THE PRIME MINISTER (1941, Thorold Dickinson)
Junto a la maestría desplegada en unas puestas en escena de extremada precisión, dentro de su inclinación a thrillers y títulos de suspense -en ocasiones con ambientación de época-, el otro inveterado apego demostrado por el británico Thorold Dickinson en su no demasiado extensa filmografía -13 largometrajes-, fue su inclinación el relato político, plasmando esta inquietud bajo diferentes formatos o géneros. THE PRIME MINISTER (1941) propone, bajo la apariencia de un biopic, una biografía de Benjamín Disraelí –cuya figura ya fue llevada al cine en los comienzos del sonoro, permitiendo ganar el Oscar el mejor actor, al hoy olvidado George Arliss-, una de las figuras más relevantes de la política británica de la segunda mitad del siglo XIX, siendo en dos ocasiones primer ministro del parlamento inglés, y alcanzando un papel de especial relevancia en la articulación de la política internacional, previa a la llegada del siglo XX. La propuesta de Dickinson se desarrolla en tres vertientes claramente definidas, aunque insertas de manera discontinua. La primera, la más formalista y, si se me permite, la menos interesante, se centra en una visión dramatizada de la biografía del político, insertándola en su contexto histórico –para lo cual se utilizará un cuidado diseño de producción-, aunque en la misma aparezca el elemento quizá más prescindible del conjunto –cierta abundancia de rótulos explicativos-, y en su recorrido personal no pocos comentaristas señalaran el olvido en la película, de las raíces judías del protagonista.
Sin embargo, de forma complementaria, aparecerán los otros dos vectores que, a fin de cuestas, permiten que este relato, inicialmente convencional, vaya prendiendo de manera progresiva, hasta una parte final conmovedora. Para ello, Dickinson apostará de un lado por su propia sensibilidad como narrador, y de otro, su metraje adquirirá una fuerza por momentos irresistible, al describir esa soledad finalmente compartida, que definirá la relación del propio Disraelí (una magnífica performance de John Gielgud, en uno de sus escasos roles protagónicos en la pantalla), con la reina Victoria (extraordinaria composición de Fay Compton). De tal forma, THE PRIME MINISTER se iniciará subrayando ese aspecto de biopic, describiendo la personalidad culta y refinada del protagonista, en su encuentro con la que se convertirá en la mujer de su vida; la acaudalada viuda Mary Anne Wyndham-Lewis (Diana Wynyard), que de manera inesperada, y solo a través de las lecturas que ha efectuado de su obra literaria, intuye que en la personalidad de Disraelí, se esconde un político destinado a entregar su talento a Inglaterra. De manera paulatina, el propio Benjamin irá adquiriendo conciencia de dicha circunstancia, siendo para ello espoleado por el entonces primer ministro inglés, lord Melbourne (Frederick Leister), y también por esa influyente dama, que muy pronto se erigirá como un apoyo incontestable para el hasta entonces escritor. La película, a través de una narración que se toma numerosos saltos temporales ligados mediante elipsis, irá describiendo tanto la llegada del protagonista a la política inglesa, la decepción de su primera intervención en las cámaras, o la sincera amistad que le unirá a Melbourne, lo que no le impedirá erigirse en directo contrincante suyo, cuando la ocasión y el desgaste político del mandatario así lo aconseje. En ese sentido, hay que admitir que el film de Dickinson se erige como una interesante apuesta a la hora de narrar los recovecos de la actividad política en sus diversas vertientes, dentro de un ámbito en el que las personas se someten a una actividad que les proporcionará minutos de gloria, pero que no dudará en devorarles, cuando sus posibles cualidades queden amortizadas. En ciertos momentos, esta producción rodada en la división inglesa de la Warner Bros, me induce a pensar que quizá Dickinson tuvo en cuenta el Capra de MRS. SMITH GOES TO WASHINGTON (Caballero sin espada, 1939), sobre todo al comprobar la fuerza que adquieren los pasajes que describen las cámaras legislativas británicas. Sin embargo, el alcance de THE PRIME MINISTER permite describir la propia política de Disrealí una vez nombrado primer ministro, su enfrentamiento con el responsable de exteriores de su gabinete –Lord Derby (Owen Nares)-, su intuición a la hora de analizar la situación internacional, e incluso su audacia al dictar una serie de normas de defensa, efectuadas al margen de su propio gabinete, destinadas a proteger al aliado turco, de sus intuidas amenazas rusas.
En todo caso, el título de Dickinson alcanza por momentos una especial altura, aparece por un lado en la fuerza que esgrime la relación entre el político y la que en un momento dado se convertirá en su esposa –atención a la secuencia en la que le propondrá en matrimonio, definida en una extraña configuración de comedia-. Será una unión casi de admiración por parte de Mary, que no dudará en sacrificar su posición e incluso su propia vida, a la hora de proporcionar a su esposo, la posibilidad de cumplir su deseo, del que ella misma ha sido la primera que intuyó sus posibilidades. Y una vez cumplido este, la película incidirá en esa especial complicidad que mantendrá con la monarca, describiendo una complicidad, en la que Victoria y la esposa de Disraelí, compartirán en una de sus secuencias más emocionantes, la sensación de asumir la soledad que les espera. Ello se producirá en un episodio espléndido, en la que el político renunciará al título nobiliario que esta le ofrece como pago a su entrega, prefiriendo que se le conceda a su esposa, algo a lo que la reina accederá. Una vez este abandone las dependencias, comprobaremos que tras las cortinas se encuentra Mary, que ha contemplado la situación, confesando a la reina la proximidad de su muerte, y rogando que tras ello sepa convencer a su esposo, para que prolongue su vocación de servicio a Inglaterra. Un plano de detalle, en el que la reina mirará el retrato de su esposo fallecido, servirá para transmitirnos la sensación de percibir en Disraelí, la vivencia de una tragedia personal ya experimentada por ella.
Y es que, justo es reconocer que lo más hermoso. Lo más íntimo de una película que combina la ambición por la política, y experiencia vital, vendrá dado de la mano de esa relación establecida entre el protagonista y su mujer. Para ello, destacaremos dos escenas magníficas. La primera, plasmada en dos vertientes descritas en diferentes tiempos, nos describirá el accidente vivido en una mano por parte de Mary, cuando se dispone a subir al carruaje tras dejar a Benjamin presto a pronunciar un discurso de especial relevancia. Pese al dolor vivido, no exteriorizará ningún grito para que Disraelí no se distraiga en su objetivo. Años después, cuando se disponga a pronunciar la disertación que en teoría cambie su vida, será él mismo quien, con delicadeza, colocará las manos de su esposa para evitar que se produzca de nuevo aquella ya lejana situación. Sin embargo, nada habrá más emotivo en esta película, que la descripción de la muerte de la abnegada Mary, y la repercusión que la misma tendrá en Benjamín. Este se mostrará conmovido ante la convaleciente, hasta que la acompañe en sus momentos finales. Tras ello, leerá una carta que esta le ha escrito para que conozca tras su defunción, que al ya viudo hará vivir una dolorosa nostalgia. El plano de la mecedora en la que habitualmente se acomodaba la desaparecida, en la que aún se detectarán las huellas del cuerpo de Mary, será sin duda el instante más memorable de una película, que no dudo apareció casi como precursora, dentro de una corriente que, desde el cine de las islas, buscaba una concienciación de la población, atacada por la potencia nazi. La singularidad con respecto a otros títulos firmados por David Lean o Anthony Asquith, residirá en una base argumental, que se retrotraerá a un pasado, en el que no faltará el eterno enfrentamiento de clases, auténtica piedra de toque en las manifestaciones artísticas inglesas.
Calificación: 3