MATCHSTICK MEN (2003, Ridley Scott) Los Impostores
Nunca he tenido en demasiada estima el cine de Ridley Scott, artesano sin estilo que solo ha brillado muy ocasionalmente en un porcentaje reducido de su filmografía. Lo cierto es que el esteticismo y los más evidentes vicios delatores de su origen como realizador publicitario –lo que en principio no debería ser nada peyorativo- lastran buena parte de sus producciones.
Una trayectoria muy escorada con la invasión de realizadores británicos implicados en Hollywood desde la segunda mitad de los años 70, y en la que junto a logros aislados –y me van a perdonar que no cite BLADE RUNNER (1982) puesto que reconozco que desde hace mucho tiempo deseo revisarla; en su momento no fui de los que la valoraron en exceso-, se dan cita horrores como LEGEND (1985), TORMENTA BLANCA (hite Squall, 1996), y mediocridades como el reciente (y oscarizado) GLADIATOR (2000) o la aún peor (y panfletaria) BLACK HAWN DERRIBADO (Black Hawn Down, 2001).
Es por ello que la sorpresa ha sido mayor de la esperada, ya que unidas a sus cualidades intrínsecas, LOS IMPOSTORES (Matchstick Men, 2003) supone al mismo tiempo una mejora cualitativa en la trayectoria de su artífice ¿Mayor implicación en la historia narrada? ¿dar vida un cine intimista permite superar el tono de Scott como director? Quien sabe, puesto que realmente MATCHSTICK MEN en realidad se trata de una película con estrella –Nicolas Cage-. En cualquier caso, es evidente que el realizador británico hace compatible sus nunca obviadas debilidades visuales, que en esta ocasión se incorporan con brillantez a la historia en la obra de Eric García, trasladada a la pantalla con guión de los hermanos Nicholas y Ted Griffin.
La película nos describe inicialmente el modus vivendi de una pareja de timadores, Roy (Nicolas Cage) y Frank (Sam Rockwell). Dos ya veteranos amigos, con especial veteranía en el oficio por parte de Roy. Este además padece de forma aguda un extraño temor a las grandes superficies que intenta sobrellevar con la ingestión de pastillas, evitando las luces diurnas y que demuestra con sus múltiples tics. Para entendernos, una especie de versión moderna del Roderick Usher creado por Allan Poe. Esta circunstancia inicial permite a Scott la plasmación de un planteamiento visual frío y al mismo tiempo lleno de planos entrecortados y efectos narrativos que si bien en otras ocasiones resultarían puros efectismos, en este caso se adecuan con acierto a las posibilidades y objetivos del film.
Una de las principales virtudes de LOS IMPOSTORES estriba en su impecable descripción de personajes. Los principales son pocos y estás estupendamente descritas sus motivaciones psicológicas y relaciones, fundamentalmente la existente entre los dos tunantes –nunca han ejercido la violencia-, que deriva en una férrea e incluso familiar amistad. Sin acercarse al tono de tragedia que impregnaba la excelente LOS TIMADORES (The Grifters, 1990) -un referente ineludible a la hora de ver este film-, lo cierto es que la frialdad que rezuma la película de Scott contribuye a estrechar los lazos de sus personajes, a lo que contribuye no poco la peculiarísima banda sonora de Hans Zimmer -adornada con populares canciones para el público norteamericano-.
Cierto es que la propuesta por un lado penetra en una de las carencias de su protagonista: con motivo de la visita a un psiquiatra al objeto de que le recete sus inevitables pastillas entabla relación con su joven hija, a la que nunca conoció. Ello hará aflorar en él un afecto que nunca aparentaba necesitar pero que realmente llena de una nueva luz su vida. Es a partir de ese momento, y oscilando entre la farsa y lo dramático, cuando la neurosis del protagonista se traslada al conjunto de la narración. Ya nada volverá a ser lo mismo, lo que parecía real dejará de serlo, tal y como esas pastillas que él cree calman sus ansiedades en el fondo son totalmente inofensivas.
En el fondo, LOS IMPOSTORES queda planteada como un juego de falsedades y las implicaciones que las mismas pueden tener en la psicología del ser humano. De modo divertido y aparentemente jovial –aunque no privado de detalles dramáticos e incluso sutiles (la relación que se vislumbra entre Roy y la cajera del supermercado)-, lo cierto es que Ridley Scott construye una de sus escasas películas de verdadero interés –al menos entre las que he visto de su filmografía-. Bastante superior a la también reciente CONFIDENCE (2003), que ahogaba su efectividad en un juego de sorpresas de guión y un look de reminiscencias pop, la película cuenta también con un ajustado juego de interpretaciones, con un Nicolas Cage en la frontera de la sobreactuación pero sabiendo sortear la misma con brillantez y un Sam Rockwell cuyo extraño encanto y personalidad cinematográfica le hace ser acreedor del interés de la pantalla cuando aparece en ella.
Calificación: 3
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