ROUGH SHOOT (1953, Robert Parrish) Un disparo en la mañana
Lo primero que me ha venido a la mente a la hora de contemplar los primeros pasajes de ROUGH SHOOT (Un disparo en la mañana, 1953. Robert Parrish), son las semejanzas que mantiene con un excelente y muy poco conocido film de Jacques Tournsur –CIRCLE OF DANGER (1951)-, rodado apenas un par de años antes, y con el que comparte la presencia del inquietante Marius Goring en el reparto. Con el mencionado referente tourneriano comparte también una historia que versa en un segundo término sobre la extrañeza del viajero –un elemento que el maestro francés ya había puesto en práctica en la previa BERLÍN EXPRESS (1948), y prolongaría en una de sus obras cumbre, NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957)-, planteada en sendos protagonistas norteamericanos que se ven imbricados en conflictos lindantes con el misterio desarrollados en ámbitos rurales británicos. De cualquier manera, es más que probable que el espectador pueda insertar el film de Parrish dentro de esa corriente del thriller que tuvo en el periodo británico de Alfred Hitchcock su referencia más perdurable, y que en la década de los cuarenta fue prolongada en el cine inglés –ese aún gran desconocido- con aportaciones de Michael Powell & Emeric Pressburger, Alberto Cavalcanti, o el tandem formado por Sydney Gilliat y Frank Launder, entre otros. En cualquier caso, y como presumiblemente era una tendencia buscada deliberadamente por ese cineasta tan inclasificable como Parrish, estoy convencido que el director intentó discurrir por senderos paralelos para personajes insertos dentro del ámbito del género de misterio, partiendo para ello de una novela de Geoffrey Household y, sobre todo, la intervención como guionista del prestigioso Eric Ambler, uno de los más valiosos cultivadores de esta vertiente literaria.
Durante un paseo por la mañana, un anónimo cazador –que luego descubriremos se trata del coronel norteamericano Robert Taine (un notable Joel McCrea)-, disparará su escopeta de perdigones contra un cazador furtivo que no ha atendido a sus advertencias. Lo que Taine no sabe es que esa misma persona está presta a ser liquidada por un hombre presto con una escopeta, matando del disparo de este último, aunque creyendo el norteamericano –que se encuentra en Inglaterra en un coto de caza que ha alquilado durante un semestre- que han sido sus tiros con perdigones los que le ha causado la muerte, por lo que con remordimiento esconderá el cadáver en un recoveco de la campiña que ha adquirido temporalmente. El remordimiento por la insólita situación y el temor a las posibles repercusiones policiales, le acercarán a una tensa situación personal, que de alguna manera encontrará un asidero en la repentina presencia del insólito Sandorski (estupendo Herbert Lom), un pintoresco personaje procedente de los servicios secretos, que pedirá a Taine su ayuda para culminar con éxito la llegada secreta de un científico polaco en el territorio que este mantiene bajo su mando, bajo una promesa implícita de ayudarle a la hora de resolver el pretendido homicidio accidental que este ha protagonizado, y que finalmente ha decidido confiar a su esposa.
Desde los primeros instantes del film, queda claro que a Parrish no le importa demasiado el seguimiento de una base argumental más o menos tradicional, a la que en no pocos instantes trata incluso con cierto distanciamiento. A falta de ese estudio global sobre la aportación de este insólito y considerable realizador, en esta ocasión sumando a otros tantos que en aquellos años cincuenta tuvieron que rodar algunas de sus obras en suelo inglés –en bastantes casos, todo hay que decirlo, con resultados atractivos-, lo cierto es que ROUGH SHOOT desprende un atisbo de singularidad –rayana en la abstracción- desde ese propio inicio sobre los austeros títulos de crédito, en los que contemplamos la figura y primeras actuaciones de ese protagonista que aún desconocemos –aunque adivinemos en él los rasgos de McCrea-, deambulando por un bosque escopeta en ristre. Muy pronto el espectador detectará la presencia de un tirador con mira telescópica, destinado a liquidar a otro personaje del que tampoco tenemos la más mínima referencia –por cierto, ese plano de la mira telescópica mostrado encuadrando a la víctima, recuerda poderosamente el inolvidable inicio de la excelente MAN HUNT (El hombre atrapado, 1941. Fritz Lang)-.
A partir de ese momento, Parrish introduce al espectador en un relato abstracto, en el que importa mucho menos el desarrollo de una intriga más o menos arquetípica, antes que buscar ese contraste, ese desamparo del viajero, que se cebará en la figura del coronel norteamericano, quien desde el primer momento se verá apesadumbrado ante el hecho accidental que, en teoría, él ha cometido. Todo ello se manifestará en una puesta en escena en la que de nuevo predominará la apuesta por el detalle. Será una elección dramática que tendrá su primera manifestación en ese árbol casi esquelético que ejercerá como eje de la acción que da inicio a la película, pero que tendrá dos elementos consecutivos de puesta en escena, en ese intenso y creciente primer plano que sobre Taine expresa su asunción de culpabilidad tras haber conversado con un ayudante que indica las responsabilidades penales a las que podría ser merecedor, sucediendo casi a continuación ese plano aparentemente inconexo del tren de juguete que es mostrado en primer término.
Es así, como con una duración de apenas ochenta minutos, desarrollado además en muy pocas delimitaciones físicas, e incluso con un bagaje de acción bastante menguado, Parrish apuesta –a mi modo de ver con notable acierto-, por una singular y relajada tensión de las situaciones. Y es que en el devenir de esta insólita película, nunca hay propiamente dicho un elemento de suspende. Todas sus secuencias –incluso aquellas en teoría más ligadas a dicha vertiente- son descritas con un extraño matiz de relajación. Será el ejemplo pertinente del magnífico episodio final desarrollado en las salas del Museo de Cera de Madame Tussaud de London, en donde la persecución destruirá las figuras de conocidos personajes de la historia reciente, o finalmente, los dos responsables de la búsqueda del contacto con el científico polaco morirán, el último de ellos al estallarle el maletín que portaba en el techo de dicho museo. Pero esa misma visión distanciada tendrá otros exponentes en momentos como el encuentro que tienen en el tren que lleva de viaje a la capital a los protagonistas de la película, encontrando a Taine y el mandatario del servicio secreto Randall –el siempre magnífico Roland Culver-. Lo harán en un vagón únicamente ocupado por ellos dos, intentando que el norteamericano abra un maletín que tiene adosado un dispositivo de bomba. La presencia de esa contrariedad nos llevará a momentos de tensión vistos, de manera sorprendente, con una cierta relajación e incluso cierta mirada distanciada –aunque en ese momento, el ruido inesperado de una de las persianas devuelva la realidad del delicado instante vivido-.
Es así, como aportando en ROUGH SHOOT por las sensaciones e incluso por aspectos más o menos extravagantes –la configuración del personaje de Sandorski; la orden dictada a Scotland Yard de que se mantenga al margen de la posible detención del militar norteamericano, pese a que estos han detectado pruebas suficientes en las huellas que se encontraron junto al cadáver-, la película finalizará resolviendo de manera más o menos válida el drama que hasta entonces había atenazado a Taine, y demostrando que a Parrish y todos los responsables de esta interesante y casi desconocida aportación al cine de espías o de mero suspense, que sus derroteros no giraban en la potenciación de una trama en sí misma escueta, sino en lograr aportar a partir de su formulación una propuesta libre y hasta cierto punto insólita, reveladora de la personalidad de un director que, cada vez lo tengo más claro, le gustaba caminar contracorriente.
Calificación: 3
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