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CINEMA DE PERRA GORDA

ROCKABYE (1932, George Cukor) Tentación

ROCKABYE (1932, George Cukor) Tentación

En los primeros años de andadura cinematográfica, el ya experto director teatral que era George Cukor fue uno de los nuevos hombres de cine que se aplicó en la filmación y traslación de obras previamente escenificadas con gran éxito. Contra lo que pudiera parecer y distanciándose de todos aquellos que en esa experiencia se limitaron a trasplantar estas adaptaciones sin mayor implicación, es evidente que Cukor demostró ya en estos títulos de aprendizaje una clara intención de potenciar el lenguaje cinematográfico y evitando caer en ese “teatro filmado” que fue casi moneda corriente en las películas rodadas en aquellos primeros años del sonoro. He podido ver algunas de las obras de George Cukor en estos años y se vislumbra en ellas una notable sensibilidad, adivinándose algunos de los rasgos que más adelante tendrían una especial incidencia en su obra, tanto a nivel estético como en el de las temáticas que le acompañaron con el paso de los años.

Este es el caso de DOBLE SACRIFICIO (A Bill of Divorcement, 1932), el interesante precedente de HA NACIDO UNA ESTRELLA (A Star is Born, 1954) que supone HOLLYWOOD AL DESNUDO (What Price Hollywood?, 1932) y lo es también el ejemplo que nos ocupa. Nos referimos a ROCKABYE (1932) –traducida de modo moralista como TENTACIÓN en su lejano estreno comercial en España-. Basada en una típica obra de teatro de índole melodramática firmada por Lucia Bronder, ROCKABYE es, ante todo, un vehículo –no fue el único- filmado por Cukor al servicio de la actriz Constante Bennet –hermana de Joan e intérprete de considerable fama en la década de los años treinta-. Y hay que decir en primera instancia que la Bennet se revela una actriz con bastante naturalidad que se distancia de los “monstruos sagrados” triunfantes en aquel periodo y ofrece una labor sensible pero completamente cercana que quizá se adelantó a su tiempo.

En ROCKABYE la Bennett interpreta a Judy Carroll, conocida actriz de turbulento pasado que se ve implicada en el escándalo provocado por las presuntas irregularidades de un antiguo amante suyo –interpretado por un jovencísimo Walter Pidgeon-. Como consecuencia de su testimonio en la vista del proceso le es retirada la custodia de una niña que tenía en adopción. Estas circunstancias le obligan a realizar un viaje por Europa que se prolonga por ocho meses en compañía de su extrovertida madre. A su retorno a Nueva York se interesa por interpretar una obra que ha logrado leer, escrita por un autor americano, que evoca sus años de infancia en los barrios pobres de la ciudad. El autor de la obra es Jake Van Riker –el también jovencísimo Joel McCrea-, un joven que está a punto de vivir un proceso de divorcio, con quien rápidamente inicia una relación la actriz, aún con las reticencias del fiel manager de esta –Anthony De Sola (Paul Lukas)-. De forma casi inmediata la relación entre la pareja se desarrolla viento en popa y finalmente la obra resulta un éxito. De todos mosos, lo que casi parecía una relación con una estabilidad asegurada tendrá un talón de aquiles infranqueable para ambos.

Creo que la película se desarrolla por un lado como una narración deudora de la carpintería teatral de la época –protagonista joven y exitosa pero con drama interior; contrapunto de familiar adulto que sirva de lucimiento a actriz veterana y con sentido del humor; amigo sincero también de considerable experiencia y total lealtad y consideración y, finalmente, la presencia del galán que hará vivir un sueño efímero pero finalmente inaccesible precisamente por amor-. La historia de ROCKABYE es, indudablemente, caduca, pero al menos permite el retrato de uno de esos personajes femeninos independientes y con personalidad que muy pocos años después tendrían un especial protagonismo en el cine norteamericano –y de los cuales el propio Cukor ofrecería diversos exponentes generalmente interpretados por Katharine Hepburn-. Evidentemente, estamos en 1932 y no cabría esperar más que ese desenlace moralista en el que la actriz sacrifica su incipiente amor precisamente por la sinceridad de dicho sentimiento. Pero no es menos cierto que George Cukor sabe dotar de densidad esos apenas setenta minutos de duración, bien recurriendo a elementos propios del cine mudo –los insertos de prensa-, la presencia de fundidos en negro que delimitan las diferentes secuencias, una adecuada y en ocasiones intensa dirección de actores, o el indudable esfuerzo dramático del realizador que consigue insuflar de dinamismo a través de su planificación unas secuencias que por sí mismas carecen de interés argumental. Y en los que se producen algunos interesantes “tiempos muertos” que con el paso del tiempo resultan de indudable modernidad.

En cualquier caso y por encima de todas estas características, hay una que bajo mi punto de vista ofrece un especial interés a esta TENTACIÓN cukoriana. Se trata de un anticipo de lo que posteriormente sería la screewall comedy y que se manifiesta abiertamente en las secuencias de inicio del idilio entre Judy y Jake. Unos fragmentos que se inician con el paseo de ambos por las calles de Nueva York en un coche de caballos, la visita a los barrios humildes en los que ella vivió su infancia, el retorno a la mansión de esta donde ambos prepararán el desayuno en medio de una divertida pelea conyugal a bofetada limpia –el momento inequívocamente más screewall de la película- y el posterior despertar en medio de un lecho lleno de globos.

Son detalles y elementos dentro de un conjunto más vitalista de lo que pudiera plasmarse en el probablemente inocuo referente teatral y al que cabría unir esas referencias al mundo del espectáculo y la propia condición de intérprete, así como unas gotas de evocación shakesperiana y su “Romeo y Julieta”, redondeando los nada olvidables logros de este antiguo melodrama que, paradójicamente, se revela más vigente que otros títulos posteriores incomprensiblemente mitificados en la memoria popular.

Calificación: 2’5

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