Independientemente de sus intrínsecas cualidades, en la historia del cine hay películas que nacieron en el momento oportuno –lo que quizá posibilitó que fueran valoradas y recordadas por encima de sus méritos reales-, mientras que otras no tuvieron esa fortuna, logrando el rechazo y la incomprensión como mayor respuesta. Algunas de estas lograron con el paso del tiempo su justa rehabilitación –otras no lo merecían-. Sin embargo, a otras se les resiste esa recompensa de la valoración a sus cualidades, y a haber intentado en algunas ocasiones abrir nuevos caminos cinematográficos que no tuvieron la continuidad deseada.
NIGHT MUST FALL (1964, Karel Reisz), entra de lleno en ese último capítulo. Y es que aunque el paso de los años haya posibilitado que ciertos comentaristas e historiadores se hayan apercibido de su valía, se le sigue resistiendo esa valoración. Un hecho este en el que desde el momento de su estreno han concurrido circunstancias externas al propio resultado, impidiendo que hasta el momento sus turbadoras imágenes hayan alcanzado la necesaria vindicación. Por supuesto, vaya por delante que considero esta película no solo como la obra cumbre de uno de los más valiosos realizadores que generó el cine británico –el checoslovaco Karel Reisz-, sino una de las cimas de la cinematografía inglesa, al tiempo que uno de los más originales, atrevidos, perturbadores y subyugantes thrillers psicológicos jamás ofrecidos para la pantalla.
Danny (Albert Finney) es un joven camarero consciente de su encanto y atractivo personal. De orígenes obreros y huérfano desde una corta edad, se autocalifica de muy observador y emprendedor. Pero en su atrayente personalidad se esconde un asesino –“soy muy reservado”, confesará en un momento determinado-. Danny ha tenido una aventura amorosa con Dora (Sheila Hancock), a la que ha dejado embarazada. Dora trabaja como sirvienta de la Sra. Bramson (Mona Washbourne), la propietaria de una vieja mansión ubicada en el campo, y una mujer anciana e impedida. El protagonista acudirá en moto a dicho lugar, aparentemente para recibir la reprimenda de la vieja ama de su novia, aleccionándole para que se case con ella, ya que se acerca la fecha del nacimiento del niño. Sin embargo, el encuentro será aprovechado por Danny al utilizar todos sus encantos, logrando que la Sra. Bramson lo contrate como restaurador del caserón –Danny le ha señalado que entre sus diversos oficios ha sido decorador, y pensaba invertir en una casa abandonada para acondicionarla como su vivienda-. La oferta le permitirá vivir en un pequeño y viejo cuarto del mismo, sintiendo muy pronto la animadversión de Olivia (Susan Hampshire), la joven hija de la dueña.
Así, mientras la policía realiza sus pesquisas en la búsqueda del cadáver de una mujer que ha desaparecido, el espectador conoce desde el primer momento que Danny ha sido el asesino, ya que en los fotogramas iniciales la cámara de Reisz nos lo ha mostrado cometiendo el crimen, y deshaciéndose del cuerpo sin vida y el hacha utilizado en el fondo de un lago. Pero este conserva la cabeza de la víctima, que porta como si fuera un trofeo dentro de una sombrerera, y que depositará en la parte superior del armario que dispone en su habitación. En realidad, la llegada de este a la mansión queda definida en un juego de humillaciones por parte de todos sus habitantes –las tres mujeres que manifiestan en un momento u otro atracción o rechazo hacia Danny, y la propia utilización que el joven hace de ellas a través de su personalidad psicótica-. Unas relaciones de dominio y sometimiento en las que las diferencias de clase quedarán plenamente marcadas, y en donde la vida de todas ellas puede estar en peligro, aunque finalmente sea la Sra. Bramson –que ha jugado más a fondo la baza de la discriminación social con Danny, y al mismo tiempo ha exaltado en él el recuerdo lejano de su madre-, quien sufra las consecuencias de su relación con el joven, con resultados violentos.
¿Cómo se iba a tener la lucidez y la suficiente distancia en 1964, para apreciar una obra “de género” en quién en su película anterior había creado una de las cimas del cine realista británico, y una mirada lúcida en torno al mundo del obrero? Esa quizá fue la anteojera que sirvió para despreciar NIGHT MUST FALL cuando se proyectó en el Festival de Cine de Berlín en 1964. En el nº 154 de la revista “Film Ideal”, el enviado Miguel Sáenz escribía: “Si Karel Reisz no fuera Karel Reisz, el silencio de “Film Ideal” cubriría esta película con su manto piadoso”. Cortedad de miras que presumo fue generalizada, sufriendo la película una incómoda andadura en la que era mal mirada por quienes habían aclamado tres años antes SATURDAY NIGHT AND SUNDAY MORNING (Sábado noche, domingo mañana, 1960), mientras que aquellos que podrían disfrutar de una película de suspense y matices terroríficos, se quedaron fríos ante un título extraño y atípico que no se rendía a los estereotipos habituales.
Algo en principio triste, ya que al margen de sus extraordinarias cualidades, con la propuesta de Reisz –y también del inconformista Albert Finney, que en esta ocasión ejerció como coproductor-, se abrían unos senderos de evolución de los postulados del Free Cinema, que no tuvieron continuidad. La película pronto quedó arrinconada, y con el paso de los años fue definida por lo general como uno de los “títulos malditos” en la filmografía del singular realizador. A partir de ahí, al hacer mención a la trayectoria general de Reisz y mencionar esta película –y estoy convencido que en muchas ocasiones sin haber llegado a contemplarla, tampoco era un objetivo fácil-, se hablaba de esta como una nueva versión de la en su momento exitosa obra teatral de Emlyn Williams, muy inferior a la que en 1937 firmara Richard Thorpe también para la M.G.M. –presumiblemente depositaria de los derechos-, y que en aquella ocasión protagonizó Robert Montgomery y Rosalind Russell. Pude contemplar aquella vieja película hace ya bastantes años, y lo cierto es que no me pareció más que una pulcra adaptación que no inquietaba, aunque jugaba con la baza de la ambigüedad del personaje encarnado por Montgomery, y que en modo alguno se despegaba del tono grís que caracterizó la filmografía del generalmente poco inspirado Thorpe.
Hay otra circunstancia que ha jugado a la contra del reconocimiento de esta película –mas allá de que jamás se estrenara comercialmente en España-, y es la intuición del escaso interés demostrado en su difusión. En los últimos años se exhibe periódicamente en el canal de televisión por cable TCM, suponemos que por formar parte del lote de producciones de la Metro –a cuya filial británica se acogió la película- vendidos en su momento al mismo.
Raymond Lefèbre comentaba en un repaso a la filmografía de Reisz, que de cara al Festival de Cine de Cherburgo de 1990, se logró hallar una copia, permitiendo que los asistentes admiraran la película. Al menos ya no tenían que hablar de oídas. Pero la maldición seguía cuando en 1998 el Festival de Cine de Gijón dedicó una sección retrospectiva a Reisz. NIGHT MUST FALL no se encontró entre los títulos elegidos. Tampoco ha conocido hasta el momento edición alguna en ningún país, ni en video ni en DVD. Sigue siendo una de las películas a las que se le resiste la gloria del reconocimiento, empezando por su simple acceso al aficionado.
NIGHT... me parece una auténtica “deconstrucción” de un grand-guignol, tamizado de ese gusto de Reisz y los compañeros de generación del Free..., por trasladar el retrato de jóvenes inadaptados a partir de sus orígenes obreros. Todo ello, unido a esa implacable expresión del juego de dominio y sumisión, que muy pocos meses antes había consagrado a Joseph Losey con la admirable THE SERVANT (El sirviente, 1963) –me gustaría conocer, a título de curiosidad, la fecha de rodaje de ambos títulos, para poder establecer si el film de Reisz surge a partir del éxito del film de Losey, o ambos proyectos se ejecutaron de forma paralela-. José Mª Latorre hacía una apreciación similar de la película en el nº 321 de la revista “Dirigido Por...” –uno de los escasos análisis que de la misma disponemos en España-. Personalmente valoro con mayor entusiasmo una propuesta que se describe como un auténtico juego de representaciones en ese auténtico teatro “clasista” que supone la mansión de los Bramson. Un lugar dominado por una autoritaria anciana que utiliza a su conveniencia su invalidez en una silla de ruedas, por someter a su hija –en los momentos en que huye del peligro que corre su vida, no dudará en levantarse de la silla e intentar huir caminando-, y que bajo el instinto maternal que aparenta mostrar a Danny, en realidad desarrolla sobre él la frustración de una sexualidad dominante e imposible de desarrollar por su propia edad y condición, y de forma paralela un comportamiento de clase, que no duda en decirle al muchacho que puede comerse las sobras de la cena o que friegue los platos, cuando este cree que realmente es ella quien se va a someter a sus encantos.
Esa dualidad dominador – dominado, es uno de los elementos más sugerentes de esta película, que describe toda una gama de posibilidades en la aplicación de la misma entre Danny, la Sra. Bramson, Olivia y Dora. Un soterrado sadismo que se saldará con el asesinato de la anciana, el abandono desengañado de Dora –que es otro exponente de su propia clase social-, y la mayor intuición de Olivia. En un momento determinado, esta será otra de las mujeres que caerán enamoradas de Danny, pero finalmente logrará vencerle ¿quizá por su condición de actriz?, simplemente situándose en un lugar escéptico hacia las diversas personalidades que Danny esgrime –y que en un momento determinado la joven advertirá desde lo alto de la escalera que le lleva a su habitación-.
En el fondo, el desequilibrado protagonista, mas allá de sus propias psicopatías, en la vieja mansión nunca dejará de ser un títere desclasado, servil a las apetencias de las Bramson, madre e hija. Desde el momento –realmente inquietante, a través de la expresión de Finney-, en el que se presenta ante la dueña de la hacienda, tenemos la sensación de que va a representar una función de aparente hechizo, subrayado por el aire de escenario teatral que tiene el decorado sobre el que se sitúa Finney, y ataviado con esa chaqueta con una ostentosa “D” bordada en el bolsillo que le define. ¿Un atractivo bufón al servicio de damas decadentes? Algo habrá de ello –especialmente con la vieja dueña-, aunque será también con Olivia y Dora con quienes se establezcan sus juegos de dominio, expresado con el arma que más tiene a su alcance; la sexualidad que emana de su apariencia rudamente juvenil. A partir de esa premisa infalible, Danny se nos antojará como un nuevo Tom Ripley trasladado a la campiña inglesa. Un muchacho atractivo que en un momento determinado se pondrá una chaqueta de camarero para servir una cena, pero al que delatan en su origen unas sucias zapatillas deportivas.
Dentro de ese juego de representaciones, Danny se muestra zafio con Dora, inicialmente casi salvaje con Olivia cuando la sorprende registrando sus escasas pertenencias –y después de observar que no ha tocado la macabra sombrerera-, y especialmente juguetón con la anciana dueña, hasta que advierta que no es para ella más que un simple bufón que sirve para reafirmarla en su clase social –importada, ya que de joven también fue sirvienta-. Será en ese momento, y ante una sinceridad no correspondida, cuando el protagonista –en un admirable plano sostenido- de rienda suelta a su lado violento e incontrolado, decapitando finalmente a la Sra. Bramson. En un detalle significativo, la forma en que esta es filmada en la creciente y justificada angustia previa a su final, es la misma –situando la cámara muy cerca de su rostro y moviéndose al compás de la silla de ruedas-, con la que al inicio de la película se nos había presentado el personaje. Los momentos previos a su violenta muerte, se pueden contar entre los más aterradores jamás vistos en la pantalla, dotados además de un aire malsano. A ellos se sucederá un asombroso zoom de retroceso –lo habitual habría sido lo contrario-, que mostrará a Danny con una cortadora de gran tamaño, avanzando hasta acabar con la vida de la anciana. Las imágenes son escalofriantes, pero al mismo tiempo tienen –como toda la película- una cierta voluntad de “deconstrucción”, utilizando de forma un tanto especial la fuerza de la música y la ambientación nocturna exterior, cae con fuerza la lluvia, y centrándose en un arrebatador primer plano de Finney, que expresa con absoluta entrega la excitación sexual que le ha producido el nuevo crímen.
NIGHT MUST FALL admite diversas lecturas, pero considerada en sí misma destaca por un lado en la precisión de los retratos psicológicos de sus personajes. Clive Exton –también colaborador de Reisz en la posterior ISADORA (1968)-, se desentiende fácilmente de las limitaciones que presumiblemente mantenía una obra de misterio destinada al éxito fácil. En su lugar, su objetivo estará marcado para lograr esa descripción de la crueldad de sus personajes, de sentimientos puntuales y acciones que se espían por las ventana de la vieja mansión, e incide en retratos muy bien perfilados que incluso abordan personajes complementarios, que tienen un desarrollo adecuado; Dora abandona a Danny desengañada y con un embarazo ya avanzado y se pelea con Olivia; el novio de Olivia es despreciado por esta y desaparece de escena –personaje por cierto encarnado por Michael Medwin, quien años después compartiría con Albert Finney la firma de producción Memorial Enterprises-. Pero en esa misma adaptación, la película pierde todo sesgo teatral –la relevancia de los exteriores campestres y, en menor medida, urbanos, es significativa-, introduciendo un rasgo claustrofóbico al estar desarrollada la acción en una mansión decrépita y adornada de forma claramente “antigua” y recargada. De hecho, en un momento determinado en el que la relación de Danny y Olivia alcanza un status de confianza, estos se sitúan en el exterior de la misma mientras la hija de la Sra. Bramson aprende a conducir en moto. Reisz filma la secuencia teniendo como fondo una parte de la vieja casona, completamente en ruinas. Algo así se encontrará Danny nada más llegar a la misma, teniendo que lanzar cal para eliminar posteriormente con una espátula los viejos y desconchados papeles pintados. Una imagen simbólica de la decrepitud de un entorno en el que él, un enfermo, no deja de resultar un elemento que no se integra.
Por otro lado, es fácil constatar como en NIGHT... coexisten intercaladas dos formas narrativas. Una, clásica y envolvente, será la predominante y fundamentalmente servirá para describir las relaciones establecidas entre los principales personajes dentro del entorno del viejo caserón. En su oposición, los planos en los que se muestran los progresos físicos de la búsqueda del cadáver de la mujer desaparecida o los estallidos violentos de Danny, se caracterizarán por una expresión visual más crispada y entrecortada –entre las que se recurre en ocasiones al zoom-. Es algo que –dentro de otras opciones- se mantuvo en diversas de las obras de los realizadores surgidos en el Free....
Antes se señalaba la intuición existente en diversos comentaristas –y ratificada por el propio Reisz en algunas de sus declaraciones- de reflejar en NIGHT... una continuidad del personaje que el propio Finney encarnó en la inolvidable y ya mencionada SATURDAY NIGHT... Lo que allí era rebeldía aparente, en esta ocasión se transformaba en violencia incontrolada, trasladando a través de sus desequilibrios psíquicos, la incomodidad de sentirse representante de la clase obrera. Solo por ese concepto, esta segunda película debió ser reconocida ya en el propio momento de su estreno.
Resulta evidente que un título de la entidad, la capacidad de observación psicológica y las sugerencias que emanan de sus imágenes, debía estar muy controlado en la mente de su realizador. Al optar de nuevo por Albert Finney, al parecer le solicitó que variara su registro interpretativo –caracterizado hasta entonces por una desarmante naturalidad-. Finney por su parte intuyo tenía gran interés en el proyecto. Como siempre me ha interesado la trayectoria del que para mí es el mejor actor británico de todos los tiempos, y se sabe que en su cercano éxito mundial en TOM JONES (1963, Tony Richardson) se encontraba en el rodaje desganado y aburrido -¡Quien lo diría!-, lo cierto es que el intérprete debió tomar este personaje como un reto, realizando una composición asombrosa, encantadora en unos momentos, misteriosa en otros, dominante en unas secuencias, humillado e infantil en otras, y finalmente aterrador en los momentos cumbre. A ello cabría destacar los numerosos momentos en los que se incide con ironía en el doble juego del Danny encantador / asesino –por ejemplo, hablando de la desaparición de la mujer que él sabe ha asesinado, mientras está cortando la carne con un cuchillo-. Es por esa capacidad para establecer retratos complementarios y diversas vertientes de un personaje complejo, y combinando un nada oculto histrionismo con su más característica vertiente ligada al estilo naturalista del Free..., por lo que considero este como el mejor trabajo de toda su carrera –es una afirmación muy personal, puesto que aún hoy día no faltan quienes muestran sus objeciones al mismo; indudablemente se trata de una performance muy atrevida e inusual en su concepción-. Lo cierto es que esta encarnación ofrece una enorme gama de matices, que van desde los momentos en que el personaje se encuentra en solitario, dando rienda a pensamientos que nunca alcanzaremos a reconocer. La caracterización subrayará su encanto –lleva el pelo exageradamente repeinado hacia atrás-, pero al parecer se le maquilló con el objetivo de describir su rostro con un aire más frío y amenazador.
NIGHT MUST FALL es una película que merece su definitivo reconocimiento, y destaca en momentos y detalles que describen las consecuencias que la llegada de Danny ha producido en la rutina y vida diaria de la mansión. Son instantes inquietantes como el momento en que Olivia curiosea la habitación de este y se encuentra en su maleta una extraña mano de madera que se desmonta al tocarla, en la secuencia inolvidable en la que el protagonista en su habitación abre la sombrerera y contempla la cabeza que él decapitó, mirándose al espejo. Muy pronto su expresión inicial de placer se tornará en una terrible angustia. Pero ese reflejo cinematográfico de la oscilante relación de dominio del joven, tendrá la repercusión en la presencia de ese cuadro repujado que nos muestra el busto de un joven griego tocado con su tiara. Son detalles aparentemente inocentes –y los hay en abundancia-, en donde se refleja ese gusto de Reisz por un relato que destaca igualmente por lo abrupto de su montaje en el contraste de secuencias desarrolladas en el interior de la mansión, con aquellas que paralelamente se desarrollan en el exterior de la misma. Será algo que tendrá una especial incidencia en el fragmento en que Olivia se marcha de la mansión, a partir de lo cual Danny dará rienda suelta a su lado más violento con la Sra. Bramson-.
La cámara del realizador nos mostrará asimismo al protagonista en soledad, como en ese fascinante primer plano sostenido sobre el rostro de Finney, mientras pinta con expresiones idas un extraño símbolo en la pared que pronto destruye, o cuando se encuentra en su habitación mirando desconfiado e inquietante la sombrerera. Varios serán, por tanto, los ejemplos en esta vertiente, potenciados como en toda la película por la extraordinaria aportación de Freddie Francis como operador de fotografía. El ya consagrado técnico acentuará los contrastes y sombras en las secuencias más siniestras, mientras que por lo general aplicará una iluminación que resalta los rostros de los actores sobre el decorado. Con ello lograría un plus de aprensión y desasosiego, permitiendo al espectador sentirse cercano a los sutiles registros de los intérpretes y las evoluciones de los personajes que encarnan.
Podría extenderme mucho más en el análisis de esta extraordinaria película, que atesora a cada visionado numerosos matices suplementarios, y que precisamente en esas revisiones gana en interés en lo referente a su objetivo prioritario, que no es otro que una demostración de la eterna lucha de clases en la sociedad inglesa dentro del contexto de un relato de crímenes, desarrollado en un marco deliberadamente anacrónico, que el propio tratamiento del relato contribuye a dinamitar. Sí me gustaría señalar que siendo una propuesta muy personal, nos ubicamos entre PSYCHO (Psicosis, 1960. Alfred Hitchcock) y la ya mencionada THE SERVANT, a cuya altura y por diferentes motivos creo que llega a rayar. Pese a su tibia acogida y rápido olvido, dejó posos de influencia. Uno de ellos, aunque nadie lo ha advertido, es comprobar como Roman Polanski prácticamente “calcó” su final –ese Danny que se encoge y rebela inútilmente tras salir de la bañera, mientras la iluminación fotográfica se quema y queda dominada por tintes blanquecinos- en su posterior REPULSIÓN (1965), que culminaba con una Catherine Deneuve en similares circunstancias. Incluso menospreciada y relegada, el film de Reisz no dejó de ser observado por hombres de cine con intuición. En voz baja, sabían que se encontraban con un título asombroso.
Calificación: 5