A LIFE OF HER OWN (1950, George Cukor)
Resulta bastante fácil encontrar, en el contexto de una filmografía tan dilatada como la de George Cukor, títulos que por pereza crítica o dificultad en su visionado posterior, hayan merecido una mirada más o menos distanciada, dejando de lado los tópicos que generaron en el momento de su estreno. Es algo, que en su obra se ha producido en uno u otro sentido. El caso de A LIFE OF HER OWN (1950) es representativo del segundo de estos enunciados, puesto que en el momento de su estreno fue mal recibida y, lo que es peor, su propio director detestó abiertamente la película, antes mismo de que la misma fuera rodada. Uno más de los muchos encargos que el cineasta tuvo que asumir –en este caso de nuevo para la Metro Goldwyn Mayer-, la película se planteó por el estudio del león, como producto para impulsar un nuevo periodo en la carrera de su principal estrella, Lana Turner.
Así se escribía buena parte de la historia del cine norteamericano en las grandes majors, y en su incardinación surgen títulos valiosos, junto a otros olvidables. Y algunos, como en este caso, sin haber alcanzado unas cotas más elevadas de interés, aparecen sin embargo con destellos de inventiva, erigiéndose como exponentes necesitados de un relativo reconocimiento. A LIFE OF HER OWN aparece en este sentido, como una propuesta de contexto melodramático, que recuerda en ciertos elementos la estupenda THAT CERTAIN WOMAN (1937) de Edmund Goulding. La película, al abrazar de modo abierto la narración de un adulterio no se estrenó en nuestro país, contribuyendo con ello a su desconocimiento. De manera curiosa, aparece en su primer tercio –con mucho, el más interesante-, como el relato de los intentos de una joven provinciana –Lily (Lana Turner), por labrarse un futuro como modelo en Nueva York. La película se inicia de manera sorprendente, mostrando un largo travelling de retroceso mientras se describen los títulos de crédito, mostrando el entorno gris y anodino que ha presidido hasta entonces la vida de la joven. No sería habitual hasta entonces encontrarse con secuencias de dichas características en el cine de Cukor. Sin embargo, el director incidirá en la descripción de unos exteriores urbanos impersonales y alienantes, en algunos de los momentos más logrados de la película. Quizá intentando con ello introducir un matiz naturalista y sombrío –un elemento que aparecerá en la obra del realizador poco después-, para contrastar con el ámbito más o menos convencional que presidirá su conjunto. Es curioso señalarlo, pero es en esos pasajes donde se establecen los puntos de inflexión dramática, de una película que en su media hora de apertura, logra establecerse como una aguda crónica de usos y costumbres, dentro del ámbito que rodea la vida en el show bussiness norteamericano. Dentro del mismo, Lily muy pronto se introducirá en el entorno del personal adscrito a una agencia de modelos que encabeza Tom Caraway (Tom Ewell). Su evidente belleza y su personalidad, pronto le hará labrarse un hueco en un mundo sobre el que desea sublimar una existencia revestida de mediocridad y un pasado que desea olvidar –su condición de huérfana, de unos padres de escasa entrega-. Sin embargo, muy pronto dicha proyección le hará conocer seres de tan dudosa catadura como Lee Gorrance (Barry Sullivan) o, ante todo, la veterana modelo Mary Ashlon (espléndida Ann Dvorak). Será ella en cierto modo un reflejo de lo que nuestra protagonista podría representar a unos años vista, ya que de forma sutil se evidencia la decadencia asumida por la que tiempo atrás debió ser una cotizada modelo. Tras una larga conversación con Lily, Mary revelará su profunda insatisfacción existencial, sintiéndose un auténtico juguete roto, en un mundo en el que ha logrado efímera fama y ganancias, pero en el que el paso del tiempo es juez determinante para que quede relegada al ostracismo. Como sucederá en los momentos más tensos del film, un ominoso fundido en negro nos anticipará situaciones trágicas –en este caso el suicidio de Mary- o constitutivas de la infelicidad de la joven modelo –como sucederá en esos exteriores nocturnos tras la despedida por viaje del hombre con quien se ha enamorado –Steve Harleigh (Ray Milland)-, merced al contacto que les ha brindado Jim Leversoe (un sensacional Louis Calhern), siempre en búsqueda de compañía por parte de Lily, y al mismo tiempo abogado del recién llegado a Nueva York, en búsqueda de financiación para una nueva mina. Así pues, el encuentro entre ambos irá consolidándose con rapidez quizá por que ambos en la grisura de sus vidas, necesitaban ese estímulo para poder alcanzar un estatus de relativa felicidad. Steve se encuentra, no obstante, casado con Nora (espléndida Margareth Phillips), una muchacha a la que su esposo dejó invalida años antes en un accidente de coche, y que su conciencia no le permite abandonar. Será esta la parte más convencional del relato. Un recorrido revestido de lugares comunes, llevados con buen pulso por Cukor, pero que pese a ello no logran escapar del estereotipo e incluso el aura moralizante emanado por su base argumental. Es sin lugar a duda el máximo reparo que se puede ofrecer, a un melodrama que había logrado articular en su tramo de apertura, una mirada bastante acre a las bajezas y miserias que lleva aparejada la convivencia en un mundo que aporta efímera fama y riqueza, pero en el cual tan solo eres útil pocos años, hasta que otra joven en un momento determinado te relegue.
Cierto es que la casi obsesión que se establece entre la pareja protagonista, brinda elementos de interés y matices rodeados de sensibilidad –ese tema musical que se articulará como definitorio de la relación entre ambos-. Sin embargo, en la misma realmente lo que adquiere un relativo grado de interés, deviene en la presencia, la mirada y la lucidez que proporciona Leversoe, consciente del grave problema que la misma acarrea a su cliente y amigo. Pese a ello, será Lily, la que en un momento dado decida acercarse a la esposa de Steve, para plantearle la realidad de su relación con Steve. Pese a las objeciones que Leversoe le formula, al final este le acompañará, contemplando a Nora tirada en el suelo –se había caído-. La circunstancia en principio retraerá a esta de sus intenciones, pero la esposa pronto intuirá la realidad de la situación, estableciéndose una conversación entre las dos mujeres, en la que por un lado destacará la sinceridad que aplica al episodio, la brillantez con la que Margareth Phillips expresa su debilidad y lucidez, y también la escasez de recursos de Lana Turner, incapaz de brindar la necesaria talla dramática en una secuencia clave que, con todo, se erige entre las más intensas de la película.
La relación entre Steve y Lily ya será fruto del pasado. De nuevo un exterior nocturno marcará esa sensación de dolorosa derrota. Han pasado unas semanas y la modelo se encuentra en el café que frecuentaba con su enamorado. Suena de nuevo la música que simbolizó su relación, y aparecerá allí Garrison, iniciando una conversación entre ambos revestida de dureza y elegancia al mismo tiempo, donde dos seres solos se confiesan y evidencian encontrarse en una situación más símil de lo que pudiera parecer, quedando en el aire un posterior encuentro. Será el momento para aparecer ante la protagonista, las altas torres de apartamentos en las que se suicidó Mary. Un momento –una vez más- en el exterior de las calles, ante ciudadanos que pasan de largo-, que servirá como marco para que esta joven modelo decida dejar de lado ese pasado cercano, decidiendo vivir la vida y enriquecerse como ser humano ante la misma.
Tan irregular como atractiva en no pocos momentos, revestida incluso de algunos instantes llenos de sensibilidad, singular en la presencia de esos exteriores cosmopolitas tan poco habituales, A LIFE OF HER OWN es un exponente si se quiere menor en la filmografía de George Cukor pero, desde luego, en absoluto indigno de su cine.
Calificación: 2’5
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