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CINEMA DE PERRA GORDA

WAKE ME WHEN IT’S OVER (1960, Mervyn LeRoy) [Despiértame cuando te hayas acostado]

WAKE ME WHEN IT’S OVER (1960, Mervyn LeRoy) [Despiértame cuando te hayas acostado]

Cada vez tengo más claro que en la figura de Mervyn LeRoy, se encuentra uno de los realizadores más desconcertantes del cine americano. Y lo digo por que años atrás era fácil despacharlo como uno de los exponentes más reconocidos de un determinado conservadurismo cinematográfico hollywoodiense. Un modo de hacer cine destinado a las convenciones más acusadas, inserto además en un contexto dominado por el reaccionarismo. Pero he aquí que cuando uno va escarbando en los meandros de su copiosa filmografía -cerca de ochenta títulos-, encuentra un periodo de gran brillantez en los lejanos años treinta. Pero incluso en su posterior devenir, la producción de LeRoy alterna con enervante constancia lo atractivo con lo caduco ya desde el propio momento de su rodaje. Y hete aquí, que viviendo un periodo especialmente desconcertante en Hollywood, y en el que el director pareció prolongar ese desequilibrio consustancial a su cine, se incorporó con acierto a las nuevas corrientes de comedia imperantes en el cine norteamericano de su tiempo. Lo alcanzará de manera impecable con WAKE ME WHEN IT’S OVER (1960) -jamás estrenada comercialmente en nuestro país-, con la que se incorporará a un contexto no muy frecuentado dentro del mismo, como fue el que determinaba un cierto desmonte del ámbito militar. Fue, sin embargo, un pequeño grupo, en el que con el paso del tiempo, apostarían nombres señeros como Stanley Donen -KISS THEM FOR ME (Bésalas por mí, 1957), Richard Quine -OPERATION MAD BALL (1957), Blake Edwards -OPERATION PETTICOAT (Operación Pacífico, 1959); WHAT DID YOU DO IN THE WAR, DADDY? (¿Qué hiciste en la guerra, papi?, 1966)-, o Joshua Logan -ENSIGN PULVER (Valiente marino, 1964)-, al margen de producciones nada desdeñables protagonizadas por Jerry Lewis. Hubo más apuestas en este sentido, pero de entrada la propuesta de LeRoy sorprende por su frescura, aunque ello no nos debería extrañar, en la medida que nos encontramos ante uno de los dos codirectores -junto a John Ford- de la muy popular MISTER ROBERTS (Escala en Hawai, 1955).

Sin embargo, en este caso estamos en un contexto más cercano a las propuestas de Edwards o Quine antes señaladas, y que si bien su mirada cuestionadora en torno a la rigidez castrense no resulta especialmente disolvente -no olvidemos el conservadurismo de LeRoy-, es cierto que combina con acierto su inserción en aquellos parámetros del género vigentes en aquel momento, al tiempo que lo inserta en el seno de los melodramas que aquellos años aún se venían realizando, con punto de partida en la presencia norteamericana en tierras orientales. De cualquier manera, WAKE ME WHEN IT’S OVER se inicia dentro de un ámbito de suspense, introduciendo una polémica judicial. ¿Quién es Gus Brubaker (Dick Shawn), que tanta expectación y rechazo suscita? Se trata de un joven casado de clase media, que en la II Guerra Mundial actuó como voluntario, viviendo una insólita situación; por avatares del destino, dispone de dos números de alistamiento diferentes. Presionado por su esposa, se inscribirá para obtener un seguro médico -la pareja no destaca por su desahogo económico-, lo cual no supondrá más que una decisión letal, que le llevará de manera indeseada e inesperada, a una pequeña base militar dispuesta en una olvidada isla japonesa -Shima-. Allí todo el personal se encontrará a cargo del carismático e imprevisible capitán Charlie Stark (Ernie Kovacs), viviendo en realidad un microcosmos de rutina, aislado del mundo. Con gran agudeza, Gus intuirá las posibilidades de aquel contexto, proponiendo la descabellada idea de construir un hotel, utilizando para ello restos de artefactos y utillajes, amontonados en las inmediaciones. Contra todo pronóstico, la iniciativa se llevará a cabo, con gran éxito, siendo aceptada entre los habitantes de la población, llegando a disponer la colaboración activa de sus jóvenes muchachas. Debido al gran éxito, el entorno de Shima será visitado casi como un lugar de moda, suscitando la queja de un iracundo y conservador senador, que promoverá una investigación, que a punto estarán de superar. Sin embargo, la involuntaria declaración de Ume Tanaka (Nabu McCarthy), secreta enamorada de Gus, provocará que se realice un juicio en las propias instalaciones del hotel. La acción volverá al momento inicial de la película, describiendo la hostilidad con la que el estamento militar acoge la supuesta malversación de fondos para crear el original establecimiento y, de manera más puritana, poner en tela de juicio la imagen de explotación de las jóvenes nativas.

En realidad, el film de LeRoy prosigue el sendero común a este tipo de subgénero. Es decir, introducir un elemento que subvierta la normalidad establecida. Para ello, se eligió una novela de Howard Singer, transformado en guion por parte del experimentado libretista de la Fox, Richard L. Breen. Y es que WAKE ME WHEN IT’S OVER es una producción destacada en su expresión visual en su adscripción con dicho estudio. Desde la apuesta por el formato panorámico, que nuestro realizador maneja con inusual dinamismo, sus imágenes destacarán por la impronta cromática brindada por el gran Leon Shamroy, integrándose con precisión en las constantes plásticas y estéticas que definían buena parte del mundo iconográfico del género, con esa querencia por los colores saturados y tutti-frutti. Esa vinculación por los postulados de la comedia de su tiempo, se extiende en los componentes de su reparto, permitiendo el debut del en esta ocasión comedido y convincente Dick Shawn -al que Edwards utilizará en la ya citada WHAT DID YOU DO IN THE WAR, DADDY?-, o el irresistible Ernie Kovacs -que también formó parte con anterioridad, en la mencionada OPERATION MAD BALL de Quine-, a quien una triste e inesperada muerte por accidente un par de años después, dejó a las puertas de una gloriosa carrera como comediante, que se empezaba a vislumbrar. Serán los mimbres de un reparto que albergará característicos tan estupendos como Jack Warden -familiar en el cine de Sidney Lumet muchos años después-, o divertidos actores cómicos, hoy día olvidados, como Robert Strauss o Don Knotts. Con todo ello, LeRoy -también ejerciendo como productor-, en una comedia que respira frescura, proporcionando un extraño giro argumental -no demasiado bien aprovechado, a efectos de resaltar el absurdo cómico de la misma- a partir de la extraña dualidad vivida por la datación del militar, que le llevará a un indeseado destino. Por el contrario, el veterano director apela a una mirada cercana e incluso entrañable en torno a la fauna humana desplegada -adelantando un poco al Robert Altman de M*A*S*H (M.a.s.h., 1972)-, describiendo la capacidad de reacción de un puñado de desarraigados, dominados por comportamientos casi estrafalarios, que se empeñarán en llevar a cabo un sueño, a partir del uso de materiales desechables. Con ello, llevarán a cabo ese hotel de atractivo diseño, en el que los desechos de paracaídas servirán para realizar sus cortinas, y que en su propia y atractiva configuración, no dejan de proporcionar una mirada irónica en torno a los excesos en torno a esos nuevos modos que parecen trasladar esas inesperadas instalaciones hoteleras, que por momentos parecen prefigurar el mundo escenográfico de THE PARTY (El guateque, 1968. Blake Edwards). Como no podía ser de otra manera, WAKE ME WHEN IT’S OVER despliega sus armas más críticas -tal y como sucedería en la posterior HOW TO MURDER YOUR WIFE (Como matar a la propia esposa, 1965. Richard Quine)- al describir la vista que llevará visos de condenar irremisiblemente a Gus, como responsable único del supuesto desaguisado, y en la que su compañero Doc Farrignton (Warden), ejercerá como esforzado defensor. Serán unos minutos hilarantes, en donde destacará con fuerza un eminente Robert Burton, encarnando al coronel Dowling, actuando como juez de la vista militar. Al final, tras una serie de divertidas incidencias, todo se delimitará a partir de un descuido recordado por Doc. Ello posibilitará que el acusado se vea en la misma e insólita situación que le llevó allí -su dualidad en el número de alistamiento-. Sin embargo, ello no nos evitará una conclusión melancólica, bellísima, en la que Ume verá alejar a aquel hombre al que ha amado secretamente, siendo su figura engullida por esa bandera americana que preside el pequeño velero en que Gus se despide de aquel paraíso perdido. Una conclusión en la que LeRoy muestra fugazmente su veta romántica, que cuatro años después le haría concluir su filmografía, con la tan irregular como, por momentos, fascinante, MOMENT TO MOMENT (Momento a momento, 1965).

Calificación: 3

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