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CINEMA DE PERRA GORDA

THE ADVENTURES OF MARK TWAIN (1944, Irving Rapper)

THE ADVENTURES OF MARK TWAIN (1944, Irving Rapper)

Hay un instante maravilloso –en un conjunto pródigo en ellos-, en el que a mi modo de ver se resume la esencia de THE ADVENTURES OF MARK TWAIN (1944). Tras leer “Las aventuras de Tom Sawyer”, la esposa de Twain –Olivia (Alexis Smith)-, le señala emocionada; “Has sabido captar la esencia de la juventud”. Se trata de un apunte furtivo pero lúdico, en el que se encuadra la escena de esta magnífica y casi desconocida película –inédita comercialmente en nuestro país-, que supuso el momento más álgido –quizá el más brillante-, en la muy recuperable filmografía del británico Irving Rapper. Todo ello en el seno de una ambiciosa producción de Warner Bros, que describe de manera muy libre la azarosa andadura vital del célebre escritor, del nombre originario Samuel Langhorne Clemens (1835 – 1910). Combinando en su discurrir una mirada surgida a través del Americana, de la evolución de la vida del país en ese periodo, el relato romántico y, de manera muy especial, el desarrollo de su articulación dramática, descrito de tal forma que la propia e iconoclasta personalidad de Twain, sea la protagonista de esta valiosa singularidad del estudio. Así pues, la película se inicia con una brillantísima secuencia de apertura, arrebatadora, envuelta en el fondo sonoro de un –en esta ocasión- extraordinario, Max Steiner, y descrita en el exterior nocturno de la población –mayoritariamente negra- del entorno del Mississippi, describiéndonos con largos y vibrantes travellings, la expectación de todos ellos, para contemplar la presencia en el cielo del cometa Halley. Será el ámbito temporal en el que nacerá nuestro escritor, que a continuación aparecerá sobreimpresionado, relatando en off, como venido desde el mas allá, para narrar su andadura terrenal. Ya en esos compases iniciales comprobaremos otros dos de los elementos, que permiten proporcionar a su resultado una por momentos irresistible fuera. Por un lado, el montaje que le brinda Ralph Dawson, y por otra la fuerza expresiva aportada por la contrastada iluminación en blanco y negro del gran Sol Polito, en una producción que constará en su equipo técnico con el posterior realizador Don Siegel. La confluencia de ambos elementos, permite una película que se degusta con placer en sus más de dos horas de duración, transmitiendo en ella la fuerza y el ritmo inherente a las producciones del estudio, y alternando en su discurrir, secuencias en las que el montaje permite un ritmo casi frenético, con otras en las que, por contra, predominará un tono intimista y relajado. En definitiva, la quintaesencia del mejor cine del estudio, que en esta ocasión se plasmó en una singular biografía, que al tiempo de recorrer los principales elementos vitales en torno a la figura del escritor, opta por fortuna por conformar un retrato iconoclasta de un personaje, al que las imágenes del film de Rapper, permite definir en su constante búsqueda de la realización personal, de la huída de las convenciones, y en las que la débil frontera entre el triunfo y el fracaso, en ocasiones, se dirime en la importancia de las acciones concretas, casi dominadas por la casualidad –el episodio que describe el envío de sus primeras historias humorísticas, en donde en el último instante dudará en remitirlas o no, o la sensación de que el éxito parece esquivársele, al no encontrarse con el enviado que desea contratarlo, y que posteriormente se convertirá en su agente; J. B. Pond (Donald Crisp)-.

Así pues, el recorrido por la andadura vital de Twain –cuyo apodo lo asumirá, en función de una nomenclatura de navegación por el Mississippi-, aparecerá desde sus primeros años, dominados por la picaresca de su pandilla de amigos, siempre deambulando en el entorno del río que marcaría su vida. Su huída del entorno familiar, para dedicarse inicialmente a la navegación. Su posterior implicación en el Oeste, junto a Steve Gillis (Alan Hale), para poder encontrar una mina de oro –de lo que desistirán, cuando estaban a punto de encontrar una veta que hubiera cambiado sus vidas-. Su implicación como periodista en una de dichas poblaciones. El triunfo de sus primeras historias humorísticas, que asombrarán a toda Norteamérica sin que él lo sepa, y su debut ante un auditorio, en donde las nuevas clases urbanas y acomodadas, reirán gustosas ante el torrente de ingenio derrochado por un hombre, sin embargo, tímido a la hora de expresarlo en público. Será allí donde lo conozca y se fascine la que será la mujer de su vida, Olivia. Curiosamente, ambos parecían fruto de un destino, que en otras ocasiones le resultaba esquivo a nuestro protagonista. Y es que su encuentro años atrás con el hermano de esta, en el bote que dirigía por el Mississippi, la contemplará por vez primera en un retrato que portará, y que Twain le quitará mientras este duerme, en uno de los instantes más divertidos y tiernos de la película. Será quizá la única certeza, de un hombre dominado en su existencia por constante vaivenes, capaz de llegar a la gloria y arruinarse con la misma facilidad, y al cual sus propias debilidades materiales, condenaron a una extensísima producción, al objeto de poder con ello pagar las deudas de sus infaustos negocios –entre ellos, apostar por un estrafalario aparato que facilitaría la edición de publicaciones-.

Todo ello va discurriendo en esta embriagadora película, que sabe alternar por momentos lo divertido, lo romántico, lo épico y lo trágico. Que acierta al subvertir con inteligencia las convenciones del biopic, y que por momentos nos hace parecer que la propia peripecia vital de Twain, aparece como fruto de su propia creación artística –impagables los instantes en los que sus propias criaturas literarias cobran vida, cuando este se somete al rito de la escritura-. THE ADVENTURES OF MARK TWAIN supone un chute por esa Norteamérica que se estaba consolidando en aquellos momentos. Recorreremos junto a nuestro protagonista rincones primitivos, junto a otros a los que se asome el progreso, en una mirada que Irving Rapper acierta a describir con un regusto de totalidad. Con un anhelo al incardinar una andadura personal relevante, dominada por su desprecio a la convención, y que quizá por ello sufra en un momento dado, el desprecio de una serie de referentes literarios, a los que ha ofendido en una disertación que, en el fondo, no era más que una traslación de su propia personalidad como artista. Caracterizada por un ritmo y una dosificación de sus elementos dramáticos realmente admirable. Engrandecida por una extraordinaria performance de un Fredrick March en estado de gracia, que acierta al describir la evolución física e interior de su personaje. Dominada por ese aliento tan particular de la mejor Americana cinematográfica, expresada en la verdad que le proporcionan esos característicos que representan diversos perfiles de su contexto rural –el impagable episodio del concurso de ranas salteadoras-, uno no obstante no deja de mantener en el recuerdo, una serie de instantes, que avalan la fuerza dramática y la capacidad evocadora, que ese humilde pero ambicioso director que fue al mismo tiempo Irving Rapper, alcanza al envolver en sus búsquedas visuales. Pasajes como el asombro que describe la odisea nocturna de Twain conduciendo el buque por un Mississippi envuelto en la niebla –el fragmento tiene una asombrosa fuerza expresiva, potenciada por el bellísimo tema de Steiner-, lo conmovedor de la secuencia en la que se le anuncia a Twain por escrito la concesión de un honor universitario, previa plasmación de la muerte de Olivia –un instante dotado de íntima delicadeza, donde el uso de las sombras deviene fundamental-. La garra del reconocimiento universitario de Twain, en donde finalmente tomará conciencia de que su papel en el mundo ha sido exaltar la espontaneidad de la juventud, aunque fuera a costa de renunciar a esa literatura de prestigio que siempre ambicionó. O, en suma, la emoción que transmite ese encuentro con un olvidado Ulysses S. Grant (Joseph Crehan), entre sombras, mientras este se resigna confinado en una silla de ruedas, esperando ver editadas sus memorias, que Twain acometerá con un sentido de la dignidad, aunque para él no supongan más que una aventura ruinosa –al otorgar a su autor un alto porcentaje de derechos de autor, que salvarán la economía de su viuda-.

Como no podrá ser de otra manera, en una azarosa andadura vital dominada por la singularidad, Twain morirá con la coincidencia de la presencia del cometa Halley en el cielo americano, en otra secuencia brillante, de un conjunto magnífico, que emociona y divierte al mismo tiempo. Una muestra de esa perfecta articulación de un estudio como la Warner, proporcionando los mejores elementos, para un recorrido que Irving Rapper supo articular con convicción cinematográfica, acertando el extraer de su personaje, más que el recorrido de alguien ejemplar, el de un ser vivo que supo caminar contracorriente en una Norteamérica aún en formación, proporcionando vitalidad e inconformismo a partes iguales.

Calificación: 3’5

1 comentario

Jo March -

Hola,
Muchas gracias por un magnífico comentario que me ha hecho recordar la película (que hace años que no veo) y volver a disfrutar de lo bien que se lo habían montado en 1944.
Saludos