PATHER PANCHALI (1955, Satyajit Ray)
Si hubiera que definir brevemente PATHER PANCHALI (1955), mi apreciación sería la de un hermoso film. Recuerdo lejanamente allá por 1984 cuando Televisión Española –entonces aún no existían las privadas por fortuna para aquellos tiempos- emitió un ciclo dedicado a Satyajit Ray. Fue mi primer acercamiento –envuelto lógicamente en la neblina del tiempo, ya que entonces contaba con menos de 20 años- con el cine de este cineasta y ya en su momento me llamó la atención. Es ahora cuando tras una serie de de importantes inconvenientes existentes en sus negativos que se daban por desaparecidos, llega editada en DVD la denominada “trilogía Apu”, sobre la que se sustenta el prestigio del que quizá sea el más apreciado cineasta hindú de todos los tiempos.
Y viendo las imágenes de PATHER PANCHALI –rebautizada en su edición en DVD como LA CANCIÓN DEL CAMINO- en primer lugar surge la sorpresa al comprobar que se trata de un debut tras la cámara. Más adelante surge la progresiva fascinación de sus imágenes y finalmente queda un regusto de serenidad entremezclada de amargura al mostrar como también en otra sociedad tan lejana a la occidental se pueden producir los mismos sentimientos universales e igualmente en ellos se da cita la frustración entre las ilusiones de cada persona y lo que realmente le depara la vida.
La excelente película de Satyajit Ray habla de ello a través de una familia pobre que vive en una aldea dentro de una casa casi ruinosa y pese a ello se resignan con toda naturalidad a dicha condición conviviendo de forma casi panteísta con la naturaleza. La familia se compone de Harihar Ray (Kanu Bannerjee), un idealista sacerdote y escritor cuya presencia en el film generalmente discurre en off en su eterna y finalmente frustrada búsqueda de la estabilidad económica; su esposa Sarbojaya (Karina Bannerjee) una mujer en apariencia adusta, curtida ante la adversidad, pero en el fondo depositaria de la responsabilidad y la amargura de tener que vivir entre la miseria y al mismo tiempo sacar adelante la educación y alimentación de la familia. Una familia que tiene dos hijos; Durga (Uma Das Gupta) una joven espabilada que no duda en robar frutas de huertos vecinos para poder alimentar a su anciana y escuálida abuela, y por otro lado el aún niño Apu (Subir Bannerjee, toda una gacela humana dotada de unos maravillosos y expresivos ojos), pequeño observador de aquello que le rodea. Ambos vástagos se encuentran en plena comunión con la naturaleza, un marco de vida que por momentos les envuelve, en otros les ahoga y finalmente en algunos les lleva a la muerte.
Pero así es la vida en la India de los años 50 –y en ello jamás podemos olvidar el ejemplo precedente que ofreció Jean Rendir en su admirable EL RÍO (The River, 1950) –en mi opinión la obra cumbre de su cine-. Una vida en la que se convive con la miseria y al mismo tiempo se acepta la misma no solo con resignación sino que su propia cultura les lleva a asumir incluso como una virtud sus propias limitaciones. Se trata de un modo de vida en el que tener apenas una ropa raída para vestir no impide que se sobrelleve la existencia con una sonrisa y el encanto de los dos jóvenes que alegran la vida del hogar de esta familia.
Y para narrar esta historia Satyajit Ray recurre a una puesta en escena de extrema sencillez, basada fundamentalmente en la concurrencia de una extraordinaria fotografía de Subraya Mitra que logra penetrar en el alma de los personajes que retrata. Al mismo tiempo la planificación del film es de suma simplicidad, destacando en ella el especial uso en las panorámicas y el travelling lateral, aunque sin desdeñar otros elementos cinematográficos con menor incidencia –la profundidad de campo-. Y es evidente que Ray no deseaba realizar una película en la que su puesta en escena se sobrepusiera a la sinceridad y transparencia de los seres que la pueblan. Antes al contrario, en PATHER PANCHALI destaca la sinceridad de su mirada, el embrujo de los planos generales en los bosques, la integración de los animales en la vida de sus personajes y el peso de las fuerzas de la naturaleza; la lluvia, el viento, la tormenta en un mundo que convive en su comunidad humana con ellos, creciendo e integrándose de forma panteísta tal y como siempre ha defendido la sociedad hindú, pese a que la película en modo alguno renuncie a mostrar las diferencias sociales de las castas –la dueña de la casa (familia del marido) que muestra su desaprobación ante los robos de frutas de Durga e incluso llega a denunciar el robo de un collar por parte de esta-.
Hay un detalle que no puedo ocultar tras contemplar esta gran película y es que en ningún momento logró emocionarme. No señalo eso como un defecto. Antes al contrario, creo que su realizador quiso fundamentalmente mostrar una historia, un contexto y una sociedad con absoluta serenidad, en la que incluso tiene su presencia la muerte –que es mostrada en dos ocasiones; la abuela y la propia Durga-, aunque en la segunda de ellas no se pueda evitar el momento más dramático del film –un estallido de dolor compartido por los dos padres cuando por fin y tras varios meses se encuentran juntos-.
Pero hasta en estos instantes, hasta en el tremendo resultado que deja la tormenta en la ruinosa casa, hay una sensación de tiempo perdido que provoca el exilio final de las tres personas que restan de la familia; padre madre y el joven Apu de ojos despiertos. Poco antes, ya en la casa abandonada avanza el paso de una serpiente. Una señal de que la naturaleza ha logrado hacer estragos en un hogar humano. Y es que en la India de PATHER PANCHALI la comunión con el entorno natural, por más que en él entre el progreso –la excelente secuencia en la que los dos hijos contemplan el paso del tren-, parezca provocar la ruptura con una sociedad ancestral, de la que sus fotogramas nos muestran levemente parte de su folklore y creencias atávicas.
Como señalaba al principio, contemplando PATHER PANCHALI invade esa sensación de serenidad y de suponer que no nos encontramos ante una ficción. Sus fotogramas parecen una evolución del lejano Robert J. Flaherty tamizada de aire hindú, siempre respirando un sentimiento de verdad y una ausencia de inflexiones dramáticas que ha permitido que su vigencia permanezca casi inalterable hasta nuestros días en un periodo en donde el cine mundial se encontraba prácticamente en la víspera de la renovación de sus estructuras. En medio de esa coyuntura, el sorprendente debut de Ray permanece casi como una obra ausente de cualquier clasificación; se trata de un film imperfecto –la torpeza de la secuencia de la paliza a Durga por parte de la madre cuando se la acusa del robo del collar-, pero realmente bello.
Calificación: 4
0 comentarios