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CINEMA DE PERRA GORDA

Luigi Zampa

A 23 días, del XV aniversario de Cinema de Perra Gorda (XX) DIRECTED BY... Luigi Zampa

A 23 días, del XV aniversario de Cinema de Perra Gorda (XX) DIRECTED BY... Luigi Zampa

El gran director italiano Luigi Zampa.

 

LUIGI ZAMPA... en CINEMA DE PERRA GORDA

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(6 títulos comentados)

ANNI DIFFICILI (1949, Luigi Zampa)

ANNI DIFFICILI (1949, Luigi Zampa)

“A mi me ha costado mucho más caro”, dirá como conclusión de la película el atribulado Aldo Piscitello (memorable Humberto Spadaro), cuando un soldado americano voluntario aliado en la liberación italiana, compra por dos mil liras el uniforme fascista que él mismo había llevado tiempo atrás. Algo que hizo obligado en el entorno opresivo de la población de Modica en Sicilia, afiliándose años atrás al fascio italiano. Será el lamento lleno de amargura de un hombre pacífico, un humilde funcionario en el ayuntamiento de la localidad, a quien la vivencia del ventenno nero supondrá una lamentable y hasta trágica experiencia vital.

La expresión de dicho proceso, será la base que marque la magnífica ANNI DIFFICILI (1949), recuperada hace algo más de una década a partir de un negativo encontrado en Italia y, sin duda, una de las miradas más duras que el cine italiano de posguerra, brindó en torno la implicación de su propia sociedad en torno al régimen fascista. Es más, llega a resultar tan abrasadora esta tragicomedia, que no dudo que en la mente de Luigi Zampa y Vuitaliano Broncati, autor de la novela que le sirve de base -al cual recurriría en más de una ocasión posterior el director-, se plantea una visión llena de desesperanza de la propia condición humana, a través de la mirada de ese colectivo italiano, parlanchín, extravertido e hipócrita. No cabe duda que la mirada que se transmite en esta película es hasta dolorosa de puro crítica, oponiéndose a ese tono más esperanzador que planteaba la previa –e igualmente excelente- VIVERE IN PACE (Vivir en paz, 1947). Lo cierto es que, al margen de suponer una de las mejores obras de su realizador, del cine italiano de su tiempo, y ser merecedora de una mayor consideración de la lograda, ANNI DIFIFCILI aparece como una de las visiones más desoladoras y valientes jamás propuestas en la historia del cine de su país. Es por ello que hasta cierto punto no es de extrañar que ese orillamiento brindado a la misma pueda haber resultado en cierta medida provocado. Y es que, a fuer de ser sinceros, hay que reconocer que nos encontramos ante un relato incómodo, que con la perspectiva que nos proporciona el paso del tiempo, no solo sorprende por la audacia y valentía de su propia razón de ser. Más de seis décadas después de ser filmada, lo verdaderamente admirable reside en la vigencia de su enunciado. Podemos cambiar el telón de fondo, pero la representatividad en el comportamiento de sus personajes sigue siendo válido lo que, en definitiva, no supone más que la constatación del fracaso del ser humano, o una clara apuesta por el nihilismo.

Dividida en dos pares –la primera se centra en el periodo iniciado en 1934, y la segunda a partir de 1938, con el recorrido de la II Guerra Mundial hasta la liberación por los aliados-, el film de Zampa se centra en la figura de ese modesto Aldo, a quien en la primera secuencia se le mostrará en su desvencijado despacho, donde cada día atienden una interminable sucesión de legajos. De repente será llamado por un enviado del munícipe  podestà (Enzo Bilioti), señalándole que las autoridades han percibido que él no se encuentra afiliado al fascio, y conminándole a que lo haga so pena de ser despedido de su trabajo. De nada le valdrán sus ruegos apelando a su condición de apolítico –en realidad se trata de un pacífico antifascista-. Ni sus supuestos amigos críticos con el régimen del Duce, tertulianos en una farmacia, le sabrán argumentar razones para que se decida en una u otra dirección y, para más inri, su propia esposa le empujará a ello, no teniendo casi otra opción que integrarse en el partido utilizando la recomendación de un lejano familiar, participando de manera harto ridícula en las muestras del régimen –vestir el uniforme, la camisa negra, asistir a los desfiles portando un estandarte, e incluso participar en unos entrenamientos deportivos, destinados a mantenerse en forma para un supuesto combate, en los que se observará la poca capacitación de los participantes-.

Una de las grandes virtudes del film de Zampa –que extendería a otros títulos suyos posteriores, como L’ARTE DI ARRANGUIARSI (1954)- lo vertebrará el equilibrio entre drama y comedia, en una extraña combinación en la que la primera de las vertientes tiene una mayor importancia, utilizándose los apuntes humorísticos –algunos la verdad que muy divertidos- casi como válvula de escape a un conjunto en donde predomina una sensación de amargura e impotencia ante la demostración de carencia de coherencia y valores en la inmensa mayoría de personajes que pueblan la coralidad del film. Casi todos ellos –en realidad, la excepción la manifiestan Aldo, su hijo Giovanni (Máximo Girotti), y la que se convertirá la esposa de este último, Elena (Delia Scala)- se caracterizan, de un modo u otro, por la posesión de demasiados agujeros en sus respectivas personalidades. Sin lugar a duda, el más abyecto de ellos será el podestà –padre de un joven que oscila entre el oportunismo y una carencia del más mínimo sentido comín-, un noble de cortos vuelos, que no dudar en ser el máximo representante del fascio local en plena vigencia del régimen mussoliniano, y cuando perciba que este se encuentra  apunto de ser eliminado por la invasión aliada, no dudará en acercarse a Aldo –del que conoce sus conexiones con los antifascistas de la población-, para manifestar su supuesto rechazo a un régimen que ha protegido con el simple objetivo de mantenerse en el poder.

Sin embargo, la lucidez de ANNI DIFFICILI reside en saber ofrecer, mediante esa mirada que oscila entre el patetismo, lo cotidiano, y lo irónico, una visión completa y, por momentos, dolorosa de puro lúcida, delimitando la complicidad de la población con un régimen del muy pronto renegarían, una vez este fue derogado de forma dramática. Hay que reconocer, más allá de sus extraordinarios logros, la incomodidad que proporciona contemplar en 1948, un título de la valentía del que nos ocupa. Una película que se dirige por un sendero muy diferente al que podría proporcionar el Rossellini de ROMA. CITTA APPERTA (Roma, ciudad abierta, 1945), ofreciendo una mirada revestida de dolorosa sinceridad, en torno a la complicidad de la población con un régimen fascista. Es difícil –por ejemplo- encontrar un equivalente de similares características en torno al nazismo. Es ahí donde se plasma esa mirada irónica y, en ciertos momentos festiva, propia de la personalidad italiana, que les permitía incluso reírse, de cuestiones tan serias como la de este periodo tan dramático para su propia sociedad.

A partir de esa premisa, el film de Zampa resulta casi inagotable en su caudal de sugerencias. Desde su concepción de film caracterizado en su simetría dramática –las secuencias que se ofrecen en el interior de la oficina del protagonista, reiterando las llamadas del podestà, la admirable inclusión de insertos de noticiarios, reportajes de radio, imágenes de archivo, titulares de prensa, e incluso locuciones, que enriquecen y consolidan el devenir de la crónica en la que se inscribe la película. A través de dicha formula, Zampa logra conjugar una visión desencantada y colectiva, con matices irónicos que permiten que la dureza de su enunciado pueda asumirse con menos carga de indignación por parte del espectador –no dudo que en el momento de su estreno, la película levantara no pocas ampollas-. Ahí es nada contemplar esa incesante sucesión de situaciones y momentos, en los que nuestra mirada va asumiendo una creciente indignación ante el comportamiento de seres que poseen de todo menos dignidad. Algo que va desde la querencia de las mujeres de la familia del protagonista para que se vaya integrando en los siniestros contornos del partido fascista –su mujer llega a inscribirlo en un determinado comando, haciéndole vestir un ostentoso uniforme que sus hijos venderán en la secuencia final, a cambio del pago de esas dos mil liras que tan necesarias les resultan para poder sobrevivir, en la inclinación de los dos hijos pequeños por el ideario fascista, en las escaramuzas del retrasado hijo del barón, aprendiz en el oportunismo de su padre, en la indefinición de los componentes de ese “sanedrín” de antifascistas que se reúnen en la farmacia, a donde acudirá un siniestro delator de manera periódica, beneficiario en sus chivatazos hacia los fascistas, hasta que con la llegada de los aliados se vuelva antifascista de la noche a la mañana. Se encontrará en la connivencia de la iglesia con el régimen del Duce, expresado en la soflama del cura de la población en la boda de Giovanni y Elena, ante la mirada recelosa del ya consagrado esposo. Todo ello, con el especial cuidado de Zampa por la descripción física del abrasador paraje siciliano o las angostas callejas de sus pueblos, algo que transmite por medio de la fotografía en blanco y negro de Carlo Montuori, describiendo esa orografía abrupta y seca propia de la región.

ANNI DIFFICILI no deja títere con cabeza. No omitirá mostrar a los habitantes de la población, al entregar a las fuerzas militares todo el metal que puedan encontrar, para que el ejército fascista pueda elaborar cañones ante el embargo sufrido, ni de describir esa incultura consustancial en todo régimen autoritario, manifestado en esa función de ópera, donde de manera repentina los jerifaltes fascistas descubrirán consignas anti italianas ¡en un texto con más de un siglo de antigüedad!. Sin embargo, poco a poco el relato se verá enriquecido por instantes de creciente amargura. La inesperada rebelión del farmacéutico antifascista al enterarse por el anuncio ante la multitud en la plaza, de la invasión nazi en Francia, que le costará la detención inmediata, o la secuencia previa en el interior de la misma –quizá el instante más conmovedor de la película-, en la que este reciba a dos jóvenes infelices que se dirigen a participar en la guerra civil española con el bando franquista, ya que se encuentran sin recurso alguno y solo de esa manera podrán subsistir y, si cayeran en la lucha “sería por voluntad del Señor”, recibiendo un donativo por parte de uno de los pocos seres lúcidos de la población. Será el dolor que sentirá Aldo y su nuera cuando se dirijan a puerto para poder ver a Giovanni antes de embarcarse para la guerra en África, contemplando el cuerpo sin vida de un marino flotando en las aguas, ya que ha sido bombardeado el buque. Lo proporcionará el absurdo fusilamiento de este cuando había regresado a la población del frente de Rusia, y se disponía a ver por vez primera a su hijo, abatido por la espalda por unos siniestros soldados nazis. Y será en el velatorio del cadáver, en el interior de la vivienda de los Piscitello, con el cuerpo en la cama vestido aún con el uniforme, cuando se declare esa paz deseada por todos pero que en realidad muy pocos lucharon por obtenerla. Será el instante en el que la indignación de Aldo, estallará al llamarlos a todos cobardes. Apenas se le hará caso. El podestà de manera interesada olvidará su implicación fascista, y aparecerá como benefactor y cabeza de ese nuevo régimen de tintes democráticos, las señales alemanas se sustituirán por otras escritas en inglés, los aliados aparecerán como auténticos invasores, contemplando los pueblos italianos casi como un juguete turístico, y Aldo será despedido de su trabajo por ese despreciable jefe, ahora confidente de los aliados, que no dudará en desembarazarse de ese pobre funcionario vecino, al que unos años antes obligó a inscribirse, casi a pesar suyo, como militante del partido fascista.

Recuperada –como antes señalaba- en 2009 a partir de una copia encontrada, tiempo es de situar ANNI DIFFICILI como uno de los grandes testimonios cinematográficos del cine de posguerra italiano, y una de las crónicas más lúcidas y dolorosas de la connivencia de los italianos, con un régimen del que renegaron con la misma rapidez con la que confraternizaron. A ese respecto, será reveladora la manifestación del mando americano al antiguo podestà, al señalarle que no entiende como en ese momento nadie se declaraba fascista, cuando el régimen se sustentó con el apoyo de buena parte de los hombres y mujeres del país. Un film admirable, de obligada visión para entender el afianzamiento de los totalitarismos europeos y que, nunca perderá un ápice de su vigencia.

Calificación: 4

L’ONOREVOLE ANGELINA (1947, Luigi Zampa)

L’ONOREVOLE ANGELINA (1947, Luigi Zampa)

1947 fue un año de especial significación en la andadura del estupendo realizador italiano Luigi Zampa. Cuando el país se encontraba aún imbuida en las consecuencias de la inmediata posguerra, Zampa se atrevió en las dos películas que rodó aquel año, en plantear bajo tintes de tragicomedia situaciones en aquel momento tangibles en aquella traumatizada sociedad de la inmediata postguerra. Una de ellas constituyó un logro casi absoluto –VIVERE IN PACE (Vivir en paz)-, quedando como uno de los referentes más valiosos de dicha tendencia, y gozando de un merecido prestigio. Pero junto a ella, Zampa acometió la realización de otra tragicomedia mucho menos conocida, también menos lograda que la anterior –lo que no quiere decir en absoluto que se encuentre desprovista del suficiente interés-, y de la que se puede señalar conecta de manera más directa con la inquietudes temáticas que su realizador vendría prolongando en su filmografía posterior, sin abandonar ese tono por momentos fabulesco, en otros amable, y en algunos instantes dramático. Me refiero a L’ONOREVOLE ANGELINA, protagonizada por una Anna Magnanni en el momento más efervescente de su carrera, encarnando a la Angelina protagonista, casada con Paquale (Nando Bruno), un carabinero de carácter bonachón y con una prole de cinco hijos. La familia Bianchi vive en los suburbios de Roma, sufriendo las incomodidades y carencia de servicios que han propiciado sus caseros, a los que habrá que unir la carencia de recursos económicos para lograr siquiera comer cada día. Sin embargo, la carencia de pastas para canjear con la cartilla de racionamiento por parte del tendero –y estraperlista- de la zona, provocará una rebelión entre las mujeres de la zona, que estará encabezada por el coraje que siempre encabezará Angelina. Será el inicio de una serie de reivindicaciones –arreglar el agua potable de los lavaderos, ubicar en la zona una parada del bus-, que permitirán a los vecinos tomar constancia de la importancia de la reivindicación de manera unitaria, y teniendo para ello como impagable cabeza a esta mujer luchadora, a la que poco a poco irán considerando una líder, planteándole la posibilidad de entrar en la vida política. La llegada de unas inundaciones -algo por otra parte habitual todos los años en la zona-, motivará a los vecinos la intención de asaltar unas viviendas de nueva construcción que se encuentran aún sin entregar, donde se ubicarán hasta que las aguas remitan y puedan retornar a sus hogares. El inesperado hecho provocará la alarma de los responsables de las construcciones, intentando el responsable de la obra –Calisto Garrone (Armando Migliari)-, que Angelina pueda acceder a uno de sus sobornos y, con ello, convencer a esos humildes vecinos que confían en ella. Pero junto a esos deseos del constructor se unirá la progresiva atracción que su hijo Filippo (encarnado por un jovencísimo Franco Zeffirelli), mostrará hasta la hija mayor de los Bianchi. Todo parecerá ir a pedir de boca, hasta que nuestra protagonista se muestre asqueada al descubrir el juego sucio del constructor, retornando indignada a su hogar sin saber que este ha dado la orden para que la policía acordone las nuevas viviendas, impidiendo que a las mismas puedan retornar los vecinos afectados. Ello permitirá que esa mujer que poco tiempo antes había sido entronizada como supuesta alcaldesa de los pobres, sea repudiada por estos, llegando incluso a ser encarcelada.

Como se puede comprobar, la propuesta argumental de L’ONOREVOLE ANGELINA –en cuyo guión se encuentra el propio realizador, la experta e inolvidable Suso Cecchi D’Amico, e incluso la propia Magnanni-, ofrece una mirada de tremenda efectividad en torno al estado que en las clases obreras urbanas se mantenía poco tiempo después de la liberación del fascismo y la llegada de la democracia cristiana. En ese terreno concreto, el cine de Zampa se caracterizó en sus mejores momentos por su implicación activa en torno a los manejos y la influencia de la política en la sociedad italiana, y en esta ocasión ello se manifiesta en detalles curiosos, como las pintadas a favor del partido comunista italiano que se contemplan en varios de sus pasajes iniciales, y que poco a poco irán variando por aquellos que reclaman que la protagonista se introduzca en la vida política. Ya antes, diversos representantes de tendencias ideológicas opuestas, tentarán a Angelina mientras esta se dedica a sus labores como modista, en una secuencia dotada de un notable sentido irónico. Sin embargo, en este elemento concreto, lo cierto es que el film de Zampa mostrará su faceta más cruel en dos episodios ubicados casi de forma consecutiva. Me refiero en primer lugar a la asistencia de Angelina y su hija a la vivienda de Garrone con la intención de lograr unas mejoras en las casas de sus vecinos, y en donde muy pronto observará que allí no supone más que un elemento discordante, estallando en furia cuando compruebe las auténticas intenciones de este, al intentar sobornarla con un millón de libras. Poco después, a su retorno a esa vecindad que unas horas antes la aclamaba, podrá sentir en carne propia el repudio de los que poco antes la idolatraban, sintiendo por un lado la humillación de haber sido engañada, y de otro la ausencia verdadera de solidaridad de unos vecinos egoístas, que no desean ni atender las explicaciones de esta.

Esa capacidad para mostrar la fragilidad que se establece en una colectividad a la hora de valorar una acción sincera de uno de sus representantes, en la incapacidad para reconocer los errores ajenos, en el egoísmo consustancial marcado entre ellos, que es aún más relevante que el demostrado por los representantes de las clases acomodadas romanas, se encuentra la verdadera enjundia de una película que además sabe expresar ese contenido directo, esa importancia creciente en la política de una democracia de incipiente práctica –la alusión de la protagonista a la afección que su esposo mantuvo con las consignas del régimen fascista en lo relativo a sus recomendaciones de natalidad, que les llevó a constituirse en familia numerosa-, irá unida a esa clara sensación de inmediatez que muestran esas imágenes documentales tomadas de una inundación urbana, que se incorporan a la vivida por los vecinos, y que con su presencian modifican el tono de una película que sabe oscilar de lo entrañable a lo dramático casi de una secuencia a otra –esas secuencias de montaje en las que se muestran los pies de las vecinas caminando ligeras para exigir mejoras en sus casi inexistentes servicios, la incorporación de titulares de prensa-. Unamos a ello la fuerza irresistible que imprime la Magnanni para expresar con su rostro y su cuerpo los sentimientos que le rodean y casi le sobrepasan en cada situación. Desde esa extraña sensación combinada de felicidad e incomodidad que siente cuando es agasajada por todos los vecinos cuando se va a dirigir a la mansión de Garrone, a los primeros planos en los que, traspasada de dolor y desengaño, contempla la trampa que le ha tendido este y el agresivo rechazo que esos mismos vecinos le ofrecen.

Son esos los elementos que mayor fuerza ofrecen en una película a la que, quizá, solo la presencia de una conclusión acomodaticia –en la que uno no puede dejar de detectar ciertos ecos del que ofrecía la lejana METROPOLIS (Metrópolis, 1927. Fritz Lang); la fusión del capital con el obrero mediante el amor que profesan los hijos de los representantes de ambos-, impide que nos encontremos ante un logro absoluto. Sin embargo, la propia narrativa de Zampa deja en el aire la posibilidad de que todo lo contemplado no sea más que el fruto de una fábula o un sueño, y para ello no hay que atender más que al largo plano de grúa de derecha a izquierda que nos muestra a la familia Bianchi durmiendo en su humilde morada, mientras que la misma concluirá de manera totalmente inversa. Es una manera de permitirnos apreciar que el lenguaje cinematográfico podía subvertir lo que de condescendiente, resignado o permisible emergía de su guión, en una película notable y con más miga en su trazado argumental y narrativo, que lo que sus aspectos más débiles podían dejar entrever.

Calificación: 3

 

PROCESSO ALLA CITTÀ (1952, Luigi Zampa) Proceso a la ciudad

PROCESSO ALLA CITTÀ (1952, Luigi Zampa) Proceso  a la ciudad

Al margen del considerable caudal de sugerencias y virtudes intrínsecamente cinematográficas que atesora su propuesta, la contemplación de PROCESSO ALLA CITTÀ (Proceso a la ciudad, 1952. Luigi Zampa) ofrece al espectador una extraña sensación. La de describir una serie de sucesos y situaciones enmarcadas en un pasado más o menos lejano –el Nápoles de inicios del siglo XX-, pero admitir con auténtico estupor que parece que nos encontremos ante hechos de pertinente actualidad. El estallido en nuestro país, incluso en un contexto democrático, de escándalos bien conocidos por todos, son referencias demasiado cercanas en la memoria de los españoles. Unos ecos estos que imposibilitan no admitir esa cercanía en la capacidad que una sociedad tiene para imbuirse y traspasar los peligrosos límites que marca la Justicia, discurriendo de manera comprometida por terrenos cenagosos en lo ético pero cómodos en lo material, en los que queda abierto traspasar la frontera de la práctica de la corrupción, bajo diferentes vertientes.

 

El film de Zampa –que sin duda podemos considerar como una de sus obras mayores-, se centra en la incorporación del respetado Juez Spicacci (notable Amadeo Nazzari), al asumir la investigación del respetado matrimonio Ruotolo. Una pareja destacada por sus obras de caridad, cuyo violento asesinato –él aparece junto al mar y es encontrado por dos pequeños, ofreciendo por otro lado un inicio de película impactante-, mientras que su esposa será descubierta cadáver por parte de agentes de la policía y vecinos. El doble crimen y la ausencia de pruebas incriminatorias a probables sospechosos, provocarán la responsabilidad del caso a nivel judicial por parte de Spicacci, al cual ayudará en sus pesquisas el subcomisario Perrone (el siempre magnífico Paolo Stoppa). Ya en el primer encuentro de ambos, una situación por completo casual –la petición del joven Luigi Espósito (Franco Interlenghi) de los permisos para poder viajar con su joven esposa a Sudamérica, evitando con ello poder volver a incurrir en actividades delictivas-, supondrá el primer indicio que el jurista y el comisario acogerán para ir iniciando las pesquisas que permitan aclarar las causas del doble crimen y determinar y posteriormente detener a sus autores. Poco a poco, este indicio irá abriendo un casi sobrecogedor recorrido, en el que se situarán no solo gentes de baja catadura –prostitutas, delincuentes...- sino a su alrededor se irán incorporando algunas de las más distinguidas personalidades napolitanas del momento. Todo ello configurará un monumental mosaico social, un conjunto de demoledoras proporciones contra el que tendrá que luchar, casi en solitario, el aguerrido Spicacci, pese a encontrarse en apariencia con el amparo de las leyes y la ayuda puntual de las fuerzas policiales.

 

Pero lo admirable del film de Zampa, estriba en la plena forma cinematográfica con la que el realizador acomete el magnífico guión que elaboraron de manera conjunta personalidades como Suso Cecchi d’Amigo, el propio realizador e incluso Francesco Rosi como coautor de su historia original. Lejos de suponer un reto para el cineasta italiano, resulta indudableque acometió la puesta en marcha de la película con un alto grado de implicación personal e inspiración narrativa. Para ello, destacaremos en primer lugar el espléndido y dinámico juego de cámara, que sabe extraer al máximo potencial de la articulación dramática de la función. A partir de una serie de resquicios aparecidos casi de manera casual –la presencia del joven liberado Espósito cuando el juez y el subcomisario están juntos- y manteniendo una línea narrativa, PROCESSO... va siguiendo un sendero bastante similar a las fronteras del cine noir, aunando esta tendencia con el sesgo neorrealista tardío aún vigente en el cine italiano de aquel momento. Es más, la elección temporal de la historia –que intuyo se desarrolló en un tiempo pretérito para evitar presiones que impidieran la distribución normalizada de la película- en modo alguno impide que la misma adquiera en todo momento esa sensación de inmediatez que, admirablemente, mantiene casi seis décadas después de su rodaje. Unido a ese magnífico juego de cámara, Zanpa logra incorporar al relato episodios casi insólitos, como esa sorprendente recreación de la cena que precedió al asesinato del matrimonio Ruotolo, en la que solo la perseverancia del juez logra en el último momento extraer suficientes indicios razonables, en la que se insertará el único flash-back de la película –de breve duración-, y en donde incluso el canto de una simple canción se transformará de forma repentina en una auténtico aviso de muerte.

 

Pero más allá de sus hallazgos formales –los espectrales planos general nocturnos en picado sobre las calles del viejo Nápoles, mostrándonos la huída a ninguna parte del citado Espósito y su joven esposa Ninziata (Irène Galter) mientras suena la amenazadora canción napolitana-, de la poderosa caracterización de la tipología coral que se extiende en su metraje –atención a la ambivalencia que caracteriza al dueño de la casa de empeños, la forma con la que se muestra el lado oscuro del matrimonio asesinado, hasta entonces considerado por la colectividad como ejemplar-, de la lógica de sus acciones, o de la extensión social que muestra de la corrupción colectiva, unida a la ritualidad mantenida por la Camorra napolitana, lo cierto es que PROCESSO ALLA CITTÀ destaca por su visión demoledora de la condición humana. Un contexto social en el que la corrupción –mostrada en divergente grado de intensidad-, se extiende como una auténtica metástasis. Una maraña opresiva en donde un indicio lleva a otro, hasta extenderse como una sucia mancha de intereses de inciertos y sombríos perfiles. Todo ello hasta llegar al punto de que la propia esposa de Spicacci reniegue de la competencia de su esposo, que este mismo llegue a dudar de la propia operatividad de su ingente tarea, e incluso que la atormentada Ninziata comente con dolorosa lucidez a su joven esposo “No hay justicia para nosotros”. En admirable consonancia con la casi irrespirable atmósfera que muestra su metraje, el film de Zampa culmina con un episodio doloroso de imposible búsqueda de libertad por parte del infeliz Expósito, huyendo de forma infructuosa entre las vías del tren, pero cuya injusta muerte servirá para empujar al hastiado representante de la justicia a acometer ese proceso que, en realidad, engloba a la colectividad de una ciudad. Una aventura casi inabarcable, que proporciona al relato una dimensión épica quizá utópica, pero en cualquier caso sirve colofón a una película no solo excelente, sino en última instancia necesaria, reveladora de las inquietudes de Luigi Zampa, que en los momentos más inspirados de su obra se reveló como un cineasta del máximo nivel, aunando inquietudes políticas y sociales, con unas plenas formas visuales.

 

Calificación: 4

VIVERE IN PACE (1947, Luigi Zampa) Vivir en paz

VIVERE IN PACE (1947, Luigi Zampa) Vivir en paz

No resulta demasiado arriesgado definir VIVERE IN PACE (Vivir en paz, 1947. Luigi Zampa), como una de las tragicomedias más logradas que jamás ha legado el cine italiano en su historia. Pocas veces el espectador ha tenido una sensación más clara de asistir a un relato absolutamente delicioso, en donde la riqueza de su alcance coral, la descripción de sus personajes y la ajustada puntura social, sirvan como fondo a una película en la que su natural inclinación por la comedia y su visión claramente positiva en torno a la convivencia humana, no deje de lado por un lado una mirada sarcástica revestida de tintes humanísticos, y de otra la presencia latente que –como en cualquier ámbito de nuestra existencia- ofrece la tragedia. Todo ello está tratado con tal delicadeza, son tan agudos sus apuntes, la galería humana está expuesta con tal grado de cercanía y credibilidad, que cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad, no puede más que dejarse llevar por una espiral que en su inicio se caracteriza por su alcance fabulesco –por más que una voz en off inicial nos indique que la historia narrada es real-, pero que poco a poco va anudando en su desarrollo un abierto tinte de comedia, pero siempre acompañado de apuntes y situaciones dominadas por la severidad, y sin olvidar en ningún momento la realidad que rodea el contexto de la historia.

 

Estamos situados en 1944, durante las postrimerías de la II Guerra Mundial, y ubicados en una pequeña aldea de Umbría en Italia. Allí todos sus habitantes conviven en paz, aunque entre ellos se encuentren desde un bondadoso oficial alemán, el representante del partido fascista, o incluso un miembro de la resistencia –que además es el médico de la localidad-. Entre ellos vive llevándose bien con todo el mundo Tigna (Aldo Fabrizi), dueño de una pequeña granja asentada en las afueras de la población, que sobrelleva junto a su familia. La normalidad cotidiana de la vida de todos ellos quedará alterada cuando sus dos jóvenes hijos localicen –en la búsqueda de un cochinillo que se había escapado- a dos voluntarios norteamericanos, uno de los cuales se encuentra herido de gravedad. Uno de ellos es un joven periodista –Ronal (Gar Moore)- mientras que el herido es un combatiente negro. Los dos muchachos decidirán ayudar a los combatientes, pese a ser conscientes del bando dictado por la autoridad fascista que prohibe bajo pena de muerte cualquier tipo de colaboración con los aliados. Los dos chavales –un pequeño y una chica ya adentrada en la adolescencia-, trasladarán a los combatientes al granero de su granja, encendiendo con ello una auténtica espiral de situaciones, que pasarán por implicar no solo al conjunto de la familia de Tigna en la nueva situación, sino incluso a adelantar de manera inesperada y delirante la conclusión de la contienda en el conjunto de la olvidada población.

 

Partiendo de un extraordinario libreto, obra del propio realizador, la experta Suso Cecchi d’Amico, Piero Tellini e incluso el protagonista Aldo Fabrizi, VIVERE IN PACE se erige, en voz callada, con tanta naturalidad y optimismo e incorporando una latente visión acre de la existencia, como un auténtico alegato en pro de la convivencia humana. De manera mesurada, tomando su tiempo en la descripción de la tipología de sus personajes, mostrando la cotidianeidad de su vida diaria, poco a poco irá introduciendo el elemento que alterará la misma, adelantando en cierto modo los posteriores planteamientos que en Inglaterra aplicaría la aportación de los estudios Ealing, o incluso en España las primeras comedias de Luis García Berlanga. Con todos ellos comparte esa coralidad pacífica y costumbrista, alterada por un elemento que rompe la misma, y a partir de la cual sus personajes asumirán una nueva realidad, revelando el lado más auténtico de su personalidad. Es así como, dotando a su metraje de una ejemplar modulación en su progresión narrativa, el espectador no puede más que acoger con verdadero cariño –y una constante ironía que en no pocas ocasiones me llevó a generosas carcajadas- la galería humana desplegada, toda ella recreada por intérpretes en auténtico estado de gracia, que nos trasladan su miseria y humanidad de una manera pasmosa. En efecto, si bien el film de Zampa permite el extraordinario lucimiento de uno de los mejores trabajos de Aldo Fabrizi –apenas salido del rodaje de la emblemática ROMA, CITTÀ APERTA (Roma, ciudad abierta, 1945. Roberto Rossellini)-, no cabe duda que el marco coral desplegado en la película resulta por completo memorable. Todos ellos son personajes descritos de manera admirable, pero me resulta imposible dejar de destacar a la eternamente quejica esposa del protagonista –Corinna (memorable Ave Ninchi)-, siempre temerosa de cualquier incidencia, con su constante resabio hacia el soldado negro, y caracterizada por ese flequillo que toma casi vida propia-, o incluso al párroco –Gino Cavalieri-, astuto a la hora de formular cualquier observación o decisión, pero que finalmente revelará su compromiso con sus parroquianos. Más allá de esas debilidades particulares, lo cierto es que VIVERE IN PACE revela un alcance humanístico, una sensación de verdad e incluso de apuesta por el lado positivo de la condición humana. Y lo hará con constante toques de humor, unos diálogos siempre agudos, una espontaneidad a toda prueba, y esa constante sensación de asistir a un relato lleno de viveza, en el que Zampa revela en no pocas ocasiones su madurez como narrador –la manera con la que encuadra la llegada del oficial alemán, poniendo de espaldas en primer plano a Tigra, absolutamente responsable en su compromiso y decisión-, pero lo cierto es que la película –que en el momento de su estreno recibió una cálida y merecida acogida en USA- logra una escalada cómica de progresión creciente. Entre dichos episodios, no se puede dejar de destacar aquel en el que se intenta “exorcizar” el granero donde se encuentran ocultos los voluntarios, el largo e increíblemente divertido fragmento de la llegada del oficial alemán a la vivienda de Tigra, mientras el soldado negro se encuentra encerrado en la bodega o, finalmente, el demoledor apartado en el que, a partir de unos equívocos de partida, la población celebrará de manera anticipada la conclusión de la II Guerra Mundial. Una auténtica carrera hasta el absurdo, plasmada de manera férrea en su construcción, y que habría que incluir por derecho como uno de los episodios más memorables del conjunto.

 

Pero en todo momento, incluso ante la presencia de las situaciones más cómicas, la cámara de Zampa no duda en insertar el contrapunto dramático, logrando con ello tanto una mayor efectividad humorística, como teniendo siempre presente esa mirada dramática que, entre líneas, se enseñorea de la función. Es algo que manifiesta el tenso momento del encuentro entre el oficial alemán con el soldado negro –que ha roto la puerta que le mantiene encerrado-, o la huída de los vecinos de la aldea tras una noche de locura y alegría desenfrenada. Y es precisamente en esos minutos finales, cuando VIVERE IN PACE eleva su tono dramático –sin olvidar nunca su equilibrado componente humorístico-, describiendo la huída de los alemanes dentro de un contexto de retirada que, de forma paradójica plantearán en la película su alcance más trágico –cuyos destinatarios serán precisamente ese bondadoso oficial alemán que pretendía huir de su condición como tal y vivir una vida como vecino pacífico, y el entrañable Tigra-. Pero más allá de esta puntual y dolorosa inflexión, encuentro en esos instantes finales un alcance de irrefrenable y dolorosa nostalgia al comprobar como esa confluencia de seres que se han conocido en una situación anómala, van a retornar en la cotidianeidad de sus vidas –y es algo que Zampa plasma admirablemente con la despedida y alejamiento de los dos agradecidos soldados-. Es algo que manifiesta la irremisible ocasión perdida para la hija de Tigra, al ver alejar ya para siempre a ese joven voluntario y periodista, con quien en su interior había establecido una relación platónica. Emotiva conclusión para un film espléndido, que demuestra el talento que ya en sus primeros pasos como director, demostraba alcanzar el generalmente olvidado Luigi Zampa. Unas cualidades basadas en su capacidad de observación de los recovecos de la sociedad y personalidad de su país, y que se extendió en propuestas francamente valiosas. En cualquier caso, nos encontramos con un título de imprescindible referencia, a la hora de complementar los modos con los que el cine italiano asumió su liberación, tan valiosos como los más puramente dramáticos y, probablemente, más auténticos.

 

Calificación: 4

IL MAGISTRATO (1959, Luigi Zampa) El magistrado

IL MAGISTRATO (1959, Luigi Zampa) El magistrado

No cabe duda que la figura de Luigi Zampa (1905 – 1991), esconde una de las personalidades cinematográficas más atractivas y al mismo tiempo menos valoradas dentro del mejor cine italiano –el desarrollado entre las décadas de los cincuenta y sesenta-. Integrado dentro del contexto de un cine popular siempre unido a su afán crítico en torno a la sociedad italiana surgida a partir del fín de la II Guerra Mundial, lo peor que le sucede al cine de Zampa –como al de tantos otros exponentes de su época, entroncados dentro de una producción dirigida al gran público, generalmente ligada al cine de géneros, es que sus películas no son nada accesibles para el aficionado previsiblemente interesado. Se trata de una limitación que vengo sintiendo en carne propia, ya que hasta el momento solo he podido contemplar dos de sus títulos –los estupendos L’ARTE DI ARRANGIARSI (1954) y la posterior GLI ANNI RUGENTI (1962)-. Ambos ofrecen bajo sus aparentes tintes humorísticos, una mirada crítica y analítica de una sociedad que conocía muy de cerca, un cierto alcance fatalista combinado con un matiz irónico muy cercano a la comedia italiana, y un agudo y siempre penetrante apunte de tintes políticos. Puede decirse que son todos ellos elementos que definen –por lo menos a partir del exiguo porcentaje de su obra que he tenido oportunidad de contemplar-, las constantes temáticas y visuales de un director que además, sabía trasladar todas estas constantes en unas puestas en escena de notable rigor.

 

A este respecto, puede decirse que IL MAGISTRATO (El magistrado, 1959), se excluye parcialmente de dichas características, especialmente de ese elemento de integración con la sociedad italiana, que tomaba como marco de sus historias. Y es que en esta ocasión nos encontramos ante una coproducción hispano italiana, que de entrada se caracteriza por un extraño rasgo de abstracción en su relato central, ya que sus personajes residen en una localidad urbana indeterminada… que por momentos parece española –incluso en una secuencia se encuadra como fondo el edificio de comunicaciones de Madrid; en otras aparece el mar- y en otros detectamos referencias más o menos en segundo término, que permiten pensar que nos encontramos en territorio italiano. En cualquier caso, ese forzado grado de abstracción no puede decirse que beneficie y proporcione la debida coherencia a la historia narrada. Un relato este –elaborado por el propio Zampa, unido a Pasquale Festa Campanille y Massimo Franciosa, dominado por el espectro del fracaso personal en el contexto de una sociedad en la que parece solo contar el triunfo y los comportamientos de las clases más elevadas –algo que, por otra parte, aparece corregido y aumentado, en los tiempos que vivimos-.

 

Las primeras imágenes del film de Zampa, muestran la llegada del juez Andrea Morandi (José Suárez) al despacho del presidente de los juzgados para entregarle su dimisión irrevocable. Como quiera que el mandatario no acepta que este lleve a cabo su deseo, se interesa por saber que motivos le han llevado a tomar tal decisión, cuando hasta entonces su carrera judicial estaba definida por su gran vocación. Será el instante que introducirá en la película un largo relato en flash-back, comentando en off su acercamiento a la familia Bonelli. Un contexto representativo de clase media que ha logrado mantener un precario progreso en su seno, y cuyas relativas dificultades cotidianas le llevan a tener que admitir un huésped en su casa. IL MAGISTRATO logra recrear con cierta agudeza esas sensaciones contrapuestas que se establecen en un marco familiar sostenido con sentimientos artificiales, en donde convive una esposa autoritaria –Ana Mariscal-, con un esposo bondadoso y de débil carácter –Luigi (François Périer)- que responde al vivo retrato del fracasado. Dentro de dicha oposición de caracteres, se establece el conflicto de un marco de relaciones en el que el juez protagonista –ayudado en este sentido por las reflexiones en off que puntean el relato-, vive y de algún modo reflexiona ante las experiencias sentidas, entre las que en un momento se estableció una muy efímera atracción sentimental hacia la hija adolescente del matrimonio Bonelli –Carla (Jacqueline Sassard)-. Todo ello en un ambiente cerrado donde se encuentra bien presente la incidencia de un homicidio involuntario en un contexto de clase trabajadora, intentado con ello un retrato coral en el que conviven el provincianismo, la hipocresía, la facilidad del delito y un cierto alcance fatalista. La confluencia de esta tensa situación psicológica alcanza en la película su máxima expresión en la resolución del drama de una familia que, pese a todos los esfuerzos de sus componentes por intentar buscar la cuadratura del círculo en su propia existencia como tal, en realidad no pueden albergar la más mínima esperanza. Una resolución, terrible, que es mostrada por Zampa con una gran sobriedad y fuerza expresiva.

 

A tenor de lo comentado, nadie puede dudar que Zampa se enfrenta con temáticas que llegan a abordar un matiz crítico, que por otra parte nos acerca en sus características a ese tipo de melodrama de denuncia que de manera muy personal practicara Antonioni en Italia, y en España fue trasladado por Juan Antonio Bardem –y a este respecto, la presencia en el reparto de Luís Suárez creo que no obedece a la casualidad-. Sin embargo, y aún considerando que se trata de un título de cierto interés, e incluso contando en su conjunto con fragmentos magníficos, no puedo considerarlo dentro a la altura que las pocas películas de la filmografía de su director que he podido contemplar hasta la fecha ¿Qué sucede para esta relativa insatisfacción? Serían varias las razones, pero una de ellas es el grado de forzada abstracción que la propia consideración de la película –su carácter de coproducción-, que incluso en no pocos momentos resulta equívoca en la precedencia de su localización geográfica, y que impide profundizar en el contexto sociológico de sus personajes, permitiendo con ello invalidar en parte el carácter de denuncia siempre planteado en el cine de su director, para el cual era necesario mantener un marco concreto que incluso podía subvertir con aportes satíricos. En su defecto, en esta ocasión nos encontramos con un relato en el que los servilismos de la mencionada coproducción, influyen bastante negativamente en su resultado. Y lo hace manteniendo la presencia de actrices de tan corto talento como la Sassard, pero también en líneas generales conformando en su reparto una extraña conjunción de intérpretes que no logran convencer como tal conjunto, por más el retrato que Francois Pèrier adquiera un convincente aura de patetismo

 

En cualquier caso, es cierto que en el film de Zampa podemos encontrar muy buenos momentos puramente cinematográficos, en los que además encontraremos una notable capacidad de análisis y denuncia de carácter sociológico. Dentro de dichos parámetros, cabría citar la secuencia de la fiesta organizada por los padres de Pierino Lucchi (Jeronimo Meynier), en donde con una breve conversación con el padre de Carla definirán de modo claro las intenciones de la clase burguesía de una ciudad de provincias. En la charla, la madre no duda en señalar el hecho del casi obligatorio compromiso que los hijos de las clases altas vayan forjándose entre ellos mismos. Pero no convendría olvidar ese instante decisivo que supone la advertencia por parte del juez, del riesgo que por su parte correría afianzar su atracción por Carla –un momento en el que la pertinencia de la voz en off es indudable- y, por encima de todo, esos minutos finales que proporcionan al relato su vertiente fatalista y esperanzadora al mismo tiempo. Será con la recuperación del tiempo presente, cuando la inicialmente arbitraria decisión de dimisión del letrado, quedará expuesta en toda su lógica y dramatismo. Todo ello, expuesto en una secuencia en la que la aparente imposibilidad de considerar un entorno de justicia para una condición y existencia humana carente de ella, irá aparejada finalmente a una apuesta a la esperanza, centrada en esa lucha incesante que, en ocasiones, permite hacernos asumir a los mortales la creencia de poder aspirar a un mundo mejor y más justo.

 

Calificación: 2’5

GLI ANNI RUGIENTI (1962, Luigi Zampa) [Los años rugientes]

GLI ANNI RUGIENTI (1962, Luigi Zampa) [Los años rugientes]

Posiblemente pocas cinematografías como la italiana han sabido realizar una mirada tan demoledora de los propios vicios de su carácter como la italiana –algo que permitió a la España franquista una base inmejorable para la aparición de esa comedia de finales de los años cincuenta e inicio de los sesenta-. Una galería de personajes arrivistas, aprovechados, caraduras, embaucadores y pese a todo entrañables y llenos de humanidad, encarnados por cómicos del talento de Alberto Sordi, Mastroianni, Tognazzi, Toto y tantos otros. Actores que tuvieron a su servicio las bases de toda una pléyade de talentosos guionistas, técnicos y que se sometieron al dictador de realizadores tan brillantes como Mario Monicelli u otros quizá de menor entidad pero que en aquel marco desarrollaron lo mejor de su profesionalidad. Es ahí donde deberíamos citar nombres como Luigi Comencini, el Dino Risi de su mejor momento y antes de su discutible entronización, Antonio Pietrangeli o el hoy poco conocido Luigi Zampa.

He visto hasta el momento pocas de sus películas pero recuerdo la sorpresa que para mí supuso L’ARTE DI ARRANGIARSI (1955), en la que se destilaba la mirada hacia un clásico italiano medio para establecer un análisis –bajo los ropajes de la comedia- de esa galería de caraduras italianos que no han dudado en un momento de “cambiar de chaqueta” para intentar lograr una estabilidad personal aún a costa de chafar a quien tuvieran alrededor.

Buena parte de aquella habilidad para la comedia –tamizada en este caso por algunos insuperables toques tragicómicos-, se dan cita de nuevo en este GLI ANNI RUGGIENTI (1962) –no estrenada en su momento en España, como sucedió con otras tantas muestras de la commedia all’italiana, quizá por las semejanzas que podía ofrecer su desarrollo con el pasado reciente español y en este caso concreto por las referencias directas que ofrece sobre los voluntarios fascistas en la guerra civil que finalizó con el triunfo del bando franquista en nuestro país-. En este caso y de forma por momentos admirable la película centra su interés en el equívoco que se plantea entre las “fuerzas vivas” de una pequeña localidad de la Italia de 1937, ante las noticias que tienen de la llegada de un inspector proveniente de las jerarquías fascistas para revisar el funcionamiento de la misma. La situación de partida pone nerviosos a todos sus representantes y estos confundirán a este inspector con un atildado empleado de una compañía de seguros –Omero Battifiori (Nino Manfredi)- con el mencionado y misterioso inspector.

Es evidente que el punto de partida es envidiable, pero más sólido es su desarrollo. Por encima de ciertas caídas de ritmo y algunas situaciones un tanto previsibles o formulistas –por ejemplo, la partida final de Battifiori coincide con la llegada final del verdadero inspector-, GLI ANNI RUGGIENTI es una estupenda comedia en la que Zampa se atreve con la autocrítica de un pasado aún bastante cercano –la película está fechada en 1962- y de alguna manera vergonzante para un país que convivió con el fascismo con bastante connivencia. Y comenzando con algunas imágenes documentales que incluso presentan la imagen de Mussolini, muy pronto se nos muestran las miserias de ese grupo de representantes de la población que en realidad esconden unos en su lucha con otros su mediocridad, mezquindad y único y simple afán de enriquecerse a costa de la población. Tanto el alcalde de la población –don Salvatore (Gino Cervi)- como el jefe político, el director del hospital y toda una pléyade de personajes son mostrados sin piedad en su ruindad, pero al mismo tiempo de forma divertidísima y sin olvidar en todo momento el apunte realista y de índole crítico sobre las lacras de una época. Y dentro de ese primer capítulo hay situaciones muy divertidas y que denotan verdadera inventiva cinematográfica, como esa secuencia de montaje en la que se entremezclan las conversaciones de los principales personajes criticándose unos a otros –algo más difícil de realizar de lo que pueda parecer-; el imparable peregrinaje de esos urinarios que recorren toda la población antes de ser ubicados –y que tienen un cliente que los persigue para poder efectuar sus necesidades-; las incesantes obras que se efectúan en una población hasta entonces polvorienta provocadas por el miedo que les provoca el hipotético inspector; el impagable gag. del ganado que se traslada de granja a granja para que el alcalde haga parecer a Batifiori el cuidado de las granjas protegidas –hay un ganado con los cuernos desiguales, detalle que hace sospechar a este de la trampa-; la considerable retórica fascista que es utilizada en todos los lugares y situaciones que visita el agente de seguros –frases del Duce pintadas en plena calle, el entrenamiento de los “balillas” que permite a nuestro protagonista lucir sus habilidades gimnásticas, provocando la admiración de la maestra -la hija del alcalde- o, en su conjunto, todo el desarrollo de la concentración de homenaje al régimen que las autoridades tienen que incentivar prácticamente a golpe de detención, puesto que la población se encuentra al margen de esos fastos.

Toda una revolución en la pequeña población, en la que sus prebostes demuestran su torpeza y absoluta falta de escrúpulos, ya que llegan a zancadillear la labor de sus aparentes compañeros de nave –todos tienen algo que ocultar y presentan diversas variantes de corrupción-. Cierto es que no todo funciona con la misma precisión en GLI ANNI RUGGIENTI. Hay algunas situaciones que quizá oscilen entre lo previsible o quizá no muy adecuada dosificación. Es el caso del momento en el que se forma simbólica se opera en la antigua casa del alcalde, provocando en la febrilidad de la operación el desplome de la misma, o aquel tan descompensado en su plasmación y en el que un borracho Omero y revela su verdadera profesión.

En cualquier caso y más allá de su indudable valía como comedia, Luigi Zampa no desaprovecha la ocasión para mostrarnos los lados oscuros del fascismo en momentos como la visita inicial de Battifiori a un café que en realidad es un club de reunión de antifascistas. En apenas pocos planos se desarrolla una tensa situación con la llegada de los jerifaltes al mismo y el intento de expulsión de un profesor. De este mismo carácter pero mayor emotividad es la visita que el agente de seguros –acompañado por el médico de la población (estupendo Salvo Randone)- gira al barrio más pobre de la misma. Allí podrá comprobar la miseria, incultura y al mismo tiempo la resistencia que se establece entre algunos de sus moradores. Una secuencia que posibilitará el momento más emotivo del film –un anciano le entrega a Omero una carta para que se la haga llegar al Duce-; que no es otro que el plano final, descrito en un largo travelling de retroceso mientras el agente de seguros se encuentra en el vagón del tren de regreso a Roma, y donde lee las líneas que el anciano ha escrito de forma ingenua pero convencida.

Una hermosa conclusión para este muy interesante GLI ANNI RUGGIENTI, que me induce a intentar contemplar otros títulos del hoy olvidado Luigi Zampa. Espero que el paso del tiempo y los azares de las programaciones televisivas posibiliten cumplir este deseo.

Calificación: 3