EL ABRAZO PARTIDO (2004, Daniel Burman)
¿Puede la puesta en escena limitar las virtudes de una película? Evidentemente si. Pero propongo la pregunta contraria ¿Es posible que las numerosas virtudes de la misma hagan valer su interés pese a que en dicha puesta en escena se haya optado por un camino poco adecuado? Supongo que para los realmente inflexibles en este terreno la respuesta sea negativa pero en el mío propio, y aún considerándome muy seguidor de esa base para la valoración de las mismas, creo que cada ejemplo es un mundo.
Todas estas disgresiones venían a mi mente al contemplar EL ABRAZO PARTIDO (2004), una reciente producción argentina realizada por Daniel Burman y de la que realmente me quedó un muy buen sabor de boca, por más que al mismo tiempo sienta la relativa insatisfacción de intuir que con una narrativa rigurosa y clásica se encontraba la base de de lo que incluso hubiera llegado a ser una obra maestra.
EL ABRAZO PARTIDO nos cuenta siempre bajo el punto de vista de su protagonista, el joven Ariel (Daniel Hendler) el entorno en el que se desarrolla su vida; lo que se denomina “la galería” y es un conjunto de pequeños comercios generalmente de corto alcance ubicados en pleno Buenos Aires. Todo un microcosmos lleno de personajes sinceros y pintorescos en el que se inserta el comercio de su madre: “Establecimiento Elías”. Una tienda que como su rótulo subraya se autodenomina de “lencería fina” aunque no es más que una mercería de cortos vuelos. A través de la mirada de Ariel y el contrapunto siempre irónico de sus comentarios, conocemos las grandezas y miserias de todos estos personajes, que de alguna manera se interrelacionan.
Ariel desea recobrar sus orígenes polacos y viajar a dicho país para lo cual solicita la documentación que sobre los orígenes familiares conserva su abuela, revelándose sus orígenes judíos y el abandono que sufrió por su padre. Esta circunstancia le lleva a una especie de toma de conciencia que alterna con la relación con su hermano y sus escarceos sexuales con su vecina de comercia –una cuarentona de buen aspecto que atiende un negocio de internet-. Su padre regresará y Ariel se debatirá entre el rechazo inmediato a la reflexión por intentar comprender las razones por las que este abandonó a su madre. En ello la película cobrará un giro interesante, entrañable y finalmente emotivo.
Hay bastante elementos realmente brillantes en EL BRAZO PARTIDO. Destaquemos en primer lugar esa logradísima galería de personajes secundarios (todos magníficamente interpretados) que forman su mosaico coral. Es algo más difícil de lo que parece y Burman lo plasma con algo más que habilidad. De entre ellos me gustaría destacar por su sutileza y sensibilidad y sensibilidad el de Osvaldo; el de la papelería (memorable Isaac Fajm). Igualmente, otra de sus virtudes es la certera plasmación de un mosaico intercultural en las que se entremezclan no solo la inmigración actual sino los atavismos que el exilio ejerció en el pasado
Por otra parte la película es absolutamente rigurosa al adoptar el punto de vista del protagonista ¿En cuantos títulos narrados en primera persona vemos secuencias que de ninguna manera podrían ser visualizadas de forma lógica?. Ese elemento impecablemente logrado se une al matiz irónico que adquieren muchos de los comentarios de Ariel –tanto en su diálogo como en los pensamientos que refleja en off- y, por supuesto, a la sensacional interpretación que el joven Daniel Hendler encarna de su personaje (premiada creo que con toda justicia en el Festival de Berlín 2004), combinando dinamismo, sentimiento, mundo interior y contradicciones en un trabajo que demuestra que la mirada es la mejor arma de un actor.
Si todo en EL ABRAZO PARTIDO fuera del mismo signo nos encontraríamos ante una obra maestra. Lamentablemente parte –solo parte- de esas posibilidades, se pierden por la elección formal elegida por su realizador. Creo haber señalado ya en más de una ocasión que no soy detractor por norma del formato DOGMA –filmación en digital sin respeto al “raccord”-. Hay películas que dentro de esas características merecen mis respetos. Sin embargo, no dejo de reconocer que en este caso su plasmación en ocasiones es atropellada, que malogra momentos que podrían haber adquirido un carácter conmovedor e impiden que su resultado alcance cotas mayores. Si bien es cierto que la cámara de Burman atiende el trabajo de los actores, no deja de abusar de planos innecesarios, otros muy cercanos a la acción –se nota en exceso una sensación de agobio visual-. Es curioso a ese respecto destacar como en aquellos momentos en los que se obvia esa tendencia, la película vislumbra las cotas que pudiera haber alcanzado –esa mirada furtiva entre Osvaldo y la madre de Ariel en su comercio que hace intuir que algo ha existido entre ellos-, algunos de los momentos de Ariel con su abuela o incluso los instantes finales que ciertamente logran una sincera emotividad. Es por ello que uno se queda con la sensación agridulce de haber contemplado un diamante en bruto que de haberse pulido en un buen taller hubiera podido convertirse en una pieza digna de la mayor colección. En cualquier caso y pese a todos los reparos apuntados, si tienen ocasión de verla no dejen de hacerlo.
Calificación: 2’5
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