o la banda sonora de un Henry Mancini en su mejor momento, se traslada a la percepción del espectador. Como lo hacen el cuidado puesto en los personajes secundarios –ese conductor de ascensor, que será testigo inesperado de buena parte de las vivencias de los protagonistas, el recepcionista del hotel que se encuentra presente, transmisor en sus miradas del conocimiento de las aventuras de Harry, las tres veteranas solteronas que desean que Evie las acompañe en sus rutinarias diversiones-, que brindan un contrapunto complementario a la amarga vivencia de un hombre que desea retirarse de su vida como conquistador, y una mujer que guardará una planta como recuerdo, por habérsela regalado ese hombre que tan grata impresión le ha producido.

Sensible y cotidiana, efímera en su traslación de un anhelo de felicidad compartida, convencional si se quiere en su grado de alcance, no se puede dejar de reconocer esa cierta humanidad que revisten las imágenes del devenir de pocos días para dos seres que hasta ese momento se han encontrado perdidos en su día a día. Dicho esto, hay que reconocer que no todo en la película se encuentra a la misma altura. Y en ello cabe señalar lo chirriante que resulta el personaje del hijo de Phylis –Patrick (el muy ineficaz Michael Anderson Jr.)-, y su compañera, intentando brindar personajes que conectaran con las tendencias de opinión y comportamiento representativos de las nuevas generaciones, aunque en realidad aparezca esquemático y carente de fuerza dramática o cómica.

Calificación: 2’5

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