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CINEMA DE PERRA GORDA

NO ROOM FOR THE GROOM (1952, Douglas Sirk)

NO ROOM FOR THE GROOM (1952, Douglas Sirk)

Siempre he estado convencido de que, caso de no haber puestro en práctica su retirada dentro del cine norteamericano tras el estruendoso éxito logrado IMITATION OF LIFE (Imitación a la vida, 1959), Douglas Sirk hubiera dirigido total o parcialmente sus derroteros fílmicos como uno de los grandes especialistas de la comedia romántica, en un periodo en que dicho género alcanzaría un especial protagonismo de la mano de realizadores como Tashlin, Lewis, Wilder, McCarey, Minnelli, Quine o Edwards. Precisamente de este último hablaba muy elogiosamente Sirk en su libro de memorias –quizá debido a haberlo conocido en el periodo en que ambos se encontraban trabajando en la Universal-, y lo cierto es que en no pocas ocasiones se manifestó en el cine del cineasta alemán una innataza capacidad para la incorporación de sutiles elementos ligados a dicho género, que tendrían un oportuno marco de cultivo en la mencionada IMITATION… -los instantes iniciales del film, desarrollados en una abarrotada playa, pueden ser un perfecto ejemplo de dicho enunciado-. En la defensa de esta impresión personal cabe mencionar que en los primeros instantes de su andadura en la Universal, Sirk se responsabilizó de la realización de diversas comedias que, si bien no se encuentran entre lo más valioso de su obra, no se les puede negar ocasionales cualidades, al tiempo que se erigen como exponentes más o menos complementarios de una filmografía más destacada en su rotunda apuesta por un concepto arriesgado, crítico y abigarrado del melodrama cinematográfico.

 

Y es en esa vertiente secundaria y complementaria de su obra, donde cabe situar películas poco conocidas de su obra como la inmediatamente posterior HAS ANIBODY SEEN MY GAL? (1952) y el título que comentamos, NO ROOM FOR THE GROOM (1952) –ambas inéditas comercialmente en nuestro país-. A diferencia del primero de los títulos que comentamos, NO ROOM… se plantea en plena actualidad, describiéndose como una tragicomedia de tintes amables, centrada en la singladura existencial que define a un joven soldado norteamericano –Alvah Morell (Tony Curtis)-, quien contraerá matrimonio en Las Vegas en un breve permiso que disfruta dentro de su voluntariado como combatiente de la Guerra de Corea. Lo hará enamorado con Lee (Piper Laurie), la cual no se ha atrevido a decir a su posesiva madre su entrega hacia Alvah, dejando de lado el interés de su progenitora por que se case con el acaudalado Strople, dueño de la factoría cementera de la localidad. La inoportuna aparición de la varicela en el soldado impedirá que los recién nombrado esposos puedan consumar su matrimonio, regresando el joven soldado tras diez meses en la contienda, y encontrando que su casa se ha visto invadido por la casi incalculable presencia familiar de los Kingshead. Una embajada encabezada por la dominadora y castrante madre de Lee, empeñada en el deseo de que su hija –de la que sigue sin saber que se encuentra casada con Alvah- se una sentimentalmente con Strople. Esta será la situación que se encuentre el protagonista cuando regrese a su propiedad familiar con una semana de permiso, encontrando un clima de pesadilla al no poder ni siquiera mantener un momento de intimidad con su esposa –ya que su entorno desconoce que han contraído matrimonio-, viéndose invadido por una interminable pléyades de seres que invaden su domicilio particular hasta límites casi inverosímiles, y sintiéndose finalmente como un auténtico extraño no solo en su propia casa, sino en un contexto social en el que se manifiesta como un auténtico corpúsculo molesto, pese a representar en apariencia el prototipo del héroe norteamericano.

 

Es en esta vertiente donde probablemente el film de Sirk no alcance la debida virulencia. Quizá sea por su intrínseca condición de ser poco más que un producto de complemento, finalmente se tiene la sensación de que NO ROOM… deja escapar la posibilidad de brindar a través de sus imágenes una punzante mirada satírica de diversos de los elementos sobre los que, ya en aquel entonces, se sostenía la frágil mitología del American Middle Class. Desde la aterradora visión del matriarcado ofrecida, hasta la crítica ofrecida a la inclinación a la psiquiatría, es cierto que la película deja entrever en su desarrollo no pocas puyas críticas que, cierto es reconocerlo, no siempre alcanzan el debido grado de eficacia. Sea probablemente por ausencia de sutileza, de escasa definición de sus personajes, de simpleza en varios de sus planteamientos, o quizá por la acumulación indiscriminada de efectos, lo cierto es que nos encontramos con una película que deja un sabor de boca bastante agridulce, no solo por su combinación de elementos ligados a la comedia con otros de matiz melodramático, pero que jamás llega a profundizar en ninguno de ellos, legando un resultado tan estimable como escasamente aprovechado.

 

En el célebre libro de entrevistas realizado por Jon Halliday como recorrido a toda su obra, Douglas Sirk confesaba no tener recuerdo alguno de esta película, de la que solo aventuraba estar realizada simplemente como lanzamiento del joven Tony Curtis. En este sentido, y más allá del excesivo alcance autocrítico formulado por el realizador alemán –lo que dice bastante del rigor con que calificó su propia obra-, y de la destreza que el joven Curtis demostraba ya en sus primeros años como galán de la Universal, lo cierto es que no se pueden dejar de anotarse el caudal de virtudes que por momentos se adueña de esta pequeña película, en la que podría verse un exponente tardío –y menguado- del cine de Preston Sturges, mientras que en otros instantes parece vaticinar la corriente renovadora que la comedia USA consolidaría pocos años después. Dentro de sus cualidades, cierto es que la película en todo momento deja ver la capacidad de Sirk tras la cámara, logrando con su planificación y destreza en la realización dinamizar unas situaciones que quizá sobre el papel no tendrían un excesivo alcance. Algo especialmente demostrable en la aplicación de planos largos definidos por un encomiable uso del reencuadre. Lo cierto es que en sus mejores momentos, NO ROOM… rebela un cierto adelanto de lo que pocos años después quedaría definido como el “musical sin danza” en el seno de la comedia norteamericana –las secuencias que Alvah y su esposa, se unen poco antes del final en el apartamento del amigo del primero, preparando un encuentro de los esposos-.

 

Más allá de estas facetas reveladoras de un interés cinematográfico, y de aquellos aspectos en los que esa mirada crítica se desaprovecha por completo –ese hipotético héroe local que comprueba con estupefacción que la sociedad en la que se reintegra por unos días, no duda incluso en intentar declararle como loco-, quizá el elemento más perdurable de la película sea mostrar una de las galerías familiares más aterradoras del cine norteamericano. Algo que nuestro protagonista comprobará en la modélica secuencia de regreso a esa vivienda de su propiedad en la que comprobará sentirse como un extraño, hasta ese otro momento en el que resulta prácticamente imposible encontrar un solo rincón en el que pueda encontrar una mínima intimidad con su esposa, lo cierto es que reconozco que en no pocos momentos me provocó una sensación de creciente irritación el descarado comportamiento de esa extraña, alocada e incontrolable familia, definida dentro de un trazado no demasiado bien perfilado, en el que junto a detalles por momentos cercanos a la genialidad se suceden otros en los que esa sensación de desaprovechamiento de sus posibilidades se adueñan de la pantalla. Con ello me refiero especialmente a la escasa sutileza con la que queda descrita la madre de Lee, una mujer castrante y dominadora que encubre tras sus ficticios achaques al corazón sus adicciones al tabaco y los dulces.

 

Calificación: 2’5

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