CHRISTMAS IN JULY (1940, Preston Sturges) Navidades en julio
Suele señalarse que fue Orson Welles quien dinamitó las convenciones de Hollywood, a partir de su mítico debut en 1942 con CITIZEN KANE (Ciudadano Kane). Sin embargo, no faltan las voces que señalan -y en ello estoy bastante de acuerdo- que realmente quienes dinamitaron dicho contexto fueron, por un lado, las producciones de Val Lewton, especialmente las dirigidas por Jacques Tourneur, sin olvidar las valiosas aportaciones de Mark Robson y, en menor medida, Robert Wise. Por otro, y siguiendo la estela de Welles, en 1940, se producía el debut de Preston Sturges con dos comedias de diferentes características, y alcanzando con la que supuso su debut -THE GREAT McGUINTY- el Oscar el mejor guion. Caracterizado por ser él mismo artífice de sus propias historias, es probable que el aparente convencionalismo de CHRISTMAS IN JULY (Navidades en julio, 1940) le relegara a un segundo término, ante la virulenta sátira que supuso su debut como cineasta. Sin embargo, el tiempo no solo no ha afectado las costuras del cine de Sturges, sino que la intrincada complejidad de sus propuestas aparece hoy día, a más de ocho décadas de su realización, con insospechada modernidad. Está claro que nos encontramos con un auténtico cohete que, en algunos momentos, fue más allá de los más distinguidos colegas de género -McCarey, Leisen, al que proporcionó libretos, y al que tan injustamente menospreció-. La capacidad en sus argumentos de conectar con las diferentes corrientes que el género había legado hasta entonces, de alternar drama, melodrama, comedia, e incluso ‘slapstick` de una manera extraordinariamente armoniosa, sin rupturas, fue fruto de una densa articulación cinematográfica, que Preston Sturges puso al servido de la Paramount y que, pese a su breve producción en títulos, configuración de una de las cimas del género en toda su historia, al tiempo que dejaría el sendero abierto, para que posteriores figuras del mismo -pienso en un Frank Tashlin- siguieran su estela.
Todo ello, punto por punto, se cumple en la admirable y aparentemente sencilla CHRISTMAS IN JULY que, con una duración propia de una serie B, ofrece en realidad, una mirada dura y realista, sobre la relatividad de los comportamientos en la sociedad norteamericana urbana de aquel tiempo. Partiendo de un argumento que, con el paso de los años, sería tomado como referencia en conocidos títulos firmados por Jacques Becker o el tándem formado por nuestros Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, la película se inicia partiendo de dos marcos completamente opuestos. El primero de ellos, en realidad, el central del relato, nos muestra las reflexiones, en la nocturnidad de la terraza de un muy modesto edificio de apartamentos, que intercambian la joven pareja formada por Jimmy (Dick Powell) y Betty (Ellen Drew), dos jóvenes proletarios, en los que parece extenderse una especie de tácita sucesión del inolvidable matrimonio Sims de THE CROWD (… Y el mundo marcha, 1928. King Vidor). Voluntariosos y emprendedores, confían en una esperanza de futuro, aspecto en el que el primero, más escéptico, verá con desapego, mientras se muestra renuente a mostrar su cariño hacia su prometida. Por su parte, la acción se traslada a una emisión radiofónica, que está a punto de anunciar el importante premio de 25.000 dólares otorgado por el industrial del café dr. Maxford (Raymond Walburn). El fallo del jurado se irá postergando, para desespero del patrocinador, y las casi inabarcables excusas del locutor -encarnado por el impagable Franklin Pangborn- bajando el primero iracundo al salón donde se reúne el jurado, quien sigue deliberando el resultado con la oposición hercúlea del insolente Bildoker (William Demarest, liderando el elenco de secundarios del cineasta, que se extenderá al conjunto de su obra).
En medio de la expectación por la demora en el anuncio del fallo, unos compañeros de trabajo de Jimmy, escuchándole hablar con pasión sobre dicho concurso y su participación en él le gastarán una broma al falsear un telegrama que anuncia la concesión del galardón a su propuesta de eslogan -la música que rodeará el momento, y el plano subjetivo que nos muestra el telegrama temblando al leer Jimmy su contenido, es admirable-. La falsa noticia, modificará por completo el hasta entonces gris panorama existencial del joven, viendo que se le abren todas las puertas de futuro a nivel profesional, al tiempo que entrará hasta la empuñadura -junto a esa novia con la que se prometerá formalmente- en el ámbito del consumismo, que incluso compartirán con generosidad con sus modestos vecinos de barriada.
Preston Sturges orquesta, casi a ritmo de metralleta, una mirada que no deja de asumir referencias con el pasado del género. Es obvia la referencia al cine de Capra, al que a mi juicio supera, sobre todo por la mayor modulación que presenta en el ámbito sentimental. En su oposición, podríamos señalar que Sturges incorpora de manera puntual, esa manera relajada que Leo McCarey brindaba en su manera de combinar la comedia y el melodrama. Pero en el ajustado metraje de CHRISTMAS IN JULY no faltarán ecos del slapstick silente -la batalla campal que se vivirá en el exterior de la calle donde vive la pareja protagonista- al tiempo que no daremos de contemplar instantes y sugerencias, que tendrían una prolongación en el futuro de la comedia americana. Apunto dos de ellas. La primera, esa extraña poesía cotidiana que revestirá el ya señalado episodio inicial nocturno protagonizado en la terraza del edificio de apartamentos, que a mi modo de ver tendría una prolongación en la secuencia inicial -esta diurna- que describía la estupenda ARTISTS ANS MODELS (1955, Frank Tashlin). También, la breve visita a la joyería de los grandes almacenes, en la que no cuesta ver un ensayo de la muy posterior y célebre descrita en la maravillosa BREAKFAST AT TIFFANY’S (Desayuno con diamantes, 1961. Blake Edwards).
Con todo ello, uno de los grandes méritos del film de Sturges, es su asombrosa habilidad para oscilar en su tono -fundamentalmente en el contraste entre su mirada humanista, y su incorporación de elementos de comedia-. Será ello, quizá, una de las recetas esenciales de un cineasta, que utiliza con precisión la dirección de actores como palanca de especial alcance para la efectividad de su articulación cinematográfica. Será ello una receta infalible a la hora de complementar y dotar de humanidad, personajes que, de entrada, puedan resultar definidos en el esquematismo. Es algo que describe a la perfección la encantadora secuencia en las oficinas donde trabaja Jimmy, al observar su superior -Mr. Waterbury (extraordinario Harry Hayden)- el enorme despiste que el joven manifiesta en su tarea, llamándolo a su despacho, y teniendo ambos una breve charla, en la que surgirá una extraña complicidad en este. O en el cambio de actitud que manifestará el iracundo jefe de la empresa -J. B. Baxter (impagable Ernest Truer)- que cambiará de opinión al conocer la llegada de ese supuesto premio a Jimmy. Será precisamente este propio jefe, ante el cual Sturges brindará un cambio en su personalidad hipócrita e interesada -se ha dejado seducir por el talento publicitario del protagonista, pero al mismo tiempo consciente del tirón mediático de su premio- mostrándose desdeñoso cuando Jimmy le confiese la falsedad de su premio. Sin embargo, será un inesperado llamamiento de Betty, apelando al intrínseco talento de su novio, el que haga reflexionar a su superior, brindándole una oportunidad de futuro descrita en un intenso primer plano sobre el rostro de este. Y es que dentro de un conjunto tan armonioso como repleto de sugerencias, uno no deja de regocijarse ante esa mirada cáustica en torno a la condición humana. En esa capacidad descriptiva de los responsables de los grandes almacenes, dominados por su hipocresía y mercantilismo. En la visión compasiva que brinda de ese barrio obrero en el que la pareja protagonista aparecerá como inesperados ‘Papa Noel’ ante el vecindario, que es descrito siguiendo las corrientes realistas del cine de la Warner -recordemos como Sturges evocaría dicho marco, en la inmediatamente posterior SULLIVAN’S TRAVELS (Los viajes de Sullivan, 1941)- adelantándose en unos años a los postulados del Neorrealismo. En ese hermoso plano, en medio de la multitud, en el que una niña proletaria descubre que se le ha regalado una muñeca y la abraza amorosamente… En suma, dentro de una película repleta de contrastes, de riesgo argumental y cinematográfico. De un ritmo trepidante. De una ruptura con las convenciones -su rupturista conclusión- uno optaría por quedarse con una de las muestras de la sensibilidad del cineasta. Ese momento casi imperceptible, centrado en un primer plano emocionado de Betty (maravillosa Ellen Drew aquí), cuando su novio sale con el cheque de los 25.000 dólares siendo vistos casi con reverencia, por parte de las empleadas de la oficina de Maxford. Una seña definitoria en un cineasta valiente, rupturista y transgresor y, en último término, caracterizado por el cariño hacia sus personajes.
Calificación: 4