No me cabe la menor duda, que uno de los subgéneros más antipáticos del cine americano, lo proporcionan esos alegatos anticomunistas, por lo general encuadrados dentro del thriller o el ámbito policial. Ni que decir tiene que en numerosos de sus exponentes, se encuentran propuestas encuadradas dentro del ámbito de una legitimación del maccartysmo, pero tampoco convendría olvidar que dentro de dicho contexto de producción, se encuentran títulos a mi juicio tan valiosos como MAN ON A TIGHTROPE (Fugitivos del terror rojo, 1953. Elia Kazan), la muy posterior MAN ON A STRING (Pendiente de un hilo, 1960, Andre de Toth), o un clásico de la ciencia – ficción como INVASION OF THE BODY SNATCHERS (La invasión de los ladrones de cuerpos, 1956. Don Siegel), tiende a ser reconocida, partiendo de una hipotética mirada distanciada en torno a la paranoia anticomunista, aunque quizá en el fondo los artífices de la misma propusieran todo lo contrario. Es decir, que quizá convendría describir sus exponentes, dentro de su alcance de un mayor o menor grado de densidad, y englobando los mismos dentro de una certeza; más allá del esquematismo propuesto en algunas de sus ficciones, en realidad narraban historias que quizá no se encontraban tan lejos de la realidad de lo que en apariencia proponían sus argumentos.
En definitiva, que todos estos relatos podían ser más o menos valorados, que en no pocas ocasiones el esquematismo más ramplón describía al retrato de esos villanos provenientes del bloque del este, en contraposición de esos representantes del mundo occidental, por lo general provenientes de una inmaculada USA. Sin embargo, en sus mejores exponentes si se logró transmitir un pathos, un contexto de turbiedad moral y ética, que se prolongó en diversas de las propuestas del cine de agentes secretos rodadas en la década de los sesenta. Sin ser uno de sus exponentes más ilustres, lo cierto es que no sería justo condenar a la hoguera ASSIGNMENT: PARIS (Destino: Budapest, 1952), que Robert Parrish rodó para la Columbia, inmediatamente después de sus tres títulos iniciales, todo ellos revestidos de notable interés. No llega en esta ocasión a la altura de sus referentes. Y no lo hace por que aparezca encuadrado dentro de dicho ámbito temático, sino en la medida de suponer un relato que no articula con la debida densidad, las diversas subtramas que alberga en su interior. Ello no quiere decir que nos encontremos, ni mucho menos, con un título desdeñable. Pero vayamos por partes.
Bajo los melancólicos compases de la melodía de George Duning –algún día habrá que revalorizar la figura de este gran compositor-, el film de Parrish se articula inicialmente como un melodrama triangular, centrado en la delegación parisina del New York Herald Tribune. Unas oficinas dirigidas por Nicholas Strang (George Sanders), que en sus primeros instantes descubriremos reciben noticias desde Budapest, desde donde se ha condenado a veinte años de prisión a uno de los americanos por traición. El rotativo vivirá de forma paralela el retorno desde Hungría de Jeannie Moray (Märta Torén), después de haber descubiertos ciertos secretos de la resistencia, y la incorporación en la plantilla del ambicioso reportero Jimmy Race (Dana Andrews). Jeannie, amante de Strang, pronto caerá en las redes del insolente Race, provocando de manera inconsciente la rivalidad de su jefe. Junto a otras circunstancias, este latente enfrentamiento será el motivo de que destine a Jimmy a Budapest, aprovechando para ello el anhelo periodístico de este. Una vez en territorio húngaro, este descubrirá las pruebas que podían revelar la reunión secreta de los mandos del país con al mariscal yugoslavo Tito, al objeto de buscar una alianza antisoviética. Será algo que irá unido a la posibilidad que tendrá de enviar crónicas en clave, sorteando la censura del país, revelando la muerte del condenado. Capturado y sometido a tortura, pronto se percibirá desde Paris el riesgo de muerte que alberga, dado que ha sido manipulado para falsificar pruebas de su condición de espía. Sin embargo, la obtención de unos testimonios fotográficos de dicho encuentro, supondrán una supuesta tabla de salvamento, que muy pronto se verá resulta insuficiente. No lo será, sin embargo, la revelación del líder de la resistencia establecido en París, con cuyo sacrificio se podrá hacer realidad dicho intercambio, aunque Strong logre apercibir a las autoridades húngaras de la tenencia de esas pruebas que harían provocar un serio incidente con Rusia.
Antes lo señalaba. Esa presencia de un relato anticomunista junto a un melo triangular, no aparece engarzado con la debida precisión. Dentro de un sentido del ritmo notable –no olvidemos el pasado de Parrish como montador-, podríamos decir que el primer tercio de la película se centra en ese elemento hasta podríamos decir que romántico, que justo es reconocer funciona muy bien, y en el que la prestación de su reparto y esa ya señalada fluidez, proporciona al conjunto un apreciable interés. Poco a poco, se irá insertando en la película ese elemento de thriller, que se asentará a partir del desplazamiento del periodista hasta tierras húngaras, en donde Parrish pondrá en práctica esa experiencia previa en dicho género. Es por ello que percibiremos un largo fragmento en donde la amenaza quedará bien presente, pero al mismo tiempo el contraste con el tercio inicial aparecerá demasiado abrupto. Y a ello, cabe añadir el gran lastre de la película, centrado en la descripción de las autoridades y agentes húngaros, cuyos físicos y aptitudes apenas sobrepasan la barrera del estereotipo. Se echa de menos dentro de dicho ámbito, la presencia de roles que sobrepasen la caricatura, en unas secuencias –las de la tortura y amenaza al periodista- revestidas de maniqueísmo y visualmente definidas en un lejano y tardío expresionismo, que quizá fueran las que en teoría filmara Phil Karlson –no acreditado, pero al parecer participe de algunos pasajes de dicho rodaje- y que parecen preludiar las que, en tono paródico, incorporó John Frankenheimer en la posterior THE MANCHURIAN CANDIDATE (El mensajero del miedo, 1962). En cualquier caso, serán pasajes en donde la película se inserta en unos terrenos tan conocidos como lindantes con la involuntaria autoparodia.
Por fortuna, los minutos finales de ASSIGNMENT: PARIS son, sin duda, los más intensos de la película, a partir de la identificación del líder de la resistencia húngara Gabor Czeki (excelente Sandro Giglio), que hasta ese momento había permanecido de manera anónima como encargado del archivo del rotativo, y quien se ofrecerá como sujeto en el intercambio para recuperar a un Jimmy que intuye sufrirá un seguro asesinato. Serán instantes donde la angustia se hará presente tanto en interiores como en esas calles parisinas nocturnas, que en aparecerán dominadas por la desolación, hasta confluir en la brillante secuencia del intercambio, descrita en una frontera de un país neutral, donde el recuperado periodista aparecerá en estado catatónico, desprovisto de voluntad alguna. Serán unos instantes desasosegadotes, en los que apenas la lejana esperanza que puede proporcionar el aviso a las autoridades húngaras, de que mantengan a Czeki con vida, so pena de revelar la reunión antisoviética planteada, apenas mitigarán esa sensación casi existencial, de percibir a un reportero lleno de energía, convertido en un auténtico ser sin personalidad ni voluntad.
Con todos sus desequilibrios y su servilismo a convenciones y estereotipos, no es menos cierto que Robert Parrish supo encauzar y extraer de una base de partida no demasiado estimulante, un conjunto Con probablidad no totalmente homogéneo, pero provisto de ritmo, tensión y, en sus mejores momentos, de un nada desdeñable aliento existencial.
Calificación: 2’5