THE DOORWAY TO HELL (1930, Archie L. Mayo) La senda del crimen
Dos elementos permiten resaltar la olvidadísima THE DOORWAY TO HELL (La senda del crimen, 1930). El primordial reside en el hecho indudable de suponer uno de los títulos precursores del cine de gangsters dentro del cine sonoro, rodado antes de algunos de los exponentes del género considerados canónicos. Pero al mismo tiempo, el otro rasgo de singularidad que ofrece esta atractiva producción de la primitiva Warner, reside en el insólito protagonismo que su propuesta ofrece al entonces pujante intérprete Lew Ayres, que entonces vivió el enorme éxito que le proporcionó su protagonismo en ALL QUIET IN THE WESTERN FRONT (Sin novedad en el frente, 1930. Lewis Milestone). Ayres encarna en la película al avispado delincuente Louie Ricarno, un joven que sabe utilizar su encanto natural, su perspicacia, y una determinada sensibilidad, para combinar en su trazado por el mundo del hampa de chicago su capacidad para infundir temor entre los diferentes gangs, situarse en un lugar de mando entre ambos, y de forma paralela ofrecer una capacidad de inteligencia que permita la unión de todos ellos, logrando una insólita paz en el mundo del crimen que detectará el conjunto de la ciudad. La situación inducirá a Ricarno a abandonar el ámbito en que se ha desarrollado su actividad, casándose con Doris (Dorothy Matthews) y decidiendo vivir una vida cómoda en Florida. Será este un abandono provisional –por más que el deseara que fuera definitivo- ya que, pasados seis meses, la perfecta organización trabada por nuestro protagonista, pronto desembocará en una auténtica guerra entre sus grupos. Pese a la insistencia, Louis declinará retornar a su antigua responsabilidad, aunque la cruel acción efectuada contra su hermano pequeño le obligará a un retorno guiado en exclusiva por un afán de venganza. Pronto se dará cuenta de la relación que su esposa mantiene con su fiel lugarteniente Steve (James Cagney) y, de alguna manera irá comprobando como las bases sobre las que se ha ido asentando su existencia, de alguna manera se han vuelto en contra de él, hasta asumir su propia aniquilación.
No cabe duda que THE DOORWAY... es un precedente reseñable, a la hora de hablar de ese valioso y relevante ciclo del que emanarían muy pronto títulos como SCARFACE (Scarface, el terror del hampa, 1932. Howard Hawks) o la previa THE PUBLIC ENEMY (1931, William A. Wellman). Pero incluso considerada en sí misma, la película de Archie L. Mayo posee suficientes aspectos destacables que, si más no, al menos le dotan de un determinado grado de interés. Elementos como la manera en la que se insertan los títulos de crédito –a partir de una rotativa de periódicos, anunciando ese sentido de la inmediatez que determinará su propuesta-, la obsesión del protagonista por tomar como referente la actitud de Napoleón Bonaparte, la intención de este de legar unas memorias literarias que recuerden su paso por el mundo... Pero estas sugerencias que cabría atribuir de manera especial al guión de George Rosener –basado en una historia de Rowland Brown-, se encuentran acompañadas por detalles y hallazgos narrativos de notable fuerza. Es algo que escenificará la secuencia y el ardid con el que Ricarno logra convencer a todos los gangsters para que le dejen ser su jefe –de los ventanales del salón en que se encuentran reunidos, emergen un grupo de pistoleros metralla en mano-, pero que tendrá una expresión previa en la manera con la que se elimina, prácticamente en los instantes iniciales, a un traidor del grupo de nuestro protagonista. No cabe duda que esas secuencias que revelan estallidos de violencia, se encuentran entre los elementos más atractivos del título que nos ocupa. Es algo que manifestarán momentos como la auténtica batalla campal –mostrada en plano general- de los diversos grupos de delincuentes, que llegan a superar cualquier control policial, la manera con la que dos de estos sujetos matan al hermano pequeño de Louie –resulta impresionante el instante en el que este pide a un doctor que intente reconstruir el rostro de su hermano; al instante sabremos que solo busca que lo haga para que su cadáver se encuentre presentable en el velatorio-, o la deliberada venganza de este, que tendrá otro exponente de verdadera garra con la actuación de varios de sus compañeros, provocando ruidos con sus coches para que se evite escuchar ante la policía el sonido de los disparos con los que Ricarno consumará su crimen. En detalles como este, o la manera que tiene el director de encuadrar los pies que discurren atropelladamente con motivo de la huida de este de la prisión, se encuentran los mejores momentos de una película que, justo es reconocerlo, solo alcanza un determinado pathos cuando nuestro protagonista retorna a su antiguo hogar, donde recibirá la visita –casi a modo confesional- del veterano oficial de la policía, que pese a todo siempre ha tenido un especial cariño por el aniñado Louie. En ese fragmento final, asistiremos a la toma de conciencia de que para Ricarno no hay ningún futuro. Acosado y esperado por sus rivales, que se apuestan en el exterior, y no dudan incluso en brindarle una cínica “última cena”, este por último asumirá su derrota moral y física, en un final de enorme contundencia, en el que se superpondrán las últimas palabras de esa hipotética narración que tanto deseaba concluir nuestro protagonista.
Pese a lo expuesto, antes señalaba que el interés de THE DOORWAY... no era comparable al de los ejemplos anteriormente citados ¿A qué se debe? En primer lugar, al hecho de que la fuerza en la narración que brinda Archie L. Mayo jamás sobrepasa esa intermitencia que señalaba en los instantes mencionados –que ciertamente, no son pocos-, ni alcanzan una debida sequedad, concisión, y coherencia cinematográfica. La presencia de ese veterano policía amigo de Ricarno, no deja de aportar un determinado alcance moralista –ciertamente no tan pronunciado como el de otras producciones posteriores de esta temática-, como lo supone la mirada bienpensante que se ofrece del contexto en el que se inserta la presencia del pequeño hermano del protagonista. Se echa de menos esa hondura y total convicción que con posterioridad caracterizarían los mejores títulos en la materia, y que solo encontramos en los minutos finales, donde la película ofrece la medida de lo que podría haber dado, atendiendo a las reacciones de nuestro hombre, a sus miradas, y a una atmósfera opresiva de la que, por momentos, todos sabemos que no hay lugar más que para un sacrificio. Brillante conclusión de un título interesante, al que al menos –además de sus buenos momentos-, hay que incluir en cualquier recorrido más o menos extenso, del devenir de los primeros pasos del cine de gangsters estadounidense.
Calificación: 2’5
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