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CINEMA DE PERRA GORDA

THE PURPLE PLAIN (1954, Robert Parrish) Llanura roja

THE PURPLE PLAIN (1954, Robert Parrish) Llanura roja

Lo primero que sugiere el visionado de THE PURPLE RAIN (Llanura roja, 1954. Robert Parrish) es constatar su propia singularidad. Desde el contraste que le proporciona un look visual plenamente británico con la presencia de un protagonista y un realizador norteamericano, la propia y escurridiza definición genérica de su propuesta, o el sorprendente giro que realiza su desarrollo dramático, lo cierto es que el primer rasgo que puede señalarse de la misma, es que puede ser considerada una de las películas británicas más extrañas de la primera mitad de los cincuenta. Y también cabría considerar como una de las mejores. A pesar de contar con referencias suficientes para poder asegurar un producto más que estimulante, no puedo de dejar de afirmar con sorpresa que no esperaba un resultado de la densidad, articulación dramática, originalidad, concisión expresiva, extrema fisicidad, y la presencia de un puntual sentido del humor, como el que nos propone esta película del gran montador y brillante y aún poco valorado realizador que fue Robert Parrish. Unas cualidades que de alguna manera adelanta a otras obras suyas quizá mas valoradas, pero que sobrellevaban también en su desarrollo la idea del desplazado y un rodaje en tierras exóticas –para ello, no hay más que remitirse a THE WONDERFUL COUNTRY (Más allá de Río Grande, 1959) -.

En esta ocasión nos situamos en la Birmania de finales de la II Guerra Mundial. Allí se encuentra ubicado un destacamento británico en el que son muy comentadas las extravagancias provocadas por un de sus pilotos. Se trata de Bill Forrester (espléndido Gregory Peck), un hombre traumatizado por la pérdida de su esposa en la propia noche de su boda, a causa de un bombardeo en Londres. Forrester prácticamente puede considerarse un muerto en vida, ya que nada parece importarle del tránsito terrenal. Sin embargo, hay algo que le permitirá salir levemente de ese tormento interior; la oportunidad de conocer a una joven nativa –Anna (Win Min Than)-, con la que poco a poco se relacionará, sirviendo este contacto para sentirse humano, útil y sensible ante ellos. De todos modos, y tal y como le señala un superior; “parece que la muerte es un tema fascinante”, y adelantándose al Jeff Bridges de FEARLESS (Sin miedo a la vida, 1993. Peter Weir), Forrester destaca por sus audacias en los vuelos, que le llevan a ser considerado como un loco por los componentes del acuartelamiento.

Pero tras esta amplia descripción del trastorno psicológico que envuelve el pensamiento del protagonista, THE PURPLE PLAIN ofrece un giro de 180º al tener que sufrir en carne propia y la de sus dos ayudantes un aterrizaje forzoso en tierras japonesas, debido al incendio de uno de los motores. Será a partir de esta situación límite, cuando la película se erija en la crónica y descripción de un proceso de supervivencia, que finalmente sirva a Forrester a interesarse por la vida, recorriendo un territorio agreste y unas altísimas temperaturas aún encontrándonos en primavera, y contando además con el handicap de que uno de los pilotos –el joven Carrington- ha resultado con fractura de la colisión del avión de combate y tiene que estar porteado por sus dos compañeros. Es en esos momentos, al iniciarse el traslado de los pilotos con intención de alcanzar el río que se encuentra a una considerable distancia, cuando la fisicidad que había definido hasta entonces el relato se transforma en una búsqueda obsesiva de supervivencia, en la que nuestro protagonista parece que ha sufrido previamente la necesaria catarsis para acometer el plan que lleve a los otros dos pilotos que han resultado damnificados a lograr ser rescatados. Será a partir de ese punto, cuando podemos decir sin temor a equivocarnos, que nos encontramos ante una de las más brillantes, duras, sencillas y telúricas percepciones que el cine ha logrado jamás ante esa aventura exterior que se sucede a un tormento interior.

Lo cierto es que Robert Parrish, ayudado del guión del experto escritor Eric Ambler, y basado en una novela de H. E. Bates, demuestra su destreza como realizador, en una película que inicialmente pudiera tener algunos ecos con la renoiriana THE RIVER (El río, 1951), pero que indudablemente ha logrado influir de forma clara en numerosos títulos posteriores en el cine de aventuras. Lo lamentable resulta que una película de las características quedara olvidada con facilidad. En cierto modo es comprensible; se trataba de una propuesta incomoda a todos los niveles, su narrativa en aquellos momentos resultaba poco accesible –ese adelanto formal a su tiempo es algo que solo años después se pudo evidenciar en la labor de Parrish-, pero lo cierto es que los rasgos que hacen de THE PURPLE PLAIN un título finalmente excelente, se centran principalmente en la plasmación de una narrativa que evita la dramatización de los hechos o encuentros que se suceden a lo largo de su metraje. En su oposición, plantea una mirada serena y escéptica fundamentalmente por parte de Forrester, espléndidamente recreada por el personaje que encarna Peck. Será su encuentro con Anna, el que supondrá un indicio de su necesidad de seguir en el mundo, de lograr en definitiva ser amado por alguien. Y será también la aventura de supervivencia que vivirá con otros dos compañeros, la que le permita demostrar que se puede estar muy cerca de la muerte, para desear permanecer en el mundo de los vivos.

Todo ello es minuciosamente expuesto por la cámara de Parrish, acentuando en sus fotogramas el asfixiante calor de la zona, potenciando el recurso de expresivos primeros planos en los rostros de los actores, logrando que cada inserto o plano de detalle sea casi necesario, al tiempo que plasmando en su conjunto un uso de elementos dramáticos por aquel entonces no muy habituales en el cine de los cincuenta. Y puede que esa odisea por las tierras de Birmania en búsqueda del río que les dote de agua y supervivencia hasta lograr ser localizados por sus compañeros, nos evoque desde los momentos más agrestes de GREED (Avaricia, 1924. Erich Von Stroheïm), o los títulos más extremos de nombres como William A. Wellman o Allan Dwan. Esa sequedad en el tratamiento, la casi ausencia de diálogos en bastantes de sus momentos, o ese aire casi de búsqueda de lo absoluto que llega a definir la lucha de los tres pilotos, adquiere incluso por momentos matices místicos, enriqueciendo con ello el conjunto.

Y tal y como ha ido definiendo todo su apasionante metraje, Forrester finalmente logra atisbar el río tan deseado. Un fundido encadenado nos muestra a Miss McNab (Brenda De Banzie) totalmente transfigurada ante lo que para ella supone prácticamente un milagro. Todo cobra a partir de ahora una cierta serenidad, ya que nuestro protagonista quizá ha descubierto el valor de la vida y la posibilidad que la misma encierra en el día a día. Llega a casa de Anna, y sin despertarla se acuesta plácidamente en la cama que se ubica junto a la suya. De esta manera Parrish expresará finalmente que toda esta aventura, no ha hecho más que proporcionar al piloto las suficientes razones para olvidarse de la fascinación por la muerte, y comenzar de una vez por todas a vivir su vida. Un complejo andamiaje dramático para una película también de arriesgada plasmación cinematográfica y, al mismo tiempo, totalmente relajada en el tono. Una auténtica rareza, reitero, pero al mismo tiempo una de esas películas que demuestran que en el cine no todo está inventado o tratado, y siempre habrá lugar para que realizadores del talento demostrado por Parrish, puedan llevar a cabo películas con las enormes cualidades que derrocha THE PURPLE PLAIN.

Calificación: 4


2 comentarios

Carlos Díaz Maroto -

Hola. Me ha interesado mucho tu texto - y los demás - . Estaría interesado en contactar contigo, escríbeme, por favor.

david -

A mi sinceramente me sobro la historia de amor, totalmente anticlimática y metida con calzador... de hecho, si pudieramos eliminarla del montaje la película adquiriría un planteamiento mucho mas arriesgado, moderno y conciso.
Geoffrey Unsworth, por cierto, genial como siempre.