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CINEMA DE PERRA GORDA

THE GREAT MOMENT (1944, Preston Sturges)

THE GREAT MOMENT (1944, Preston Sturges)

Parece una curiosa paradoja el hecho de tener que referirnos a dos títulos que representan sendos reveses en la trayectoria de dos importantes directores debutantes en el cine USA de la década de los cuarenta: Orson Welles y Preston Sturges. Me estoy refiriendo a THE MAGNIFICENT AMBERSONS (El cuarto mandamiento, 1942) en el primero de ellos, y THE GREAT MOMENT (1944) en el conocido guionista-realizador especializado en la comedia. En ambos casos se trata de películas insólitas y renovadoras, narran hecho sucedidos en la pasado de Norteamérica, tuvieron enormes problemas con sus respectivos estudios –R. K. O. en el primero de ellos, Paramount en el de Sturges-, su acogida no fue precisamente cálida, y en ambos casos supusieron dolorosos reveses para sus directores. La semejanza viene acentuada en este caso, ya que resulta evidente viendo sus imágenes que THE GREAT MOMENT se rodó teniendo bastante presente el referente cinematográfico brindado por el enfant terrible que un año antes había firmado la renovadora CITIZEN KANE (1941). Sin embargo, el paso de los años es indudable que ha permitido reconsiderar la valía del segundo film de Welles –a quien algunos reconocidos comentaristas sitúan en sus cualidades por encima que el célebre ...KANE-. Es algo que sin duda no ha sucedido ni de lejos con el que sigue suponiendo el film maldito de la filmografía de un realizador tan codificado en su aportación a la comedia como Preston Sturges. Es indudable que en ello ha influido de forma decisiva la circunstancia de que en muchos países ni se ha tenido la oportunidad de contemplarlo. De hecho, en nuestro país solo tengo noticias de un lejanísimo pase en Televisión Española cuando a inicios de la década de los setenta se realizó el primer ciclo sobre su obra. Desde entonces –y van casi cuatro décadas de ello-, puede que la película no se pudiera ver en nuestro país, más que en la retrospectiva que sobre el realizador se proyectó en el Festival de San Sebastián de 2003.

Esa perenne desconocimiento y el hecho de ser una propuesta que se alejaba de la inclinación a la comedia que el director había logrado consolidar en su cine, unido al fracaso que la película adquirió –se rodó en 1942, pero no se estrenó hasta dos años después-, hacen hasta cierto comprensible que THE GREAT… quedara siempre como el exponente olvidado y ninguneado dentro de una aportación cinematográfica de primer orden. Curiosamente, el propio Sturges siempre se mostró muy satisfecho de su resultado, pese a discrepar de la gran cantidad de modificaciones de montaje que los directivos del estudio aplicaron al finalizar el rodaje. Pero aún asumiendo esa azarosa circunstancia, e incluso que de haberse respetado el proyecto original quizá nos hubiéramos encontrado con un resultado de mayor entidad, no es menos cierto que la película que comentamos resulta en su misma una propuesta sorprendente –una de las más extrañas del cine norteamericano de la década de los cuarenta-. Solo por eso, y por resultar además una propuesta que demuestra la suficiente coherencia dentro de la obra de su realizador, al tiempo que brinda nuevos terrenos –por desgracia casi inexplorados en su escasa filmografía posterior- para su cine, la película merecería un reconocimiento hasta ahora francamente vedado. Es más, dentro de las pocas referencias existentes –por ejemplo, el interesante libro que escribió James Ursini dentro de la mencionada retrospectiva en San Sebastián- estas se detienen antes en los elementos negativos que en su caudal de virtudes. No diré que lamento estar en desacuerdo, en la medida que personalmente considero que puede que se trate de una película desequilibrada y quizá irregular, pero al mismo tiempo deviene en una obra singular y apasionada, conteniendo en su metraje alguno de los instantes más memorables jamás filados por Sturges.

Combinando su propuesta dentro del ámbito del biopic con los tintes del género Americana, y mostrando en su seno las querencia del director por vericuetos argumentales marcados por el uso del flash-back, THE GREAT MOMENT plantea una biografía más o menos dramatizada del descubridor del éter, el dentista William Thomas Green Morton (encarnado con convicción por Joel McCrea). Siguiendo la estela de los títulos que durante años especializara a William Dieterle dentro del campo de la visualización de trayectorias de celebridades de la medicina, Sturges retomó la narración que le proporcionaba la novela de René Fülöp-Miller, brindando a través de la misma una mirada teñida de escepticismo en torno a las debilidades y grandezas de la condición humana. No era nuevo, por otra parte, que un moralista como Sturges se insertara en esta vertiente, faceta que ya planteó incluso en su vertiente de guionista, dando vida libretos en los que los vericuetos del poder y las relaciones humanas eran elementos de especial significación –y con ello pienso en títulos IF I WERE KING (Si yo fuera rey, 1938. Frank Lloyd) o, especialmente, el previo THE POWER AND THE GLORY (El poder y la gloria, 1933. William K. Howard), de la que se observan no pocas semejanzas en el título que nos ocupa.

La película se inicia –tras su extraña disposición en los títulos de crédito-, con una breve secuencia de irresistible alcance evocador. Un envejecido compra un galardón que se encuentra en venta en el escaparte de un anticuario. El comprador es Eben Frost (espléndido William Demarest, fiel secundario de Sturges), quien lo recupera para la ya envejecida Elizabeth (Betty Field), viuda del recientemente desaparecido Morton. Una lágrima de la emocionada viuda cae sobre el galardón, revelando lo que de importante tenía el objeto en la andadura vital de su desaparecido esposo. Un pequeño flash-back –ciertamente esquemático en su plasmación cinematográfica-, nos recordará algunos de los momentos finales de la frustrada odisea de Morton a la hora de ver reconocida la patente de su creación. Sin embargo, y aún reconociendo el relativo artificio de la inserción del mismo –en un lugar diferente al concebido inicialmente por Sturges-, no se puede negar que esa presencia refuerza la garra de sus momentos iniciales, logrando el interés del espectador en la narración, que poco después se insertará en un posterior y ya definitorio flash-back extendido al conjunto posterior del film. Será un largo episodio en el que se desgranarán las incidencias y penalidades que sufrirá la intención inicial de Morton, y que le permitirán poco a poco ir perfilando una fórmula que le brindará una progresiva intuición. Todo ello en el alcance de un descubrimiento que contribuiría un progreso en la profesión de los dentistas, al lograr amortiguar el dolor en los pacientes a la hora de realizar las extracciones. Será una crónica en la que destacará un tono cotidiano y en bastantes momentos ligado con la comedia, ofreciendo además la suficiente ambigüedad a la hora de describir la imagen de un extraño ser inquieto ante el progreso científico, que no duda en atender aquellos indicios que le puedan proporcionar otros colegas, si con ello le sirve alcanzar su objetivo. Sin embargo, la visión del personaje dista tanto de definir un arribista o, por el contrario, alguien revestido por la genialidad. En ese agradable término medio es donde se encuentra uno de los elementos de una película que por ese alcance marca una notable singularidad, distanciándose en este terreno del alcance de los biopics al uso de los que toma referencia, elogiables sin embargo en otros elementos cinematográficos.

La película descansa en una ajustada ambientación de época, resaltada en un especial cuidado en su magnífica fotografía en blanco y negro de Victor Milner, potenciando además esa cualidad en un uso de la profundidad de campo, claramente heredada del modelo wellesiano en las citadas ...KANE y ...AMBERSONS. Dominada por esa atractiva contextura visual, THE GREAT… alcanza su definitiva consolidación mediante la decidida apuesta de Sturges logrando ratificar que además de ser un brillantísimo e innovador guionista, nos encontrábamos con un realizador de primera fila, que lograba insuflar de fuerza y estilo a sus relatos. Es algo que en esta película podremos ratificar en momentos ya mencionados, o en otros como el escalofriante travelling de retroceso que nos mostrará el cortaplumas que Morton se ha clavado en su mano para probar en sí mismo el efecto del líquido adormecedor del dolor, o el deslumbrante y casi físico episodio de la operación que servirá en pleno centro hospitalario, para que el profesor Warren (un admirable, como siempre, Harry Carey) compruebe la valía del líquido aportado por nuestro protagonista. Una secuencia que deviene angustiosa para el espectador, dominada por un larguísimo plano sostenido cerrado en una panorámica y otro plano posterior que, a mi modo de ver, se erige quizá como el fragmento más memorable de la función. Si a ello añadimos el riesgo y la funcionalidad en la mezcla de elementos de comedia con la suave dosis de melodrama que domina el relato –ejemplificados a la perfección en la experiencia inicial de Morton con el éter puesto en práctica ante Frost, que le hace volverse cómicamente violento en su primera visita al despacho de este-, nos transmitirá el alcance de una propuesta insólita y llena de arrojo. Pero si tuviera que inclinarme por el rasgo finalmente más valioso del conjunto, no dudaría en destacar esa ligazón que el film de Sturges manifiesta con los ecos del melodrama silente. Esa pureza y ascendencia que lo emparenta con las muestras del género firmadas por Griffith en aquel lejano periodo, tiene su definitiva manifestación en diversos de los momentos ya señalados, en la irresistible fuerza –llegando incluso a conmover- de sus instantes finales, reforzados por esa inesperada apertura de puertas que brinda el deseo final del protagonista, en la inserción de rótulos remarcando las fechas definitivas en la trayectoria investigadora de Morton, o incluso en esos momentos en los que este investiga con un grueso manual las propiedades de los líquidos experimentados, insertándose en la pantalla los textos de las definiciones médicas.

Todas estas circunstancias contribuyen, y no poco, a conformar un conjunto de irresistible atractivo, y en el que cabe relativizar la ingerencia del estudio ante un film absolutamente inclasificable, que demuestra como en aquellos años cuarenta se experimentaba de manera decidida con las propiedades del cine –recordemos los primeros pasos como director de Fuller-. Cierto es que en algunos momentos se puede discutir la pertinencia de determinadas elecciones de montaje, pero no es menos cierto que en bastantes casos estas se vislumbran de gran pertinencia. Incluso la aparente sensación abrupta de la conclusión del metraje, deja en el espectador una sensación de desconcierto que personalmente considero permite que su recuerdo perdure en la memoria. Es así, como entre la visión del mundo y la condición humana que, entre líneas, marcó la apuesta de Sturges y la probada eficacia del equipo profesional de un estudio, que en esta ocasión decidió cuestionar en cierta medida la apuesta personal de un hombre que había llenado de dinero sus arcas en pocos años, discurre este THE GREAT MOMENT, la perla olvidada de la filmografía de un reconocido cineasta, que en modo alguno merece ser calificada con un injusto olvido. Cuantos cineastas de inmerecido prestigio desearían contar en su obra con un título como el que nos ocupa.

Calificación: 3’5

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