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CINEMA DE PERRA GORDA

SVENGALI (1931, Archie L. Mayo) Svengali

SVENGALI (1931, Archie L. Mayo) Svengali

Si hubiera que establecer una relación de títulos y realizadores que forjaron un determinado tipo de cine “bizarro” escorado al fantástico, sin duda tendríamos que evocar los nombres de Tod Browning, Edgar G. Ulmer, el todavía injustamente desconocido Victor Halperin ... y la película SVENGALI (1931), filmada por Archie L. Mayo. Forjada en una clarísima influencia del cine expresionista –que tiene ecos concretos en la siempre referenciada EL GABINETE DEL DR. CALIGARI (Das Kabinett des Doktor Caligari, 1920. Robert Wiene), pero que quizá tuviera un eje escenográfico en la obra de Paul Lení quien, no lo olvidemos, fue quien realmente tendió un puente entre el cine fantástico alemán y el norteamericano-, SVENGALI es una más de las apuestas que el cine de Hollywood –en este caso a través de la Warner- ofreció hacia el cine de terror en un año donde se forjaban algunos de los grandes éxitos de la Universal. 1931 fue el año de DRACULA (Tod Browning), EL DOCTOR FRANKENSTEIN (Frankenstein, James Whale) y a partir de aquel inicio se fue consolidando una forma de trasladar a la pantalla unos estilemas del cine de horror basados en una sugerente escenografía, la utilización de las sombras, la presencia de un personaje siniestro y con rasgos magnéticos –en muchos de los casos este fue interpretado por Bela Lugosi o Boris Karloff-, una joven víctima, el galán que ejerce de salvador y una serie de andanzas folletinescas envueltas en situaciones malsanas con ecos decadentes.

Buena parte de estos rasgos se encuentran en esta poco recordada película del siempre eficaz pero quizá pocos veces más inspirado artesano de la Warner que fue Archie L. Mayo. Con la economía de medios que imponía un producto de corto presupuesto –lo que finalmente creo que favorece su resultado final- conocemos al protagonista de nuestra historia. Se trata de Svengali (John Barrimore), un siniestro y sucio profesor de canto –de aspecto físico cercano al personaje de Rasputín-, caracterizado por hipnotizar y beneficiarse de las ayudas de jóvenes aspirantes a cantantes. Ya en los minutos iniciales comprobamos como induce al suicidio con el poder de su mirada a una aspirante a cantante que se ha separado de su marido renunciando a su dinero –la cámara nos muestra al profesor de espaldas mirando en intenso plano fijo a la mujer, quien impresionada abandona el antro donde este vive, conociéndose en el plano siguiente el destino de esta en las aguas del Sena.

SVENGALI se basa en la novela de George Louis Du Marier –ha sido llevada a la pantalla en diversas ocasiones- y acusa quizá en su conciso desarrollo una notable influencia teatral –lo desconozco, pero no sería de extrañar que la propia existencia de la película ofreciera un precedente escénico-. Es más, creo que la propia razón de la misma obedece como vehículo para el lucimiento de un John Barrymore que exhibe en su encarnación del protagonista a partes iguales su innegable carisma, su un tanto caduco histrionismo y al mismo tiempo una cierta pincelada de comedia que el propio Barrymore expondría magistralmente en la excelente obra de Howard Hawks LA COMEDIA DE LA VIDA (Twentieh Century, 1934), que considero personalmente como su interpretación más valiosa de cuantas he visto en la pantalla. En cualquier caso, ello no impide reconocer la considerable valía y el atrevimiento de esta inquietante fábula sobre el dominio de la personalidad y las fronteras de la propia identidad de la creación artística.

En esta ocasión, el oscuro profesor conocerá casualmente a una joven e inocente modelo de pintura –Trilby (Marian Marsh)- que se enamora de un joven y amable pintor inglés –Billee (Bramwell Fletcher)-. Celoso por esa circunstancia la hipnotiza y simula el suicidio de esta, huyendo en su compañía de París. Con el paso de unos años, Svengali se ha convertido en un famoso músico que actúa junto a su esposa. Billee y sus dos amigos, también pintores, descubren al asistir a su rentrée en París que Trilby sigue viva, prometiéndose su antiguo enamorado seguir a ambos hasta que logre romper el hechizo que sospecha –con razón- ha aplicado el ya viejo y frágil músico a su aún joven acompañante. Este sospechando su cercano fin solo quiere que finalmente el sentimiento de agradecimiento que Trilby siempre le ha manifestado, se convierta en una postrera respuesta a su particular pero apasionado amor por ella. Quizá, después de todo, logre conseguirlo en una última actuación en El Cairo.

Como se puede comprobar, nos encontramos con numerosas peripecias que pueden incluso resultar ingenuas en nuestros tiempos, pero SVENGALI atesora no pocos elementos de interés que le elevan a una condición casi de “pequeño clásico”. Más allá de esos determinados ecos teatrales, y de ciertas estridencias de comedia –centradas especialmente en sus minutos iniciales-, la película atesora casi de forma constante numerosos instantes de “cine puro” que podrían casi extenderse en una película de dos horas de duración. Sin embargo, condensado todo ello en unos ochenta minutos en todo momento se mantienen elementos de inventiva visual que logran trascender las pobres condiciones de producciones con que están ejecutadas. Y entre ellos no se pueden dejar de mencionar la enorme fuerza que adquieren esos primeros planos frontales sobre el rostro de Svengali acentuando la siniestra luminosidad de su mirada, el arriesgadísimo y casi surrealista travelling de retroceso desde el desván del música, que traspasa la ventana exterior de la misma y, mediante un ingenioso trucaje de maquetas, encadena con una panorámica a la derecha, finalizando en un movimiento similar hacia la vivienda de Trilby, traspasando sus cristaleras y trasladando con una gran fuerza el dominio que pese a la distancia ejercer el protagonista con la ingenua joven.

El conjunto de SVENGALI está impregnado de atractivo visual en un estado de “inocencia cinematográfica”. Desde ágiles panorámicas –como la que describe el inicio de la relación de dominio al pasar de un plano de Svengali hasta encuadrar su gato ubicado ante la guarida de un ratón-, detalles heredados del mejor cine mudo –la forma en la Trilby responde a la declaración de Billee; le dice yes escribiéndole en una tarta que se encuentra en sus manos- o planificación de momentos de forma impecable –el instante en que Trilby “escapa” al control de su mentor a la salida del teatro en París, recuperándola este intensificando su concentración; la cámara se encuentra dentro del carruaje en donde espera un achacoso Svengali, filmando su regreso a su dominio-.

Son bastantes los instantes que se podrían resaltar de esta singular y desaforada historia de amor solo correspondido en la culminación de una vida, pero no me gustaría dejar de destacar la considerable similitud escénica que se puede detectar entre SVENGALI y la posterior EL DOBLE ASESINATO EN LA CALLE MORGUE (Murders in the Rue Morgue, 1932. Robert Florey). Unas más que notable semejanza que no solo se manifiesta al utilizar la misma ciudad como marco de la acción o poseer personajes protagonistas de parecidos rasgos, sino que se extiende a un entorno escenográfico evidentemente heredado del expresionismo alemán, pero que en ambos exponentes tiene una particular textura. En ese caso, es evidente que el revisitable Robert Florey habría “bebido” de alguna manera en las fuentes de esta insólita y finalmente apasionante historia, que logra un final tan escueto como conmovedor, y en el que el peso del amor “más fuerte que la vida” se sobrepone a cualquier otro sentimiento humano.

Calificación: 3

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