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CINEMA DE PERRA GORDA

SEVEN MEN FROM NOW (1956, Budd Boetticher)

SEVEN MEN FROM NOW (1956, Budd Boetticher)

Aunque en su momento se planteara inicialmente como un proyecto apriorísticamente atractivo, que partió de la soberbia base dramática de Burt Kennedy, lo cierto es que SEVEN MEN FROM NOW (1956, Budd Boetticher) supone un referente especialmente valioso para la historia del western. Más allá de sus intrínsecas cualidades, brindó en su momento el inicio en la colaboración de Boetticher –que ya había practicado en el género con títulos apreciables, entretenidos y siempre interesantes dentro de sus limitaciones-, con el guionista Burt Kennedy y, sobre todo, con la antigua estrella del género Randolph Scott. No siempre director y actor tuvieron como nexo de unión dramática a Kennedy, pero es indudable que el título que nos ocupa propició no solo un ciclo que se extendió en siete películas hasta 1960, sino que nos atreveríamos a señalar que plantearon toda una mirada personal sobre el género, basada en el laconismo, en una descripción de personajes sobria y definida en diálogos secos y cortantes, en la presencia de unos personajes de villanos irónicos y atractivos de cara al público, en un héroe –siempre Scott- caracterizado por su escepticismo y un pasado tormentoso, y ante el cual el destino le permitirá tanto la catarsis sobre su tormentoso pasado, como una solapada nueva oportunidad a la vida. Junto a ello, el aspecto visual de estas películas se caracterizará por su aire árido y terroso, desarrollándose por lo habitual sus secuencias más percutantes en ámbitos físicos caracterizados por esa mencionada aridez. Se podrá argüir que estas y otras características se pueden definir como habituales en el género. Sin embargo, creo que es de justicia destacar el general consenso existente a la hora de valorar la personalidad e importancia de este conjunto de películas de rodaje rápido y presupuesto limitado, que han quedado ya en las antologías del cine del Oeste.

 

Debo decir de antemano, que quedando tan solo a expensas de acceder a WESTBOUND (1959), he podido visionar y disfrutar este denominado ciclo, y de entre los seis títulos visionados –dentro de su general alto nivel-, me quedaría con dos de sus exponentes. Uno es RIDE LONESOME (1959), el otro sería el que nos ocupa; SEVEN MEN FROM NOW. Restaurada de forma magnifica y editada recientemente en DVD, llega a nosotros en todo su esplendor, inicial singularidad, y final disposición de una serie de elementos que se reeditarán en los restantes exponentes de este conjunto de producciones. Desde el primer momento, SEVEN… prende el interés del espectador –para ello es evidente que se contaba con un material dramático de primera categoría, que entre otras cosas, sabe introducir elementos aparentemente insertos de forma dispersa, pero que en sí mismos suscitan el interés, y paulatinamente van conformando la densidad de su conjunción. En medio de una tormenta, el vaquero Ben Stride (Scott) –sin caballo- se introduce en la guarida donde se refugian dos hombres. La aparente cordialidad de sus palabras no puede esconder la tensión del momento que describen sus miradas. Ambos hablan de una situación violenta vivida en una pequeña localidad. De repente, la cámara se ubica en el exterior, y se escuchan dos disparos. Al plano siguiente, vemos a nuestro protagonista portando un caballo y sujetando las bridas de otro.

 

La fuerza e intensidad de esta breve situación de inicio, no es más que el preludio de un relato pródigo en elementos, detalles y situaciones, que por un lado suman un compendio bastante amplio de temáticas habituales en el género, y por otro los excelentes mimbres sobre los que se teje una historia basada en el encuentro de un reducido número de personajes, definiendo a partir de dicha intersección toda una auténtica parábola moral en la que la ética, el disfrute de la vida, la huella del pasado, el valor, la astucia, la ironía y el eco de una relación imposible, se van incardinando de forma inexorable, hasta que el destino deje abierto el indicio de un futuro para dos enamorados que hasta entonces no han podido exteriorizar su instinto, quizá por que no podían asimilar su reencuentro como una posibilidad brindada por el destino.

 

Uno de los rasgos que mayor grado de admiración permite el disfrute del film de Boetticher, es comprobar que los elementos que se van introduciendo en su escueto desarrollo argumental –la película no llega a alcanzar los ochenta minutos-, se insertan de forma sutil, proporcionando una fluidez admirable al relato, sin interponerse jamás al devenir de sus personajes. Con la sencillez que siempre le caracterizó, la cámara del norteamericano nos va introduciendo detalles que describen el pasado del protagonista, descubrimos juntos al matrimonio Creer que se he entrecruzado con él, y que le permitirá descubrir a la intensa Annie –una magnífica Gail Russell-. Ella es una mujer aún joven que se encuentra casada con John, un hombre bondadoso pero de aire pusilánime, quien pronto intuirá que algo se ha despertado entre su esposa y Ben. Junto a la interacción del matrimonio, la película tendrá su otro elemento de inflexión en la presencia de Bill Masters -Lee Marvin, que jamás ha estado mejor en la pantalla-, un villano que desea el botín de 20.000 dólares en oro, producto del asalto a una diligencia. Fue aquella la situación en la que murió asesinada la esposa de Stride. Este con anterioridad ejerció como sheriff de la localidad, y su andadura no persigue más que la venganza contra los que mataron a su mujer.

 

Con la dualidad de objetivos entre Stride y Masters, las imágenes de SEVEN… irán progresando con absoluta precisión, enriqueciéndose en situaciones definidas con apenas un diálogo o unos pocos planos –la manera con la que con apenas unos apuntes es definida la problemática del abuso contra los indios-, o describiendo cinematográficamente el estado de ánimo de los personajes, en su interacción con los exteriores, paisajes o accidentes metereológicos. A este respecto, podríamos destacar el carácter definitorio que tiene el peso del viento –el instante en el que Annie tiende la ropa ataviada con un pañuelo rojo en la cabeza-, la lluvia –el breve diálogo que mantienen Ben y Annie en la carreta en la intensidad de la lluvia, tras el relato intencionado de Stride-, que ha elevado la tensión de ambos ante la presencia del marido de esta, relatando una historia que pone en evidencia la relación que ambos mantienen.

 

En un conjunto tan preciso y al mismo tiempo con tanta vida interna, como el que manifiesta SEVEN MEN… no se sabe que admirar más, si el denso y matizado desarrollo descriptivo de sus cuatro principales personajes, si la fuerza y casi el anhelo que demuestra la relación que sobrellevan discretamente Ben y Annie por medio de miradas y gestos sutiles, si la ironía y lucidez que describe Masters en todos sus diálogos, o la contención y resignación que muestra en todo momento el esposo de Annie, consciente que el encuentro de su esposa y el antiguo Sheriff, no ha hecho más que acentuar la vaciedad de su unión matrimonial, y que finalmente le llevará a mantener un gesto de dignidad, que le costará la vida.

 

Pero mas allá de todos estos rasgos, de la intensidad visual que ofrece la extraordinaria fotografía de William H. Clothier, del acierto de su fondo sonoro, de la manera en la que se van intercalando los elementos para conformar la unidad de propuesta dramática, o la capacidad evocativa de sus imágenes, hay algo que me atrae especialmente en este espléndido western, y que será extrapolado –con mayor o menor fortuna- a los demás exponentes de este ciclo –quizá con la excepción de los dos que están desarrollados en entornos urbanos del Oeste-. Me estoy refiriendo a la extraordinaria fuerza visual que tiene la elección de exteriores secos, terrosos y ásperos, conformando una especie de fatum donde se dirimen los momentos más definitorios de la película. En esta ocasión, no se puede dejar de destacar el alarde de planificación y elección de exteriores que suponen todas las secuencias desarrolladas en un paraje rocoso de especial aridez. Un escenario que contemplaremos en los primeros minutos, cuando la improvisada caravana formada por Stride y el matrimonio Creer se introduce en su entorno. La manera con la que se planifica su presencia, la inflexión de su fondo sonoro y la repercusión que ese encuentro tiene en los personajes –con la presencia de la casi fantasmagórica finca que sirve de estación de diligencias-, además de ofrecernos una auténtica abstracción visual, avanza la importancia que tendrá este escenario físico para el devenir de la película. En el mismo se desarrollará un duelo memorable en el conjunto de sus rocas, y finalmente se expresará el inevitable desenlace entre Ben y Masters. Una secuencia inevitable, pero que proporciona en el espectador una extraña desazón, que instantes después dejará paso a la esperanza. El desahuciado Sheriff aceptará su puesto de alguacil, quedando en el aire la posibilidad de una nueva vida para él y la ya viuda Annie.

 

Sería la primera vez que el tándem Budd Boetticher, Burt Kennedy y Randolph Scott, dejarían la estela de una mirada intensa a través del western. No sería la última sin embargo, aunque si quedaría esta como una de las más memorables.

 

Calificación: 4

 

1 comentario

opera 0 -

Este filme refleja a la perfección las mejores cualidades de su director. Principalmente su utilización del paisaje (elemento que le emparenta con Mann)con fuerza dramática, la idea de viaje físico y moral (de nuevo nos encontramos ante una característica propia de Mann, pero es cierto que se observa con frecuencia en otros autores del género)y su pericia para dotar de un ritmo adecuado a sus producciones.
Es ésta, sin duda, una de sus principales obras.