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CINEMA DE PERRA GORDA

Ridley Scott

AMERICAN GANGSTER (2007, Ridley Scott) American Gangster

AMERICAN GANGSTER (2007, Ridley Scott) American Gangster

Aquellos que pierdan el tiempo leyendo ocasionalmente mis comentarios, conocerán de primera mano mi escepticismo en torno a la figura del británico Ridley Scott, capaz de conjugar en su ya amplia filmografía los modos del artesano más o menos competente, con unas formas visuales nunca alejadas del todo de su ascendencia publicitaria. Capaz de alternar títulos –no muchos- de más o menos merecido culto, otros increíblemente sobrevalorados –GLADIATOR (Idem, 2000)-, e incluso otros a mi juicio insufribles en su  retórica –THE COUNSELOR (El consejero, 2013), probablemente la película suya que más me ha enervado-. Por el contrario, una propuesta tan vituperada como PROMETHEUS (Idem, 2012), me aparece inesperadamente como su título más perdurable –y es algo que me ha ocasionado discusiones con colegas, incapaces de asumir que la variedad de apreciaciones, es uno de los elementos más valiosos de la pasión cinematográfica-.

Dicho esto, un exponente como AMERICAN GANGSTER (Idem, 2007), aparece en cierto modo como un ejercicio paradigmático de las posibilidades y limitaciones consustanciales en el cine de Scott. A saber. De una parte, la intención manifiesta en la mayor parte de su filmografía, de no ceñirse a la narración más o menos competente de un proyecto, sino intentar volcar en ella, una nada oculta capa de pretenciosidad. Es decir, de intentar proponer una especie de exponente “definitivo”, a partir de la variante genérica elegida. Es algo que, guste más o menos su cine, ha venido caracterizando la mayor parte de sus películas, con independencia de que sus resultados resulten más o menos estimables. El ejemplo que comentamos no resulta una excepción, pretendiendo erigirse como una versión más o menos contemporánea, de aquellos títulos que forjaron una auténtica leyenda en el cine de gangsters durante la década de los setenta, con la singularidad de que el radio de acción de la película se inicia en 1968, prolongándose hasta mediada la década de los setenta. Todo ello tendrá dos focos de atracción. El principal se centrará en la figura de Frank Lucas (Denzel Washington), quien tras la repentina muerte de su mentor, decidirá articular el tráfico de droga desde Vietnam, precisamente cuando el conflicto de dicho país con EEUU, le permite tener allí un valioso contacto. El menor precio y mayor calidad de la droga importada, unido a los modos austeros de Lucas, poco a poco le harán ir alcanzando una preponderancia en el mercado. En su oposición, se encontrará la figura del joven policía Richie Roberts (Russell Crowe), caracterizado por su inusual honestidad, dentro de un cuerpo donde la corrupción campa por sus respetos, pero incapaz de llevar una vida estable con su esposa -de la que se separará-, de cumplir sus obligaciones como padre.

Basada en una historia real, en base a un artículo de Mark Jacobson, que sirvió como base para que Steve Zaillian elaborara su guión, de entrada hay que señalar que AMERICAN GANGSTER es una película impecablemente ambientada, sintiendo el espectador la textura visual e incluso los modos y costumbres de la época narrada. Una quizá abusiva presencia de imágenes televisivas, que sirven como acompañamiento y datación de la época en la que se inserta la acción. Pero, al mismo tiempo, y es algo que uno lanza casi como un juego, parece que Soctt propone en su película, a la que le cuesta un poco arrancar, una curiosa y no siempre afortunada combinación de referencia, de títulos tan diferentes como JFK (JFK (caso abierto), 1991. Oliver Stone), THE INSIDER (EL dilema, 1999. Michael Mann), BOOGIE NIGHTS(Idem, 1997, Paul Thomas Anderson). Todas ellas, obviamente, rodadas con anterioridad al film de Scott, y todas ellas también, dentro de sus respectivos ámbitos, superiores en cualidades a esta apreciable y por momentos valiosa producción, que funciona mucho mejor cuando se deja insertar en los derroteros de la narración pura y dura, antes que en la dependencia de un montaje que, en no pocas ocasiones, y es una opinión particular, impiden que sus imágenes tengan la adecuada densidad y temperatura emocional que en ocasiones, pide a gritos el relato. Esa puntual pero innecesaria recurrencia al ralenti, para subrayar ese mundo hedonista y kitsch de principios de los setenta. Esa querencia por una relativa abominación de su puesta en escena, en detrimento de una planificación más ajustada y serena, son elementos que impiden que AMERICAN GANGSTER emerja de una serie de limitaciones. Limitaciones que, a mi modo de ver, se plantean de forma muy clara, en el decalage que se suele producir, en líneas generales, entre las pretensiones del Scott realizador, y su verdadera dotación como cineasta. Para alguien acostumbrado a potentes diseños de producción, siempre he pensado que le vendría mucho mejor adquirir la serenidad del artesano –que cuando aparece en su obra, proporciona sus mejores elementos como cineasta-, que su querencia por ecos de ascendencia publicitaria –esa presencia de copos de nieve, tan artificiosa en su plasmación, su preponderancia de la mesa de montaje-, o la incapacidad por saber penetrar en esa mirada que, entre líneas, solo acierta a intuir el espectador, sobre un tiempo convulso para la sociedad USA, expresada en torno a dos “rebeldes con causa”, inmersos en contextos opuestos, que tendrán en ese encuentro final, quizá los pasajes más intensos y perdurables de la película. Es precisamente en ese sendero de conclusión, donde esos dos hombres coincidirán desde su antagonismo en el punto de partida, reconociendo en quien tiene enfrente, a alguien que ha podido luchar, oponiéndose a seres y organizaciones más poderosas. Será, sin duda, la medida de lo que habría podido ofrecer esta película, interesente e incluso intensa en sus pasajes más intimistas, que sin embargo, no olvida la recurrencia al sendero de una vulnerabilidad visual, que contra lo que podría proponerse en otros títulos que antes he señalado, no beneficia el alcance de una propuesta, por otra parte impecable en su diseño de producción, y que goza de un reparto magnífico, del que no puedo dejar de destacar el carisma y la hondura que Denzel Washington proporciona a ese Frank Lucas, al que en todo momento dota de una constante ambivalencia.

Calificación: 2’5

BODY OF LIES (2008, Ridley Scott) Red de mentiras

BODY OF LIES (2008, Ridley Scott) Red de mentiras

¿Por qué me resultan tan poco convincentes los intentos –por lo general frustrados pero generalmente aclamados- de Leonardo DiCaprio para introducirse en registros en los que, jamás podrá demostrar su cualificación? Ni siquiera por el hecho de ser incomprensiblemente premiado y nominado, ni por el contumaz mecenazgo que con él mantiene Martín Scorsese, ni por ser un paradigma del ecologismo –aunque utilice aviones privados en sus vuelos- y de la conciencia liberal made in Hollywood, DiCaprio me resulta más que un intérprete más o menos facultado para registros sensibles –lo cual ya es algo-, aunque lastrado por una presencia en modo alguno masculina que, siento insistir, en la pantalla lastran sus hipotéticas cualidades. Esas considerables limitaciones de imagen, unido a una creciente tendencia del muchacho a intervenir en endebles productos “de tesis”, a mi modo de ver confluyen en la presencia de títulos tan molestos como BLOOD DIAMOND (Diamantes de sangre, 2006. Edward Zwick) o, en menor medida, el que nos ocupa. Nada habría de malo en esta tendencia, de antemano practicada en el pasado por intérpretes tan prestigiosos como Burt Lancaster en décadas como las de los cincuenta o sesenta. Sin embargo, lo cierto es que BODY OF LIES (Red de mentiras, 2008. Ridley Scott) no aporta nada a todo lo que han venido expresando títulos previos bastante frecuentes en estos años de las postrimerías de la “era Bush”, y que podrían representar exponentes como SYRIANA (2005, Stephen Gaghan) –no demasiado distinguida pero, sin embargo, bastante más interesante que el título que nos ocupa, o la infravalorada LORD OF WAR (El señor de la guerra, 2005), probablemente el más exponente más valioso y lúcido de esta tendencia-.

 

En realidad este BODY OF LIES resulta a partir de la alianza manifestada por el eternamente pretencioso Ridley Scott –capaz solo de una buena película tras varias bastante prescindibles- y la eterna estrella de públicos adolescentes en su infructuosa lucha por convertirse en una figura del cine de acción. En realidad, el film de Scott podría definirse de manera muy sucinta como una mezcla en coctelera de los rasgos manifestados en la señalada SYRIANA y los peores tics visuales emanados por la tan aclamada como a mi juicio detestable serie de ...BOURNE –haciendo la excepción relativa del título que inició dicha franquicia, que me parece bastante apreciable-. Es decir, nos encontramos con la aventura emanada por un aguerrido agente de los servicios secretos estadounidenses –Roger Ferris (DiCaprio)- comunicado en todo momento a través de artilugios de alta tecnología por su superior en USA –Ed Heffman (Rusell Crowe)- en su constante lucha contra el terrorismo islámico inserto en Jordania, como en tantos otros países del Oriente Medio. El contraste entre la mirada nihilista manifestada por Heffman, la capacidad de acción constantemente demostrada por Ferris y las maneras con las que las propias autoridades jordanas asumen por su cuenta la lucha contra el terrorismo, se entrelazan en un relato que deviene uno más entre tantos del estilo, carente casi por completo de lo que podríamos denominar “puesta en escena”, en el que su pretendido nihilismo parece un mero artificio de consumo. Un producto ejecutado casi por completo en la mesa de montaje –algo muy habitual en el cine de Scott, recordemos GLADIATOR (1999)-, en el que no faltan –como en la citada franquicia ...BOURNE- la presencia de diferentes escenarios internacionales planteados en esta ocasión –eso sí- con un enfoque menos turístico, pero similar pretensión de insuflar un pretendido alcance de vigilancia absoluta por parte de los altos mandos, de que todo lo que acontece al conjunto de los mortales, parecen ejercer como auténticas marionetas dentro del auténtico teatro del mundo que ofrece la función. Es sin duda esta una de las premisas más buscadas en la película, aunque con todas las zarandajas, satélites, adelantos técnicos y digitalizaciones varias, en ningún momento logremos asistir a una auténtica digresión sobre la difusa frontera del comportamiento en la confrontación del mundo occidental y el islámico. Es más, estamos a años de luz de esa auténtica sensación de persecución colectiva que podía manifestar Fritz Lang en su admirable WHILE THE CITY SLEEPS (Mientras Nueva York duerme, 1955). En su oposición, todo resulta artificioso en esa pretendia ambientación “sucia” plasmada por Scott de la realidad y penuria de la vida cotidiana del Oriente Medio –tan artificiosa como la mostrada por la igualmente “plastificada” BLACK HAWK DAWN (Black Hawk derribado, 2001)-. Puede que a muchos impresione esa fotografía super quemada o la planificación entrecortada con la cámara al hombro –cierto es que con intensidad menos molesta que por ejemplo en las dos últimas secuelas de la citada saga protagonizada por Matt Damon-. A mi no. Veo en BODY OF LIES esa ausencia de lógica, esa capacidad de vendernos gato por liebre y banalidad encubierta de mala conciencia. Todo es tan falso en la película, tan previsible, tan poco cinematográfico en definitiva, que finalmente provoca una sensación de hastío ante un metraje largo, demasiado largo, para finalmente no contarnos casi nada.

 

Eso sí, DiCaprio se pasea media película con cara de estreñido –no hay nada más desolador que contemplar al intérprete haciendo de duro-, hasta que por fortuna asume unos “registros” más cercanos a sus auténticas cualidades, cuando se inserta en ese forzado romance con la abnegada enfermera. Es en esas secuencias cuando incluso la planificación de Scott asume unos registros más pausados, más presuntamente “clásicos”, revelando la falacia del conjunto de la función. En realidad, si tuviera que destacar los pocos elementos que me han gustado de BODY OF LIES. Estos se centran en la estupenda interpretación del británico Mark Storng, encarnando con hondura a Hani, el jefe de los servicios secretos jordanos, y a ciertas secuencias que revelan un cierto interés visual. Son pocas, pero en algunos momentos se insertan ejemplos como la secuencia en la que se atrapa en el desierto a Ferris, por medio de una maraña de coches que finalmente girarán en direcciones divergentes, impidiendo por ello la acción de los agentes americanos que contemplan atónitos la escena en uno de sus innumerables satélites. Momentos como el encuentro de este con el experto informático que vive en una extraña mansión en pleno campo, dominando con su única presencia un auténtico santuario informático, o sus propias acciones para inculpar en acciones terroristas a un próspero arquitecto.

 

Una víctima propiciatoria de un sistema que busca resultado sin importar los móviles y que, dentro de su crueldad, resulta mucho más creíble que la ficticia acción terrorista en un objetivo norteamericano, para la cual insertarán cadáveres recuperados de la morgue ¿Se imagina haciendo algo así a cualquier agente de la USA de Bush? Yo tampoco.

 

Calificación: 1’5

BLADE RUNNER (1982, Ridley Scott) Blade Runner

BLADE RUNNER (1982, Ridley Scott) Blade Runner

Supongo que en la vida de todo amante del cine, hay títulos que forman parte de esa extraña galería personal que apoya el hecho de no haber sido apreciados en su momento. No solo eso, sino quizá en alguna ocasión inconfesada, algunos de estos títulos fueron incluso vapuleados en nuestro primer contacto con el mismo. En mi experiencia personal, BLADE RUNNER (1982, Ridley Scott) fue uno de dichos exponentes. Recuerdo como si fuera ayer haberla contemplado en el cine Artis de Valencia junto con unos amigos, a mis entonces 16 años de edad. Harrison Ford era una de mis “bestias negras” cinematográficas –siempre ha seguido pareciéndome una de las estrellas más inexpresivas de la pantalla-, y estuve toda la película oscilando entre el sopor absoluto y las burlas nada solapadas hacia la labor de Ford en la película –que ciertamente es uno de sus flancos débiles. Es más, el intérprete nunca ha tenido excesiva estima por la película-. Recuerdo que en el momento de su estreno, la película no tuvo tampoco una acogida crítica excesivamente entusiasta, y fue a partir del paso de unos pocos años, cuando de forma paulatina fue adquiriendo la mítica de la que actualmente goza, hasta estar considerada por no pocos como una de las más grandes obras cinematográficas de la década de los ochenta, uno de los títulos clave de la ciencia-ficción contemporánea y, por supuesto, la cima del cine de este director tan rápido en la caída del interés de su obra, que fue Ridley Scott.

Vista de nuevo, un curto de siglo después de su estreno, y con la versión “del director” con la que ha sido editada en DVD –aunque Scott es quizá excesivamente dependiente de esas modificaciones “a posteriori”, en líneas generales poco justificadas-, es evidente que BLADE RUNNER es un film inteligente, muy sugestivo y, en algunos instantes, conmovedor. De todos modos, y aún valorando su propuesta, y considerando que se trata de un título lleno de interés, este nuevo acercamiento me impide estar de acuerdo con todos aquellos que lo consideran una obra maestra en su género. Personalmente considero que pocos títulos del mismo merecen tan calificación, pero si tuviera que citar dos de ellas más cercanas en el tiempo, no dudaría en mencionar sendos ejemplos que en el momento de su estreno fueron recibidos con frialdad e incluso con menosprecio. Se trata de GATTACA (1997, Andrew Niccol) y ARTIFICIAL INTELLIGENCE: AI (Inteligencia artificial, 1999. Steven Spielberg), títulos ambos en líneas generales controvertidos –sobre todo el segundo de los mencionados- que logran expresar un alcance visionario en el devenir del futuro –frío, aunque más esperanzado en el primero, cálido pero devastador en el firmado por Spielberg-. En todo caso, nadie puede negar que el film de Ridley Scott ha entrado desde hace bastante tiempo en el olimpo de la mítica del cine, por más que, como antes he señalado, no comparta parte de los elementos que han posibilitado ese status, en el que ciertamente están presentes títulos de mucho menor calado.

Pero lo cierto es que en BLADE RUNNER no detecto la necesaria homogeneidad en su conjunto, hay en ella demasiada alternancia de instantes memorables, con otros que con el paso del tiempo quizá han envejecido demasiado, y que en aquel entonces ya preludiaban el rasgo vacuo y fácilmente esteticista que invadiría el posterior desarrollo de su cine. La presencia de ralentis, y otros elementos visuales propios de esa tendencia –el uso de la iluminación muy tendente en esta línea-, cierto es que en esta película se utilizan con adecuación –en ocasiones, no tanta-, aunque vistos hoy día, resultan algo facilones. Si a ello unimos el miscasting de Harrison Ford, o la inexpresividad de Sean Young en el rol de la replicante Rachael, quizá complete con ello los elementos que personalmente impiden que mi disfrute de la película sea total, y no pueda sumarme a la larga relación de incondicionales admiradores de su resultado.

Como quiera que de este título mítico se ha dicho ya prácticamente todo –desde su virtuosismo técnico, las vertientes de su discurso, …-, creo que lo más oportuno por mi parte sería señalar aquellos elementos que me parecen más atractivos de su propuesta y, afortunadamente, estos son varios y muy sugestivos. Por encima de sus otras cualidades, destacaría en la película la realmente lograda atmósfera recargada y asfixiante del Los Angeles de 2017. Más allá de un magnífico trabajo por parte del diseño de producción, buena parte de los fotogramas del film de Scott “respiran” ese espíritu casi existencialista de una ciudadanía sin personalidad, que camina arremolinada como auténticos teledirigidos –el eco de METROPOLIS es muy cercano en varias de sus secuencias-, dentro de una vertiente que ha sido pocas veces mostrada en la pantalla con tanta credibilidad. Y buscando una serie de referentes cinematográficos, en una película que por otro lado aglutina gran cantidad de ellos de una manera bastante acertada, creo que el que más podría semejarse al título que nos ocupa, es sin duda SOYLENT GREEN (Cuando el destino nos alcance, 1973. Richard Fleischer). Con el film de Fleischer comparte esa visión deshumanizada de la humanidad, entremezclada en esta ocasión con la presencia de grandes anuncios luminosos invitando al consumismo, ayudado por la imagen de esa geisha cuya sonrisa representa la aparente amabilidad invitando a acercarse a los anagramas de multinacionales tan conocidas por todos. Es sin lugar a duda el referente, el entorno visual más recordado de la película, y su metáfora sigue aún vigente en un mundo como el de nuestros días, decididamente encaminado a una tendencia en la que BLADE RUNNER supo ser clarividente, como lo fueron previamente otras propuestas cinematográficas que se encuentran en la mente de los aficionados.

Por otro lado, hay dos elementos que destacan especialmente en el desarrollo de la película. Por un lado destacaremos su inicial y clara adscripción a los modos del cine “noir”, representando en la figura de Rick Deckard (Ford) y su investigación destinada a eliminar a los cuatro replicantes rebeldes. La misma está descrita cinematográficamente siguiendo los modos más populares del género pero, afortunadamente, sin recaer en una evocación que se limitara a actualizar de forma manierista este referente. Este rasgo, queda vinculado a un detalle sin duda sorprendente; la precisa utilización del diseño futurista que sirve como elemento visual la película. Al contrario que tantas y tantas producciones del género, no se abusa de esta presencia, lo que indudablemente repercute en una mayor entidad dramática de la propuesta. Una vertiente esta ya suficientemente analizada –como tantas y tantas sugerencias de la película-, y que parte del relato corto de Philiph K. Dick, introduciéndonos en un mundo en el que se aúna su vertiente mística con un claro trasfondo desesperanzado. Y como vehículo para transmitir esa angustia existencial queda el gran personaje del film; Roy Batty (Rutger Hauer). La brutalidad de este líder de los replicantes rebeldes, que busca con desesperación la posibilidad de revertir su ya anunciada y cercana mortalidad, deviene finalmente en un sacrificio de resonancias cristianas, brindando a la película algunos de sus instantes más memorables. La configuración de este personaje, esa en algunos momentos tan fascinante como opresiva atmósfera urbana llena de superpoblación y alienación colectiva, y la vertiente metafísica de su discurso son, sin lugar a dudas, los rasgos más poderosos de esta notable película, en la que por otro lado hay que resaltar –por una vez en su carrera-, la adecuación de la banda sonora del posteriormente tan popular como mimético Vangelis, logrando con sus sones envolver esta brillante orquestación visual de Ridley Scott que, no obstante, no me hace olvidar su previa ALIEN (1979), que sigue pareciéndome la mejor de sus películas.

Calificación: 3

 

KINGDOM OF HEAVEN (2005, Ridley Scott) El reino de los cielos

KINGDOM OF HEAVEN (2005, Ridley Scott) El reino de los cielos

Nunca he sido devoto del cine de Ridley Scott -cuya filmografía está llena bajo mi punto de vista de títulos de escasos resultados-, y en los que ha sido constante un nada oculto esteticismo formal de índole publicitario, sorprendentemente aplaudido en la medida que resulta realmente primario y ciertamente revelador de una escasa personalidad cinematográfica. Fruto de esa extraña valorización se dan cita películas tan mediocres como GLADIATOR (2000) –toda una apología al efectismo y el plano corto-, o BLACK HAWK DOWN (2001) –otro título de similares características, que encubre además un discurso patriotero de mucho cuidado-. Se que en estas opiniones me pongo en una visión opuesta a la de buena parte de un público que acudió masivamente a las pantallas en el momento de su estreno. Pero es que la superficialidad, amaneramiento, falta de ritmo y medida y efectismo estético y argumental del cine de Ridley Scott, me da la medida de uno de los mayores falsos prestigios que registra el cine de los últimos años –o quizá un reflejo del verdadero sentir medio del espectador y aficionado en estos años de crisis en el lenguaje cinematográfico mundial-.

Es por toda esta serie de prejuicios en contra, por lo que quizá se haya producido mi relativa sorpresa al visionar KINGDOM OF HEAVEN (El reino de los cielos, 2005), de la que no puedo tampoco decir que se trate de una película redonda, pero sí que es cierto que, pese a su relativo poco éxito de público y crítica, me parece una propuesta infinitamente más valiosa que la mencionada GLADIATOR. Esta película posterior, en su conjunto ofrece una mirada llena de nihilismo y desesperanza a un periodo bastante aciago de nuestra historia, pero al mismo tiempo desprende un nada solapado cuestionamiento a los falsos valores que históricamente ha ofrecido la religión y el fanatismo, recreando a su alrededor un mundo lleno de deseo de poder y ambición, envuelto bajo los ropajes de la defensa de la fe. Indudablemente, en esta tesitura se encuentran los dos bandos en litigio –cristianos y musulmanes-, aunque no acierto a comprender como en el momento del estreno de la película se hicieron públicas quejas ante el supuesto mal trato que KINGDOM... daba al Islam. Sinceramente, dentro del tono cuestionador que la mirada de Scott ofrece en sus imágenes a los representantes de ambas religiones, sin duda alguna los representantes musulmanes adquieren una mayor honestidad dentro de sus propios condicionamientos y dogmatismos.

Estamos en Francia en el siglo XII, el joven Balian (Orlando Bloom) es un herrero que se encuentra totalmente destrozado ante el suicidio de su esposa. Hasta allí llegará Godfrey (Liam Nelson), un veterano caballero que busca al joven –se trata de su hijo ilegítimo- y logra convencerle en su amor propio para llevarlo con él hasta Jerusalén. Este, tras un violento arrebato en el que muere un sacerdote, finalmente decide unirse a la expedición hasta la ciudad santa, con la intención de recobrar allí esa fe que le ha abandonado ante la trágica desaparición de su mujer. Muy poco después, la comitiva que encabeza Godfrey sufre un violento asalto en el que este morirá, dejando a Balian al frente de sus propiedades. Una vez en Jerusalén, el joven heredero hará valer su personalidad práctica, caracterizada por el buen trato, la honestidad y un desmarque con el fanatismo que se advierte entre los guerreros que pululan por Jerusalén. Es una actitud que muy pronto despierta el interés del Rey Baldwin –un joven que sufre de lepra y se esconde tras una vistosa máscara- y su fiel ayudante Tiberias (Jeremy Irons).

La presión de determinados grupos guerreros está a punto de quebrar la frágil tregua que existe en la ciudad entre cristianos y musulmanes, comandados por Saladino (Ghassan Massoud), en un finalmente frustrado ataque en las afueras de un castillo. Sin embargo, Baldwin muere y recoge el trono su hermana, quien cede a la tentación de cederle sus poderes a un despiadado guerrero, que de forma insensata quebrará dicha paz y se embarcará en una guerra que devendrá cruel para las huestes cristianas. Balian será uno de los caballeros que decidirá quedarse a salvaguardar Jerusalén, aunque para ello tenga que asumir la organización de la defensa al asedio que los santos lugares sufren por parte del inmenso ejército de Saladino, y del que “in extremis” logrará un acuerdo para salvar a aquellos cristianos que han logrado responder al ataque.

Desde los primeros instantes de KINGDOM..., se pone bien clara la consustancial tendencia al esteticismo de Scott, con esas imágenes iniciales definidas en las cursis y persistentes polillas que inundan el paisaje medieval francés. Una tendencia “embellecedora” de índole publicitaria a la que hay que sumar la innecesaria y machacona inserción de “ralentis” en las secuencias de batallas. Lo cierto es que no aporta ningún elemento de rigor, a una película que por otro lado alcanza un indudable interés dentro del conjunto de films “épicos” realizados en los últimos años –a mi juicio supera incluso la aceptable TROY (Troya, 2004. Wolfgang Pettersen)-. Lo hace fundamentalmente por contar una historia que mantiene el interés, por ese aire claramente sombrío que se extiende a lo largo de todo el metraje, un ritmo bastante logrado –se sobrellevan bastante bien sus dos horas y cuarto de duración-, y alcanzar algunos momentos épicos bastante notables –esa deslumbrante aparición de los dos ejércitos ante las afueras del castillo que están a punto de asaltar los musulmanes-. Lamentablemente, en sus minutos finales se recurre a la digitalización para mostrar el asedio de Jerusalem –otro efectismo bastante común en los títulos de estas características-, la música de fondo es bastante molesta –en la línea del peor Hans Zimer-, y Ridley Scott no muestra interés en desembarazarse de esos elementos que impiden un mayor alcance en una propuesta que podía dar más de sí, y alcanzar finalmente ese aire nihilista que por momentos se roza. Se trata, no obstante, de un título bastante apreciable –se destaca una utilización de las panorámicas bastante interesante-, y en el que resulta hasta sorprendente que el blando Orlando Bloom al menos realice un trabajo esforzado, intentando dar la talla a intérpretes tan brillantes como Jeremy Irons, o el poco conocido Ghassan Massoud, quien realiza un trabajo magnífico encarnando a Saladino, el líder musulman.

Calificación: 2’5

 

MATCHSTICK MEN (2003, Ridley Scott) Los Impostores

MATCHSTICK MEN (2003, Ridley Scott) Los Impostores

Nunca he tenido en demasiada estima el cine de Ridley Scott, artesano sin estilo que solo ha brillado muy ocasionalmente en un porcentaje reducido de su filmografía. Lo cierto es que el esteticismo y los más evidentes vicios delatores de su origen como realizador publicitario –lo que en principio no debería ser nada peyorativo- lastran buena parte de sus producciones.

Una trayectoria muy escorada con la invasión de realizadores británicos implicados en Hollywood desde la segunda mitad de los años 70, y en la que junto a logros aislados –y me van a perdonar que no cite BLADE RUNNER (1982) puesto que reconozco que desde hace mucho tiempo deseo revisarla; en su momento no fui de los que la valoraron en exceso-, se dan cita horrores como LEGEND (1985), TORMENTA BLANCA (hite Squall, 1996), y mediocridades como el reciente (y oscarizado) GLADIATOR (2000) o la aún peor (y panfletaria) BLACK HAWN DERRIBADO (Black Hawn Down, 2001).

Es por ello que la sorpresa ha sido mayor de la esperada, ya que unidas a sus cualidades intrínsecas, LOS IMPOSTORES (Matchstick Men, 2003) supone al mismo tiempo una mejora cualitativa en la trayectoria de su artífice ¿Mayor implicación en la historia narrada? ¿dar vida un cine intimista permite superar el tono de Scott como director? Quien sabe, puesto que realmente MATCHSTICK MEN en realidad se trata de una película con estrella –Nicolas Cage-. En cualquier caso, es evidente que el realizador británico hace compatible sus nunca obviadas debilidades visuales, que en esta ocasión se incorporan con brillantez a la historia en la obra de Eric García, trasladada a la pantalla con guión de los hermanos Nicholas y Ted Griffin.

La película nos describe inicialmente el modus vivendi de una pareja de timadores, Roy (Nicolas Cage) y Frank (Sam Rockwell). Dos ya veteranos amigos, con especial veteranía en el oficio por parte de Roy. Este además padece de forma aguda un extraño temor a las grandes superficies que intenta sobrellevar con la ingestión de pastillas, evitando las luces diurnas y que demuestra con sus múltiples tics. Para entendernos, una especie de versión moderna del Roderick Usher creado por Allan Poe. Esta circunstancia inicial permite a Scott la plasmación de un planteamiento visual frío y al mismo tiempo lleno de planos entrecortados y efectos narrativos que si bien en otras ocasiones resultarían puros efectismos, en este caso se adecuan con acierto a las posibilidades y objetivos del film.

Una de las principales virtudes de LOS IMPOSTORES estriba en su impecable descripción de personajes. Los principales son pocos y estás estupendamente descritas sus motivaciones psicológicas y relaciones, fundamentalmente la existente entre los dos tunantes –nunca han ejercido la violencia-, que deriva en una férrea e incluso familiar amistad. Sin acercarse al tono de tragedia que impregnaba la excelente LOS TIMADORES (The Grifters, 1990) -un referente ineludible a la hora de ver este film-, lo cierto es que la frialdad que rezuma la película de Scott contribuye a estrechar los lazos de sus personajes, a lo que contribuye no poco la peculiarísima banda sonora de Hans Zimmer -adornada con populares canciones para el público norteamericano-.

Cierto es que la propuesta por un lado penetra en una de las carencias de su protagonista: con motivo de la visita a un psiquiatra al objeto de que le recete sus inevitables pastillas entabla relación con su joven hija, a la que nunca conoció. Ello hará aflorar en él un afecto que nunca aparentaba necesitar pero que realmente llena de una nueva luz su vida. Es a partir de ese momento, y oscilando entre la farsa y lo dramático, cuando la neurosis del protagonista se traslada al conjunto de la narración. Ya nada volverá a ser lo mismo, lo que parecía real dejará de serlo, tal y como esas pastillas que él cree calman sus ansiedades en el fondo son totalmente inofensivas.

En el fondo, LOS IMPOSTORES queda planteada como un juego de falsedades y las implicaciones que las mismas pueden tener en la psicología del ser humano. De modo divertido y aparentemente jovial –aunque no privado de detalles dramáticos e incluso sutiles (la relación que se vislumbra entre Roy y la cajera del supermercado)-, lo cierto es que Ridley Scott construye una de sus escasas películas de verdadero interés –al menos entre las que he visto de su filmografía-. Bastante superior a la también reciente CONFIDENCE (2003), que ahogaba su efectividad en un juego de sorpresas de guión y un look de reminiscencias pop, la película cuenta también con un ajustado juego de interpretaciones, con un Nicolas Cage en la frontera de la sobreactuación pero sabiendo sortear la misma con brillantez y un Sam Rockwell cuyo extraño encanto y personalidad cinematográfica le hace ser acreedor del interés de la pantalla cuando aparece en ella.

Calificación: 3