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CINEMA DE PERRA GORDA

BLACK MIDNIGHT (1949, Budd Boetticher)

BLACK MIDNIGHT (1949, Budd Boetticher)

Cuando Budd -aún firmante como Oscar- Boetticher firma BLACK MIDNIGHT en 1949, ya atesora a sus espaldas ocho modestos largometrajes de clara militancia en la serie B, y se encontraba muy cerca de dar un salto cualitativo, abandonando esa juvenil firma como Oscar, y al mismo tiempo adentrándose en obras más ambiciosa con la extraordinaria y aún poco conocida BULLFIGHTER AND THE LADY (1951), que no dudo en considerar su obra maestra, al tiempo que la mejor película relacionada con la temática taurina -faceta en la que Boetticher fue un auténtico fervoroso-. En esta ocasión, el realizador asume una de las producciones auspiciadas por la entonces estrella juvenil Roddy McDowell en el entorno de la Monogram, de muy ajustada duración. Para ello, se tomará como base la historia de Clint Johnson, transformada en relato cinematográfico por parte del propio Johnson y Erna Lazarus. Todo ello, configurando un sencillo pero vitalista relato inscrito en la frontera del western con el Americana, en el que se prolongaba una propuesta ligada al coming of age, relativamente frecuente en el cine norteamericano de su tiempo, por lo general relacionando personajes adolescentes a su amistad con animales, y que pusieron en práctica realizadores como Clarence Brown, Henry Hathaway, Richard Fleischer, William A. Wellman o Louis King, entre otros. Una parcela que permitirá el fluir de esta historia sencilla, casi irrelevante en su configuración, pero al mismo tiempo revestida de sinceridad y verdad, en la que el aún incipiente cineasta dará muestras de inventiva en su puesta en escena, el tratamiento de los personajes y, lo que es más importante, el magnífico uso de exteriores naturales.

En realidad, BLACK MIDNIGHT cuenta la llegada a la madurez del joven Scott Jordan (McDowall). Se trata de un joven aprendiz de ranchero que trabaja duramente junto a su entrañable tío Bill (Damian O’Flynn). Este en el fondo no hace más que añorar la ausencia de su hijo primogénito -Daniel Jordan (Rand Brooks)- viviendo tío y sobrino una dura pero agradable convivencia en pleno campo. La misma se verá alterada positivamente con el retorno a aquel contexto de Martha Baxter (Jay Baker) y su hija Cindy (Lyn Thomas) con la que de inmediato se verá atraído nuestro protagonista. A partir de esa tan liviana base argumental, el acierto de la película reside de manera muy especial en la ligereza de su puesta en escena -por fortuna muy alejada del estatismo inherente a las producciones de aquel modesto estudio-. En su oposición, la cámara de Boetticher -muy bien ayudado por la transparente fotografía en blanco y negro de William Sickner- deambula de manera ágil y convincente, convirtiéndose en el elemento dinamizador de un relato que, precisamente por esa tarea activa de la cámara, consigue que una historia tan insustancial adquiera un cierto grado de vitalismo. En ese sentido tendrá una gran importancia la fuerza que adquieren los parajes exteriores de Lone Pine en California. De manera muy especial en aquellas secuencias rodadas en exteriores dominados por la presencia de enormes rocas redondeadas por el largo impacto del tiempo, las cuales servirán al aún incipiente cineasta para adquirir ese dominio casi mineral de los mismos, que se convertiría en una de sus más memorables señas de identidad, en el muy posterior ciclo Ranown protagonizado por Budd Boetticher.

Unido a todo ello, la película registrará en su discurrir divertidos momentos de comedia, centrados de manera especial en las torpezas sufridas por Scott. Accidentes hilarantes como la caída de este empujado involuntariamente por Cindy a un pequeño estanque que tienen junto a su casa o, sobre todo, la sucesión de tropiezos -debido a los zapatos que utiliza- que culminará con el derramamiento de un barreño de bebida que recibirá en la fiesta nocturna, revestida esta de un inequívoco y entrañable aire fordiano. Será precisamente en este bucólico episodio donde aparezca una de las mejores sugerencias visuales de la película, al plasmar el retorno de Daniel mientras Scott se encuentra deambulando por el suelo, e introduciendo en el plano las estridentes botas de cowboy pertrechadas con espuelas, que romperán la relativa placidez que hasta entonces evidenciaban sus imágenes.

La deseada llegada de este por parte de su padre provocará un rápido revuelo, ya que Cindy quedará prendada de Daniel, al tiempo que poco a poco iremos descubriendo los turbios trapicheos que sobrelleva con ese negocio de caballos que comparte con su poco recomendable socio. Pero para nuestro protagonista supondrá la oportunidad de adquirir a muy bajo precio un semental que Daniel quería liquidar, sobre todo al suponer una pista muy clara para descubrirse su negocio, que poco a poco va intuyendo el relajado y familiar sheriff del entorno. Ese caballo al que llamará Black Midnight y al que dominará, contra todo pronóstico, y no sin contratiempos -un nuevo instante de comedia cuando caiga en un estanque que se encuentra tras un seto que desea dejar atrás en el galope-. Puede decirse que su obsesión por el equino supondrá la perfecta metáfora de una rápida madurez, en medio de un contexto en el que la presencia de Daniel se hará cada vez más irrespirable. Todo ello propiciará la presencia de secuencias dominadas por la violencia, como la brutal pelea entre los dos familiares. El intento de asesinato de caballo por parte del socio de Daniel, que finalmente costará a este su propia vida, en unos instantes dominados por una gran tensión. La huida del muchacho para refugiarse en las montañas para proteger a ese caballo que tanto ha hecho por su personalidad, llegando a enfrentarse con su propio tío, hasta que en una secuencia catárquica retorne el afecto entre ambos. O al afloramiento de un instinto asesino en Daniel, que por fortuna decaerá en los últimos momentos. Todo ello conformará un relato liviano e incluso discreto, pero que sabe emerger de las limitaciones de su punto de partida -se trata de una película que apenas supera los 65 minutos de duración-, de sus limitaciones de producción, y aportar un conjunto tan liviano como revestido de humanidad. Tan alejado del western como cercano al Americana. Tan evanescente en sus imágenes como lleno de viveza y detalles por parte de un cineasta, que muy pocos años después se iba a incorporar con fuerza en la generación intermedia del cine norteamericano.

Calificación: 2

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