THE GAMBLER (1974, Karel Reisz) El jugador
Es curioso el semblante que plantea el cine británico, en la medida que el que quizá haya sido su cineasta más valioso –Alfred Hitchcock-, realizara su obra más reconocida dentro del ámbito de la producción norteamericana –aunque muchos quisieran siquiera aproximarse al bagaje que dejó el autor de PSYCHO (Psicosis, 1960) en las islas, desde su debut en pleno cine silente, hasta finales de la década de los treinta. Otros casos paradigmáticos podrían ser los de Alexander Mackendrick –este sí considerado como inglés, aunque originario de la norteamericana Boston-, o el propio Joseph Losey –emigrado a las islas tras su exilio de USA asfixiado por la “Caza de Brujas” de McCarthy-. Junto a ellos, se da cita el nombre de Karel Reisz –en mi opinión quizá el cineasta más valioso, aunque no el de obra más extensa, emergido dentro del contexto del Free Cinema-, checoslovaco de nacimiento y, en última instancia, errante por vocación. Y es que tras una andadura inglesa en la que tanto en calidad de crítico como en su vertiente como director resultó decisivo para la renovación de la cinematografía británica, llegada la década de los setenta decidió trasladarse a suelo norteamericano, en cuya industria rodó dos títulos que en el momento de su estreno pasaron poco menos que desapercibidos, aunque el paso de los años les haya concedido una merecida condición de culto. Uno de ellos es WHO’LL STOP THE RAIN (Nieve que quema, 1977), exploración de temática compleja ligando las consecuencias de la guerra del Vietnam con el mundo de la droga, que en buena medida resulta asequible a cualquier espectador dada incluso su edición en formatos digitales. Sin embargo, era mucho más difícil acceder a su previo THE GAMBLER (El jugador, 1974), de la que más o menos resulta común encontrar comentarios elogiosos aunque no fuera ni de lejos posible poder visionarla. Tras años esperando la oportunidad, además de disfrutar de una obra magnífica, al mismo tiempo personal e integrada en las corrientes más renovadoras que se planteaban en el cine norteamericano de su tiempo, me ha permitido un paso más a la hora de completar la filmografía de un cineasta que, pese a su relativa irregularidad, admiro profundamente.
Cuando uno contempla THE GAMBLER, parece discurrir por los mismos senderos que en aquellos tiempos iniciaban Martin Scorsese o Paul Schrader –a mi juicio mejor cineasta que el primero, y al que tanto debe el realizador de TAXI DRIVER (1976)-. Con ellos comparte esa visión sombría, alienada y desesperanzada de una sociedad urbana, basada en el progreso pero en realidad enferma, y quizá carente de la necesaria lucidez para mirarse a sí misma frente a frente. En medio de este contexto, por otra parte tan atractivo para un realizador como Reisz, que en su obra británica se había destacado por esa capacidad descriptiva aunque trasladada a otro marco, el checoslovaco ofrece una mirada cruel y desapasionada, fría y lacerante el mismo tiempo, en la que nada parece suceder, pero que al mismo tiempo esconde en sus entrañas el inicio de un estallido emocional. De alguna manera, sus imágenes y, sobre todo, el mundo interior sombrío que deja entrever su configuración, me recordó de manera poderosa un estupendo y apenas evocado film de Robert Mulligan –una de sus mejores obras-, llamado THE NICKEL RIDE (El hombre clave, 1974). Con ella comparte esa sociedad siniestra, en su superficie tranquila y ordenada, pero de la que muy pronto el espectador puede percibir ese malestar, tan diferente del que podía brindar cualquier propuesta urbana del noir clásico, pero al mismo tiempo expresándose como una directa consecuencia de aquellos referentes. En esta ocasión se brinda generalmente en esos ambientes diurnos metálicos e iluminados de manera tenue –espléndida la aportación de Víctor J. Kemper-, en donde se ubicará el entorno donde conoceremos la andadura existencial de Axel Freed (un espléndido James Caan, quizá en el mejor rol de toda su carrera), un joven profesor de literatura de orígenes judíos devorado por su pasión por el juego. Los primeros instantes de la película nos lo mostrará en su actitud frenética, participando y viviendo una timba en la que perderá cuarenta y cuatro mil dólares. La cámara de Reisz registrará los impulsos compulsivos de su protagonista, que emergerá como una especie de continuidad de los que encarnara de forma maravillosa Albert Finney en SATURDAY NIGHT AND SUNDAY MORNING (Sábado noche, domingo mañana, 1960) y la menos conocida pero igualmente admirable NIGHT MUST FALL (1963). En especial quizá el representado en este segundo film, en donde su personaje de psicópata encantador quedaba definido más que como un rebelde, como un ser a contracorriente, decidido a violentar de manera inconsciente ese entorno social en el que queda inmerso, y que para él supone toda una opresión de índole existencial. Más que lograr el triunfo económico –Axel es un intelectual de una relativa acomodada posición-, lo que él mismo declara a su amante –Billie (Lauren Hutton)- es que de su adicción al juego le importa no solo el riesgo, sino ante todo la incertidumbre que le proporciona perder. A partir de dicha premisa, esa extraña deriva existencial le hará tener en un muy segundo término cualquier otro elemento que pudiera proporcionar calidez a su vida. A su novia la tratará de la forma más gélida posible, solo se acercará a su madre –maravilloso el detalle de indicarle el dinero que necesita de ella anotando la cifra en la arena de la playa; quizá acentuando con ello el miedo que le produce decírselo de manera abierta- para intentar solucionar el apremio que le atenaza la deuda, e incluso no dudará en una situación extrema en facilitar el soborno a uno de sus alumnos, para lograr que este logre un determinado resultado en su equipo de baloncesto y, con ello, obtener unas ganancias en las apuestas por parte de quienes le reclaman esa cantidad que tuvo en su mano cancelar, pero que su propia y devoradora pasión jugadora le impedirá dejar en el pasado.
Con claros ecos de la obra de Dostoieski, partiendo de la mano de un espléndido guion del posterior cineasta James Toback, THE GAMBLER demuestra la raza y la singularidad de un cineasta como Karel Reisz, autor de una filmografía no todo lo extensa que cabría desear pero cuyo nivel medio fue altísimo, aunque la misma no haya tenido jamás la repercusión merecida –en nuestro país tan solo el Festival de Cine de Gijón proyectó una retrospectiva no completa, a la que acompañó un muy interesante ensayo de Carlos Losilla-. Reisz huye en esta película de secuencias con impacto, prefiere ir sorteando los meandros del drama de manera sinuosa, deteniéndose en el acercamiento al comportamiento de su protagonista, al que nunca calificará, sino que simplemente observará, incluso comprendiendo lo extraño de su proceder. No iba a suponer ningún elemento de sorpresa, para quien en buena parte de su obra decidió tratar seres que –voluntaria o involuntariamente- deseaban situarse al margen de la sociedad. Una sociedad que Reisz describe de manera magistral con todos los ingredientes de su alienante impostura. Una alienación que no olvidará la falsa estructura familiar –la fiesta de cumpleaños del acaudalado abuelo del protagonista-, la metálica visión de exteriores, ese racismo que incluso se percibe en los “guettos” negros en torno a los blancos, o en las mismas aulas en las que Axel imparte clases, ante un auditorio juvenil que asiste a las mismas, entre curioso y ausente.
En medio de ese contexto en el que, en realidad, nada posee el más mínimo atractivo vital, no resultará en absoluto extraña la deriva que rodea y al mismo tiempo dota de interés a nuestro protagonista. Con él viviremos la efímera felicidad de una racha de suerte, y con él también asistiremos a los trémulos instantes en los que, en una bañera, asiste a la culminación –mediante una retransmisión radiofónica- de un partido de baloncesto en el que ha apostado como última esperanza a su angustiosa situación. Será un fragmento aterrador, como doloroso será contemplar los minutos finales de ese partido de baloncesto en el que el profesor prácticamente se juega la vida –puede que sean estos no solo los dos mejores episodios del film, sino con probabilidad los instante más intensos encarnados por Caan en toda su filmografía-. Pese a emerger de una situación casi sin salida, ese descenso a un submundo del que apenas conoce a sus protagonistas –su secuestro y encierro en un cuarto sin iluminación-, de alguna manera ejercerá como auténtica catarsis, viendo en su simbólica inmolación una manera, quien sabe si simbólica, o quizá definitiva, de ese mundo que no le haría ninguna falta para el desarrollo de su existencia, pero sin el cual la misma carece de sentido. Es por ello que, como en pocas ocasiones, el impacto de su conclusión tendrá en el breve congelado de imagen una pertinencia desusada, para esta espléndida película, en la que el “cineasta sin rumbo” que fue Karel Reisz, logró plasmar a través de una base argumental más o menos universal, una radiografía precisa de un tiempo convulso para la vida norteamericana.
Calificación: 3’5
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