TWILIGHT (1998, Robert Benton) Al caer el sol
Entre el transcurso de septiembre de 1997 y marzo de 1998 se estrenaron en Estados Unidos dos magníficas muestras de cine policíaco con reminiscencias clásicas. Una de ellas es la casi mitificada L. A. CONFIDENTIAL, (1997, Curtis Hanson) y gozó de una catarata de premios y galardones. Cierto es que se trata de una película excelente, pero resulta bastante injusto que pese a la presencia de un reparto sensacional –con lo que podría subrayar su condición de producto atractivo hacia el aficionado- el otro título estrenado no gozó de una particular estima, cuando pese a los rasgos que le separan de la película antes señalada, sí que se pude apostar por ella como uno de los thrillers más valiosos aportados por Hollywood en los últimos años. Se trata de TWILIGHT (Al caer el sol, 1998. Robert Benton). Lamentablemente, pese a sus cualidades y a la propia presencia –magnífica en este caso- de Paul Newman protagonizando la misma, no ha contribuido a hacerse un hueco acorde a sus merecimientos.
Lástima. Por que TWILIGHT es un estupendo policíaco en el que su trama lineal de suspense interesa y engancha al espectador desde el primer momento, que logra ofrecer una interesante variación y reflexión sobre la propia mítica del cine, que habla de un pasado que irremisiblemente hay que acometer, de personajes envejecidos y decadentes, de privilegiados por el dinero y servidores para lograr algunas migajas del mismo. La película de Robert Benton reflexiona sobre la amistad, la confidencialidad, el impulso del amor oculto y sobre todo ante la inevitable llegada de la muerte como final de un camino.
Con sentido del humor y una evidente querencia por los materiales que forjaron el cine negro clásico, la película de Robert Benton se basa en recursos tradicionales en este tipo de relatos. Desde el primer momento nos acompañará en determinados momentos la presencia de la voz en off del protagonista –Harry Ross (Paul Newman)- y nos encontraremos con elementos temáticos conocidos como la presencia de una familia prácticamente deshecha. Con todo ello el relato no deja de proporcionar una mirada que oscila ajustadamente entre la fascinación y la ironía, los diálogos son generalmente brillantísimos, y la acción generará los suficientes giros y sorpresas, que si bien una vez contemplados pueden parecernos algo recurrentes, no es menos cierto que funcionan y permiten que la película incida fundamentalmente en su principal objetivo.
Y este no es otro que esa mirada melancólica y crepuscular pero en ningún momento complaciente que nos proporcionan sus personajes, que de una u otra manera tienen conciencia de haber vivido en un mundo que ya no es el que pisan, y que en la mayor parte de los casos ya tiene la imposibilidad de revivir. El aroma mortuorio, de culminación de una vida más o menos vivida, más o menos equivocada, está presente en ese detective que anteriormente fue policía, que vivió pocos años atrás una herida de bala por accidente en Puerto Vallarta y por el que muchos creen que se encuentra impotente. Harry Ross se encuentra desde entonces viviendo –y vistiendo de la forma más anacrónica posible- en la casa de la que son propietarios sus amigos Jack y Catherine Ames (Gene Hackman y Susan Sarandon). El primero de ellos fue un lejano actor que se encuentra sufriendo un cáncer terminal y su esposa mantiene una secreta relación amorosa con Harry. El detective tendrá que realizar una aparentemente sencilla misión que le ha pedido Jack, que le llevará a introducirse en una intrincada historia que comportará varias muertes y el descubrimiento de un asesinato que un cuarto de siglo atrás incriminó a Catherine y un antiguo amante suyo.
Pero esta trama, con ser interesante –y muy bien urdida por el guión que firma el propio Benton y Richard Russo- no será más que la exteriorización de una visión de Los Ángeles que parece una ciudad fantasma para los protagonistas de la película –en ningún momento se ofrece exterior alguno glamouroso de la misma-, como si fuera el escenario de una historia de otro tiempo. Las secuencias de TWILIGHT en todo momento acusan ese aroma de clasicismo cinematográfico sin que afortunadamente se asista al complaciente recurso de la cinefilia, ni siquiera a una mirada moralista que pudiera advertir aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. En todo caso lo que se contempla es la vivencia de una serie de personajes ya casi desplazados en el tiempo, que sienten como si se desarrollara casi una última película para todos ellos, en las que existen muchos ecos hacia el propio hecho cinematográfico –expresado en bastantes de sus diálogos pero también en la recurrencia a planos en las que los personajes son reflejados doblemente con la presencia de espejos y cristales-. En su discurrir se respira un cariño hacia lo que se está narrando, hacia sus personajes –aunque algunas de sus acciones sean terribles-, realmente desacostumbradas en el cine de los últimos años. Esa mirada en voz callada, en la que se entremezcla la ironía y la fascinación, tiene diversos componentes que contribuyen a que se defina como una pieza de orfebrería artesanal cinematográfica. Por un lado la temperatura que le proporciona la calidez de su fotografía en color de Piotr Sobocinski; el cuidado formal demostrado por Benton -que en ningún momento incurre en efectismos y sí logra demostrar que su ya larga inclinación hacia el cine policíaco era algo más que casualidad-; la sensacional partitura de Elmer Bernstein -viejo maestro a la hora de puntear y envolver con sus melodías un relato de cierto carácter evocador- y, por supuesto, la magnífica prestación de todo su reparto. Una labor en la que Paul Newman confirma en su interpretación del protagonista la magnífica madurez adquirida en sus últimos años en el cine –que dicho sea de paso con el paso del tiempo quizá podría haber sido algo más aprovechada-, y en la que cabe unir la veteranía de James Garner –excelentes los diálogos que mantiene con Newman poco antes de que fallezca-, la indiscutible Susan Sarandon –desplegando sensualidad en todo momento pese a su madurez- o la energía del joven Liev Schreiber. Pero bajo mi punto de vista he de confesar que entre un cast tan remarcable, es Gene Hackman el que logra al dar vida al terminal y arruinado hombre de cine, transmitir con una asombrosa sensibilidad y considerable energía de “ángel caído”, la debilidad de un hombre que se sabe cercano a la muerte y no hace nada por evitarlo, más que aproximarse a ella con dignidad.
Estoy convencido que si TWLIGHT, con las mismas cualidades y contadísimas limitaciones que la atesoran, estuviera dirigida por Clint Eastwood, ahora mismo gozaría de un prestigio mucho mayor del que dispone. En cualquier caso, y para cualquier espectador amante del cine de siempre que sepa integrarse en nuestro tiempo, la película de Robert Benton es una pequeña “delicatessen” que ve y se saborea con auténtico placer.
Calificación: 3’5
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