IN THE FRENCH STYLE (1963, Robert Parrish)
Hubo diversas maneras con las que el cine USA participó o ironizó sobre las consecuencias –temáticas y visuales- emanadas por la asimilación de la Nouvelle Vague. Me viene a la mente la irónica visión que le aplicaron el director Richard Quine y el guionista George Axelrod en la magnífica e infravalorada PARIS WHEN IS SIZZLES (Encuentro en Paris, 1963. Richard Quine). En aquel mismo ámbito temporal, de manera más callada, y también con una inusual sensibilidad, otro tandem, el formado por el director Robert Parrish y el escritor y guionista Irwin Shaw –ejerciendo ambos como productores-, daban vida a IN THE FRENCH STYLE (1963, Robert Parrish). Un auténtico canto a una determinada sensibilidad. Una apuesta que encontró en la magnifica Jean Seberg su mayor aliado, al interpretar en los dos relatos consecutivos que plantea su argumento, una perfecta encarnación en primer lugar de una norteamericana de 19 años, y en su segundo segmento, a la misma Christina James (Seberg), evolucionando de una a otra historia de una incipiente adolescente a una prematura mujer madura.
Desde esa elegante y prolongada panorámica sobre el río Sena con la que se inicia la película, hasta ese plano general en el que contemplaremos la extraña sensación de frustración que define la relación de la ya madura Christina. Todo un mundo en el que nuestra protagonista se encaminad a una boda con un cirujano caracterizado por su nobleza… pero también por su tedio. Todo un apólogo moral, que utiliza los marcos y las convenciones del “cine realizado en Paris”, para marcarnos un recorrido revestido de delicadeza y envuelto en un aura etérea, que se transmite al espectador desde sus primeros instantes. En su inicio, Christina conocerá a un joven e inconformista francés –Guy (Philippe Forquet)-. Pronto se establecerá entre ellos una corriente de simpatía, salpicada de pequeños destellos de rivalidad, que se extenderá durante tres meses. Llegará el momento en el que el muchacho intentará convertir esta relación de confianza en la de amantes, a la que su amiga se opondrá con evasivas. En su condición de pintora, recibirá en un momento dado la visita del dueño del viejo edificio en donde realiza sus pinturas, el barón Edward de Chassier (Maurice Teynac). Este la invitará a su mansión con la intención de comentar su pintura, acudiendo Christina y provocando con ello la ira de ese amigo que desea acercarse a ella. Una vez allí, la joven sufrirá una creciente sensación de incomodidad, rodeada en la fiesta que allí se celebra de viejos y estirados matrimonios de clase alta. Huirá de allí, y pedirá disculpas a Guy, deseando en ese momento convertirse en su amante. Sin embargo, lo que se prometía un instante supremo de entrega entre ambos, no solo se convertirá en una situación casi patética sino que concluirá con enorme tristeza. Fin del primer episodio.
Han pasado cuatro años, y asistimos a la nueva vida de Christina, ajena ya casi por completo de la pintura, y envuelta en trabajos como modelo, relaciones más o menos fugaces, y un modo de vida mundano. Es abandonada por Bill (Jack Hedley) –hasta entonces su amante- iniciando una relación con Walter Beddoes (Stanley Baker), un lúdico periodista caracterizado por sus constantes viajes. En medio de dicho contexto, recibirá la visita de su padre –Addison Powell-, que llevaba sin verla desde que ella abandonara su residencia en Estados Unidos. Ambos asistirán a una fiesta, en la que su progenitor pronto vislumbrará aquel mundo tan diferente al suyo habitual. Este mantendrá una sincera conversación con su hija, en la que le hará comprender su inadecuación al mundo en el que está inmersa. El regreso de Walter parece que podría proporcionar una consolidación a su relación con Christina. Sin embargo, muy pronto tendrá que sumir de manera repentina otros trabajos periodísticos en Oriente, comprobando ella la perspectiva de un futuro en el que situaciones como esta se irían reiterando. Un inesperado giro concluirá y consolidará el futuro de la protagonista, en el que la seguridad irá acompañada por una sombría aura de frustración.
Si algo podría definir IN THE FRENCH STYLE, es esa patina de delicadeza que se extiende por todo su metraje. Ayudado por la matización –muy Nouvelle Vague-, que proporciona la fotografía en blanco y negro de Michel Kelber-, Robert Parrish se entrega de lleno en un ámbito en el que la capacidad de observación y la mirada adulta en torno a las relaciones humanas, define la evolución en el comportamiento no solo de su joven protagonista, sino también de todos aquellos personajes que le rodean en ese periplo vital que se extiende en dos episodios enmarcados en cuatro años. Dos marcos temporales que, además de permitir a la Seberg sendas muestras de su fascinación ante la pantalla, en cierto modo representan sendos contextos dramáticos habituales en los primeros pasos de la nueva ola francesa. Si el primero de ellos podría insertarse de manera en las primeras manifestaciones firmadas por Godard o Truffaut, la segunda bien podría formar parte de cualquier melodrama surgido de la mano de Louis Malle. Lo brillante e incluso sorprendente en IN THE FRENCH STYLE, reside en la perfecta sincronía que registran ambas historias protagonizadas por el mismo personaje –ese inesperado y fugaz encuentro con Guy cuatro años después, cuando se encuentra con otra relación sentimental y a punto de ingresar en el ejército-. Cierto es que esa primera mitad adquiere un aspecto más volátil y un aura más liviana, rodeando esa casi siempre divertida relación marcada entre Guy y la joven Christina. El primero intentará en todo momento evidenciar una cierta madurez, hasta que sus pasajes finales dejen paso a la desazón, en la frustrada velada en una lúgubre habitación de un hostal –atención al hilarante momento del desesperado intento por descorchar una botella de champañ, o el pudor de ambos a desnudarse ante la vista de su oponente-. Parrish insertará sugestivos detalles –ese plano de acercamiento a un grabado del periodo napoleónico-, pero, sobre todo, destacará por la melancolía que desprenderá el striptease moral de los dos jóvenes. En especial la confesión de la autentica edad de Guy y su real condición social, y la tristeza y decepción manifestada.
La segunda mirada, en lógica adquirirá un contexto más adulto. No solo en el protagonismo de sus personajes, sino también en la mirada que se proyecta sobre la libertad del individuo y las relaciones humanas. Es algo que no solo percibiremos en las diferentes relaciones mantenidas por Christina –en especial con el periodista que encarna con su habitual sinceridad por Stanley Baker-, sino de manera especial en la capacidad de comprensión y lucidez que manifestará el padre de esta en su viaje a Paris. El análisis que le brindará a su hija, será uno de los fragmentos más lúcidos, duros y al mismo tiempo, sinceros que vehiculará la película. Es precisamente esa sinceridad en esa visión de la madurez forzada registrada por Christina, donde el film de Parrish juega en última instancia con las secuencias más hondas de su conjunto. La dolorosa y lúcida constatación por parte del padre, de la superficialidad que para el entorno que le rodea supone su propia presencia –un análisis que duele más por estar desprovisto de moralismo-, o el episodio final en el que Teynac intentará de manera infructuosa, recuperar a esa mujer que pese a su juventud ha decidido su futuro sentimental.
Elegante, provista de una atmósfera etérea, sabiendo mirar cara a cara al contexto emocional en el que se inserta, adelantando por momentos aspectos de películas de la talla de TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen) o THE HAPPY ENDING (Con los ojos cerrados, 1969. Richard Brooks), IN THE FRENCH STYLE es, además de una de las mejores obras de Robert Parrish, un producto revestido de tanta melancolía como sinceridad.
Calificación: 3’5
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