VISIONARIOS (2001, Manuel Gutiérrez Aragón)
Siempre resulta gratificante realizar una mirada hacia el pasado y comprobar como desde tiempo inmemorial esa sacrosanta Iglesia Católica ha intentado controlar el poder y la libertad de los individuos merced a tácticas que bien pueden estar centradas en le fanatismo religioso, el coqueteo con lo sobrenatural y la apelación a la moralidad. Cuando en pleno siglo XXI se siguen contemplando coletazos de ese poder aún no totalmente perdido –por más que su clientela vaya descendiendo de forma incesante- no era de extrañar que décadas atrás su presencia en una sociedad española mucho más atrasada culturalmente fuera prominente.
Supongo que plenamente consciente de estos postulados, el ya veterano Manuel Gutiérrez Aragón filmó VISIONARIOS (2001), tomando como base los acontecimientos que acontecieron a partir del segundo año de la II República en una pequeña y cerrada población de Guipúzcoa. Allí comenzaron a detectarse unas supuestas apariciones de la Virgen –ataviada con manto negro y blandiendo una espada en la mano izquierda-, ante unos pocos niños y adultos. La noticia, que coincide inicialmente con el intento de separación entre iglesia y estado –se están retirando los elementos religiosos de los edificios públicos-, será aprovechada astutamente por elementos reaccionarios que paulatinamente irán colaborando en la sublevación que finalmente tendrá lugar en julio de 1936, forjando la rebelión conocida por todos encabezada por el general Franco.
Que duda cabe que nos encontramos con un material de base altamente sugestivo y al mismo tiempo en sus planteamientos secundarios indudablemente coherente con la trayectoria precedente de Gutiérrez Aragón –el entorno mágico rural, la presencia del cine y el elemento de fascinación que produce-. Lamentablemente, y pese a considerarlo un producto esforzado, VISIONARIOS no supera más que en pocos instantes el estadio de la mediocridad y el conformismo. Un resultado en el que bajo mi punto de vista confluyen varios elementos en contra. Por un lado la falsedad de su ambientación histórica –que pocas son las producciones españolas de “época” que me resulten creíbles-, el escaso arrojo narrativo que desaprovecha por completo las posibilidades que en el guión se van dejando constantemente en la cuneta o la nula valía de las prestaciones de sus protagonistas –especialmente un Eduardo Noriega que en su papel de Josué (el novio de la vidente aparentemente más sincera) parece más apático e inexpresivo que nunca-.
Resulta especialmente triste ver como personajes que podían dar de sí –es el ejemplo del sacerdote jesuita que encarna Karra Elejalde y la historia que sobrelleva de la filmación de los videntes y su correlación con los internos del manicomio de Mondragón- quedan totalmente desaprovechados y perdidos en la narración, dejándose asimismo de lado el sustrato sobrenatural y mágico que en otras ocasiones sí utilizó Gutiérrez Aragón y que la historia pedía a gritos –mas allá de si finalmente estas apariciones tenían algún fundamento- y que en un momento me hicieron evocar y añorar un estupendo film fantástico como es FOTOGRAFIANDO HADAS (Photographing Fairies, 1997. Nick Willing) –véanse las posibilidades visuales que podrían ofrecer la imaginería religiosa calcinada que se almacena en el taller del carpintero-. En su defecto, VISIONARIOS se desperdicia en una narración opaca y sin gancho algunos, la figuración de las concentraciones en las apariciones aparecen muy poco convincentes e incluso se llegan a plantear secuencias tan torpes como la huída de los cuatro visionarios encerrados en una celda –su nula tensión dramática resultan incomprensibles en un realizador de la experiencia de Gutiérrez Aragón-.
Pese a estas enormes insuficiencias, no todo resulta rechazable en VISIONARIOS. Existe un excelente tratamiento en la iluminación por parte de Hans Burrman –que pena que sus excelencias no hayan sido aprovechadas- y, contra lo que cabría esperar, hay secuencias realmente divertidas como las del interrogatorio de los pretendidos videntes en el salón del ayuntamiento a cargo de un trío de expertos, o la visita al gobernador republicano brillantemente encarnado por Fernando Fernán-Gómez. En cualquier caso es un balance demasiado pobre por venir de la mano de quien firma esta película, y que en modo alguno hace olvidar un inolvidable acercamiento en tono de comedia a la superchería religiosa –LOS JUEVES, MILAGRO (1957, Luís García Berlanga)- o, en su oposición, una excelente película de Henry King –LA CANCIÓN DE BERNARDETTE (The Song of Bernardette, 1943)- que lograba con un enorme talento cinematográfico hacernos olvidar su endeble punto de partida, propio de la “estampita religiosa”.
Calificación: 1’5
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